El niño con pijama de mujer II parte
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Anonimo.
Les dejo la primera parte http://www.sexosintabues.com/RelatosEroticos-20944.html
Aquella mañana soñada parecía haberse fugado rápidamente. Todo había acontecido con una inusual rapidez y aquel niño de 12 añitos se había marchado a casa con mis fluidos en su interior, mi pene aún palpitaba y mis manos aún conservaban el aroma de su nívea piel de porcelana. Al correr de las horas temblaba por dentro, el miedo se apoderaba de mí ya que hasta ese entonces nunca había tenido relaciones sexuales con un chico, siempre creí ser hétero y la aventura vivida era algo muy lejano a cualquier expectativa sexual que pudiese imaginar.
Al pasar los días no lo volví a ver como yo pensaba, concurría al almacén con frecuencia a la espera de verlo y con la excusa de comprar lo que fuese. Me sentía casi como un drogadicto, la angustia se habia apoderado de mí y el culo de ese niño era una verdadera necesidad urgente de satisfacer. El no verlo ya me comenzaba a volver loco, no podía sacar de mi cabeza sus dulces labios rojizos, su piel blánca y perfecta y sus cabellos oscuros, suaves y sedosos. Sus ojos miel aún parecían mirarme en sueños, comencé a soñar con él casi a diario, lo veía desnudo corriendo sobre las arenas de alguna playa solitaria para venir a abrazarme y enroscar su desnudez en mi cuerpo sediento de su infantil experiencia, para despertar al otro día con una descomunal erección que debía satisfacer con la más frenética de las pajas.
Una mañana, como todas las anteriores, volví al negocio en donde lo había conocido para tratar de verlo, pero nada. En el mismo lugar de siempre se encontraban los ancianos desagradables que tan preciso dato me habían entregado, bebían unas cervezas sentados en una de las bancas y al verme me llamaron con una seña de manos. "Qué pasa amigo mío, que acaso no quedó conforme con el servicio?, Le dije yo que después el chico no dice nada, la vieja Mercedes casi ni lo cuida y él es quien cocina y prepara todo en casa. Ahora si lo anda buscando, mejor desista, con una buena cacha gratis ya creo que tuvo ud suficiente, el chico debe de andar por ahí trabajando y vaya que tiene clientela…" -dijo uno de los repugnantes ancianos de largas barbas.
No lo podía creer. Aquellos hablaban del niño como si se tratase de una especie de putita con tal naturalidad de la vida. -"Dígame, dónde lo puedo encontrar"- supliqué…..-"Ya le dije que el chico anda trabajando, pero si quiere martirizarse y perder la cabeza por ese chico lo único que le diré es que su nombre es Hugo….ud verá si los busca o no"
Recorrí medio barrio desesperado, y tal como me habían dicho los ancianos el niño Hugo no apareció. En una oportunidad lo esperé sigiloso fuera de su pobre casa y no daba indicios de aparecer. Creí definitivamente que no le vería hasta un buen tiempo más, pero una mañana mi camioneta reventó uno de sus neumáticos y fue urgente concurrir a un taller mecánico al cual siempre voy cada vez que le pasa algo a mi vehículo. Al llegar noté que estaba cerrado, aunque noté levemente que una de sus puertas de latón y fierro se encontraba abierta, por lo mismo me bajé a ver si alguien ahí podía atenderme. Lo que ví detuvo mi corazón de golpe.
El niño con pijama de mujer se encontraba en el interior del desvencijado patio. A su alrededor habían piezas de vehículos muertos, neumáticos viejos, fierros y otros escombros. Dos sujetos, de no más de 40 años se encontraban junto a él, ya le habían quitado su femenino pijama verde claro que siempre usaba por las mañanas al fuese al lugar que fuese, lo tenían sentado sobre una pila de llantas pequeñas y lo toqueteaban por donde se les antojase. Uno de ellos ya se había quitado la playera y estaba sólo en jeans, a la altura de sus rodillas, con una mano se masturbaba y con la otra atraía la cara del niño hacía la suya, para devorarlo con un salvaje beso que parecía como si lo estuviese comiendo entero. El otro, que se encontraba desnudo y sólo portando botas de trabajo, chupaba una de las tetillas de Huguito, las lamía sutilmente para despues chuparlas nuevamente y con su dedo izquierdo penetraba el florecido ano del niño. Hugo gemía como la puta en celo que sabe comportarse, se dejaba lamer, toquetear, besar y todo lo que sus actores le pidiesen, uno de ellos lo tomó por atrás abrazándole y besando sus labios mientras el otro le succionaba su pequeño pene metiendose hasta las bolitas del niño, cuyo cuerpo era divinamente hermoso, curvo, terso, suave y con el mejor de los culos de bambi.
El hombre que portaba jeans a media altura no dio más y puso a Huguito de rodillas, le enterró su enorme verga en sus dulces labios y dejó que el niño hiciese todo lo que sabe hacer. Hugo devoraba la pieza con total plasticidad, adecuando su boca y mandíbula a la verga impuesta, mientras el otro mecánico que no quería quedarse sin satisfacer lo suyo, sobaba su glande en las tetillas del niño. Los tres gemían en una armonía orgásmica que para mí resultaba ser un suplicio, el niño era mío y solo mío, y no quería compartirlo con nadie, me oculté como pude y noté que mi erección había dado curso hace mucho rato atrás. El pequeño Hugo ya usaba sus dos manos para sostener ambas vergas y meterlas alternadamente en su boca, hasta que la paciencia y calentura de los mecánicos fue mayor y lo volvieron a sentar sobre 3 llantas grandes, uno de ellos abrió las piernas del niño y sin lubricarlo siquiera colocó su glande en la entrada de su rosado ano y estampó su revienta pichula hasta el fondo de sus entrañas.
El grito de Hugo fue tremendo y parecía dolerle demasiado. El oscuro mecánico tenía las piernas del niño en sus hombros y estaba encima de él bombeando fuertemente. El otro ahogó los gritos de Hugo enterrando su pija en la dócil boca de mi niño, bombeando tambien como si penetrase la más húmedas de las vaginas. Así estuvieron un buen tiempo hasta que el mecánico que hasta entonces le daba sexo oral trajo una viella silla de oficina y se acomodó en ella, reclamando su turno a su compañero de trabajo.
El hombre accedió a lo solicitado y puso al niño a disposición del grueso hombre, quien en una posición parecida en la cual yo le había echado mis fluidos puso al niño de espaldas, colocó sus pequeños pies sobre sus rodillas y colocando su tosca y venosa verga en el culo de Huguito se lo caló como un taladro profundo, mientras que con sus gruesas manos lo sostenia de sus nalgas en un vaivén frenético. El niño volvió a gritar y gemir, y en un espectáculo nunca antes visto por mí el niño estalló mientras lo penetraban, regando su escasa cantidad de semen por todo su cuerpo. Al verlo, el hombre que se encontraba de pie enterró su pichula en la boca del niño tan profundo que sus vellos púbicos tocaban sus labios, y en unos minutos terminó sacando su enorme pene para masturbarse en la cara del chico y eyacularle litros y litros de espesa leche, la que le recorría su nariz y boca, mientras que con su otra mano lo tenía cogido de los cabellos.
El otro que aún lo penetraba no pudo más con la intensa lujuria desatada y terminó por llenarle el culito de leche, era evidente ya que el orgasmo al gemir profundamente lo había delatado, siguó bombeando aunque cada vez más lento y Huguito lamía con suavidad el glande de quien lo había acabado en sus rojizos labios, asegurándose que la última gota de ese semen fuera para él.
Los tres se vistieron, y acompañaban a Hugo hacia la puerta de lata. Como pude me escurrí hacia mi camioneta con el corazón a mil por hora. Los dos hombres le hicieron un ademán en el pelo al niño, desordenándolo un poco y cada uno pagó satisfecho una buena suma de dinero por el excelente servicio de Huguito.
Mi pena era enorme, mi líbido intenso y mi necesidad de sexo urgente. El niño retornó a su casa caminando por las calles, sus cabellos estaban desordenados y su pijama algo vencida, probablemente por los bruscos tirones que le habrian propinado sus clientes para arrancárselo. Los mismos mecánicos que se habían servido del niño, al ver mi vehículo en pane inmediata y rápidamente lo repararon, sin saber que había sido testigo de la más salvaje de las penetradas.
Conduje lento, y a medio camino lo encontré. Seguía caminando, y paré mi camioneta junto a él. El niño me miró y hasta se sorprendió de verme, esbozó una sutil sonrisa mientras bajaba el vidrio del vehículo.
– ¿Quieres que te lleve a casa Huguito?
C O N T I N U A R Á…
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