El niñero: en la cabaña
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por angelmatsson.
Mi nombre es Benjamín y en ese momento tenía 17 años recién cumplidos.
Acababa de terminar el colegio, y decidí tomarme un año sabático antes de entrar a la universidad.
Las vacaciones recién comenzaban y me disponía a armar mis planes veraniegos con mis amigos.
Pero una persona frustró mis planes.
Agustín, mi hermano de 14 años, había planificado un viaje con cuatro de sus amigos de infancia a una cabaña en un lago cercano.
Se quedarían por dos semanas, pero no irían a menos que alguien mayor los acompañara.
Para mi desgracia, ese “alguien mayor” era yo.
Al principió no acepté, encontraba injusto que frustraran mis planes.
Pero me convencieron con la paga que recibiría por cada niño, y terminé aceptando.
Conocía a todos sus amigos, ya que desde pequeños que están juntos y los vi crecer junto con mi hermano.
Las edades variaban entre los 14 y 15 años, lo que hacía mi trabajo un poco más difícil.
Pero creía que podría controlarlos ya que, por suerte, no eran demasiado problemáticos y nos llevábamos relativamente bien.
Estaba Pablo de 15, era el típico niño rata que vivía pegado al computador.
Era el más alto del grupo, su cabello era negro y piel blanca, con unos redondos ojos cafés y una tierna sonrisa.
Luego estaba Eduardo que también tenía 15.
Él era el más serio y maduro del grupo, tenía un lindo cuerpo, cabello castaño oscuro, piel canela y ojos de color café claro, y con una encantadora sonrisa de labios rojos.
También estaba James de 14 años.
Era más o menos alto (me llegaba un poco más debajo de la oreja.
Yo mido 1.
80), cabello pelirrojo, su piel era de un color blanco lechoso y con unas tiernas pecas a nivel de los pómulos; sus ojos eran de color verde oscuros, y era el típico chico guapo que sabe que lo es y que se pavonea por la vida.
Y por ultimo estaba Erick de 15 años, trigueño y muy risueño.
Erick era el que más simpatizaba por ser simpático y extrovertido.
Además de que lo encontraba muy guapo con sus ojitos de color avellana y cabello rizado.
Todos ellos serían los chicos que tendría que vigilar durante dos semanas, y también mi hermano Agustín.
Él era también un chico extrovertido y molesto.
No se callaba nunca y a veces me daban ganas de que se le acalambrara la boca para dejarme descansar con tranquilidad.
Aun así, nos llevábamos muy bien y nos queríamos bastante.
Pero en ese momento tenía sentimientos encontrados ya que yo hubiese querido irme con mis amigos en vez de cuidar a los de él.
El lunes llegaron todos a las 7 de la mañana.
Tanto Erick como James, lucían tremendamente sexis con sus expresiones de sueño, debido a lo temprano que era.
El padre de Eduardo nos iba a ir dejar a la cabaña y luego se devolvería.
Toda la semana estaría solo con los chicos, hasta que llegaran nuestros padres el sábado.
Cuando llegamos, ordenamos las cosas y guardamos la comida.
Luego de tomar desayuno, la manada de chicos salió disparada hacia la playa y yo salí tras ellos.
Me senté en la arena y los vi jugar futbol a la orilla del lago.
No aguantaron mucho tiempo, y pronto ya todos estábamos nadando y disfrutando del día.
Luego de un rato, me salí y me dirigí a la cabaña para calentar la comida y una vez listo, procedí a ir a buscarlos.
Desde la arena les grité hasta que uno por uno fueron desfilando en dirección a sus toallas.
Me deleité viendo los cuerpos de Erick, James y Eduardo, y sobretodo el de James, quien tenía las mejores nalgas (aunque había otro que le seguía muy de cerca).
Entre ruido y risas, comimos y luego comenzamos a gestionar como nos ordenaríamos para dormir.
La cabaña tenía solo 2 habitaciones: una con dos camas de 1 plaza y media, y otra con una matrimonial.
Al final decidieron que sacarían los dos colchones de plaza y media, y los juntarían en el living frente a la TV, y así dormir todos juntos.
Yo, por mi parte, usaría la cama matrimonial.
Una vez zanjado el tema, volvimos al lago.
A eso de las 2 de la tarde, decidimos ir a recorrer el pueblo que estaba cerca de ahí.
Jugamos con las maquinas, comimos churros y helados, y llegamos a la cabaña casi a las 8 de la noche, completamente muertos de calor.
Prendimos una fogata en la arena y comenzamos a conversar de la vida.
El ambiente era muy tranquilo, debido a que la temporada de verano aun no se abría oficialmente, y la playa estaba casi vacía.
No nos dimos cuenta que las estrellas nos rodeaban y que el sol ya no estaba.
Pero aun así, el calor era terrible.
-¿Qué pasa si nos bañamos de noche?-preguntó Erick.
-Pues nada.
– contestó Agustín.
– Dicen que a esta hora el agua es más tibia.
-¿Nos podemos bañar?- me preguntó James con voz suplicante.
-Claro, pero tienen sus trajes de baño en la cabaña.
– dije.
– Tendrán que ir a buscarlos.
-Nah.
-interrumpió Agustín.
– Estamos entre machos.
Bañémonos desnudos bajo la luna.
Todos abrieron los ojos con sorpresa, aunque una gota de entusiasmo se les asomaba por los ojos.
-Vamos.
– los incitó mi hermano.
– El ultimo es popó de perro enfermo.
De la nada, y ante mi atónita mirada, una lluvia de ropa cayó sobre mí.
Solo alcancé a ver unas difusas sombras alejándose de la luz de la fogata.
Los vi jugar en el agua, y escuché sus estruendosas risas entre el susurro del viento.
Me levanté y reuní sus ropas para que no se perdieran en la oscuridad.
Mi cuerpo reaccionó cuando recogí la ropa interior de James, y por un momento quise llevármela hasta mi nariz e inhalar su delicioso aroma.
Me controlé y deposité su ropa cerca de mí, para tenerlo cerca cuando se vistiera.
Cuando ya eran las 10 de la noche, los chicos comenzaron a salir del agua, y poco a poco, sus cuerpos fueron tocados por la luz de la fogata.
Pablo, Erick y Eduardo, eran los únicos a quienes se les veía una pequeña mata de vellos en el pubis.
Mientras que Agustín y James, a pesar de tener un buen pedazo de carne, eran completamente lampiños.
Pero a medida que se acercaban, mi vista solo se concentró en James.
Él venía caminando con esa seguridad y personalidad que solo él tenía.
Su pene se contoneaba de un lado hacia el otro, chocando en sus preciosos testículos lampiños.
Su piel era de un rico blanco lechoso (que a la luz de la luna y por la humedad del agua, brillaba con un tono perlado), sin ninguna imperfección y que comenzaba a ser surcada por los músculos.
Su glande estaba cubierto por un delicado prepucio que, al igual que su escroto, tenían una leve tonalidad cobriza.
Los cincos hicieron un círculo alrededor de la fogata, y entre risas y saltos, esperaron a secarse antes de ponerse la ropa.
Una erección potente se formó entre mis piernas cuando tuve vista de sus delicadas y puras nalgas.
La de James era muy redonda y levantada, y provocaba unas feroces ganas de azotarla.
Crucé mis piernas para no delatar mi erección y disimulé mi rostro que de seguro ardía en calentura hormonal.
El sexi pelirrojo se colocó a mi costado y comenzó a vestirse.
Cuando se inclinó, involuntariamente, mis ojos se clavaron en la hendidura de sus nalgas y, perdido en esa deliciosa visión, la mirada de James me descubrió.
Un millón de ideas se cruzaron por mi mente.
Acaba de cometer una imprudencia, y el rostro de James mostraba la incomodidad.
Pero para mi sorpresa, guardó silencio y se terminó de vestir con un confuso gesto.
“Quizás no se dio cuenta” pensé.
“ Es imposible.
Fui muy obvio” La erección se bajó y caminé hacia la cabaña en completo silencio.
No me atreví a mirarlo a la cara y no le dirigí palabra alguna.
Esa noche me dormí con un nudo en mi pecho y con el miedo de que James dijera algo.
Durante el transcurso de los días todo estuvo bien, aunque las miradas de incomodidad entre James y yo, se mantenían.
A pesar de haber sido descubierto, no podía dejar de verlo nadar o caminar cuando no me observaba.
Su cuerpo y su desplante me excitaban de sobremanera, y todo mi cuerpo lo llamaba a gritos.
-¡Benjamín!-escuché a lo lejos.
– ¡Benjamín!
-¡¿Qué?!- grité
-¡Ven a jugar con nosotros!-gritó Agustín.
– ¡Nos falta uno para completar el equipo!
-¡Nah!-respondí.
–
-¡Por favor! ¡No seas malito!
-¡Está bien!
Me levanté de mi comodidad y me quité la ropa hasta quedar solo con mi short.
El juego era voleibol acuático.
Pablo, Agustín y Eduardo, contra Erick, Yo y… James.
Noté la incomodidad en el gesto de James, pero decidí ignorarlo.
El juego estuvo muy divertido, y por un momento olvidamos todo lo pasado.
James me hablaba y nos dábamos instrucciones como si nada hubiese pasado.
Al cabo de un rato, nos encontrábamos luchando en el agua.
James subió a mis hombros, mientras que Agustín subía a los de Eduardo.
El juego consistía en derribar al oponente, mucho contacto corporal y muchos gritos.
Dejé de concentrarme en el juego cuando me di cuenta que el paquete de James era frotado en mi cuello.
Mis manos tomaron autonomía y se aferraron a sus muslos.
Subieron lentamente hasta terminar posándose en sus nalgas por una milésima de segundo.
De súbito recuperé el control de mi cuerpo y descendí lentamente, en una delicada caricia.
Bajé a James de mi espalda y me retiré sin decir ninguna palabra.
Fui a la cabaña y decidí darme un baño de tina para poder pensar tranquilamente.
La calentura me invadía cada vez que estaba cerca de él, y simplemente no podía evitarlo.
Al otro día era sábado y nuestros padres llegarían, no quería arriesgarme a que James dijera algo ante ellos.
Mi mente viajo hasta ese glorioso día en que pude ver ese espectacular cuerpo, y mis 18 centímetros comenzaron elevarse.
Jugué con los risos de mi vello púbico y descubrí mi glande.
Lentamente me fui masturbando y cerré mis ojos.
Embarré mi mano de jabón y comencé a subir la velocidad de la paja, mientras que con mi otra mano frotaba mi glande.
El placer empezó a recorrer mi cuerpo, y en mi mente aparecieron imágenes del firme culo de James.
Quería abrir sus nalgas y romper ese rico pedazo de culo.
Abrí mis ojos cuando sentí unos pasos en la cabaña, y decidí dejar para otro momento lo que hacía.
Como consecuencia de no terminar lo que había comenzado, mi pene no fue capaz de disminuir la erección.
Me salí de la ducha e, ignorando mi dura verga, me dirigí a tomar la toalla que estaba colgada sobre la puerta.
Cuando estaba a centímetros de llegar, la puerta se abrió.
Ahogué un grito de sorpresa, y me encontré con la confusa mirada de James.
Sus ojos fueron desde mi cara, hasta mi duro pene, y al instante lo intenté cubrir con mis manos.
James entró y cerró la puerta tras él.
-¿Qué… qué haces aquí?- pregunté haciendo contorsiones para tapar mi cuerpo.
-Eh… yo.
– comenzó.
Sus ojos ahora apuntaban al suelo, y su piel comenzaba a sonrojarse.
– Quería hablar contigo.
Pero…- Su expresión era extraña.
Quería decirme algo pero no se atrevía.
Descubrí que ese era el momento de echarle las garras encima.
-¿Qué sucede?- quité mis manos de mi ingle, y me acerqué tentadoramente.
Noté el rubor en sus pómulos, como sus extremidades se tensaron.
-Es que… Es solo que…- sus ojos se posaron en mi pene y, a duras penas, subieron hasta mi cara (aun sin verme a los ojos).
– No lo sé.
No sé que estoy haciendo aquí.
-Espera.
– dije tomándolo de sus hombros e interponiéndome entre él y la puerta.
Tomé la toalla y, bajo su atenta mirada, cubrí mi cintura.
– Relájate.
Estás en confianza.
– Me gustaba verlo de esa manera.
Él, siempre tan varonil e imponente, alardeando lo guapo que era.
Y ahora, estaba tan disminuido y tímido, sin el valor para mirarme a los ojos.
Me gustaba el poder que podía ejercer en él.
-Mira, no sé qué es lo que sucede…-comenzó intentando ponerse firme.
-… pero hace días que noto que algo te pasa conmigo.
Y ahora… durante el juego…-se tocó el muslo en silencio.
Justo el lugar donde yo lo había acariciado.
-.
me tocaste de una manera extraña, y yo…
-¿Y tú, qué?-di un paso hacia adelante.
Lo vi titubear, y supe que ya estaba perdido.
– Anda, responde.
-Pues a mí…-
-A ti te gustó.
– concluí por él.
-¿Qué? ¡No!- corrigió.
Comenzó un nervioso juego con sus manos.
–
-No lo niegues.
– le dije acercándome nuevamente, y tranquilizándolo.
– Lo puedo ver en tu cara, y en cómo me veías la verga hace unos segundos.
– Su piel casi se pone del color de su cabello.
-Yo…- entró en pánico y se abalanzó sobre la puerta.
Creo que me excedí.
-Calma, calma.
– puse ambas manos en cada uno de sus hombros y busqué sus ojos con la mirada.
– No te asustes.
Será secreto.
-…- nuestras caras estaban separadas por solo unos milímetros.
Podía sentir el aire saliendo de su nariz, para luego golpear mi boca.
Tomándome por sorpresa, me besó.
No esperaba eso, pero me agradó que por fin se soltara y se dejara llevar.
Y por supuesto yo no desperdiciaría la oportunidad.
Cuando se iba a apartar, lo tomé de la nuca y lo volví a acercar a mis labios.
No iba a dejar que se escapara.
No tuve que hacer mucho para que eliminara sus dudas y se entregara a su instinto.
Su boca succionaba mis labios con desesperación, y sus manos recorrían mi cuerpo como si por primera vez tocara a uno.
Un momento, quizás así era.
Toda esa máscara de chico buenorro, era solo eso, una máscara.
Por un momento me sentí mal, quizás lo estaba forzando a hacer algo para lo que aun no se sentía listo.
Me separé de él y vi en cámara lenta, cómo abría lentamente sus ojos y me veía con inocencia.
Solo sentí ternura.
Creo que en el fondo solo era un chico confundido, y que recién descubría su sexualidad.
Acaricié su mejilla y jugué con su oreja que estaba de un pálido color rojizo.
El verde oscuro de sus ojos me veía expectante, y di un paso atrás.
No sería ahí, en un baño, si de verdad haríamos algo, no dejaría que su primera vez fuese en el baño.
-¿Qué… qué pasó?- preguntó acariciando sus labios.
-¿Estás seguro que quieres continuar?- pregunté.
Ahora yo era quién dudaba.
-…- se quedó en silencio.
-La oferta continúa.
– le dije.
– Todo quedará en secreto.
Solo quiero saber que estás seguro de lo que harás.
¿Es tu primera vez, verdad?
-Si… Los chicos no saben que soy virgen.
Creen que soy el típico chico que está con una mujer cada semana.
Pero no es así.
– Tomó un respiro y continuó.
– Si, quiero continuar.
Ahora más que nunca.
Tu eres diferente, Benjamín, de verdad que me sorprende lo bueno que eres.
-¿Por qué lo dices?
-Porque si yo estuviera en tu lugar, no me hubiese detenido a pensar lo que el otro chico sintiese.
Aprovecharía la oportunidad y listo.
– se me acercó y tocó mi abdomen.
Lentamente subió hasta llegar a mi cuello, y acarició mi mandíbula.
– Lo quiero hacer contigo.
-Uhh.
– sentí un escalofrío de placer cuando lo oí decir eso.
Su otra mano bajó hasta la toalla, pero lo detuve.
– Aquí no.
– le dije.
– Esperemos a la noche.
Escuché ruido en la puerta de entrada, y le dije que saliera rápido.
Antes de irse, me dio un pequeño beso y desapareció tras la puerta.
Cuando se fue, salté y celebré en silencio.
No podía creer que se me había dado tal oportunidad.
Salí a mi cuarto, me vestí y disimulé la inmensa felicidad que tenía cuando me reuní con el resto de los chicos en el comedor.
Entre James y yo, había una delicada complicidad solamente advertida por nosotros.
La cena tuvo un sabor mucho más delicioso de lo normal y, luego de comer, nos sentamos frente al televisor para ver una película de terror.
Se veía en la cara de James, las ansias de que todos se quedaran dormidos para por fin estar en privado.
Pero eso no lo logramos hasta que fueron casi las 1 de la madrugada.
Por suerte ese día nos habíamos despertado temprano, y los chicos se cansaron antes, de lo contrario hubiésemos estado esperando hasta las 3 de la mañana.
-Nunca antes había esperado algo con tantas ganas.
– dijo cuando entramos a mi cuarto entre besos y caricias.
–
-Llevo duro todo el día.
– le dije, y llevé su mano hasta mi entrepierna.
Le dio un leve apretón y se saboreó lo labios.
-Pues estamos iguales.
– llevó mi mano hasta su pene y descubrí que estaba bien duro.
Mientras mi mano masajeaba su paquete, me fui directo a comer su cuello.
Disfruté de sus gemidos a la altura de mis oídos.
Lo lancé a la cama, y me monté sobre él.
Pasé sus manos sobre su cabeza, y lo inmovilicé ahí.
Comí su boca y su cuello, y sus gemidos sólo me impulsaban a seguir.
Lo miré a los ojos… esos ojos verde oscuro que me mataban, y sólo vi lujuria y pasión.
Al cavo de unos segundos, sus mejillas ardían e imitaban el color de su cabello.
-¿Puedo seguir? –pregunté mientras procedía morder sus lindos labios.
Su boca no respondía, pero un movimiento de cabeza me impulsó a seguir.
Bajé y tomé la única prenda que cubría su abdomen.
Sin dejar de mirarlo, se la fui subiendo hasta que se la saqué por completo.
Me deleité con ese blanco y lampiño abdomen, y me fui directo a comer sus sexis pezones.
Sus manos se fueron a mi nuca impidiendo que me retirara del lugar.
Cumplí con lo que deseaba, y accedía probar todo su pecho y abdomen.
Con mi lengua recorrí sus abdominales, y jugué en su ombligo escuchando cómo su respiración se entrecortaba.
Bajé unos centímetros más, desaté su short y comencé a bajarlo.
Una potente erección me esperaba.
Andaba sin ropa interior.
Niño travieso.
Solo un pequeño arbusto decoraba la base de ese delicioso pene.
Su piel era ligeramente más oscura que la de su cuerpo, y tenía un glande de un delicado color rosa.
Sus testículos colgaban con timidez ante mis ojos, y procedí a soplarlos de cerca.
Me divertí viendo cómo se contraían.
Vi el deseo en su mirada, pero estaba decidido a hacerlo esperar.
Jugué con sus pies, y sonreí cuando vi su cara en el momento que lamí y chupe sus dedos.
Me percaté que su pene palpitaba endemoniado, y vi que una gota de pre-semen comenzaba a humedecer ese precioso glande.
Me acerqué tentadoramente, retiré con lentitud su prepucio, y rocé con mi dedo índice su glande.
Su humedad quedó adherida en mi dedo, y con gusto la probé.
Comida de dioses.
Volví a frotar mi dedo contra su glande, y noté cuando se estremeció.
Decidí que era suficiente tortura, y me acerqué dispuesto a engullir ese trozo de carne.
Mis labios hicieron contacto con su piel, y bajo su atento escrutinio, comencé a abrir la boca para luego hacer desaparecer la cabeza de su pene.
Un largo y profundo gemido salió de su garganta.
Su miembro palpito nervioso contra mi paladar.
Succioné con fuerza, y rápidamente el sabor salado inundó mis papilas gustativas.
Acompañé las succiones con un poco de masajes manuales, bajando a jugar con sus testículos y con el comienzo de su ano.
Tracé círculos en esa delicada y rugosa superficie.
Tocar sus pliegues y sentir su calor, me transportaron al borde de la lujuria.
No pude aguantar las ganas, y tuve que descender entre besos y lametones, hasta llegar a ese virginal lugar.
Con mi lengua toqué su ano tímidamente, disfrutando su sabor y notando su contracción.
Con un gemido receptivo de James, le devoré su pequeño agujero.
Sus piernas se abrían y cerraban inquietas; su abdomen subía y bajaba; y su pene goteaba extasiado.
Una vez bien humedecido su ano, comencé a hurgar con mis dedos.
Mi dedo medio apuntó amenazadoramente, miré al sexi pelirrojo, y empecé a enterrar mi falange.
Disfruté de las contorsiones de su rostro cuando iba invadiendo su cuerpo.
El calor y la estrechez de su interior, invitaba a que lo penetrara cuanto antes.
Jugué con mi dedo sin perder el contacto visual.
Y, así mismo, comencé a introducir un segundo dedo.
Un débil gemido escapó de su boca, pero, cuando se mordió su labio inferior, me impulsó a seguir.
Giraba mis dedos en su canal rectal, y acariciaba con suavidad sus paredes anales.
Su pene lanzaba cada vez más ese líquido sabroso, y supe que tenía que acelerar el proceso.
Saqué mis dedos, e introduje mi lengua en su reemplazo.
El sabor salado de su interior provocó que mi boca salivara de manera salvaje.
Luego, volví al ataque con un tercer dedo.
La entrada fue complicada, pero logré hundirlos hasta los nudillos.
Una vez dentro, abrí, giré y froté mis dedos en su cueva.
Al cabo de unos minutos, su ano boqueaba con un húmedo color rojizo.
Me incorporé y, tomando sus piernas por las rodillas, las acerqué a su pecho.
Todo su redondo culo quedó expuesto y receptivo.
Bajé mi pantalón y ropa interior, y comencé a trazar círculos con mi verga.
Su ano palpitaba nervioso, como si estuviera dándole tiernos besos a mi pene.
Cuando hice presión, sus muslos se tensaron.
Acaricié sus piernas y abdomen para intentar relajarlo.
Con mucho esfuerzo, y después de un litro de saliva, logré introducir mi glande.
El calor embriagador me invadió al instante.
Una mueca de dolor se formó en su rostro.
Sin introducir más mi miembro, me dejé caer sobre su cuerpo.
Besé sus labios y le susurré al oído.
Su expresión cambió y su ano se relajó.
Tomé su mandíbula y lo obligué a que me mirara a los ojos.
Quería ver cómo se derretía cuando lo penetrara por completo.
Lentamente fui enterrando mi mástil, y lentamente vi cómo su expresión se transformaba.
Me hizo caso y no apartó su mirada.
Nuestras respiraciones se aceleraron cuando por fin estuve completamente dentro de él.
Me quedé ahí, y esperé a que se acostumbrara.
Las contracciones imperiosas que realizaba su ano, producían que me mantuviera al borde del orgasmo.
Sus besos se volvieron desesperados, y cada vez que mordía su labio, sentía un apretón en el tronco de mi verga.
-Tus pelos me hacen cosquillas –sonrió.
Mi pubis estaba pegado a la piel de sus nalgas.
Volví a su boca, y ahogué los gemidos que realizaba cuando comencé a taladrarlo.
Primero fui lento y, a medida que se acostumbraba, fui aumentando la velocidad.
Sus gemidos eran tan sensuales, y cargados de tanto placer, que me llevaban al éxtasis.
Mordí sus labios, y succioné su lengua.
Él estaba drogado por la cantidad de cosas que estaba sintiendo.
Saqué mi pene para alargar un poco más la situación, y me coloqué sobre él en posición 69.
Apenas succioné su glande, una ola de su baba cayó en mi boca.
Casi al mismo tiempo, y sin que yo se lo pidiera, sus labios se cerraron entorno a mi pene.
Probó tanto mis jugos, como los de él.
Jugué con mis dedos en su dilatado y sensible ano.
Disfruté cuando su carne se contraía entorno a ellos.
Sentí su respiración elevarse, y supe que estaba pronto a llegar a su orgasmo.
Me levanté con rapidez, y, tomándolo de su cintura, lo ayudé a quedar sobre mí.
Entendió el mensaje, y lentamente se fue ensartando en mi miembro.
Comenzó a gemir más alto, y tuve que ahogarlo con mi mano.
Su ano cada vez se contraía más fuerte.
Cayó sobre mi cuerpo, y comencé a sentir sus últimas contracciones.
-Mírame –le ordené, mientras su pene se frotaba contra mi abdomen-.
Quiero ver tus ojos cuando te corras.
Sus ojos me miraron, y noté cuando iban perdiendo su foco.
Un gemido desesperado salió de su boca, y una liquidó caliento comenzó a derramarse a la altura de mi ombligo.
Su ano se cerró de forma imposible y me obligó a escupir todo el contenido de mis testículos.
Me tomó toda la fuerza del mundo no gritar, pero, aun así, un gemido animal salió de mi boca.
Con una ultimas envestidas, terminé de vaciarme, y quedamos agotados sin ser capaz de movernos.
-Eso… No sé qué decir –Sus mejillas estaban agolpadas de sangre, y su piel cubierta de sudor-.
Fue genial.
Sonreí, y le deposité un beso en su boca.
Retiré mi miembro de su culo, y salió acompañado de un líquido blanquecino con algunas pintas rosáceas.
Rompí el culo de ese chico.
Me levanté, y le dije a james que nos ducháramos.
Me di cuenta que le costaba caminar, por lo que fui a ayudarlo.
Muecas de dolor aparecieron en su rostro cuando daba un paso.
Una vez en la ducha, enjaboné su juvenil cuerpo y lo bañé con ternura.
Luego, nos secamos y me fui a la cama.
James se quiso quedar a dormir conmigo, y no me negué.
La condición era que nos teníamos que despertar temprano, para que se fuera antes de que nuestros padres llegaran.
Desnudos, nos cubrimos con las sabanas y lo abracé por la espalda.
El calor de su suave piel fue recibido con gusto.
Mi pene comenzó a crecer entre sus nalgas, pero no estaba dispuesto a volver a penetrarlo.
James se giró y descendió sin decir nada.
Su boca encerró mi pene y comenzó a darme placer.
Después de unos segundos, el orgasmo llegó y caí rendido a los pies de Morfeo.
Escuché un movimiento en la manija de la puerta, y desperté bruscamente.
La habitación estaba bañada en luz.
Nos habíamos quedado dormidos.
-¿Benjamín? –oí la voz de mi padre mientras entraba al cuarto.
¡Mierda!
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