El machote del colegio privado me folló la boca en los baños
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por BlackCastle.
Yo tenía 15 años y el 17.
Estudiábamos en un colegio privado y todos íbamos uniformados pero el destacaba por encima del resto.
Tenía cierto aire macarra y había repetido varias veces, por eso iba a mi misma clase.
Jesús era un chico muy alto y moreno, de facciones muy delicadas y labios carnosos, aunque eso no era lo que más me llamaba la atención de él.
Lo que más me gustaba de él era el enorme bulto que se marcaba en sus pantalones grises de uniforme.
El primer día de curso, la primera vez que le vi, tuve que ir al baño a masturbarme porque no podía quitarme de la cabeza su bulto moviéndose mientras jugaba al fútbol.
Casi todos en el colegio eran muy estirados pero Jesús era un chico muy alegre y simpático aunque solía meterse en problemas porque era un poco rebelde, las niñas de mi clase babeaban por él y yo, en secreto, también.
Hacia la mitad de curso cambiaron el orden de los pupitres y por casualidad me tocó junto a él.
Me alejé de mi antiguo compañero de mesa (al que odiaba) y me encaminé hacia mi nuevo pupitre con una sonrisa, mirando ese enorme bulto con disimulo.
Un día, cuando llevábamos casi dos meses compartiendo la mesa, reuní el valor para decirle lo que llevaba tiempo rondando mi cabeza:
– Oye tío – le dije un poco avergonzado – ¿Tú te metes un calcetín o algo? Porque no es normal ese bulto que tienes cabrón.
Él sonrió y con un gesto involuntario se tocó la polla.
– Bueno, no está nada mal, o al menos eso dicen las que la han probado – respondió fanfarroneando.
– ¿Cuánto te mide?
– No lo sé tío, nunca me la he medido.
– ¿En serio? – le dije yo
– Lo importante es saber usarla.
– Yo también la tengo bastante grande creo – dije yo – Pero no sé si tanto como tú.
– Seguro que no.
– Bueno si tan grande la tienes nos vemos en el recreo en los baños, a ver quién gana.
Guardé silencio y él se quedó mirándome.
Fue un momento muy incómodo en el que no sabía si me partiría la cara por maricón o aceptaría el reto por su orgullo de machito del corral ya que se había convertido en el macho alfa de la clase.
– ¿Eres marica tío? – me preguntó.
– Claro que no gilipollas, pero tengo curiosidad.
– Bueno como quieras, pero no sé si se me empalmará con un tío delante mirándome.
Aquel día esperé al recreo con más ansiedad que ningún otro.
Sentía la cara caliente de lo cachondo que estaba.
Dejé mi bocadillo en la mochila y me dirigí hacia el baño, aquel día el único bocadillo que vería sería el que Jesús llevaba entre las piernas.
Tuve que esperarle un rato y cuando ya creía que no venía por fin apareció.
– ¿Tienes ganas de verme la polla eh?
– Cállate ya capullo – le respondí sonriendo – ¿Nos metemos en este?
Señalé una de las cabinas y él sonrió y asintió.
Nos encerramos dentro y nos miramos durante un momento.
– Bueno ¿Te la vas a sacar? – preguntó él.
Yo me la toqué un poco, abrí la cremallera y saqué orgulloso mi pene de unos 18 cms, bastante grande para mi edad.
– Joder, pues sí que tienes buen rabo.
– Ahora tú – le dije yo.
A pesar de que aparentaba tener el control de la situación él también estaba un poco cortado pero finalmente se bajó los pantalones y se sacó la polla, algo más peluda que la mía.
Yo estaba a punto de explotar de la excitación.
Medía aproximadamente 20 cms y era muy muy gorda.
Unos grandes huevos colgaban de ella.
Por fin había visto con mis ojos lo que se escondía tras ese pantalón de uniforme.
Fue un acto reflejo, años después sigo preguntándome de donde saqué el valor para hacerlo pero un impulso me hizo alargar el brazo y agarrársela con fuerza.
Él me miró asustado, como si se sintiera sucio y culpable por dejar que un chico le tocara, yo sabía que tenía que reaccionar rápido y comencé a hacerle una paja.
– ¿Qué coño haces tío? – dijo el cuándo salió del estado de shock apartándome a un lado.
– Lo siento, lo siento tío, por favor no se lo cuentes a nadie, no sé qué me ha pasado.
– ¿Te gustan los rabos? – me preguntó.
– No lo sé creo que sí.
– ¿Crees?
Yo miré hacia el suelo unos instantes y me preparé para colarle la mentira más gorda que le había dicho hasta el momento.
– A mí me gustan las chicas tío pero no sé qué me pasa últimamente.
Nunca he hecho nada con un chico y quizá si pruebo pues ya se me pasará ¿No?
– No lo sé tío pero yo no soy maricón.
– ¿Y si me dejas que te haga una paja? Por favor tío, tu solo tienes que dejarte y yo descubriré por fin si esto me gusta o no, eres el único que lo sabe y no se quien más podría ayudarme.
Él ya había escondido su polla pero lentamente y poco a poco volvió a sacarla de nuevo.
– Vale tío, pero solo una paja y si me da mucho asco paramos y me piro ¿Estamos?
– Sí, sí.
Gracias tío de verdad, eres un crack.
Yo miré aquel gigantesco pedazo de carne y volví a acercarme a él.
Comencé a masturbarle y al principio él ni se inmutaba pero poco a poco su respiración se volvió más intensa y unas gotitas comenzaron a humedecer su enorme prepucio.
Había llegado mi momento.
Rápidamente me agaché, agarré su polla con fuerza y me la metí en la boca.
Él se estremeció y miró alarmado hacia abajo pero ya era demasiado tarde: yo tenía la mitad de su falo en mi boca y con una mano le sobaba las pelotas.
Le lamí el capullo con ansia porque nunca me había comido una polla tan grande y aquel chaval tan guapo y desarrollado me estaba poniendo muy cachondo.
Los chicos guapos me hipnotizan y si son heteros, mucho más.
Conforme más se la comía más adictivo se volvía, el gimió en varias ocasiones pero intentó disimularlo y parecer un macho hasta el final.
Hubo un momento en que me la metí tan al fondo que me dio una arcada.
En ese momento Jesús miró hacia abajo y cogió mi cabeza con fuerza para follarme la boca mientras marcaba el ritmo.
Yo puse las manos en su trasero, lo agarré y me deje llevar.
De repente algo caliente y viscoso llenó mi boca, se había corrido y me había llenado la boca de leche.
Yo la escupí, me levanté y me puse frente a el.
– Ni una palabra de esto a nadie – me dijo – Espero que hayas resuelto tus dudas, ya me contarás – me dijo guiñándome un ojo.
Sentí que me derretía por dentro.
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