EL NIÑO
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Anonimo.
Ya con esa edad, mis padres me enviaron en el verano a pasar unas semanas en casa de familiares que vivían en el interior del país, en una pequeña ciudad a orillas del Río Uruguay, dado que ellos viajaban al exterior por ese lapso. Yo no deseaba ir, sabiendo que allí no había chicos ni chicas de mi edad para compartir diversiones, pero igualmente debí hacerlo.
Una vez allí, no lo pasé mal. Diariamente iba a la playa del río, tanto con mis familiares como solo. Pero fuera de esa actividad, me aburría sin remedio y, encendido como siempre mi deseo sexual, no tenía otra alternativa que esperar estar solo en mi cuarto por la noche, para masturbarme con furia.
Había allí una vecina que mantenía buena relación con mis familiares. Esta señora tenía varias hijas pequeñas y un hijo de 11 años (que llamaré Vicente). Este niño acostumbraba quedarse en casa de mis familiares casi todo el dia. Siendo yo adolescente, se me pegó mucho, me hablaba constantemente y me seguía por todos lados donde yo iba. Se me pidió que lo llevara a la playa del río cuando yo fuera y que me ocupara de entretenerlo y cuidarlo. Así lo hice los primeros días, más como una carga que como algo deseado por mí.
Esa tarea me frustraba, pues cuando iba a la playa solo y no había allí otras personas, aprovechaba para ocultarme entre unos matorrales y masturbarme tranquilo. Cuando me acoplaron el niño, ya no podía hacerlo, y durante el día mi excitación crecía minuto a minuto.
Dicen que "la necesidad tiene cara de hereje". Tan caliente estaba siempre que, en un momento, comencé a observar con un toque de lujuria el cuerpecito de Vicente. El niño era bonito, algo fornido para su edad, con lindos rasgos, con lindo cuerpito. No se por que razón la madre lo mantenía con el cabello lacio largo pasando el cuello. Para ir a la playa, usaba unos pantaloncitos que, al mojarse, marcaban su cola redondita, firme y parada y, aunque no estaba aún desarrollado, le observé un ya buen tamaño de sexo.
Mi calentura me dominó. Constantemente le observaba el cuerpecito, la cola, el bultito que ya lucía, sus pezones, su pelito largo, y me excitaba enormemente, marcando una tremenda erección. Pero me reprimía pensando "no puedo estar calentándome con este niño".
En un momento, Vicente sentado a mi lado, notó mi erección debajo de mi pantaloncito, se rió y dijo "qué grande es". No conforme, la tocó, y al ver que yo no reaccionaba mal, la apretó. Noté que esa situación me descontrolaba, sentí que empezaba a largar líquido por mi pija, ya jadeaba de deseo.
Como el niño insistía con eso, y para tranquilizarme, le dije "qué, ¿la tuya no es así también?". Para mi sorpresa, Vicente riendo se paró y se bajó el pantaloncito mostrándome su pequeño bulto, aún sin un solo pendejo, con huevos lisos y bastante grandes, y una verga pequeña pero gruesa. Se sacudió un poco para ambos costados haciendo mover sus partes; luego se dió vuelta y me mostró la cola, moviéndose también para uno y otro lado, como provocándome.
Ya no pude más, mi pantalón de baño se veía mojado por el jugo de la pija y mi erección estallaba. Si bien estábamos en un sector apartado de la playa, tomé la lona sobre la cual estábamos sentados y el bolso, y le dije al niño que venga conmigo. Puse la lona detrás del lugar más frondoso de los matorrales, playa arriba, y le dije que nos quedemos ahí. Me senté en la lona y le dije que se quitara el pantaloncito. Lo hizo riéndose, y repitiendo los movimientos y sacudidas provocativos, como jugando. Yo jadeaba y estallaba de calentura. Sin tardar, me quité mi propio pantalón, quedando desnudo delante de él con todo mi sexo al aire, mostrando mi tremenda erección. Mi verga estaba hinchada y roja, con la cabeza totalmente descubierta, llegándome casi al ombligo.
Vicente miraba sorprendido y sonriente, le brillaban los ojitos. Se sentó junto a mí y comenzó a tocar y apretar mi verga y mis huevos, hasta que se le mojaron las manos con el jugo que me salía. Me sorprendí al notar que su verguita estaba erecta.
No quise precipitarme, preferí ir despacio y disfrutar del momento, temía alguna reacción del niño que lo arruinara todo y me metiera en problemas con su madre y mis familiares. Pero el deseo y la calentura eran más fuertes, sobre todo viéndolo tan provocativo y predispuesto. Lo noté asombrado y entusiasmado con el tamaño de mi verga y mis huevos.
Lo calmé un poco e hice que se sentara entre mis piernas, lo abracé y comencé a besarle y pasarle la lengua por el cuello, mientras le acariciaba el pelito largo y húmedo por el agua del río; al mismo tiempo le recorría todo el cuerpito con mis manos, frotándole especialmente su cola y su bultito. Me dí cuenta que le gustaba sentirse mimado, se entregó a mis caricias al mismo tiempo que tocaba y apretaba mi verga con entusiasmo.
En un momento le dije si quería aprender a besar. Me dijo que sí con un gesto de su cabeza. Entonces lo acerqué más a mi cuerpo, apoyando mi verga en el suyo, le tomé la cabeza con ambas manos y comencé a besarle los labios, luego cubrí su boca con la mia y con mi lengua separé sus labios y la fui introduciendo en su boca, hasta que la tuve totalmente dentro de ella, haciendo movimientos circulares, recorriendo sus dientecitos.
Mientras lo besaba así, apasionadamente, Vicente respondía con docilidad, dejándose y jugando también un poco con su lengüita. Lo fui levantando y acomodando sentado sobre mi verga, que quedó entre sus nalgas pasando por debajo de su sexo. Así, mientras revolvía mi lengua en su boca, fui restregándome en su cuerpito caliente. Luego me recosté sobre la lona y lo ubiqué a Vicente sobre mi cuerpo, procurando que mi bulto siguiera restregándose en él. Finalmente, sintiéndome yo demasiado cerca de correrme, me dí vuelta quedando sobre él, siempre sobándome sobre su cuerpito y sin dejar de poner mi lengua en su boca. De pronto, dejé de frotarme en él para retardar mi acabada, pero comencé a lamerle y chuparle el cuello, el pecho, los pezones, las axilas, bajando por su pancita hasta su bultito duro, que chupé y lamí con desesperación. Incluso, levanté sus piernas y lamí sus nalgas y su ano.
Ya no pude controlarme más; froté mi verga en su bultito hasta que eyaculé abundantemente, tratando de soltar mi leche sobre su sexo, su vientre y su pecho. Vicente se estremecía de placer. Cuando se notó cubierto de semen, se quedó algo atónito. Entonces, con mis manos empecé a desparramar mi leche sobre todo su cuerpo, y volví a besarlo. Lo llevé al río para lavarnos con las aguas, y le dije que lo que habíamos hecho era nuestro secretito, que nunca contara a nadie.
Volvimos a nuestras respectivas casas alegremente. Esa noche no pude dormir, un poco por el temor de que el niño contara lo vivido pero más aún por la excitación de recordar el placer que había sentido haciéndolo. En la esperanza de que Vicente se mostrara dócil otra vez, planifiqué mis próximas actitudes.
La siguiente vez que fuimos juntos y solos al río, directamente me ubiqué detrás de aquellos matorrales. Lo incité a repetir los juegos de tocarnos, a lo que el niño accedió contento. Volvimos a desnudarnos, pero esta vez directamente invadí su boca con mi lengua, y lo recorrí todo lentamente, parte por parte de su cuerpo (había notado que el besarlo lo excitaba mucho al niño). Como él se entusiasmaba en tocar y apretar mi verga y mis huevos, le propuse que les pasara la lengua, y le fui enseñando como hacerlo. El niño lo hizo demasiado bien, con ganas, con deseo.
Lo fui llevando a abrir su boquita y recibir la cabeza de mi verga, enorme, hinchada. Fui introduciéndola poco a poco en su boca, hasta donde se podía sin provocarle ahogamientos, y le enseñé a succionarla, lo que le gustó mucho.
Así lo tuve el mayor tiempo posible hasta que eyaculé dentro de su boca. En ese instante observé como Vicente abrió de pronto los ojos bien grandes, como sorprendido. El semen le salía por la comisura de los labios, pero no lo escupió, lo tragó. Yo lo ayudé, entrando mi lengua en su boca y mamando de allí mi propia leche.
Lo tuve un largo rato abrazado, acariciándolo, besándolo y sobándole todo el cuerpecito. Luego, en medio de esas caricias, comencé a masajearle las nalgas y a frotarle mis dedos en su ano, en forma circular. Salivé mis dedos y le introduje uno en el ano; aunque se sobresaltó un poco, no se resistió, por eso llevé el dedo hasta el fondo, siempre besándolo. A continuación, coloqué dos dedos bien profundo, revolviendo suavemente dentro de su recto caliente, sintiendo como Vicente se estremecía gozando.
Hice que se recostara en la lona boca abajo, levanté un poco sus caderas y comencé a lamer y chupar su ano, manteniéndolo así un largo rato. El niño gemía y se retorcía de placer. Mi verga estallaba para entonces, por eso -según mi plan- le puse en el ano una buena cantidad de crema para sol, lubriqué también mi verga y coloqué el glande en el orificio anal del niño. Vicente gritó un poco, pero recibió la cabeza de mi verga, que quedó atrapada por su orificio anal semi abierto.
Como noté que esa posición no sería la más fácil, me senté, senté al niño entre mis piernas y sobre mi bulto y con una de mis manos fui colocando la cabeza de mi verga en su ano con movimientos circulares. En un momento empujé hacia arriba y un cuarto de mi pija entró; allí Vicente volvió a dar un grito y a revolverse incómodo, pero ya era tarde para resistirse. Lo aferré firmemente y seguí empujando hasta que mi verga entró toda en su recto. El niño empezó a dar chillidos "ay, ay, ay, ay", pero para evitar ser oídos lo apreté contra mi cuerpo y puse toda mi lengua en su boca. Ya estaba desvirgado y tenía todo mi tronco dentro de su pequeño, caliente y delicioso culo, amasaba mi verga con sus contracciones. Así lo tuve un rato, bombeando, revolviendo mi palo dentro de él, sin sacarle la lengua de la boca y sin dejar de acariciarle el pelo. LLegado al climax, lo tomé con ambas manos de la cintura y empecé a moverlo arriba y abajo mientras yo balanceaba mi cadera. Tapaba su "ay,ay,ay" diciéndole en voz más alta "te gusta, mi vida, te gusta". Lo apreté fuertemente contra mi cuerpo en el momento en que sentí mi eyaculación, muy abundante, dentro de él. Ya estaba desvirgado, cojido y lleno de leche.
Tardé en retirarle la verga, lo hice con mucho cuidado para no lastimarlo. Para aplacar cualquier mala reacción en él, enseguida empecé a acariciarlo, besarlo y repetirle que a nadie cuente nuestro secreto.
El niño recibió su desvirgue sin perturbación, nada dijo. Y durante esas semanas de vacaciones allí, Vicente fue mi amante. Lo copulé todos los días, y hasta varias veces por día, en todas la formas y en distintas posiciones, siempre quedando él muy contento. En definitiva, tuve en ese lugar el placer que no esperaba. Luego volví a mi casa y nunca más supe de él.
Con los años, sentí culpa por lo sucedido. Pero con la prespectiva de los años, lo recuerdo como una vivencia de placer propia de la adolescencia, cuando la sexualidad todo lo invade con ardor. Y, debo reconocer, muchas veces me masturbé recordando esos días.
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