El lechero 5
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por roy93h.
Sigo relatando lo que sucedió aquel primer fin de semana que pasé en el campo, en la casa de mi hombre, acompañados por su hermano y su sobrino Pedro.
Allí me encontraba yo, ensartado por la verga de Pedro y la de mi hombre metida en la boca hasta la garganta.
Parecía que los dos estaban de acuerdo en moverse lentamente, de forma deliciosa: Pedro me la metía todo lo que podía en cada empujón, y la sacaba casi toda para volverla a meter en mi culito, mientras que mi macho hacía lo mismo en mi boca.
Todos estábamos en silencio, sólo dábamos algún gemido de cuando en cuando.
Las manos de los dos recorrían todo mi cuerpo caliente de arriba abajo, y como a los diez minutos de bombearme por los dos lados, empezaron a moverse más rápido, casi bufando los dos.
Mi macho me tomó de la nuca y empezó a darme con todo, mientras que Pedro se prendió de mis caderas con fuerzas, y también hizo lo mismo.
De pronto sentí que la verga que tenía en la boca se hinchaba cada vez más, y dando casi un alarido, mi negro divino me llenó la boca de leche, haciéndome ahogar casi, de tanta que era.
Me tragué todo lo que pude, pero la sentí correr por mi cara, en tanto que también sentí la enorme verga de Pedro que se puso aún más dura y comenzó a saltar casi adentro de mi culo, y en un último empujón, me la metió toda, porque sentí su cuerpo que estaba bien pegado a mis nalgas, lo que me causó un enorme dolor, y comencé a sentir los chorros de leche caliente que entraban en mis intestinos…
– ¡Ahhh, qué hembrillo divino que tenés, tío! ¡Parece una mujer!.
¡Y le entró hasta el tronco; no le quedó nada afuera!.
¡Qué polvo, Dios mío! – dijo Pedro, cayendo al costado mío.
– ¿Viste sobrino, que no te mentía cuando te contaba cómo era? Pero ojo, que esta nenita hermosa, con esa cola preciosa que tiene, es mía nada más.
La comparto porque sabía que les iba a gustar.
¿Te gustó, mi nena divina? – me preguntó.
– ¡Claro que me gustó!.
Y además aprendí a hacer cosas nuevas, ¿viste? ¿Te gustó cómo te la chupé? Eso me enseñó Pedro, y de ahora en adelante te lo voy a hacer todas las veces que estemos juntos.
¿Te gustaría?
– ¡Claro que sí, mi amor!.
¡Estuviste fantástico y me hiciste acabar como nunca! – me contestó, dándome un fuerte beso en la boca y acariciando mis nalgas.
Nos levantamos y por turno nos fuimos lavando.
Me corría la leche de Pedro por mis piernas, y mi culo parecía que se prendía fuego del ardor que tenía.
Mientras me lavaba, noté que lo tenía más grande que antes, tanto que cuatro de mis dedos entraban enteros fácilmente.
Desnudo como estaba, fui para el comedor, donde estaban los tres conversando alegremente y haciendo comentarios sobre lo que había pasado en el dormitorio.
Al pasar por al lado de mi “cuñado”, éste me tomó de la cintura y me sentó en su falda, comenzando a acariciarme todo y a besarme la espalda, el cuello, la cara y la boca.
Entendí que ahora le tocaba a él cojerme.
Pronto sentí su dura verga y comencé a moverme sobre ella suavemente.
Me apretó aún más fuerte contra él, y luego de besar mi boca varias veces, dijo:
– ¡Quedate quieto, putito caliente, por favor, que ahora vas a tener que descansar un poco! ¡Por hoy basta muchachos, sino lo vamos a matar al pobre! – dijo, hablando con los otros.
Sentí un gran alivio cuando dijo eso, porque en realidad, mi cuerpo no daba más ya.
– Estamos de acuerdo – le contestaron los otros dos.
– Ahora preparamos la cena, comemos y nos acostamos todos porque mañana hay que madrugar para ordeñar y hacer el reparto, como todos los días.
¿Vas a ir conmigo Pedro? – preguntó mi hombre.
– Si tío, mañana te voy a acompañar.
Dicho esto, todos se pusieron a preparar todo para cenar, jugando conmigo de vez en cuando.
Cenamos y nos dispusimos a acostarnos.
Mi “cuñado” y Pedro, se acostaron en unos colchones que habían dispuesto en el comedor, y mi macho y yo, nos acostamos en la cama del dormitorio, desnudos los dos.
Dándole la espalda, me recosté bien a su cuerpo, dándome vuelta para besar su caliente boca.
Sus manos me acariciaban con firmeza, haciéndome vibrar, y muy pronto sentí su hermosa verga que se colaba entre mis piernas, moviéndose lentamente.
– ¡Qué divino que sos, guachito mío! – decía
– ¡Vos sos divino, mi macho! – le contesté
– ¿Te gustó todo lo que pasó?
– ¡Me gustó muchísimo, pero más me gusta estar con vos, así como estamos ahora! ¡Ponémela, por favor! – le dije, moviendo mis caderas.
– ¡No, mi amor! – me contestó.
Ahora hay que descansar porque tengo que madrugar mucho.
Además estoy agotado con todo esto, y tengo mucho sueño.
– ¡Dale, no seas malo! – le rogaba, acariciando su caliente verga.
– ¡No, mi negrito divino! ¡Vamos a dormir!
– ¡Bueno! – le contesté resignado.
Pero mañana no te me escapás, mi macho hermoso – le dije.
Muy pronto nos dormimos los dos abrazados.
¡Qué manera hermosa de dormirme!.
Abrazado por mi macho, apretado contra él, y con su verga entre mis piernas…
Cuando me desperté al otro día, estaba sólo en la cama.
En la almohada había un papelito que decía: “Volvemos como a las tres de la tarde del reparto.
Portate bien con mi hermano.
Un beso grande, mi amorcito.
Hasta luego”.
Me levanté, fui al baño y cuando salí fui para el comedor.
Allí estaba mi “cuñado” esperándome con el desayuno listo.
– ¡Vení nene hermoso!.
¡Sentate acá a desayunar! – me dijo, golpeándose las rodillas.
Me senté allí, y mientras desayunaba, con un apetito enorme por todo lo que había hecho el día anterior, sentía las caricias y los besos que me daba, además de notar otra vez su verga entre mis nalgas.
– ¡Ahora sí, bien descansadito, te tengo todo para mí! – me dijo, mientras me mordía suavemente un hombro, haciéndome erizar todo, cosa que él notó, y dijo: – ¡Cómo te gusta esto! ¡Sos un putito bien caliente, se nota!
– ¡Es cierto! – le contesté.
¡Me encanta hacer el amor, sentirla bien adentro, que me entra y me sale y sentir cómo se acaban en el fondo de mi culo, y más cuando el macho es así como vos…con una verga bien grande! Llevé una de mis manos hacia abajo, y se la agarré con fuerzas.
Era enorme también.
– ¿Me tocan todas las vergas enormes a mí? – me pregunté.
Se la recorrí desde la punta hasta el tronco…era larga y gruesa como mi antebrazo…parecía que no se terminaba más… ¡Quiero verla! – le dije, bajándome de su falda.
– ¡No, mi chiquito!.
La vas a ver un ratito antes de que te la vaya a poner – me dijo.
– ¡Dale, mostrámela! – le dije, agarrándosela otra vez.
– ¡No hay apuro! – me dijo – Tenemos mucho rato para nosotros dos.
Me gusta hacer estas cosas despacio.
¡Vení a sentarte acá de nuevo! me pidió, tomándome de la cintura.
– ¡Está bien!.
le contesté haciéndome el enojado.
Me senté y me siguió acariciando y besando un largo rato.
Cada vez me hacía calentar más, pero no me aflojaba nada…se estaba haciendo desear.
Creo ahora, que esa es la habilidad de los veteranos para hacértelo desear cada vez más… Me tenía en un salto.
– ¿Querés andar a caballo? – me preguntó de pronto.
– Allá en el fondo del campo hay un arroyo.
¿Qué te parece si vamos hasta allá a darnos un baño?
– ¡Pero no sé andar a caballo! – le dije.
– No es nada; vamos los dos en el mismo caballo – contestó.
– ¡Bueno, vamos entonces!.
– Voy a ensillar uno que hay ahí y salimos para el arroyo.
Ponete algún pantaloncito que tengas y nos vamos.
Fui hasta donde tenía mi ropa, y me puse un pequeño pantalón, que me quedaba bien ajustado, haciendo saltar mi cola redonda y llena para atrás.
Cuando me vio, dio un silbido de admiración.
– ¡Qué colita linda que tenés, nene! – dijo, palmeándome suavemente.
Me tomó de la cintura, besó mi boca con fuerzas, y levantándome en peso, me puso encima del caballo.
– Correte para adelante, que ahora voy a subir yo.
Cuando se subió me apretó contra su cuerpo con una mano, mientras con la otra dirigía el caballo.
Pronto estuvimos cabalgando en el campo.
Con el trote del animal, sentía su duro pedazo contra mis nalgas, cosa que me ponía cada vez más caliente, y hacía que me apretara más contra su bulto.
Acariciaba mis piernas, mi cintura y mi estómago, mientras me daba besos cada vez que podía.
Al cabo de un rato, llegamos al monte del arroyo.
Se bajó y tomándome entre sus brazos, me bajó hacia él, besando mi boca nuevamente.
Después de un rato de estar así, me invitó a entrar al agua.
Bajé mis pequeños pantalones mientras no me sacaba los ojos de encima, y así, desnudito, le dije:
– ¡Ahora sí me la vas a tener que mostrar!
– ¡Todavía no; ya te dije cuándo te la iba a mostrar! – me contestó, y tomándome entre sus brazos, entró conmigo al agua.
Allí jugamos, nos acariciamos, nos besamos.
Yo había rodeado su cintura con mis piernas y lo había abrazado por el cuello; de esa manera trabajaba su verga, que se ponía cada vez más dura y más grande.
– ¡No te aguanto más, putito lindo!.
¡Vamos para afuera! – me dijo – y me sacó en andas del agua.
– ¡Vamos a acostarnos acá! – Sacó el cuero que iba sobre la montura y lo extendió en el pasto.
Apenas me acosté sobre aquel cuero, se vino encima de mi cuerpo, casi aplastándome…Me hizo todo lo que quiso, y yo me dejaba hacer, cada vez más caliente.
Notaba su pija en mi estómago, dura, húmeda en la punta, que subía y bajaba lentamente.
Se levantó un poco, hizo que arrollara mis piernas, y las levantó.
Cuando las tenía bien arriba, se agachó y empezó a pasar su lengua por mi orificio y a meter la punta de cuando en cuando.
– ¡Ayyy, mi vida!.
¡Qué divino lo que me estás haciendo! – le dije – no parés por favor.
– No decía nada; estaba concentrado en lo que hacía.
Me hizo entrar un dedo, grueso y largo, que parecía una pija; luego me metió otro y poco a poco metió un tercer dedo…Mi culo se estaba abriendo como una flor, hasta que separó mis piernas y se las colocó encima de sus hombros, se elevó un poco, y ahí sí pude ver aquel vergón que tan caliente me tenía, y que ya venía rumbo a mi culo.
– ¿Vos querías verla?.
Bueno, acá la tenés, y te la voy a poner toda, como a vos te gusta, putito divino – me dijo.
Metía miedo aquello, pero mis ganas podían más que yo.
– ¡Sí, ponémela toda! – le dije, mientras la tomé con una mano y la coloqué en mi entrada.
– ¡Ya te la pongo!.
¡Así! – dijo, haciendo presión con aquella gruesa punta.
Sentía que me dilataba cada vez más, hasta que noté que me había entrado la cabeza, entonces se inclinó sobre mí y se apoderó de mi boca, mandando su lengua hasta mi garganta, y besándome, me la fue metiendo de a poco.
La sentía que empujaba mis intestinos hacia arriba, pero no paraba de entrar.
Era mucho el dolor.
Me quejaba adentro de su boca, pero no me perdonó nada y la siguió metiendo despacito, sin pausas.
Había arqueado mi cuerpo y estaba tenso.
Cuando lo notó, me dijo que aflojara mi cuerpo.
En ese momento miré lo que me faltaba entrar, y no lo podía creer: apenas iba la mitad, entonces aflojé mis músculos todo lo que pude y esperé…
– ¡Ahora! – dijo de pronto, y dando un fuerte empujón con sus caderas, me la mandó hasta los huevos…
– ¡¡¡Ayyyyy!!!.
¡¡¡Me matás!!!.
¡¡¡Sacámela un poquito!!!
– ¡No mi amor! ¡Ahora no! – contestó, y me la dejó profundamente clavada en mi cuerpo, mientras se dedicaba a acariciarme y besarme casi con desesperación.
Poco a poco mi culo se fue adaptando a aquel tremendo pedazo y empezó a gustarme cada vez más, hasta que empecé a mover mis caderas suavemente.
Al notarlo, él también se empezó a mover adentro y afuera, poco al principio, pero cada vez en forma más profunda; la sacaba hasta la mitad y la volvía a poner, hasta que logró sacarla casi hasta la punta y volverla a clavar toda de nuevo.
Mi pijita estaba que reventaba, y el gusto era cada vez mayor.
Nos besábamos como locos entre gemidos.
Así me estuvo bombeando como diez largos minutos, hasta que bajó mis piernas juntas a un lado, me tomó de la cintura y me puso en cuatro patas, todo sin sacarme su tronco de adentro.
Y comenzó a darme, suave al principio, pero casi con desesperación después.
Yo gritaba, primero de dolor, pero luego de placer.
Aquella verga parecía que me iba a salir por la boca.
– ¡Qué culo divino, negrito lindo! ¡Qué lindo que te entró! ¡Es una mantequita tu culo! ¡Movete como vos sabés! – me dijo, entonces empecé a moverme atrás y adelante, haciendo girar mis caderas.
¡Seguí así, no pares, no pares! – y apretándome con todas sus fuerzas, dando un grito de placer acompañando los gritos míos, dijo: – ¡¡¡No aguanto más!!! ¡¡¡Qué culito, putito mío!!! ¡¡¡Me acabo, me acabo!!! ¡¡¡Así, así, así!!! – gritaba.
Entonces comencé a sentir los chorros de leche bien adentro de mi culo, porque la había metido hasta el fondo, y yo me acabé también junto con él… Parecía no terminar más; era un chorro atrás de otro.
Cuando terminó, dando un gran suspiro, cayó de costado llevándome ensartado hasta el tronco con él.
Jadeaba al costado mío y no dejaba de murmurar cosas en mi oído, de besarme donde podía, de acariciarme y de mover su verga adentro mío.
Se quedó quieto descansando del polvo que me había echado, y la verga, ya más blanda, comenzó a salirse poco a poco.
Cuando salió del todo, se vino un río de leche de adentro mío, corriendo por mis nalgas.
– ¡Me encantó tu verga! – le dije.
– ¡No puedo creer que me haya entrado toda!
– ¡Pero te entró toda y pedías más todavía! – respondió.
¡Qué lindo cojés! ¡Te movés como una víbora! ¡Lo matás a uno!
– ¡Gracias, mi amor!.
Todo lo aprendí con tu hermano; me enseñó a moverme así para dar y recibir placer.
– Te enseñó muy bien, al gusto de él.
Sos una locura…¿Qué te parece si nos vamos?
– ¿No querés seguir otro ratito y hacer el amor de vuelta?
– No, mi negrito lindo.
Ya estoy muy veterano para ese trote; tengo que reponerme un rato y después empezar de nuevo.
Con vos me animo a echar otro polvo, pero dentro de un rato, allá en la casa de mi hermano.
– No te preocupes; yo te voy a poner a punto de nuevo, ya vas a ver – le contesté, y nos levantamos de allí, y acomodamos todo para irnos.
– No me voy a poner nada, voy a ir desnudo adelante tuyo.
– ¡Qué guacho divino! – dijo, besando mi boca y acariciando otra vez todo mi cuerpo.
Me subió al caballo, se subió él, abrazándome contra suyo, y salimos al trote para la casa de nuevo.
Apenas eran las diez de la mañana, así que nos quedaban unas horas aún, y yo pensaba aprovecharlas bien…
Dejar un comentario
¿Quieres unirte a la conversación?Siéntete libre de contribuir!