El niño de la playa solitaria
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Pavic.
Tengo 32 años. Hace más o menos dos años que no había tenido vacaciones. A veces el trabajo suele absorberte de tal forma que la depresión se convierte en una inevitable compañera de vida. Mi psicólogo me recomendó dejar mi empleo, recuperar mis emociones y lograr nuevamente mi estabilidad espiritual, mi mujer me había dejado y la soledad se apoderaba de mí como única compañía. Mis ingresos siempre han sido más que suficientes, y justamente por ello tras renunciar a mi empleo busqué recomendaciones para irme de vacaciones indefinidas al lugar más remoto y solitario del mundo. No quería saber de celulares, computadoras portátiles, clientes ni de nada que tuviese que ver con la ciudad, por ello contraté un paquete de vuelo a las Islas Vírgenes Británicas, y una vez allá pagué a uno de los lugareños para que me alquilara un buen yate y poder así visitar cada una de las islas solitarias que el ser humano parecía haber olvidado. Fue así como en ultramar di con un lugar llamado Anguila, que posee otro conjunto de islas menores, al llegar olvidé rápidamente la oficina y sus problemas, me sumergí en la calidez de las arenas blancas, día a día visitaba alguna isla solitaria, bebía mate u otro refresco y me dormía con la exquisita libertad de encontrarme solo en un remoto lugar del mundo.
Eran días de ensueño y descanso, quería seguir así por todo el mes hasta que un visitante inesperado irrumpió de golpe en mis vacaciones y mi vida. Me encontraba durmiendo a la sombra de unas palmeras, a decenas de metros de la playa cuando un yate pequeño blanco rompió el baile de las olas. Un hombre rubio descendió junto a un niño igualmente rubio, de largos cabellos, vestía una playera rosada sin mangas y unas sungas color negro, y a pesar de encontrarme lejos pude darme cuenta de la salvaje belleza del muchacho. Sus doradas pieles tocadas por el sol resaltaban en demasía los rubios reflejos de sus cabellos, su cuerpo era terso y delgado y un buen culito sobresalía de él. El hombre, por su inigualable parecido debía ser su padre, echó un vistazo a lo largo de la playa y pareció no verme, y asegurándose que la isla estuviese sin turista alguno se despidió del chico y subiéndose a su pequeño yate se marchó hacia el este. El yate que había alquilado lo dejé del otro lado de la isla, de tal forma que el hombre no logró distinguirlo.
Mi verga se levantó de golpe cuando el niño se quitó la playera y dejó a la vista su espectacular cuerpo, acomodó sus cabellos al viento y con la seguridad de creerse solo se quitó también el speedo, luciendo sus nalgas igualmente tonificadas de un color dorado intenso. Al parecer el chico acostumbraba a bañarse desnudo, aunque sus nalgas se notaban un poco más claras con el estampado de la sunga. Se introdujo en el mar y se sumergió bajo las olas levantando el exquisito culito que lo hacía merecedor de la mejor verga, aún no podía distinguir con claridad su miembro, me moría de ganas de ir y violarlo ahí mismo, nada ni nadie lo podría socorrer y no existiría rastro alguno de mi presencia en esa isla. Pero no, algo me decía que podría ser un gran ganador con esta suerte inesperada, y dado que no aguantaba más con la verga erecta tuve que pegarme una buena paja entre las palmeras mientras observaba el monumental cuerpo del chico.
Se bañó por un lapso de tiempo que ya no recuerdo, pues mi vista se perdía en su desnudez por cada piquero que se lanzaba, nadaba con una agilidad increíble y al cabo de un rato salió del mar con sus rubios cabellos mojados y mostrando de frente su verguita que para su edad, era bastante grande. Se tendió en las blancas arenas para secarse y descansar, con un brazo se tapó la frente para evitar el sol en los ojos y recogió levemente una de sus piernas, mientras que con la otra suavemente se frotaba la verga en total libertad hasta que poco a poco comenzó una sutil masturbación de chico en vías de pubertad, lo hacía tomándose todo el tiempo del mundo, echando su cuerito hacia adelante y hacia atrás y estirando y recogiendo sus piernas. Poco le faltaba para acabar, con su otra mano comenzó a sobar su desnudo cuerpo y sus primeros gemidos se hicieron escuchar hasta que estiró su cuerpo por completo y eyacular espectacularmente con pocos y brillantes chorros de sus primeros fluidos que igualmente se podían distinguir desde donde me encontraba escondido.
El baño de mar, el calor y la excitación de su breve jalada lo habían cansado. Se tendió boca abajo y se dispuso a dormir una siesta, un viento cálido le removía sus largos cabellos y el chico no parecía inmutarse, su sueño era profundo y apacible; y percatándome de que efectivamente su inconciencia fuera total me dispuse a abandonar mi escondite y me dirigí hasta donde se encontraba. Llevé conmigo hierba mate y un cooler con algunos refrescos, y sin hacer mayor ruido me senté al lado de él, su desnudez embriagaba mis ojos y mis sentidos, era espectacularmente hermoso, el paso de las horas pareció insolarlo un poco sin darse cuenta su espalda fue tomando poco a poco un tono rojizo. No pude resistirme a aquella terrible tentación, puse un poco de loción en mis manos y toqué su cuerpecito por primera vez.
Mis manos se deslizaban con sutil pericia por su espalda y sus hombros mientras el rubio muchacho seguía durmiendo, nada, pero absolutamente nada parecía perturbarlo. Como su culito tenía algo de arena, se la quité con una de mis manos y cuando le apreté un poquito sus respingadas nalgas emitió un suave quejido. Quise ir más allá, mi dedo índice comenzaba a saborear el calor de su anillo anal y virgen y el chico rubio cuyo nombre aún no conocía finalmente se despertó.
Su despertar se hacía lento, al parecer su cansancio era tal que hacían de su letargo una anestesia involuntaria. Poco a poco abrió los ojos, eran grandes y de color marrón, su rostro era de una belleza salvaje e inusual, y al despertar del todo se volteó sentándose en las arenas y tapando con una de sus manos su miembro semi erecto por mis masajes. Me miró desafiante y enfadado hasta que exclamó con su voz de chico de 12 años: “y tú quién eres, qué haces aquí”.- sus entreabiertos labios rojizos dejaban ver una fila de blancos dientecillos- “te insolabas dormido, es peligroso y puse loción solar en tu espalda…y por si no sabías, esta playa es de libre acceso y cada cual puede venir y andar libre como le plazca…”- le respondí entre nervioso y asustado. Me miró analizando cada uno de mis gestos, el chico no se movía para nada y finalmente rompí el hielo: “¿quieres algo de beber?”-
Su nombre era Dylan, tenía doce años cumplidos hace tres días atrás y era nacido de Boston. Vivió un par de años en Argentina, y en otros países de habla hispana, dominaba a la perfección el inglés, el español y algo de francés ya que residieron con su familia un par de meses en Montreal, Canadá. Mientras bebía unas latas de soda iba conociendo un poco más de su historia, sus padres divorciados, de su madre no tenía noticias desde hacía seis años y su padre era un importante empresario ebrio, cada año visitaba la localidad de Anguila para visitar un clandestino prostíbulo de la zona y embriagarse, mientras que al niño tenía por costumbre llevarlo a la solitaria isla en donde nos conocimos para deshacerse de él por unas cuantas horas. En su soledad Dylan aprendió a practicar el surf y al parecer también, a estimularse y darse placer a sí mismo.
Conversamos por bastante tiempo, el chico ya había perdido la vergüenza y exhibía su desnudez con total normalidad. Yacía sentado en las arenas blancas mirando al mar mientras yo me encontraba a su lado bebiendo mate y vestido sólo con un traje de baño tipo speedo. Bebió un largo trago de soda y unas cuantas gotas le escurrieron por la comisura de sus labios; sin poder evitarlo le limpié con mi mano y el chico me miró fijo primero para después regalarme su primera sonrisa de blancos dientecillos – “¿nos bañamos?”.
Dylan entró a las cálidas aguas primero, con sus rubios cabellos destellando y su culito aún con arena provocando a mis perversas miradas. Se hundió tras una ola, para salir luciendo su precioso cuerpo húmedo por las salinas aguas, me miró con cierta extrañeza y me preguntó: “¿no te quitarás eso?”.- mirando mi speedo. La propuesta a pesar de ser inocente me calentó demasiado, no quería quitármela ya que me había erectado aún más, pero de igual forma quise parecer natural y me desnudé a la par también; debo decir que mis dotes físicas son igualmente buenas ya que los deportes siempre fueron mi mejor pasatiempo. El chico sonrió y abrió sus tremendos ojos cuando vio mi pene tan parado y grande, se acercó un poco para ver mejor y dijo: “es enorme…bueno, vamos al agua”.
Nos bañamos, jugamos, nos tirábamos agua y barro de arena, corrimos por la costa jugando a perseguirnos y lo cabalgué a mis espaldas. “Más, rápido, más rápido que viene la ola”- gritaba. No podía con tanta felicidad, el chico tenía tanta energía que parecía nunca cansarse, nos bañamos un poco más y al salir del agua lo traía montado en los hombros, cuando caminaba por las cálidas arenas secas pude sentir la vigorosidad del muchacho en mi cabeza, su pequeño pene se había erectado lo que hizo que inevitablemente mi verga cobrara vida. Al regresar otra vez a las arenas, sin secarnos la piel más que con los mismos rayos del sol, nos sentamos para volver a refrescarnos con algunas sodas heladas que aún quedaban al interior del cooler, el chico rubio bebió un largo trago para recostarse de espaldas tapándose el rostro con su brazo derecho, estaba en total erección y se podía apreciar como su pequeño pene palpitaba. Casi por instinto, me recosté al lado de él con mi codo apoyado en la arena, y derramando un poco de aceite solar en su pecho lo recorrí con mi mano libre, el niño simplemente sonreía con los ojos cerrados y su brazo en la frente diciendo -“que bien se siente”- su pecho era exquisito, muy bien pronunciado y marcado, sus pequeños pezones se erizaban cada vez que mi mano patinaba sobre ellos, su abdomen se endurecía por las contracciones y las cosquillas y el niño finalmente agarró su verguita erecta con su mano libre y comenzó a estimularse.
Lo hacía lento, primero se sobaba su miembro y sus apretadas bolitas para agarrar la comisura de su prepucio, su rosado glande hizo su aparición y la respiración del chico comenzó a acelerar. Había olvidado que sólo tenía 12 años, y muy pocos vellos rubios revestían el monte de su pubis, casi lampiño, mi mano ya sobaba sus muslos hasta que quité la manito de su verga para cambiarla por mi mano lubricada, que acrecentó su excitación mucho más aún. El niño comenzó a gemir, sin abrir sus ojos, con su boquita entreabierta, suspiraba rápido y acelerado, con ambas manos se frotaba cada parte de su cuerpo libre, hasta que no di más y mis labios besaron por primera vez su duro miembro en estado de desarrollo, lo recorría con mi lengua desde el tronco hasta la punta y chupaba su glande como si quisiera arrancárselo, los gemidos del niño ya se escuchaban en media isla y el pudor parecía haberlo perdido totalmente. Besé su pubis, sus caderas, sus pequeños pezones hasta que sin percibir el ritmo frenético de la situación me encontraba besando sus labios carnosos y cálidos, abrió los ojos y me miró fijo como si el tiempo se hubiese paralizado; quedé casi sin respiración para abandonarme finalmente a mis impulsos y volver a buscar sus labios.
El chico aunque sabía besar se encontraba paralizado con la situación, al parecer jamás imaginó tocar con sus labios los de un hombre mayor como yo, su lengua comenzó a perder timidez y fluyó junto a la mía, estuvimos así un buen tiempo me puse de pie frente a él que permaneció en el suelo y no supo qué hacer -“ven, acércate un poco”- le pedí. Se puso de rodillas, y mirando fijamente a mis ojos entendió mis deseos, tomó el tronco de mi verga con una mano y llevó mi enorme cipote hasta su boca, su primer sexo oral era algo torpe, pero al paso de los minutos evolucionó hasta llegar a la mejor pericia y haciéndome gemir por primera vez; ya tomado el ritmo empezó a mover su cabeza y al tratar de llevar mi miembro hasta lo más profundo le provocó alguna arcada, derramando un par de lágrimas aunque sin dejar de succionar. Se dedicó sólo a mi glande como si chupara el mejor de los caramelos y al verlo desde arriba volví a apreciar su respingada cola desnuda, la desee a tal punto que me tendí sobre las arenas, lo puse en cuatro sobre mí emulando un perfecto 69 y besé sus nalgas, Dylan aún no sabía con precisión qué debía hacer y elevando mi pubis con ayuda de mis piernas mi glande nuevamente hizo contacto con sus dulces labios y el chico reanudó su felación.
Chupaba mi verga de tal forma mientras yo besaba sus nalgas que creí acabar en cualquier momento y no quería hacerlo tan pronto, chupaba y gemía, chupaba y gemía, y a ratos dejaba de chupar para dedicarse solamente a gemir. Sus nalgas eran exquisitas, pero mi plato fuerte era su botoncito rosado, virgen y hermoso; puse la punta de mi lengua en su anito haciendo sutiles movimientos y revolviendo la periferia de su anillo anal; Dylan emitió un fuerte gemido y noté como su estómago se contraía y su respiración era exageradamente profusa, el chico disfrutaba cada uno de mis lengüetadas y poco a poco su orgasmo aumentaba a medida que mi lengua entraba más y más en su inexplorado culito. Dylan había olvidado por completo mi verga y tiritaba descontroladamente por el placer; era evidente que el chico explotaría si mi miembro llegaba a recorrer sus entrañas, me moría de ganas por penetrarlo, sin embargo, un extraño ruido a lo lejos interrumpió nuestra desbocada lujuria.
Un pequeño yate petrolero rompía las olas desde lo lejos, se veía de un diminuto tamaño blanco desde donde nos encontrábamos el chico rubio y yo. Habíamos perdido la noción del tiempo y el sol poco a poco comenzaba su descenso, Dylan se puso de pie de golpe y vistió su speedo y su playera – “escóndete”- me pidió- “Dylan, ¿te veré mañana?- le pregunté desesperado- “ya veremos, pero por favor escóndete”. Le di un fugaz beso y corrí hacia las palmeras, no sé cómo corrí con el pesado cooler y me escondí, pude ver cómo Dylan cubría con arena una de mis prendas y se aprontaba para esperar a su padre; la barca finalmente se detuvo y un hombre rubio se bajó de ella, su andar era torpe y andrajoso, el chico lo agarró de un brazo y lo ayudó a subir. Era evidente que no había visto nada de nuestra orgía espontánea, su ebriedad le habría nublado la visibilidad y se marchó con el chico mar adentro.
Ya nuevamente solo en la isla pude verlos navegar y perderse en el horizonte, mi verga aún seguía viva con los recuerdos nítidos de lo vivido, todavía podía sentir el calor y la fluidez de la boca del chico en mi tronco y el sabor de su culito en mi lengua. A pesar del estado de excitación en que me encontraba no quise masturbarme, mañana vendría de nuevo para estar con él y romperle el culito por primera vez.
C O N T I N U A R Á…
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