EL MOZO DE LA BODEGA
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por casimiro.
A media tarde, mi abuela me mandó a comprar una botella de agua con gas para cenar a la bodega de la esquina de casa.
Me fuí confiado sin saber lo que me esperaba. Encontré aquella hora la bodega vacía de clientes y no estaba el dueño. Pero en su lugar estaba un buen mozo a su cuidado. Tendría entre 16 y 19 años, una edad indefinida, pero muy joven. Muy delgado, no muy alto, bien formado sin ser musculoso, cara redondita con mejillas rojizas como dos manzanas, labios finos pero bien dibujados, rubio como un querubín, ojos azules intensos y de talante un poco de chulito de barrio. Del mostrador vino hacia mí, secándose las manos con el delantalito que le ceñía la cintura sobre su pantalón vaquero, con camisa blanca muy abierta, despechugado, en la que se veía una piel blanquísima, sin pelo, y del cuello le colgaba una cadena de oro con una medalla. En una mano lucía un anillo de plata. Le entregué el envase vacío y le pedí otra botella de agua.
Mientras me despachaba y me cobraba, me preguntó, sin venir a cuento y de sopetón, me espetó:
_"¿Qué te gusta más? : ¿las mujeres, el tabaco o el futbol?"_ Cuando reaccioné ante la sorpresa de la pregunta, todo rojo como un tomate, contesté muy decidido: _"El tabaco. ¿A tí te dejan fumar? porque a mí no me dejan. ¡Qué suerte tienes!"_. Entonces él, con una sonrisa muy pícara me dijo que si fumaba, que le dejaban porque ya era mayor. Del bolsillo de su camisa sacó su paquete de cigarrillos "Lucky" casi terminado y me dió dos diciéndome: _"¡Toma chaval! , para que te los fumes en mi honor, cuando te apetezca"_ _"Geacias"_ le contesté, todo contento.
Luego me preguntó si me gustaba el cine y le dije que sí. Me invitó a ir el próximo domingo al cine, día que libraba por cierre festivo de "Casa Jaime".
Me guardé mis cigarrillos en el bolsillo del pantalón y que ya le diría algo si en casa me dejaban.
Cuando llegé a casa, dije que el dependiente de la bodega me había invitado al cine. Como ya lo conocían, no hubo ningún problema y aceptaron.
Yo estaba alborozado, nervioso e impaciente para que llegara el día para estar con Toño. Muchas noches me había masturbado pensando en él.
Cuando llegó el gran día, a las 3,30 estaba ya abajo en el portal. Al poco llegó él. Nos dimos la mano y empezamos a caminar. Al doblar la esquina, ya nadie me veía desde el balcón y entonces me ofreció un cigarrillo y me dió fuego. Fumé con placer, como si fuera un amigo de su edad.
Fuímos al cine, a ver una película de indios y vaqueros. Al rato de estar sentados, sentí como una de sus manos pasaban por debajo de mi chaqueta o abrigo, tocaban mi rodilla, acariciando mi muslo, hasta que encontraron mi paquete y me lo manoseó y sobó a placer, dejándome acalorado y satisfecho. Yo, a mi vez, deslicé mi mano por debajo de su gabardina blanca hasta encontrarle su hueco. Mi mano se restregó en su paquete hasta que se la puso dura. Y así estuvimos toda la sesión hasta el final.
Salimos como si no hubiera pasado nada, a media tarde y como era aún pronto, nos fuimos a la montaña ajardinada que ya conocía, a propuesta mía, por la seguridad que ofrecía el lugar. Andando despecio y fumando, me convidó a un refresco y él se tomó una cerveza; sonriendo me dejó tomar algunos sorbos de su vaso.
Luego llegamos hasta aquel bosquecilla discreto. Fué él quien me dijo si ya me pajeaba y le dije que sí. Que casi toda la vida lo había hecho.
Por aquel entonces, ya no tenía a mi tío conmigo, ni a Pepito. Toño fue su sustituto de afecto y sexo.
Allí, sentados en el suelo, empezamos a tocarnos sin vergüenza. Se notaba que ya tenía experiencia en el tema. Me bajó la bragueta y él sacó su pollón y empecé a mamársela con fruición. Parecía uno de aquellos "irrumators" (chupadores de polla) infantiles que tenían el oficio de complacer las exigencias de los gobernantes y emperadores romanos: Julio César, Marco Antonio, Augusto, Tiberio, Calígula y Adriano entre otros. Con qué maestria se la mamaba, alargando mi boca y achicando los labios, sin tocar los dientes y paseando mi lengua de arriba a abajo, chupando y lamiendo sus huevos, su cabeza, con frenesí y desesperación morbosa. ÉL, entrecerraba los ojos de gusto hasta que se me echó encima y me la puso en mi hueco y empezamos a movernos acompasadamente con gran gusto; así hasta que nos corrimos en aquel mete y saca. Le acariciaba su cuerpo liso y lo besaba en sus labios. Me senía feliz por ser poseído por aquel chico. Me dió unas servilletas de papel para limpiarnos el sémen, el uno al otro. Me contó que le gustaban los niños y adolescentes de siempre y que se había follado a casi todos los niños de su barrio del extrarradio.
A él, lo había pervertido un tío suyo en su pueblo de Andalucía desde los 8 ó 9 años. Fumaba desde los 10 que vino a Cataluña con sus padres y hermanos y se puso a trabajar para ayudar a su familia.
Tenía una apariencia muy varonil, un típico macho ibérico.
Mientras hablaba, le metía mi mano por todo su pecho al descubierto, lujuriosamente desnudo, fuerte, nervudo y lo acariciaba delicadamente, como en un sueño, besándolo en el cuello y boca y sobre todo excitándolo perversamente. Le conté que ya estaba desvirgado por ni tío pero ya hacía meses que nadie me había tocado.
Entonces, me hizo bajarme los pantalones y ponerme de cuatro patas, con el culo al aire y con saliva me lubrificó y me la metió muy rápido. Eché un gritito y empe´zó a moverse dentro de mí, mete y saca sin parar, hasta correrse con un gran chorro de leche caliente. Habíamos regado el suelo con nuestro sémen. Parecía que hubiéramos practicado el antiguo rito de fertilidad de los cananeos y babilónicos, en que todo el mundo follaba con todo el mundo, niños y mayores, para regar el suelo de líquido ´seminal para impetrar a los dioses, la fertilidad de los campos, béstias y humanos en el Año Nuevo.
A partir de entonces, me convertí en su amante oculto del barrio y salíamos ocasionalmente algunos domingos que me dejaban.
Por las noches, Toño era mi sueño porno, mi modelo erótico para masturbarme. Siempre estaba alelado, en la luna, pensando en él y en casa les pareció que estaba enamorado. Todos supusieron que era de mi prima hermana, de mi misma edad; yo ni confirmaba ni negaba. Sonreía maliciosamente. Lo dejaba todo en el aire, entre la duda y la sospecha.
Así estuvimos hasta cumplir los 13 años. Mi abuela murió y todo estaba ya preparado para marcharnos a vivir a la nueva ciudad del norte de España.
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