El negro, mi nuevo vecino. (Parte 2)
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por alej97.
Esta historia está desligada de la primera, pero para comprender mejor este relato, te recomiendo que leas el anterior:
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Algo vibraba, el zumbido era molestoso, incesante… Me desperté de golpe y lo primero que hice fue meter la mano debajo de mi almohada y tomé mi celular, estaba llamándome El Negro.
Se me aceleró el corazón, ¿todo lo que había pasado anoche era de verdad? Contesté.
Era su mujer.
— ¡ERES TREMENDA PUTA MUCHACHO MARICO! ¡TÚ CREES QUE NO ME IBA A ENTERAR! ¡ES QUE CUANDO TE VEA TE MATO A COÑAZOS! ¡VI LAS FOTOS!
¡Las fotos! ¡No!
Mi mamá me quitó la sábana de un jalón.
Me sobresalté.
Estaba sudado.
Todo había sido una pesadilla, gracias a Dios.
Aunque habían pasado varios días, tenía pesadillas con la mujer de El Negro y con las fotos que me había tomado.
Desde esa noche no me escribió ni nada y yo me sentía algo mal porque me imaginé lo peor, pensaba que no lo había complacido como era y 40 y pa la cola.
Agarré mi teléfono, lo revisé y nada, ni un mensaje de El Negro.
— Mijo, pero deja ese teléfono, si te acabas de despertar.
— Me acabas de despertar tú, querrás decir, mamá.
— Como sea, párate para que le lleves un machete al nuevo vecino.
— Ya va, ¿qué? ¿Un machete? Quejeso, ¿y para qué?
— Sí, y una escardilla, un palín y un rastrillo de hierro que tengo ahí.
Deja de preguntar, creo que es para limpiar el patio de su casa por lo del cumpleaños de su hija.
— Ah.
Claro.
La fiesta.
— ¿Qué? A ti te invitaron, tienes que ir tú a llevarle eso.
Anda, apúrate.
— Ay ya va, que se espere.
Ese debe estar durmiendo descansando, debe estar agotado.
— Agotado, ¿por qué? —mi mamá me vio con una mirada inquisidora.
Me conoce, o al menos eso supongo.
— Bueno, ¡Qué sé yo!
— Ay, mijo, mosca con una vaina porque…
— Qué es, mamá, qué vaina ni que vaina, ¿ese no se la pasa en el gimnasio pues? Bueno, debe estar descansando porque debe estar agotado, nada más eso.
— Estás advertido.
— Otra vaina más, ¿Dónde está la vaina esa que tengo que llevarle?
— En el cuarto de los peroles.
— Dale, por lo menos hazme una arepa que tengo hambre.
— Anda a cepillarte y a llevar eso y cuando vengas comes.
Camino a su casa, que estaba a escasos pasos de la mía (a dos minutos), me acomodé lo más que pude, y cuando lo llamé el corazón se me aceleró.
Salió en con un mono de pijama y sin camisa.
¡Dioooossss! ¿Por qué me haces esto a mí?
Se estaba levantando porque estaba tocándose la cara mientras venía a abrirme la puerta del portón.
Mientras pasaba su mano por su cara pude ver en milésimas de segundos que tenía el guebo parado, se le notaba de medio lado.
Además su pecho se veía riquísimo, me dieron ganas de entrar a morderles las tetillas pero me contuve.
Me vio y se dio cuenta de que lo vi, pero nuestras miradas no se cruzaban en absoluto.
Eso fue raro.
— Deja tu miradera —fue lo que dijo y el pulso se me aceleró, me asusté un poco, cosa que era rara.
— Qué es, ¿quién te está viendo a ti piaso e feo? —dije yo.
— Pasa y deja las vainas atrás en el patio.
No le respondí, pasé y él se quedó cerrando la puerta, en el patio de atrás estaba su mujer, acomodando unas cosas en una mesa.
— Hola, mi amor, ¿cómo estás? Disculpa el desastre.
— Hola, bien, ¿y tú? —dije mientras le daba un beso en el cachete.
—Tranquila, me imagino que andan atareados con lo de la fiesta.
— Bueno, algo, jaja.
Gracias por traer el machete… (Pasó el negro susurrándome casi al oído “Claro, si eso es lo que más le gusta…”) ¿Qué dices, amor? —preguntó ella, acomodando otras cosas, supuse que no lo oyó.
— Que qué bueno que haya traído el machete, el rastrillo y eso.
— ¿Sí, verdad?
— No es nada—dije sonriendo y mirando con cara de odio a El Negro.
— Ay, ¿me puedes ayudar aquí con esto que…? —decía ella con las manos cargadas de unas telas.
— Sí, sí, sí, cómo no.
—respondí ayudándola.
— Pónmelas por allá, voy a ver las arepas que se me deben estar quemando.
—y se metió corriendo a la casa.
Ella señaló a donde estaba El Negro, había una especie de cuartico, al lado había un baño, y afuera había una batea, donde El Negro se estaba cepillando.
Cuando le paso por detrás, él se termina de lavar las manos y me sorprende dándome una nalgada y metiéndome en el cuartico, donde había más telas y sin pensarlo me quita las telas de las manos y me arrincona quedando yo con la espalda pegada a la pared.
— ¿Qué haces? ¡Suéltame, Negro! —decía yo, tratando de evadirlo.
— ¿Qué pasa, mi nene? ¿Acaso no quieres de esto? —preguntó agarrando mi mamo y poniéndosela en su guebo, aun
lo tenía parado.
— Suelta vale, que puede venir tu mujer, ¿tú eres loco chico?
— Que venga, no importa… Dime, entonces, ¿no quieres? Porque yo si quiero de esto—dijo pasando sus manos por
mi espalda hasta meterlas debajo de mi short y bóxer y agarrarme el culo abriéndomelo en dos y apretándolo fuerte.
Me sobresalté, hizo eso muy rápido, como si tuviera toda la experiencia del mundo.
— ¡Amor! ¡Ven a comer! —gritó la mujer, y acto seguido se escuchó su voz más cerca, El Negro me soltó y me lanzó en el montón de telas, hasta que llegó un segundo después su mujer y se quedó parada en la puerta.
— Ahí están bien las telas, gracias.
Quédate con nosotros a comer.
— De nada, y gracias, no tienes por qué molestarte.
— No vale, no es molestia, ¿ya comiste?
— No, pero…
— Entonces no hay excusa, vengan, vamos a entrar.
Ella siguió adelante, yo detrás de ella y El Negro detrás de mí.
Antes de entrar me agarró una nalga fuerte y me asusté, los nervios los tenía de punta.
Cuando entramos, la niña de ellos estaba jugando en la sala, y ya las arepas estaban en la mesa, pero sin rellenar, luego nos sentamos.
— ¿Te gusta el huevo? —me preguntó ella.
— Le encanta —respondió El Negro en voz baja sonriendo.
Yo puse los ojos en blanco.
— ¿Qué dices, amor? No escuché.
— Que obvio que le gusta, ¿a quién no?
— Bueno, yo no sé, jajaja.
— Sí, sí me gusta… mucho.
—El Negro sonrió por lo bajo y mientras ella estaba de espaldas, él me habló al oído.
— Yo lo sé mejor que nadie—dijo.
— Bueno, hay huevo, también queso y jamón, puedes rellenarla con lo que quieras, mi amor—me dijo.
Comí lo más rápido que pude y sentía el ambiente algo tenso.
O quizás solo eran ideas mías.
Terminé de comer, me despedí y me fui.
Cuando llegué a mi casa, revisé mi teléfono y nada, ni un mensaje de El Negro.
Llegó el sábado y decidí ir temprano a la casa de El Negro a ver “si necesitaban ayuda en algo”.
Obvio, soy zorra y no me aguanté las ganas de ver a ese negro aunque sea un segundo.
Cuando llegué ya en el patio de delante de la casa había varios adornos de fiesta y esas cosas.
La mujer de El Negro me vio y me invitó a pasar y me ofrecí a ayudarle en lo que necesitara.
Sin entrar a la casa, estuve ayudándola a inflar unos cuantos globos.
Después no me aguanté y abrí
mi bocota.
— ¿Y El Negro? —pregunté con indiferencia.
— Ah, se debe estar bañando ahorita, estaba arreglando unas cosas allá adentro.
— Ahh —fue lo único que pude decir.
Siempre he pensado que las casualidades no existen, porque no creo que “por casualidad” yo estuviera ahí en ese instante, instante en el que El Negro salió en paños al patio a preguntarle algo a su mujer, y cuando notó mi presencia, se detuvo y me hizo un gesto de saludo con la cabeza y habló con ella un par de segundos.
Yo no le presté atención a lo que hablaban sino que me quedé embelesado por el cuerpo de ese hombre.
Recordé que fue todo mío, después la voz de su mujer me trajo de nuevo en sí.
— ¿Lo vas a ayudar?
— ¿Ah? —yo no entendía.
— Que El Negro está diciendo que necesita que le ayude a no sé qué cosa allá adentro pero le dije que estoy muy ocupada.
Porfa, ¿me harías la segunda de ir tú? Es que si no voy se pone la peluca después.
• Hacer la segunda: hacer un favor.
• Ponerse la peluca: molestarse.
—Bueno, sí, dale, no hay rollo.
Dejé una bolsa de globos en una mesa de afuera y entré directo a su cuarto.
El corazón se me aceleró.
Entré y no estaba.
Vi detrás de la puerta y nada.
De pronto alguien me hace cosquillas en la cintura y pego un brinco.
— ¡Ay! —dije, en un tono muy marico.
—Ay vale.
—Me asustaste.
Cállate.
—Cállame —dijo
—Ay vale.
—Jajaja, qué rata.
—Para nada—respondí— ¿En qué era que necesitabas ayuda?
—Era para que me ayudaras a poner eso.
No nada, olvídalo.
— ¿Quéee? Habla claro, lo que querías era tenerme aquí solo en el cuarto.
—Quisieras tú jajaja.
—Ay, sí, porque tú no.
—Yo no he dicho que no —dijo él.
Me sonrojé.
— ¿Entonces sí quieres?
— ¿Qué? —preguntó él.
—No me mames gallo vale, habla claro es lo que es.
—Pero qué carácter… Bueno, ya te respondí.
— ¿Y por qué ni un mensaje me mandas? Naguará.
Se nota el interés.
Necesito que borres las fotos.
— Olvida las fotos, no te preocupes por eso.
¿Cómo te voy a escribir con la cuaima aquí?
Cuando dijo eso me reí fuerte.
Por un momento pensé que su mujer me había escuchado pero como que no porque no entró al cuarto.
—No seas labioso Negro.
A mí no me puedes mentir, yo tengo un doctorado en reconocimiento de labia a simple vista.
— ¿Ah, sí? —dijo, sentándose en la cama con las piernas abiertas.
Aun tenía toalla puesta, pero se le veía la
entrepierna.
Qué rico era ese hombre.
—Sí—dije yo cruzando los brazos, recostando mí espala en la puerta del cuarto.
Lo único que hizo fue sonreír pero de manera pícara.
Eso me encantó.
— Dicen las malas lenguas que también tienes un doctorado en mamar guebo.
—esta vez reí yo.
— Aj, supongo que hablas de “malas lenguas” es porque hablas de la tuya propia, de tu lengua.
Rió y yo reí con él.
—Ven acá.
—me dijo tendiéndome una mano.
Fui, quedé frente a él y me dio sus dos manos.
Por un momento no dijimos nada.
Él solo vio mis ojos profundamente, como si buscara algo.
Su cara se tornó seria.
Yo también dejé de sonreír.
Sentí como si sus pensamientos dijeran que me quería coger en ese mismo momento.
Luego me jaló hacia él, tumbándonos en la cama, quedando yo encima de él.
Aún su cara era seria.
Pensé en besarlo pero dejé que él diera el primer paso.
Luego de un tirón me dio media vuelta y ahora quedó él encima de mí.
Me veía a los ojos y sentí cómo su mirada bajó a mis labios.
Cerré mis ojos y sentí un beso en el cuello.
Me estremecí.
Comenzó a darme besitos lentamente hasta llegar a mi oreja y pasar su lengua por toda la orilla y luego introducirla.
Mi espalda se arqueó, me recorrió por el cuerpo entero una corriente eléctrica.
Luego sentí su voz suavecito.
— Mámamelo ahí, ¿sí va? — soltó.
Yo me reí de golpe.
¡Qué romántico! jaja
— ¡Qué romántico!
—Bueno, pero si quiero que me lo mames, naguará.
—dijo esto e hizo puchero.
Fue la cosa más rara que vi.
Se vio tierno.
—Como usted mande Sr.
—respondí yo.
Cuando le quité la toalla pude verle mejor el guebo, estaba semi-erecto y me lo metí enseguida en la boca.
Se sorprendió de que me lo metiera en la boca tan rápido.
Y uff.
Qué rico se sentía.
Su textura, su flacidez en ese momento.
Era sensacional tener ese guebo tan rico en la boca y se lo hice saber chupando lo mejor que podía.
Me lo tragaba todo porque aún estaba un poco flácido, cosa que me encantaba.
—Pero cómo te gusta, mariconsito.
Mámamelo, eso…sí…así…uff… tú sí sabes.
Me encantaba que me dijera cosas así.
Me sentía puta.
Y eso me gustaba.
—Hmm.
está rico.
Se rió.
— Es que se te ve en la cara lo perrita que eres y las ganas que tienes de mamarme el guebo.
Trágatelo todo.
Eso, así.
Pasaron unos segundos y su verga estaba totalmente erecta y no puede tragármela por completo, pero lo intentaba.
Aunque solo me cabía la mitad.
Me encantaba estar ahí, mamándole el guebo a ese negro fornido.
Por un momento hasta me olvidé de su mujer y de que en cualquier momento podría entrar y verme en cuatro mamándole el guebo a su marido.
Realmente no me cabía ya todo en la boca, estaba completamente parado y de verdad tiene el guebo grande, pero él seguía agarrándome del cabello para que me lo tragara todo.
Me dieron arcadas y segregué más saliva que antes.
— ¿Te gusta perrita? Dime pues, ¿te gusta mamarme el guebo?
De pronto me dio con la mano derecha en mi sien.
No me dolió, pero sí pegaba con rudeza.
— Sí me gusta.
Mucho.
—Pues sigue, que te voy a acabar en la boca.
—No, puede venir tu mujer, ¿estás loco?
No respondió, en vez de eso, se levantó de la cama y recostó su espalda en la puerta del cuarto, colocando sus manos en la cabeza y meneando el guebo de un lado a otro, como ofreciéndole a una perra su hueso.
Fui de rodillas tras mi hueso, y cuando lo tuve en mi cara, sin tocarlo con las manos movía de un lado a otro mi rostro para sentir ese guebo en toda mi cara, luego, después de sentirlo, de olerlo, su guebo quedó encima de mi nariz, como dividiéndome la cara en dos.
Así, comencé a pasarle la lengua por debajo, lentamente.
Él solo suspiró.
Llegué a su glande y se lo chupé como una chupeta por unos segundos, y enseguida me lo tragué lo más que pude.
Así estuve hasta que comenzó a tomarme del cabello y me lo halaba fuerte, queriéndome meter el guebo hasta la garganta, cosa que era casi imposible, pero él seguía y yo me dejaba hacer.
Parece que estaba muy excitado porque de pronto sentí sus espasmos y supuse que iba a acabar.
—Dale, sigue mamando, voy a acabar, te voy a acabar en la boca.
—Hmm, mjmm, mjmm.
Sentí aumentar su respiración y me tapó la nariz con su mano izquierda mientras que con la derecha me tenía agarrado del cabello.
—Uff, sí, así… Ahí voy, ahí voy, ah, ah, ah, trágate la lecha, traga, eso, eso.
Uff, qué rico.
Sentí el espesor de su leche en mi boca, estaba calentita, pero su sabor… ¿cómo definirlo? (Mejor en los comentarios definan ustedes su sabor, a ver si concordamos)
Tragué hondo.
Él me quitó del medio y buscó la toalla que estaba encima de la cama, se la enrolló y de espaldas habló:
—Salte para allá afuera.
Mi mujer puede venir en cualquier momento.
—Ya va, ¿Qué?
— ¡NEGRO, AMOR! —Gritó la mujer.
Más oportuna imposible.
—Te lo dije —dijo El Negro.
Yo salí y me la encontré en el pasillo camino al cuarto.
— ¿Listo? —preguntó ella.
—Sí, sí.
—respondí con una sonrisa.
Me fui a mi casa a esperar la noche y a eso de las 8 bajé a la fiesta.
Bañándome me afeité y quedé limpiesito.
Desaparecí el rastro de bigotes y barba que me crecía.
Me cepillé más de lo normal antes de salir, y me eché colonia.
Me fui vestido con mi jean favorito, que me quedaba ajustado y me levantaba algo el culito.
Llevé una franela marrón algo clara (me gusta la ropa unicolor) y me peiné lo más lindo que pude (tenía la cresta).
Usé zapatos Circa.
Realmente no me veía marico.
Supongo.
Cuando entré, había más gente de lo que pensé.
Casualmente me encontré con unas amigas y amigos de San Diego (que estudiaban en la universidad conmigo) y me uní a ellos.
Después de un rato, de mis pensamientos no salía El Negro.
Quería verlo, pero nada que se aparecía.
Vi a su mujer entre la movida de la gente, me le acerqué y le di el regalo de la niña.
Me lo agradeció con un beso.
—Este cree que yo no tengo más ocupaciones, nojoda.
—dijo ella marcando un número por teléfono.
— ¡Y de paso ahora no me atiente el coño e su madre ese!
— ¿Quién? ¿El Negro? ¿Qué pasó?
— Sí, que se suponía tenía que estar ya aquí con unas bolsas de hielo, y nada que llega.
Debe ser que anda
cogiéndose a una puta.
— ¿Por qué dices eso?
— Ay, mi amor, yo conozco mi ganado.
— ¿Pero en serio crees que esté con alguna mujer?
— ¿Con quién más podría estar? ¿Con un hombre? Marico no es, que yo sepa.
Eso sería el colmo.
— Jaja, no bueno, yo también lo dudo.
— ¿Tú me podrías hacer el favor de ir donde el señor Rómulo a ver si está allá? Anda, porfa.
— Sí, sí, dale, yo voy.
Y me encaminé a mi misión.
Yo no me imaginé verlo con alguna mujer, estaba en el barrio, cualquiera iría a chismearle a su mujer.
¿Pero cuál fue mi sorpresa cuando iba llegando al negocio del señor Rómulo? ¡El muy perro estaba habla que habla con una tipa! Ella estaba recostada a la pared y él tenía una mano en la pared, como impidiéndole el paso a la chama, y en la otra tenía dos bolsas de hielo, que reposaban a sus pies.
Fue extraño, porque me sentí algo celoso.
Lo que es ridículo porque él y yo solo tiramos, nada más.
Pero en fin.
Llegué a su espalada y lo sorprendí diciéndole en el oído:
— Se te van a derretir las bolsas de hielo.
Se sorprendió y soltó las bolsas.
— Coño, maricón.
Me asustaste.
Habla, ¿te mandó la cuaima, no?
Se puso muy nervioso.
Su mirada iba de un lado a otro, como queriendo darme una explicación.
La chama se rió.
Yo puse cara de culo.
— Sí, están esperando el hielo.
— Me di la vuelta y caminé a la fiesta.
Era un camino algo largo, porque era varias cuadras y tenía que cruzar unas cuantas veces, eran como veinte minutos de camino.
— Ya va, espérame.
—agarró las bolsas de hielo con la otra mano y se despidió de la chama con un beso en la boca.
El corazón se me aceleró.
¡Qué maldito!
— Pudiste decirle a ella que te acompañara.
Digo.
— ¿Celosito?
— ¿Cómo que “¿Celosito?”?
— Sí, habla claro, estás celoso.
— ¿Celoso yo? ¿Por qué habría de estarlo?
— Porque me besé con la chama.
— Eres un maldito.
Tú mujer…
— ¿Y tú qué? ¿Ahora te entró una de moralista?
— Qué moralista ni qué coño.
Es que… Aahhs
— ¿Pero qué pasa bebé? —Caminé más rápido para dejarlo detrás.
Él caminó rápido también y me alcanzó.
— No entiendo qué te pasa.
— Nada.
¿Qué me va a pasar? ¡Nada! —Crucé a la derecha, y la calle estaba oscura.
Seguí caminando.
Él se
apresuró más y al llegar a la esquina me agarró por el brazo y me metió por una vereda.
— ¿Qué haces? Suéltame que me estás lastimando.
— No te me pongas así vale, comparte —intentó besarme y no lo dejé.
— ¿Compartir qué?
— A mí, con la chama.
— Te pasaste de cínico.
Déjame quieto que me voy.
— No.
— Sí.
— Que no.
— Que sí.
— Ay, menorcito, usted no me levante la voz así, ¿me oyó? —dijo, dándome una leve cachetada.
— ¿Ah, sí? ¿Qué vas a hacerme?
— Te voy a coger bien duro para que dejes la mariquera que tienes.
— Tú no me vas a coger.
— ¿Ah, no?
— No.
— ¿Y por qué?
— Porque yo digo pues.
— ¿Ah, sí?
— Sí.
Dejó caer las bolsas de hielo y me agarró de la mandíbula.
Yo no decía nada.
¿Para qué? Si él podía hacer conmigo lo que le diera la gana y cuando le diera la gana.
Me vio a los ojos y su mirada era de macho arrecho, de fúrico.
Me chupó el labio inferior y me pasó la lengua como si me lamiera ambos labios.
Me soltó, y enseguida me dio la vuelta con su mano derecha, y llevándome hacia él con su izquierda, quedando pegado de espalda mi cuerpo junto al suyo.
Seguidamente me agarró duro del cabello y me habló al oído, como supuse que lo haría.
— Te hubieras dejado de rodeos y me hubieras dicho de una que lo que querías era que te echara una cogida y ya.
— Puede venir alguien —fue lo único que se me ocurrió decir.
— Nadie se va a meter a esta hora por una vereda así de oscura, pajúo.
Me dio una nalgada y me comenzó a quitar el pantalón.
Yo lo ayudé.
No me lo quité por completo, solo lo bajé hasta mis pies.
De un coñazo me bajó los bóxers y enseguida sentí su aliento en mi culo.
— Uff, esto sí huele rico, nada como un culo de un mariquita.
Sentía su respiración en mis nalgas.
Respiraba con mayor intensidad para que yo sintiera.
Me abrió el culo con las dos manos y cerré los ojos, y pasados dos segundos sentí como me pasaba la lengua lentamente por toda la raja del culo.
Se sintió muy rico.
La pasó de arriba hacia abajo y viceversa.
Luego dio unos mordiscos, primero de un lado, luego del otro.
Abrió con las dos manos lo más que podía y metió su lengua hasta donde pudo.
Yo vi el cielo.
Flexioné un poco las piernas y me dio una nalgada.
Comenzó a pasar su lengua alrededor de mi orificio, y luego metía la lengua hasta donde pudiera.
Así estuvo por un rato.
Me chupaba, me daba mordiscos, me nalgueaba.
— ¿Te gusta así, bebé?
— Uff, sí, sí, sigue, por favor, no pares.
Colocaba una mano en mi espalda y la otra me agarraba una nalga.
Seguía chupando y chupando.
Y yo feliz del placer que ese negro me estaba dando.
No me aguanté y lo agarré por el pelo.
— Ay, ay, así, sí, sigue por favor.
Ah, ah.
— Suelta que me vas a despeinar—dijo quitándome mi mano de su pelo de un tirón.
— ¿Puedo acabar así? Ya no aguanto, en serio.
Qué rico.
— No —dijo él.
— Anda, porfa.
Ay, ay, así.
Uff, si.
— No te toques el guebo por vamos a tener peo.
— Esta bien, pero quiero acabar.
— Acaba pues, maricón.
Ya sabes que si te quiero coger después no me vas a decir que se te quitaron las ganas.
— No, obvio no.
Dejó de hablar y me metió un dedo.
Sentí como si se deslizara una culebrilla en mi interior.
Lo sacó y siguió chupando.
Luego comenzó a chuparme y morderme a la vez, mientras me daba nalgadas con ambas manos en ambos glúteos.
Una
Dos
Tres nalgadas al mismo tiempo.
— Acaba pues.
Otra nalgada
Y otras dos más.
No aguanté y solté un chorro de semen que casi me lleno el pantalón.
— ¿Ya?
— Sí —dije entre cortadamente.
— Camina rápido.
Dos cuadras antes de llegar a la fiesta pasamos por otra bodega.
En ella estaba recostado en la pared un colector
(Daniel, con el cual pasó algo, ya contado en el relato)
— Habla, Daniel.
— Háblame, Negro.
¿Qué haces por ahí?
— Estaba pa donde Rómulo comprando unos hielos.
¿Y tú, qué andas haciendo por estos lares?
— Es que por la casa no había queso.
— Este tiene bastante —dijo señalándome a mí.
Pero yo a Daniel ni lo había visto.
Es que ni el nombre lo recordaba.
— ¿Sisa? —preguntó Daniel e hizo una seña con los dedos (que es como aquí llaman marico a la gente)
El Negro solo asintió y seguimos caminando.
Yo no le presté mucha atención en ese momento a Daniel.
Ni recordé su
cara o cuerpo ni su voz o nombre.
Nada.
Pasó desapercibido para mí.
Muchísimo después fue que supe ciertas cosas.
Llegamos a la fiesta, en la cual no pasó gran cosa.
Era una fiesta infantil y lo paradójico de todo es que ya eran las once de la noche.
En el transcurso de la fiesta bailé, hablé con mis amigos, y hubo un momento en que no noté más la presencia de El Negro y me dispuse a buscarlo.
Incluso le pregunté a su mujer, y me dijo que debía estar es su cuarto, que fuese a ver.
Obvio fui.
Toqué la puerta, dijo que pasara.
Y ahí estaba.
Acostado en monos grises de dormir (los cuales le marcaban el guebo y el culo) viendo televisión.
Tenía una franelilla (guardacamisas) blanca.
Sus brazos grandes y musculosos relucían mejor que nada.
— ¿Qué pasó? —preguntó.
— Nada.
— Ven —dijo señalando su cama, abriéndome espacio para que yo me acercara.
Obedecí y me senté en el lado
izquierdo de la cama.
Estaban pasando una película romántica.
— Quita eso —dije yo
— ¿Por qué? A mí me gustan las películas románticas.
— Ay, vale.
— ¿Qué pasa pues? Cero maricoteo.
Reí a carcajadas.
Se puso serio (pero también era joda) después comenzó a hacerme cosquillas y forcejeamos unos segundos.
Luego su cabeza quedó en mis piernas y yo recostado al espaldar de la cama.
Comencé a acariciarle el cabello y seguimos viendo la película.
Después siguió haciéndome cosquillas y le agarré el guebo duro, se lo apreté con todo y bolas.
Eso lo dominó.
Me soltó y se acostó en la cama.
Luego comenzó a intentar agarrarme el culo, pero obvio no podía, puesto yo estaba sentado.
— ¿De quién es este culito, ah? ¿De quién? ¿De quién?
Hablaba como si estuviera hablando con un bebé.
— Tuyo.
¿De quién más podría ser?
— Eso espero.
Que sea mío nada más.
— ¿Ah, sí? Qué arrecho.
— Ah, pues, solo cuido lo que es mío.
— Tú sí que no tienes moral, chamo.
— ¿Por qué, pues?
— Hace nada estabas con una tipa besándote y bueno, quien sabe a cuántas más te coges y esperas que yo sea solo
tuyo.
— Eso es distinto, menor.
— ¿Distinto?
— A mí las mujeres me sobran.
Es que si se me ofrecen ¿qué puedo hacer yo? Cogérmelas y ya.
— Uyyy, te odio.
—dije lanzándole una almohada.
— ¿Y ahora qué dije?
— Cállate.
Chao.
— ¿Y pa dónde cree que va usted? —sentenció parándose y colocándose frente a la puerta para no dejarme salir.
— A mi casa.
Ya picaron la torta y la gente ya va a comenzar a irse.
— ¿Y a mí qué?
— ¿Qué de qué?
— ¿Crees que me vas a dejar así? —preguntó y me agarró una mano y la puso en su guebo.
Estaba semi erecto.
— Puede venir alguien.
— No vale, no seas corta nota.
No va a venir nadie.
— Que no.
— Anda vale, no seas así.
Compláceme.
Mira que me dejaste con las ganas hace rato.
— Nou.
— Anda, bebé.
—dijo y me haló hasta él.
Me puso de espaldas y me recostó el guebo.
Estaba más erecto que antes.
No podía hacerlo, pero me moría de ganas.
Comenzó a besarme la oreja izquierda y luego poco a poco bajaba por mi cuello, donde me mordía suave mientras
que sus manos las metía debajo de mi ropa y me tocaba las tetillas.
No pude aguantar.
Me bajé los pantalones hasta los pies y él me hizo señas con las manos a manera de aprobación.
Me bajé el bóxer y me puse en cuatro en la cama.
Total.
Ya me había mamado el culo y yo ya le había mamado el guebo.
Faltaba que me cogiera.
— Métemelo.
— Esooo.
Viste que sí eres zorrita.
No respondí.
A manera de respuesta me abrí el culo con las dos manos lo más que pude y mi cabeza quedó tendida en
la cama.
Se acercó y se agachó un poco y me escupió en el culo.
Lo sentí frío.
Acto seguido sentí su lengua por completo.
Así estuvo como por dos minutos, cuando se levanta me pasa el guebo por la raja, simulando cogerme pero sin cogerme.
Eso me volvía loco.
— Métemelo.
— Como mande, Sr.
—dijo.
Y comenzó a metérmelo.
Me ardía porque no era delicado, me imagino que él suponía que iba a entrar de una.
Lo que hizo fue sacarlo y echarle saliva, volverlo a meter y así.
Me ardía menos, pero sentirlo dentro era rico riquísimo.
Comenzó a cogerme más rápido pero cuando me dolía lo detenía con mis manos.
Al cabo de quince minutos ya estaba listo para que me cogiera como quisiera.
Sentía cómo me abría por dentro con cada metida que me daba.
Solo apretaba fuerte la sabana y escondía mi cabeza en una almohada.
— Ah, ah, ah, sí, sí.
Así, no pares.
Dame, dame, métemelo, métemelo.
— ¿Te gusta, ah? Pídeme más.
Pídeme más, putica.
— Ay, ay.
Dame más.
Métemelo más.
— ¿Así? ¿Ah? ¿Así?
Con cada palabra que decía me daba una embestida.
Eso me volvía loco.
Sentía como tocaba algo dentro que me producía mucho placer.
Pero a su vez sentía ganas de acabar, pero obvio no quería acabar.
Y sin pensarlo se quitó por completo los monos y el bóxer y se montó en la cama.
Así continuó cogiéndome en cuatro y sin previo aviso me puso un pie en la nuca, apretándome más hacia la cama.
Me encantaba esa imagen.
No tenía buena respiración y volteé mi cara, sintiendo su pie en parte de mi cuello, oído y cachete.
De esa manera me cogía más rápido, me tenía agarrado por la cadera y su ritmo era bestial.
Yo sabía que no podía hacer mucho ruido y gemía por lo bajo.
— Ay, Negro.
Qué rico.
Dale, más duro, sigue, sigue.
— ¿Esto es lo que tú quieres? ¿Esto? ¿Esto? —y me daba más duro.
— Sí, sí.
Ay, ay, tan duro no.
Ay, ay.
— Cállate.
Tú querías llevar guebo como buena zorra, aguanta.
De un solo trancazo me levantó y me dio la vuelta, lanzándome en la cama, quedando con las piernas semi abiertas y
hacia arriba y con el culo a su disposición.
Cuando me lo sacó sentía el culo frío, como si le faltara algo: guebo.
En esa posición me sentía en la gloria pero a su vez, me sentía indefenso, desprotegido, era como si estando yo así no pudiera hacer nada, como si él fuera dueño y señor mío.
Me agarró de los tobillos, para no tocarme los zapatos y me abrió lo más que pudo.
Comenzó a metérmelo lentamente.
Lo sacaba lentamente.
Yo suspiraba.
Si hubiera sido por mí, me fuese quedado de esa manera toda la vida.
Qué placer tan hijo de putamente rico, nagueboná.
— Uff, qué rico culito tienes.
— Cógeme.
Así, sí.
Ay, uff, qué rico.
Siguió cogiéndome.
Era algo incomodo estar medio vestido y en esa posición, pero cuando tenía el guebo adentro todo se me pasaba, todo se me borraba de la mente.
Me lo metía tanto que me dolía, pero era como un dolor placentero ¿les ha pasado?
— Ay, ay, me duele, me duele.
Sácalo un momento.
Ay, ay.
— No.
Dicho esto me dio una cachetada y me silenció.
Me tapó la boca con una de sus manos y siguió cogiéndome mientras
se reía.
Yo, en cambio, estaba adolorido.
Pero no me importaba mucho.
Todo por complacerlo a él.
¿Qué más da? Yo era suyo por completo sin que él me pidiera siquiera.
Me lo sacó súper rápido y me levantó, me recostó de la puerta y comenzó a cogerme así, de pie.
Yo tenía las piernas lo más abiertas que podía.
Me agarró fuerte el cabello y me lanzó al piso, yo solo me dejaba hacer.
Me estiró hasta que quedé completamente tendido boca bajo, se me encimó y buscaba mi agujero como desesperado.
Me lo metió tan rápido que di un leve grito.
— Aaaaayyy.
— Cállate, coño.
Que puede venir alguien.
—dijo esto y me dio un golpe en la sien.
Obedecí.
Esa posición era riquísima, porque podía sentirlo encima de mí, su cuerpo entero, aunque estuviera en franelilla.
Mientras me cogía me mordía una oreja un rato, me la chupaba, y sin más me metía la lengua (cosa que él sabía me volvía loco y más puta).
Cuando me metía la lengua en el oído era como si el culo se me abriera más.
Me sentía más dado.
Más puta.
Más zorra.
Me lo sacó y se levantó.
Me puso de rodillas y comenzó a hacerse la paja.
— AH, AHH, AHHHHH.
En menos de un minuto mi cara estaba llena de lechita tibia.
Quería mamárselo pero tuve miedo de que lo tuviese sucio y no.
Cuando terminó me pasó el guebo por toda la cara, regándome la leche por cada centímetro de mi cara.
Se rió.
— Nagueboná, tenías ese culito rico.
— ¿Dónde me lavo?
— Ah, sí, jajaja, cierto.
Toma una franela mía.
—Dijo, lanzándome una franela morada— Y salte rápido del cuarto, que
ya pasó bastante tiempo.
Me subí el pantalón, me acomodé bien, me terminé de limpiar y cuando iba a salir, entró la mujer de El Negro.
Juro que por una milésima de segundo sentí que leí sus pensamientos y que ella le extraño vernos ahí.
Por fortuna El Negro se había vestido ya y estaba acostado viendo TV.
Ella se quedó en la puerta, lo vio, le lanzó un beso, yo lo vi, y sentí cómo su mirada pasó de su mujer hacia mí.
— Están preguntando por ti.
Que si te vas ya…
— Ah, vale.
—Salí y ella entró al cuarto.
Tuve terror de lo que pudieron hablar.
Cuando salí había pocas personas.
Me uní a mis compañeros y hablamos por un rato más.
Me iba a despedí pero no lo encontré apropiado.
Mientras mis compañeros hablaban cuando caminábamos por la calle, no podía yo dejar de pensar en El Negro.
Ese negro sí que estaba rico, como le daba la gana, y aunque era un mujeriego y se cogía a cualquier mujer que se le pasara por enfrente, y aunque era prepotente y sarcástico y dominante, a mí me encantaba.
Y sabía que haría lo que fuese por ser cogido por ese hombre.
CONTINUARÁ… Instagram: @alfrestrada
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