El niñero: Pelea injusta
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por angelmatsson.
-Buena suerte intentándolo -dijo Eduardo con los ojos muy abiertos.
Tenía razón, pues no sabía que decir.
James dejó lo que hacía y se hundió entre las sabanas dejándome toda la responsabilidad.
Eduardo cerró la puerta vigilando que nadie se hubiera dado cuenta de lo que estaba sucediendo, y entró.
-Me había levantado a orinar debido a que había tomado mucha bebida -comenzó-.
Y cuando salí del baño sentí un fuerte ruido de la cama y pensé que te había sucedido algo.
No pensé que ese “algo” tuviera nombre y apellido.
-Yo… -Las palabras no salían de mi boca.
-No es necesario que digas nada -se alejó sonriente-.
Su secreto está guardado, pero mi silencio tendrá un precio.
-Te pago lo que quieras- dije con desesperación.
Si esto se llegaba a saber… Uf… No lo quiero ni imaginar.
-No quiero dinero -respondió-.
Mañana hablaremos con más calma.
Nos miró por última vez, sonrió complacido, y se fue.
Fue en ese momento en que me di cuenta que no estaba respirando.
Aspiré una bocanada de aire que llenó completamente mis pulmones.
Mi corazón latía descontroladamente.
James surgió de entre las sabanas con su rostro más pálido que de costumbre.
-¿Qué querrá a cambio? -preguntó al fin.
-No lo sé -dije aun en estado de shock-.
Pero esto no va a terminar bien.
Después de unos minutos, James se fue a dormir junto con los otros chicos.
Me quedé pensando unos minutos más, hasta que el agotamiento me venció.
Al otro día, Eduardo nos saludó como si nada hubiese sucedido.
Era muy desconcertante que se comportara con tal indiferencia después de lo que había sucedido la noche anterior.
James y yo no nos atrevíamos ni a hacer el menor contacto.
Nos comportábamos como si fuésemos unos perfectos desconocidos.
Por otra parte, me incomodaba estar cerca de Eduardo, todo mi cuerpo se tensaba ante su presencia, aunque él se comportara como si nada.
En la tarde fuimos al pueblo a jugar un poco de Pool.
Por unos momentos se me olvidó todo lo sucedido y nos distrajimos unos instantes.
Nos quedamos toda la tarde, hasta que al anochecer emprendimos el camino de vuelta.
Cuando llegamos a la cabaña, Eduardo habló:
-Benja, James ¿Me pueden ayudar con algo? -Su voz sonó fingidamente angelical-.
Por favor.
-Eh, sí claro -respondí.
-B-bueno -tartamudeó James.
Comenzamos a caminar.
Eduardo iba en frente, James y yo sólo lo seguíamos sin atrevernos a romper el silencio.
Caminamos lo suficiente para que la noche nos cubriera de los ojos de extraños, y se paró de súbito.
Se giró con una extraña sonrisa y habló:
-Ya, relájense -dijo al vernos tan intimidados-.
No los asesinaré ni voy a amenazarlos.
-No había pensado lo primero -dije intentando sonar simpático-.
Pero qué bueno que lo aclaras.
-Entonces, ¿Por qué nos traes aquí? -preguntó James un poco más compuesto.
-Quiero pedirles algo -Se frotó los dedos con… ¿Vergüenza?
-Y eso es .
? -Lo apuré al ver que se había silenciado.
-Pues… quiero que me incluyan en su… Eso… Ya sabes -A pesar de la oscuridad, me di cuenta que se estaba sonrojando.
-¿Qué? -preguntó James-.
¿Es broma?
-Desde luego que no -Dijo ofendido.
-¿Eres gay? -pregunté.
-No-.
-¿Bisexual? – dijo James.
-No-.
-¿Entonces? – Estaba confundido.
-¿Tengo que ser algo para tener sexo salvaje? -preguntó-.
¿No puedo ser solo un chico con ganas de experimentar? Odio cuando encasillan a las personas.
-Oh, bueno, bueno, disculpa -dijo James-.
Es que… no lo sabía.
-Pues yo tampoco sabía lo de ustedes -argumentó Eduardo.
-Ok… nadie sabía nada.
Estamos todos a mano -sentencié antes de que comenzara una discusión.
-Bueno, ese es mi precio.
¿Lo toman o lo dejan? -zanjó al final.
-Danos un segundo -dije.
Llamé a James y nos alejamos unos metros.
– ¿Qué dices? -preguntó una vez que estuvimos lo suficientemente aparte.
-Que sí, obvio -.
– ¿Estás seguro?
-Vamos, James.
Es Eduardo… ¡Eduardo! El sexy y maduro Eduardo.
Creo que es más un premio que un castigo.
-Mm… no lo sé.
Me incomoda -dijo cabizbajo.
– ¿Es eso? ¿O son celos? -creo que di al clavo porque un leve rubor se extendió por sus pómulos.
-Está bien -Recuperó la compostura-.
Debo confesar que igual me calienta estar con él.
Una vez acordado todo, volvimos hasta donde estaba Eduardo.
-Hemos decidido… -dije pausadamente con el fin de dar un poco de dramatismo-, que….
-Aceptaron -concluyó antes que lo dijera-.
Es obvio.
El trato era muy simple y estadísticamente apuntaba a mi favor.
Lo hice con esa intención de hecho.
¿Cuándo partimos?
Miré a James y comprobé que estaba tan descolocado como yo.
Eduardo no tenía ni un pelo de tonto, aunque eso ya lo sabía, pero se me hacía más impresionante al conocer este oculto y sexual lado.
Nos tenía completamente dominados y prácticamente estábamos cumpliendo todos sus planes.
Una corriente eléctrica cruzó mi espina… Esto me gustaba.
Acordamos en que todo ocurriría hoy.
Eduardo sonrió complacido y nos devolvimos a la cabaña.
Las horas siguientes fueron mucho más relajadas de lo que había sido durante el día.
Una ansiedad me envolvió, y esperaba con desespero lo que sucedería luego de que los demás se durmieran.
Estaba ad portas de cumplir una de mis fantasías sexuales y no podía aguantar más la espera.
Las horas pasaban y los chicos no querían irse a dormir.
Mientras más ganas me daban, el tiempo más lento pasaba.
Ya eran las 2 de la mañana y todos parecían tener la energía a tope.
Las miradas por parte de James y Eduardo me decían que estaban tan ansiosos cómo yo.
Decidí acortar el tiempo y me fui a la ducha.
Llené la tina y me quedé allí.
Sin querer, el sueño me venció y caí en los brazos de Morfeo.
No sé cuánto tiempo pasó, pero una borrosa imagen comenzó a aparecer a medida que habría los ojos.
Dos hermosos ángeles me miraban con ojos lujuriosos, y me di cuenta que ni muerto lograría tener una visión así.
James y Eduardo me despertaron y me sacaron de la tina.
Cada uno tomó una parte de la toalla y me envolvieron con ella, secando cada centímetro de mi cuerpo.
No fue necesario mayor estímulo para que mi pene se hiciera presente con una notable erección.
– ¿Están todos durmiendo? -pregunté en un lapso de lucidez.
-Sí -respondió James-.
Son las 3:25 de la mañana.
-Tenemos todo el resto de noche para follar -dijo Eduardo.
Pero antes de que todo pasara a mayores y me abandonara a la lujuria, corrí hacia la puerta y le coloqué cuanta cosa que encontré para sellarla.
No iba permitir que nos descubrieran otra vez.
Cuando estuvo todo listo, me dirigí hacia esos dos quinceañeros rebosantes de hormonas y me entregué a su voluntad.
Era una pelea muy injusta: dos contra uno, pero era tan injusta como deliciosa y placentera.
Era momento de igualar condiciones y partí con Eduardo.
Junto con James, nos acercamos y comenzamos a desnudarlo.
Probé sus labios y me derretí en ellos cuando comprobé lo bien que besaba.
Un suave aroma a menta provenía de su boca, lo que encontré sumamente sexi.
Mientras James tomaba mi lugar, comencé a descender para desabrochar su pantalón.
Un considerable bulto cruzaba su zona pélvica, lo que encendió mi curiosidad.
Con avidez y apuro, logré quitar su pantalón y dejé libre un hermoso y recto pene, ligeramente cubierto por un suave prepucio.
James detuvo lo que hacía para contemplar ese trozo de carne y esas suaves y ligeramente morenas bolas.
– ¿Hace cuánto que no descargas? -preguntó James-.
Tienes unas bolas muy gordas.
– Siempre han sido así -respondió Eduardo-.
Son bolas de macho.
Mi cuerpo se estremeció cuando dijo eso.
Una vez que Eduardo quedó completamente desnudo, continuamos con James.
Nuestras manos iban y venían, al igual que los jugosos besos.
Estaba al borde de la locura con tantos estímulos.
James y yo, decidimos que era momento de probar mejor la mercancía, y descendimos a la altura del miembro de Eduardo.
James me ganó el lugar, y se fue de lleno al glande.
Eduardo enroscó los dedos de los pies.
Yo, mientras tanto, comencé a jugar con sus gordos huevos.
Y así nos fuimos alternando.
Eduardo se llevaba las manos a la boca para no emitir ruidos fuertes cada vez que succionaba su glande.
Luego fue el turno de James.
Yo ya conocía su cuerpo por lo que me lancé sin timidez.
Pero Eduardo, que era la primera vez que participaba, procedió dubitativo.
Lo animé a que continuara y le dije que me imitara.
En cuestión de minutos, ya mamábamos juntos la verga de James.
Era muy excitante chupar de a dos, ya que nuestras lenguas se encontraban sellando un erótico beso con un trozo de carne en medio.
Por último, fui yo el centro de atención.
Me senté con las piernas abiertas, y pronto ya tenía a dos hermosos especímenes lamiendo y chupando mi entrepierna.
Una corriente eléctrica recorría mi cuerpo cada vez que sus lenguas tocaban mi piel.
Tanto mi pene como mis testículos tenían atención, lo que producía que el placer poseyera mi cuerpo.
El pre-semen comenzaba a salir de mi glande y ellos se peleaban por beber de él.
La excitación estaba a tope.
De pronto nos encontramos jadeando sobre el colchón, pensando sobre lo que venía después.
No estaba seguro de lo que estaba en los planes de Eduardo.
No sabía si pretendía ser activo o no, y no sabía cómo preguntárselo.
Le di a entender a James mi duda, y le empujé a que le preguntara mientras iba al baño a beber agua.
Cuando volví me encontré que sonreían con lujuria.
Los miré inquisitivo, esperando a que me dijeran el motivo de su sonrisa, pero, sin decir nada, se colocaron en cuatro con sus culos apuntando a mí.
Miré al cielo y le di gracias a Jebús.
El culo de Eduardo era tan perfecto cómo me lo había imaginado.
Tenía dos turgentes montañas de carne que custodiaban a un pequeño y níveo ano.
Su piel canela era un poco más oscura que el blanco pálido de James, pero era igual de suave y turgente.
Sin perder más tiempo, me hundí entre sus nalgas.
Cada cierto tiempo me detenía y le daba atención al otro, pero decidí centrarme más en Eduardo pues era su primera vez.
-¿Duele mucho? -preguntó en un momento Eduardo.
-Si -respondió James-.
Pero vale absolutamente la pena.
-¿Algún concejo?
-Relájate -dijo el pelirrojo-.
Sólo déjate llevar.
Benjamín sabe lo que hace.
Me sentí alagado, pero esa afirmación significaba una gran responsabilidad.
Ellos confiaban en mí, por lo que no les iba a fallar.
Mi dedo índice comenzó a trazar círculos alrededor del ano de Eduardo.
Disfruté viendo cómo su espalda se curvaba y su agujero se contraía.
Con mi mano izquierda trabajaba el culo de James, pero en su caso, ya tenía un dedo dentro.
Me aseguré de que la entrada de Eduardo estuviera suficientemente lubricada antes de comenzar a explorar más adentro.
Pero el tiempo corría, y mis ansias por penetrarlo también.
Le besé la columna, y le hice la señal de que comenzaría a meter mi dedo.
Respiró profundo e intentó relajarse.
Fue la señal para comenzar a hacer presión.
El calor húmedo de su interior empezó a abrasar mi dedo.
Cerré los ojos y concentré mis sentidos en la yema de mi dedo.
Lentamente comencé a mover mi dedo en su recto, trazando círculos o metiéndolo y sacándolo.
Sus gemidos sólo me empujaban a continuar y a elevar la velocidad.
Retiré mi dedo y, rápidamente, lo reemplacé por mi lengua.
Con mucho esfuerzo logré vencer la resistencia y pude introducir la punta de mi lengua.
Lubriqué lo más que pude y volví a al ataque, esta vez con dos dedos.
Los dejé cobijado entre sus carnes, y volví a poner mi atención en James, quién ya iba por el tercer dedo.
Introduje mi lengua en su orificio y probé su sabor.
Me sentí afortunado de probar esos dos juveniles culos.
Bajé y empecé a darle atención a sus colorados testículos y a su babeante verga.
James ya estaba listo para recibirme.
Volví a mi otro chico.
Eduardo estaba con sus ojos cerrados, sus mejillas sonrojadas, y la boca ligeramente abierta: excitación a tope.
Cuando comencé a introducir el tercer dedo, sentí que su culo ya no daba más abasto.
El lugar era sumamente reducido y se me hacía muy complicado mover mis dedos.
El pecho de Eduardo tocaba la cama logrando una curvatura perfecta y dejando su culo en la posición ideal para embestirlo.
Aun así, se quejaba levemente por el dolor.
James se me acercó y me ayudó a relajarlo.
Mientras yo terminaba de dilatarlo, James estimulaba su verga o le besaba el cuello.
En cuestión de minutos, ya estábamos listos para proceder con la siguiente fase.
Decidí que penetraría primero a James, para así darle un poco más de confianza a Eduardo.
El pelirrojo se colocó en cuatro y adoptó una posición cómoda.
Eduardo me ayudó separando las nalgas y observó en primera fila la penetración.
Coloqué mi glande en su rosado ano y comencé a hacer presión.
Sus carnes se fueron separando y dejaron pasar a mi pene.
Gemí cuando su calor y presión me envolvió.
Eduardo no despegaba la mirada de lo que estaba pasando, y el morbo se le dibujaba en los ojos.
Me mordí el labio mientras disfrutaba de la penetración y, sin darme cuenta, los labios de Eduardo se unieron a los míos.
Nos dimos un beso sumamente excitante que me llevó muy cerca del orgasmo.
Salí muy despacio de James, y le di la señal a Eduardo para que se preparara.
Dubitativo, pero definitivamente excitado, imitó la posición que anteriormente tenía James, mientras que éste último me ayudaba separando las nalgas de que ahora sería el pasivo.
Antes de continuar, James se inclinó y lamió mi glande, y luego escupió en el agujero de Eduardo.
Me sonrió y me hizo la señal para proceder.
A pesar del rato que llevaba dilatando, aún me parecía cerrado ese ano, pero procedí de todas maneras.
Puse la cabeza de mi polla en la entrada e intenté empujar.
Eduardo se estremeció y cerró su culo.
James procedió a tranquilizarlo, y lentamente se volvió a relajar.
La resistencia era tremenda, pero, después de mucho trabajo, logré entrar.
Sentí cuando Eduardo gimió, por lo que me quedé quieto y esperé a que se acostumbrara a mi grosos.
Espasmos desde su interior me llevaban del cielo al infierno, por lo que intentaba dominarme para no llenarlo de leche en ese instante.
Cuando su interior se amoldó al intruso, continué la penetración.
Me sentí victorioso en el momento que mi pubis chocó contra sus nalgas.
Ya estaba todo adentro.
James palmeó la espalda de Eduardo como señal de felicitación y se sentó al lado.
Me recosté sobre Eduardo y besé su espalda y cuello.
Noté que aun sentía dolor, pero no quiso que me detuviera.
Al cabo de un par de minutos, ya podía embestirlo con más libertad.
Le hice una señal a James para que comenzara a prepararse.
Éste, en cuestión de centésimas de segundos, ya estaba con su culito en pompa.
Sin aviso alguno, saqué mi miembro del culo de Eduardo y se lo enterré a James.
Ambos gimieron.
Introduje mis dedos en Eduardo y llené su culo de saliva para mantenerlo dilatado.
Después de unos segundos, lo dejé descansar y me concentré en James.
Me abracé a su cuerpo y recorrí cada milímetro.
Besé su espalda, cuello y orejas.
James temblaba cada vez que mi lengua jugaba con el lóbulo de su oreja.
Cuando noté que estaba al borde de su orgasmo, aceleré las embestidas y comencé a masturbarlo con violencia.
Empezó a convulsionar y quedó sin fuerzas sobre la cama.
Saqué mi miembro, dejando todo su ano abierto e irritado, y se le enterré a Eduardo.
Un quejido desgarrador salió de su garganta, pero no dijo nada.
Sentí que me orgasmo estaba próximo, por lo que bajé la velocidad.
Quería que él se corriera primero, igual que James.
Aproveché ese momento para cambiar de posición y follarlo de frente.
Sus piernas se fueron a mis hombros, y nuestras caras quedaron a centímetros de distancia.
Su rostro normalmente serio y sexi, me parecía tremendamente erótico ahora que tenía una leve mueca de dolor, y que sus ojos destellaban lujuria.
No aguanté más y fui en busca de sus labios.
Nuestras lenguas jugaban con entusiasmo y nuestros dientes se clavaban en nuestras pieles.
Me levanté para seguir con mi trabajo y Eduardo habló con voz autoritaria:
-James, chúpame la verga -dijo-.
Me quiero correr en tu boca.
James se sorprendió ante eso, pero obedeció encantado.
Sus labios envolvieron ese delicioso mástil, y comenzaron a succionar.
En menos de un minuto, Eduardo disparaba chorros de semen en la garganta de James.
Eduardo cerró sus ojos y se cubrió la boca, pues sus gemidos eran más altos de lo que él pudiera controlar.
Saqué mi pene de su culo, y apunté hacia James.
-Haz tu trabajo, nene -dije.
James sonrió y se lanzó a mi verga que palpitaba con un color rojo intenso.
Eduardo, bajo mi completa sorpresa, se unió a James.
Ambos se disputaban mi pene, y succionaban cada rincón de ese lugar.
El placer y la visión que tenía fue suficiente para provocarme el orgasmo.
Chorros interminables de leche salían desde mi glande, cayendo en sus caras, boca y pelo.
Tuve que morderme el brazo para no despertar a todo el mundo con un grito de placer.
Poseídos por el morbo, limpiamos cada gota de semen que se encontraba a la vista.
Luego, nos acostamos completamente satisfechos y complacidos.
Sus culos estaban completamente abiertos y dilatados, pero el de Eduardo era el más perjudicado, ya que una pequeña mancha de sangre se divisaba.
Ayudé a Eduardo a limpiarse y, caminando apenas, se dirigió a la cama.
Tomó su ropa, y lentamente se vistió.
Ante nuestra expectante mirada se dirigió a la puerta.
-Chicos, lo que pasó aquí fue genial.
Nunca había sentido algo parecido, y dudo que lo vuelva a sentir -dijo-.
Pero esto muere aquí.
No se volverá a repetir.
-Pero… -comenzó James.
-No diré nada, si esa es tu pregunta -contestó Eduardo-.
Ustedes quédense tranquilos.
-Está bien -dije, todavía un poco sorprendido.
-Gracias -dijo por última vez, y cerró la puerta.
Miré a James confundido, pero dejé ir las dudas.
Eduardo sólo quería experimentar y estaba bien.
Tanto el cómo nosotros disfrutamos.
Al cabo de un rato miré la hora y le dije a James que era tiempo de que se fuera a acostar.
Para cuando llegó a la última noche, decidimos hacer una fogata a la orilla de la playa y conversar.
Eduardo no volvió a insinuarnos nada, pero seguimos siendo tan amigos como antes.
James, por el contrario, se veía un poco decaído.
En realidad, había estado los últimos días así.
Esperaría un momento y hablaría con él.
-¿Se acuerdan cuando a Pablo lo enterramos en ese lugar? -Hablaba Erick.
-¡Si! Fue muy gracioso -Asintió mi hermano.
-No fue gracioso -replicó Pablo-.
Me mordieron unos bichos porque no podía moverme.
-Bueno, para ti no fue gracioso, pero para nosotros sí -dijo Eduardo.
Todos rieron.
-Fue más gracioso cuando Agustín salió gritando y corriendo porque lo seguía una serpiente marina, cuando sólo era una rama – A mi hermano se le fue la sonrisa.
Todos volvieron a reír, menos James.
-Voy a orinar -dije mientras me levantaba.
Le hice una señal a James para que me siguiera.
Caminamos unos arbustos y nos perdimos en la noche.
-¿Qué te sucede? -pregunté.
-Nada -contestó con un rostro que dice “todo”.
-Vamos, James, te conozco mejor de lo que crees-.
-Bueno… es que… -se silenció un momento, y luego dijo -: No quiero irme de aquí.
-¿Por qué? -pregunté.
-Porque aquí te tengo -respondió-.
Aquí puedo ser tal y como yo soy… contigo.
Puedo tenerte todo el día para mí, y también estar toda la noche junto a ti.
Allá, ya no te tendré más.
Guardé silencio.
Me había dejado congelado esa confesión.
Al parecer James sentía más por mí que sólo calentura.
Y me comenzaba a dar cuenta que yo por él igual.
Nuestra diferencia de edad (menos de 3 años), en ese momento de la vida era abismante, pero en poco tiempo sería solo un detalle.
Me dispuse a orinar.
-¿Quién dice que no me tendrás? -dije al fin, mientras aun orinaba.
-¿Quieres continuar con esto? -preguntó esperanzado.
-Creo que sí.
Seguiremos todo el tiempo que queramos -sonreí-.
Siempre puedes ir a quedarte a dormir a mi casa con mi hermano… aunque a media noche te cambies a mi habitación.
Sus ojos brillaron al ver que no lo iba a rechazar.
Se inclinó y antes de que sacudiera mi verga después de orinar, la envolvió con sus labios.
Al instante mi pene respondió y se endureció.
Jugué con su cabello hasta que exploté en su boca.
Se levantó y sellamos todo con un beso.
Cuando volvimos a la fogata, James lucía mucho más alegre.
Contemplé su belleza cubierta por la luz del fuego, y me di cuenta de lo afortunado que era.
Su cabello rojo brillaba con fuerza y sus ojos verdes me miraban con ternura.
Sonreí al pensar que por un momento me iba a negar a ser el niñero de estos chicos.
A veces las mejores cosas aparecen cuando uno menos se lo espera.
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