El niño de la playa solitaria (segunda parte)
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Pavic.
A pedido de muchos de ustedes, y de mis propios recuerdos, les comparto la continuación de ésta historia, la cual me obligará necesariamente a relatar a modo de saga otros sucesos que fueron dándose tras éstas vivencias.
No habrá marcha atrás y me llevará al menos dos o tres relatos seguidos de éste, a fin de zanjar esta deuda literaria y estampar en algún lado, los mejores recuerdos.
Si ya leíste y disfrutaste la primera parte, toma asiento, ve por un buen café o un refresco, un par de toallitas húmedas, y embárcate conmigo en este viaje de infinito placer.
La abrupta partida de Dylan de la isla me había sumido en un cúmulo de emociones y desconciertos.
Aun podía percibir la dulzura de su ano en mi lengua, y el hormigueo yacente en mi verga negaban a desaparecer la erección descomunal con la cual había quedado tras el exquisito oral que me había propinado aquel muchacho.
Emprendí rumbo en el yate que había alquilado, ya en la hostal, y por más que quise consumar, me resistí a masturbarme, tenía la necesidad imperiosa de querer vaciarme únicamente para ese chico, mis manos aún podían sentir la tensión de su abdomen perfecto, su pecho lubricado, sus caderas compactas, y el salvaje cincelado de sus rubios cabellos de surfista escurriéndose entre mis dedos.
Me dormí no sin algo de dificultad, es más, el desvelo fue mi compañera durante gran parte de la noche, deseaba con fervor que amaneciera pronto para emprender rumbo a la bendita isla a la hora acordada para consumar la exquisitez del cuerpo sedoso de Dylan.
Ya amanecido, y apenas terminé el desayuno, me preocupé de armar todo lo necesario, volví a llenar el cooler con gaseosas y hielo, me di un baño y finalmente me embarqué hacia la isla a la velocidad máxima que el yate pudiese permitirme.
A pesar de no quedar tan lejos, el viaje me pareció una eternidad, cada ola era una tortura, quería llegar ya, quería verlo, besarlo, aprovechar el tiempo lo mejor posible, entrar muy en lo profundo de su pequeño cuerpo y hacerlo mío, sólo mío.
Una vez desembarcado en un lugar muy distante de donde atracó el yate del padre de Dylan el día anterior, bajé las cosas, escondí el cooler y me dispuse a esperarlo, la impaciencia me invadía y el chico no llegaba, maldita sea, quizás había llegado demasiado temprano, o bien el muchacho advirtió mis siniestras intenciones y por ningún motivo querría regresar.
Bebí unas cervezas, calculaba habían transcurrido unas dos horas según se movía el sol, hasta que me rendí y tras la noche en vela, el cansancio terminó por pasarme la cuenta cayendo rendido sobre la arena en un sueño profundo, con el solo sonido del oleaje y los vientos silbando en las hojas de las palmeras.
No sé cuánto tiempo me habré quedado dormido, me sentía aletargado, anestesiado, hasta que de pronto sentí en mi muslo derecho un leve cosquilleo, y unas risas me llegaban desde lo lejos.
De pie, y vistiendo sólo su tanga de verde color, Dylan reía mientras trataba de despertarme con uno de sus pies, pisándome el muslo y la verga, su salvaje belleza me despertó de golpe, y para mi sorpresa, un niño un poco más alto que él le acompañaba al son de sus risotadas traviesas, no aparentaba más de doce años, delgado, de tersa piel nívea aunque levemente bronceada, cabellos igualmente rubios, más suaves que los de Dylan, con textura de bebé, rasgos y gestos mucho más delicados, de hermoso pecho adornado con dos pequeñas pero respingadas tetillas, una línea abdominal que se hundía transversalmente hasta la zona de su ombligo, sus piernas limpias de todo vello resultaban de igual delicia que las de mi pequeño surfista, y ocultando su semi desnudez lo recubría únicamente un blanco speedo de diminutas proporciones.
Su cuello era largo y tentadoramente deseable, en su rostro angelical se dibujaba una sonrisa de grandes dientes blancos y labios rojizos, algo carnosos, cejas pronunciadas, nariz respingada, perfecta, y oscuros ojos perla que armonizaban con el jolgorio y jovialidad de sus facciones.
-Pensamos que no despertabas- dijo Dylan –arriba, vamos al agua.
El misterioso niño que le acompañaba no dejaba de sonreír en momento alguno, el viento enarbolaba sus largos y rubios cabellos mientras me observaba con curiosidad, me levanté de mi somnolencia, y advirtiendo que su belleza era tan superlativa como la de Dylan, mi erección nació instintivamente entre las fauces de mi ingle sin siquiera poder evitarlo.
Ambos chicos lo notaron, y volvieron a soltar su carcajada infantil.
-Hallo, ¿je wiltspelen?- saludó el chico nuevo.
-¿Qué, qué?- pregunté
-Es holandés- dijo Dylan –te preguntó si quieres jugar…se llama Willem, pero todos lo conocen como “Pim”, puedes llamarle así- aclaró divertido.
-¿Pero entiende algo de español, o inglés?- pregunté intrigado.
-Claro que entiendo –sonrió Pim- olvidaste decirle que mi padre es de Málaga-
Ambos chicos rieron por largo tiempo, y más allá de mi desconcierto, me dejé llevar por la alegría espontánea de ambos.
Sucedía que el chico si bien era de madre holandesa, tal como aseguró Pim, su padre era nacido y criado en Málaga, razón por la cual dominaba ambos idiomas.
Tras beber unas cuantas sodas y disfrutar del sabor de unas uvas, entendí que el padre de Pim era igualmente dilapidador que el de Dylan, un ebrio en todo su esplendor, amante de la vida bohemia, del tabaco y la lencería de mujer, y cuyo motivo de visita a esta parte del mundo era recorrer los prostíbulos clandestinos, los cuales brindaban excelentes servicios sexuales con sus scorts cuyas edades mínimas incluso oscilaban entre los 15 años, una delicia por la cual hombres poderosos como los padres de Pim y Dylan pagarían sin mayor problemas, en la seguridad de gozar el tiempo que quisieran en una impunidad y eximente total.
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Y así es que tú también sueles venir con Dylan- pregunté.
-Algo así…llegamos anoche junto a mi padre y mi tío, a esta hora ya deben de andarse divirtiendo.
El año pasado no vinimos, pero ya ves, heme aquí este verano- dijo sin dejar de reír.
-¿Y tienes novia?-
Sin responder, me miró una vez más con la exagerada sonrisa que adornaba sus rosadas mejillas, se alejó hacia el mar con un aire en extremo femenino, saltitos delicados y platinado cabello al viento, y para la mayor de mis sorpresas, se quitó el speedo que portaba para lucir una diminuta tanga la cual llevaba oculta, al parecer, desesperado por exhibirse con su casi desnudez, sus nalgas se contorneaban en un redondo perfecto y levantado, sus pantorrillas eran como esculpidas a mano y su corta carrera dejó una huella de sus hermosos pies en dirección a su primer clavado, sumergiendo su resbaladizo cuerpo tras una ola y emergiendo en sutil destreza después.
Acomodó sus húmedos cabellos hacia atrás mientras nos saludaba alegremente al son del brillo de su cuerpo, era divinamente hermoso, travieso y por qué no, exuberantemente de un ardiente exquisito.
-Hey, aún sigo aquí- reclamó Dylan indignado.
-Lo siento Dylan, lo que pasa es que…
-Te lo quieres coger…ya lo noté- exclamó mirando hacia abajo.
-No Dyl, es sólo que no esperaba que llegaras acompañado…yo sólo quería estar contigo y ya sabes, poder seguir, bueno, seguir en lo que estábamos ayer.
– Lo siento, lo de ayer fue, no sé cómo explicarlo, simplemente me dejé llevar, me gustó mucho como me masajeabas con aceite, aunque más de una chica de en alguna fiesta ya me había mamado la verga.
He cogido con niñas en dos oportunidades y quiero que siga siendo así- se disculpó sin dejar de mirar las arenas de la playa.
Su confesión me dejó helado, y a la vez triste.
Si bien estuvimos sólo unas horas juntos, fue suficiente como para hacerme perder la cabeza.
Insistí, aunque sin esperanza:
-Sólo una pregunta Dyl…cuando me mamaste la verga y a la vez, bueno, a la vez me comía tu culito, ¿te gustó?-
-No lo sé, supongo que sí, en su momento sí, pero no es lo que quiero sabes, siempre me han gustado las chicas y me masturbo pensando en ellas.
–
– Dylan, y si lo intentamos una vez más, y te llega a gustar…
-¡Que no!- exclamó enérgico- fue todo.
Nos quedamos en silencio unos minutos, incómodos y yo con ganas de irme en el yate de vuelta a la hostal, fue un duro revés que mató toda mi ilusión de consumar con él, por supuesto jamás lo forzaría a nada, y tendría que acostumbrarme a vivir con el recuerdo de haber recorrido su cuerpo sin penetrarlo.
Allá a lo lejos, Pim seguía en su baño semidesnudo, saludándonos por cada vez que brotaba de entre las aguas.
-Tu amigo Pim es algo extraño ¿no?-
-Te lo quieres coger.
Mira cómo tienes el pene a punto de reventar- exclamó mirando mi abultado speedo.
-No puedo negar que es un chico hermoso, aunque como te dije, yo sólo quería hacerlo contigo, pero bueno, ya diste tus razones- le dije.
-Pero ahora da igual, desde que lo viste que te lo quieres coger- insistió.
-Eres un chico listo Dylan, jamás nadie podría mentirte nunca…a decir verdad me hubiese encantado haber jugado con ambos, o mejor dicho, que nos divirtiésemos los tres.
-Bueno, en fin, estoy seguro que si te le lanzas Pim no se negará- aseguró para mi asombro total.
-¿Cómo dices?- pregunté
-Cuando nuestros padres se juntan con algunos otros borrachos como ellos, Pim insiste en pasearse con esa tanga ridícula…ya he visto como se lo manosean cada vez que pasa y él nada, su tío ya nomás lo romperá si es que no se le adelanta otro.
Ayer estuvo toda la noche sentado en sus piernas, y cuando estaban todos más que ebrios, éste lo manoseó hasta por debajo de la trusa, y si no se lo cogió fue porque don Frank lo tomó de un brazo y lo mandó a dormir.
-¿Y don Frank vendría siendo…?
– Su padre- dijo.
– De pronto el que se lo quiere coger eres tú- le dije riendo.
– Jajajajaja- río divertido- no, ya te lo dije, me gustan las chicas y lo de ayer fue sólo porque te aprovechaste de mi calentura, pero no volverá a pasar, hazte la idea.
– Lástima Dyl, estoy seguro que te hubiese encantado, te lo habría hecho con la mayor delicadeza y cuidado…hubieses tocado el cielo sin saberlo-
– Ya basta- dijo- a mí no me vas a coger nunca.
– Pero si quieres te la puedo mamar- insistí.
– Mmmmm mejor no…quiero que me gusten las chicas siempre y así va a ser- sentenció- Mira, allí viene Pim.
Con su brillante cuerpo semidesnudo, Pim desfilaba en un carnavalesco trote con el agua hasta los tobillos.
Sus cabellos brillaban con más fuerza mientras los acomodaba hacia atrás, la tanga se le había adherido aún más a sus caderas, y su sonrisa no demoró en exhibirse…sí, me lo quería coger, quería recorrerlo entero, solos él y yo, montarlo en el miembro viril hasta hacerle su sonrisa explotar, devorar sus orejas y sentir el aroma de sus dulces cabellos rubios mientras lo apretaba con fuerza.
Dylan siempre tuvo razón: me lo quería coger.
-Water is heerlijk- rió Pim (“el agua está deliciosa”)
-Yo me voy al mar- dijo Dylan, tomando su tabla de surfear, corriendo hacia las olas y abordando el primer tumbo sin problemas.
Pim se sentó a mi lado, dejándose tocar por los rayos del sol, con la cabeza hacia atrás y los ojos cerrados, exhibiendo su monumental belleza al punto de volverme loco de lujuria.
Extrañamente y más allá de mi calentura, tenía miedo de tocarlo, parecía un ser prohibido al cual sólo se le podía admirar sin roce; Dyl por su parte, abordaba las olas con total pericia, vistiendo sólo su speedo verde y dando un espectáculo único de surf, acrobacias que tomaron por un momento mi total atención, hasta que un puñado de arena seca me tomó por sorpresa en la cara.
-Pim, qué haces- reclamé enojado- ¿estás loco o qué?
Al borde de la carcajada, me tiró dos o tres puñados más de arena, me cegó la vista por un buen instante mientras escuchaba sólo sus infantiles risas, seguía con su broma hasta que dentro de la poca visibilidad que me quedaba le tomé los brazos con fuerza para detenerlo y comenzó el forcejeo sin retorno – ¡basta, basta!- le imploraba, pero nada, el chico intentaba zafarse con su inagotable jolgorio.
Sin encontrar otra forma de reducirlo, me eché encima de aquel extraño muchacho tumbándolo sobre las arenas, con mi cuerpo sobre su semidesnudez, sin soltar sus brazos, su respiración era agitada y poco a poco bajaba las revoluciones, cuando noté que nuestros cuerpos estaban juntos y que mi pubis yacía sobre sus caderas, mi erección comenzó su paulatina aparición, en una hinchazón que jamás había experimentado.
Pim no dejaba de mirarme, su abdomen iba y venía en una contracción involuntaria, una electricidad nacía en mi ombligo y se propagaba por todo mi cuerpo, el cuello del chico me parecía cada vez más irresistible y un impulso magnético atrajo finalmente mi boca hacia su oreja izquierda para devorarla, bajé impetuosamente por el lado izquierdo de su cuello hasta sacarle un gemido agudo, besaba y lamía dicha zona dulce mientras Pim agarraba mis cabellos con firmeza, asegurándose de que no me alejara de él.
-Doe het, doe het- gemía sin recelo (“hazlo, hazlo”)
Seguía devorando aquel fruto prohibido con desesperación, ebrio de placer, mis labios quisieron encontrar los suyos pero el chico llevó mi cabeza con sujeción hasta su pequeña nuez de Adán, la chupaba, lamía y relamía con tal ímpetu que sus quejidos comenzaban a propagarse por toda la isla; entre mis piernas sentía la erección del sexo del muchacho la cual comenzaba a hacer contacto con la mía, siguió cogiendo mis cabellos para obligarme a bajar hasta su pecho, sus pezones estaban en total alzamiento como pequeños montes, por cada beso o succión que les brindaba emergía un golpe eléctrico en el cuerpo de Pim, a ratos levantaba sus caderas y sus piernas terminaron por rendirse para enroscarse alrededor de las mías.
Podía sentir la suavidad de sus pies en mis pantorrillas, su corazón latía a mil por hora, bajé lamiendo su abdomen para hundir mi lengua en su ombligo, lo que hizo hacerlo dar un pequeño grito de excitación.
Estaba casi convencido –por la experticia del chico- que ya había cogido con muchos hombres, su consolidación sexual estaba plenamente definida, y desde luego, mi pequeño ninfa no dejaría que me escapara sin antes brindarle el mejor de los placeres.
Con ambas manos empecé a bajar su diminuta tanga por los costados de sus caderas, para besarlas alternadamente, y con mis dientes quitar finalmente aquella trusa que me impedía disfrutar por fin de su completa desnudez.
Pude apreciar por fin aquel pequeño miembro, que al ser tan minúsculo me daba la impresión de que parecía un clítoris pero más grande, y sin desprenderlo del todo de su tanga, besé su pubis, jugueteando con mi lengua en rápidos movimientos de vaivén sobre la cabeza de su miembro, disfrutando de su respiración sin control, sus gemidos de sirena en celo, y el masaje de sus largos dedos enredándose en mis cabellos.
El viaje por las sendas de la lujuria era sin retorno, mis vertiginosos lengüetazos sobre su pequeño glande dieron paso para que mi boca albergase dentro de sí hasta el último estampe de sus pequeñas bolas, con mis labios tocando su pubis libre de todo vello, sus piernas comenzaron su retráctil movimiento para recogerse y dejar al asomo uno de los botones anales más hermosos que haya podido visitar en mucho tiempo, su sed de libido no se hizo esperar y sus manos cogieron nuevamente mis cabellos con firmeza para iniciar el descenso hacia las concavidades de su culito, en una suave bajada pasando por su apretado escroto de lampiños sexos, y ante las fauces de tamaña exquisitez no hice sino más que regalarle la primera barrida con mi lengua en aquel anillo de rosa color.
Tras las incesantes embestidas lubricantes, Pim inició su camino al orgasmo con gemidos cortos y delicados, frotando sus manos en mi pelo, y disfrutando del oral que devoraba cada centímetro de sus paredes anales, mientras como pude me desprendí de mis ajustados speedo para fundirnos en total desnudez.
-“Ik ren, ik ren, ik ren”- suspiraba con desespero.
(“Me corro, me corro”)
A pesar de que me había surtido no sólo de gaseosas y comida, sino también deprofilácticos y lubricantes (siempre suponiendo que lo haría con Dylan), bien sabía que no habría tiempo de cortar la inspiración para correr por ellos a mi bolso, por lo que tras cada lamida, y penetrada de lengua en su culito, comencé a lubricar lo más que pude su dilatado interior escupiendo saliva de vez en cuando, y diseminando el abundante precum que brotaba de mi pene por todo el glande, y tras un fuerte grito del chico éste me tironeó mis mechas con brusquedad para obligarme a quedar sobre él, y ahora sí que sí, recibiendo mis besos con una impetuosidad pocas veces vivida en mis tiempos más apasionados, nuestras lenguas se recorrían entre sí con desbocada locura, sus labios eran exquisitos, “¡cómo me encantaban los chicos rubios”! pensé, y sin previo aviso, Pim elevó sus piernas de niña sobre mis hombros para atraerme aún más como un imán de fuerte magnetismo, y mientras me acercaba a él, alcancé para dejar caer sobre mi mano una cuantiosa cantidad de saliva para refregarla en mi ya lubricado cipote palpitante.
Sin siquiera estimular una dilatación con mis dedos, encajé mi bálano precuminoso en aquel botón cuya temperatura era tan alta que parecía quemarme, para comenzar mi lenta penetración.
Cuando iba a medio recorrido y me disponía a disfrutar de la suavidad de aquellas lubricadas paredes que succionaban con avidez el cuerpo de mi miembro, Pim alzó su cuerpo con un repentino movimiento para hacerme alcanzar lo más profundo de sí, echándome sobre él y arremetiendo con fuerza en un vaivén frenético de penetradas salvajes.
El muchacho gozaba de tal elasticidad que a medida que más me tiraba sobre él, más cedía la elongación de sus piernas, permitiéndome besar su boca sin abandonar la posición de la embestida; sus manos sobaban mis muslos y a ratos alcanzaban mis nalgas para apretarlas, lo que aumentaba mi excitación a niveles únicos.
Sí, me lo quise follar desde que lo vi, y el chico por su parte, quería que me lo follara desde que me vio.
Mis manos tocaban las cálidas arenas de aquella playa solitaria, mientras Pim por su parte asía mis nalgas con firmeza asegurándose que cada penetrada fuese profunda.
Nuestros gemidos ya no eran nuestros, sino más bien parecían al de exóticos animales en época de apareamiento, el niño era de lo más delicioso que me haya podido coger en mucho tiempo, bien me lo decía su natural lubricación y su ninfómana disposición para el sexo.
No me quedaba mucho más por resistir, mis piernas se debilitaban, la sensibilidad de mi ingle alcanzaba su punto máximo y las contracciones anales del chico se hacían cada vez más intensas:
-Pim, Pim, Pim, Pim, ahhh, ahhh, ahhh-
-“Geef het, geef het, geef het”- (“dale, dale”)
-Aquí viene Pim, aquí viene…-
-“Vul mij, vul mij, vul mij”- (“lléname, lléname”)
– Oh Pim, Oh Pim, oooohh culito rico, rubiecito angelical, ahí te vaaaaa, ahí te vaaaaa!!-
-“Ik wil je sperma, ik wil je spermaaa!!! (“quiero tu semen, quiero tu semen”)
No recuerdo-para ser sincero-si en alguna otra oportunidad derramé tantos manantiales de semen como en ese entonces.
Pensé, con el tiempo, que las contracciones increíbles del esfínter del niño ayudaron a ello, pero lo cierto es que fue una acabada monumental, y hundí tanto como pude mi verga como si quisiese embarazarlo, llenándolo profundamente del producto de mi libido consumado, y mientras besaba con frenética felicidad extrema la comisura de sus labios sin dejar de moverme, Pim eyaculó soltando una cantidad extraordinaria de fluidos más allá de lo pequeño de su miembro, salpicando mi abdomen, pecho, tetillas y una buena parte del mentón.
Continuó con sus gemidos tras el clímax alcanzado, volviendo a dibujar la sonrisa en su rostro, con sus blancos y grandes dientes de niño bueno, bajó sus piernas y las abrió para permitirme reposar sobre su infantil delicadeza, acariciando mi espalda, brazos y cabello, fundiéndonos en un beso de ojos cerrados, exhaustos tras la batalla librada por nuestros cuerpos, serenos y con nuestros instintos plácidamente satisfechos, olvidados del tiempo y de cualquier preocupación que existiese en el mundo.
Mientras recuperábamos fuerzas, y lentamente mi pene abandonaba su interior en un resbaladizo escape, dejando caer un regadío extenso de nívea esperma por la raya de su culito roto, nos reíamos sin dejar de mirarnos, Pim me regaló una caricia limpiando con su dedo aquel chorro suyo que alcanzó mi mentón para hacérmelo degustar; su sabor era salado y dulce a la vez, líquido y espeso, e igualmente delicioso.
Noté que dejó de mirarme por un segundo para fijar su vista hacia mi izquierda, sonriendo tanto que su carcajada se dejó notar, y allí, sentado con las manos recogidas en las arenas y sus piernas abiertas, en total desnudez, Dylan nos observaba con perturbado rostro, al parecer desde hacía ya bastante rato, ycon su pene en palpitante erección, pudiendo apreciarse como unas cuantas gotas de precum caían por su tronco.
Calculé por lo avanzado de su involuntaria excitaciónno consumada, que llevaba bastante tiempo en esa posición disfrutando de la salvaje cópula que explotamos con Pim, no pude dejar de sentir algo de pena por él y me acerqué sin tocarlo:
-Dylan, ¿estás bien?- pregunté
-Te lo querías follar, y te lo follaste…siempre lo supe- dijo con un triste tono que denotaba su desilusión.
-Dyl, no sé cómo fue que nos pasó, pero bueno, simplemente nos dejamos llevar…para eso es el sexo, para dejarse llevar, y disfrutar sin que a nadie más le importe, con quien sea y donde sea siempre y cuando ambos así lo deseen- le expliqué.
-No lo sé, no quiero ser un marica- se defendió.
-Y no tienes por qué serlo.
Nadie se define por una u otra experiencia Dylan, sólo se trata de complacerse, lo único que importa es que a ti te guste vivirlo- le dije- y si no quieres, bueno, no pasa nada, relájate y quédate tranquilo.
Una lágrima se derramó por su mejilla, su erección seguí ahí, pidiendo a gritos ser satisfecha, me acerqué a él con lentitud y tras limpiarla, besé su frente.
No había más que hacer, el niño se encontraba en el umbral que rompe todos los tabúes, ese que Pim ya había cruzado mucho antes y quien sabe con cuántos hombres.
-Cierra los ojos Dylan –le susurré al oído- Confía.
El chico cerró sus ojos, sus rubios cabellos de surfista volaban al viento y su cabeza fue descansando hacia atrás.
Mi boca inició su paulatino viaje hasta su verga, la cual era más grande que la de Pim- y despacio, muy despacio, la fui besando y degustando con la punta de mi lengua; Dyl soltó un suspiro de placer retenido que poco a poco reanimó la vida que mi ingle había desvanecido, mis labios succionaban con delicadeza la cabeza de su erecta pichulita y sus gemidos comenzaron a volverse más intensos.
Con una de mis manos comencé a masturbarlo mientras seguía besando a la altura del orificio de su pene, con la otra mano y ayudado de uno de mis dedos humectado en saliva, acariciaba la periferia de su anillo anal, provocándole placenteras contracciones en su abdomen, similares a las de Pim, y la desinhibición dio paso a pequeños espasmos de su cadera.
Sus manos, a pesar de que temblaban, acariciaban mis cabellos tal como lo habría visto de Pim y a los pocos minutos exclamó con desesperación -“me voy, me voy, me voy”- y aunque me moría de ganas de tragarme hasta la última gota de su semen, me detuve y le pedí “aguanta, aguanta, no aún, no aún bebé”.
Dylan siguió suspirando al son de su orgasmo frustrado, tan rápido como pude corrí hasta mi bolso para traer lubricante y chorrear mi verga con una generosa cantidad, y asimismo, sobar el ano de mi niño virgen mientras besaba un lado de su cuello.
Él disfrutaba de todo, ya sin tabúes, sin miedos, sin límite alguno que lo hiciese sentir culpable, y aquella tortuosa vista de mi follada con Pim sería para él una pronta realidad.
Me recosté sobre las arenas, con mi pene parado a full, y atrayéndolo sobre mí para su montura, lo dejé a la altura de mi pubis, sentándolo sin penetrarlo aún, estimulando su erguida verga con mi mano lubricada, acariciando sus caderas y doradas piernas libres de todo vello, para invitarlo a dar inicio a su noviciado sexual en el momento en que él eligiese.
– “Cuando tú quieras bebé, como mejor quieras, y hasta donde mejor te sientas”- le dije.
-“Cuídame”- rogó con lágrimas en sus ojos.
Dylan se levantó en posición de rana, tomando mi miembro a la altura del tronco, para sobar su ano lubricado en cortos movimientos, gimiendo de nerviosismo, miedo y excitación contenida.
Lentamente y con cuidado, fue descendiendo con su cuerpo sobre mi miembro, y cuando el glande atravesó completamente Dylan inició sus primeros movimientos de cópula, en una penetración de corto pero exquisito alcance.
A diferencia de Pim, que nos observaba sentado un poco más allá mientras comenzaba su solitario proceso masturbatorio, Dylan se entregaba a mí en lenta procesión para hacer el amor, con movimientos sutiles, delicados y sensibles, hasta perder el total miedo, dejándose caer finalmente con todo el peso de su hermoso cuerpo mientras frotaba sus pequeños pezones con ambas manos, las mías recorrían sus caderas y cintura, arqueó su torso perfecto y comenzamos a gemir a la par en aquella prohibida conjunción soñada, con mi miembro recorriendo su lubricado interior hasta lo más profundo, y sus paredes anales apretándome tal cual exquisito condón de corta talla, en una contracción propia de quien pierde el control de su cuerpo para abandonarse al placer.
Mis manos fueron subiendo por sus caderas, acariciando su torso desnudo y llegando hasta sus manos, para entrelazarnos con nuestros dedos y aumentando la cópula sin detenernos, para llegar a la felicidad que tanto nos costó en un principio:
-Dyl, Dyl, Dylan, ohhh, ohhh, ohhh-
-Ohh, ohh, se siente bien, se siente bien- suspiraba con celo gemido de muchacho impúber.
-No me queda mucho Dylan, ya viene, ya viene, aguanta hasta que me venga- le pedí
-Tampoco me queda mucho, ahhh, ahhh, ahhh, me vengo, me vengo- gemía
-Ohh Dyl, Ohh Dyl, me vengo, me vengo!!!”
-Ahh, Ahhh, Ahhh, me corro, me corro- gritaba
-Aguanta Dyl, aguanta, aaaahhh, ahhhhhh, ahhhhhhh!!”
Dos gemidos de clímax extremo surgieron de nuestras gargantas, y así, al menos cinco chorros calientes y generosos brotaron nuevamente de mi verga cavernosa, para llenarle su culito como jamás nadie lo inundó nunca, para convertirme así en el primer hombre de su vida.
Sentía que había alcanzado hasta lo más profundo de sus entrañas, cuando el orgasmo de Dyl no se hizo esperar:
-Ayyy, ayy, ahhh, ahhh, delicioso, delicioso, delici… ahhhhhhh, ahhhhh! –exclamó.
La eyaculación de Dyl alcanzó una maravillosa explosión en todas direcciones, saltando casi todo sobre mi torso, mis labios, mi ombligo y parte de mis hombros.
Sin poder contenerme, y en medio de sus convulsiones, me reincorporé para abrazarlo, con sus abiertas piernas enroscándome mientras lo besé con intensidad, con pasión, con amor, y con la libertad de habernos donado el uno al otro al son de una lujuria inevitablemente consumada.
–“Gracias Dylan, gracias bebé”-le decía aún gimiendo, mientras no dejaba de besar esos carnosos labios, que ya empezaban a recuperar la sonrisa –“fue maravilloso, fue genial, gracias, gracias, gracias por esto”- me repetía sin dejar de besarme y de brincar sobre mí, -“esto Dyl, esto, se llama hacer el amor, y me alegra haberlo vivido contigo”- le suspiraba al oído, derritiéndonos en un abrazo cálido, exaltado y reconfortante.
Tras quedarnos mirando, sonrientes, y permaneciendo aún en su interior como un solo cuerpo sudoroso, Dylan se echó hacia atrás, apoyando sus manos en la arena, para conservar la misma posición y reposar disfrutando de la refrescante brisa de mar, dejando a mi vista su exquisita desnudez y la sonrisa de sus blancos dientes.
Sin darme cuenta, Pim se reincorporó de golpe y se arrimó a nosotros, convulsionando completamente, con su ombligo haciendo olas de excitación, y claramente a punto de concluir su masturbación –“ven aquí muchacho”- le exhorté.
Pim acercó su miembro a la altura de mis labios, casi como pidiendo ayuda, y sin salirme de Dylan, lo cogí de las nalgas –“mierda pero qué suaves son”- pensé, para atraerlo completamente, introduje uno de mis dedos en forma de gancho en su desvirgado ano, con sutiles movimientos hacia su pubis devorando con mi boca su pequeño, pero erecto pene.
Seguí masajeando sus ancas de algodón mientras le succionaba el “pene-clítoris” con desesperación, con mi dedos serpenteando al compás de sus contracciones de esfínter, gimoteó un par de minutos hasta que dio un grito de júbilo que terminó por llenar mi boca de su infantil esperma, saboreándolo primero y tragándome hasta la última gota después; ya consumado, besé su imberbe pubis, para luego buscar su ombligo plano y con el chico de rodillas, perderme nuevamente en sus exquisitos labios, compartiendo fluidos con nuestras lenguas, y abrazándome con Dylan aún ensartado y reposante.
Sonrió con la habitualidad que le caracterizaba, sus revoluciones bajaban al mismo tiempo que con sus dientes mordisqueaba mis labios.
Dylan, tras abandonar mi verga dejando caer una cantidad portentosa de semen del canal de su culito, se reincorporó abrazándome del otro lado para robarme un par de besos, por mi parte los acariciaba a ambos en sus respingadas nalgas y mirándolos les dije:
-“Mírense, por favor mírense ambos.
Son lo más bello que haya podido ver en muchísimo tiempo, ambos angelicales, de rubios distintos, hermosos y tiernos, piel canela y de leche a la vez…simplemente hermosos, cómo he de extrañarlos cuando ya no los tenga conmigo.
Mírense por favor, y admiren aquello que me vuelve loco del uno y del otro”-
Perdieron sus miradas entre sí, parecían buscar entre sus rostros la similitud de sus bellezas de las que tanto les imploré admirar.
Seguía recorriendo sus espaldas y sus nalgas, y a pocos centímetros de mí se fueron acercando, las manos de Dylan se posaron en las caderas de Pim, y las de éste a la altura de las costillas de Dyl, cada uno podía contar las pecas de sus narices al imanizarse tan peligrosamente cerca, cerraron sus ojos y se fundieron en un tímido beso, el que gradualmente ascendió en su intensidad, para coger sus rostros con sus pequeñas manos y terminar sonriendo mutuamente tras su sexual descubrimiento.
Me uní a la cópula de lenguas y salivas junto a ellos, perdiendo la noción del tiempo y a decir verdad no recuerdo por cuánto tiempo nos estuvimos besando de esa forma, y tras el sexo intenso con uno y otro, la debilidad de los cuerpos nos pasaron la cuenta, nos dejamos caer en las arenas, con la sombra de dos palmeras de generosos toldos verdes, y nos dormimos en desnudez absoluta, con Pim a mi derecha, Dyl a mi izquierda, uno sobre cada hombro, y con sus suaves piernas reposando sobre mis muslos y sus pies casi tocando los míos…el paraíso, el Edén, el cielo, la gloria, y en fin, el mejor de los olimpos.
Desperté cuando el sol proximaba a tocar el océano en rápida puesta, los chicos aun dormían, y no pude evitar sentir ternura al verles con sus boquitas abiertas dejar caer un hilillo de baba.
Volviendo en sí, y presintiendo que los padres de ambos no tardarían en llegar –si es que no habían ya atracado a la isla- los desperté con cierto grado de miedo –“chicos, chicos, Pim, Dyl, arriba, arriba, tenemos que alistarnos, ya vendrán por ustedes, ya nomás vien…”- pero no pude completar la frase.
Dylan me besó con ternura y serenidad, y apuntó hacia unos implementos que se encontraban muy cerca de nosotros –“Nadie vendrá hoy”- sonrió –“Siempre que venimos con Pim, nos dejan acampar, hoy nuestros padres se van al burdel, y claro, creerán que no nos damos cuenta, pero bueno…trajimos un par de sacos (de dormir) y malvaviscos suficientes para asarlos una noche entera.
¿Te piensas ir?- preguntó –“ni en un millón de años Dyl, no me perdería esta noche por nada del mundo”- le contesté.
Pim se despertó algo aletargado, nos miró con detenimiento para preguntar con voz aún dormida “qué pasa”.
Dyl y yo reímos, mientras lo desperté con un buen beso –“nada Pim, sólo hacíamos planes para esta noche”- le respondí –“¿te quedarás con nosotros?”- preguntó –“por supuesto que sí, vamos, hagamos un buen fuego para disfrutar la noche.
Vayan por algunas hojas de palmera secas y unos cuantos leños”- les pedí.
Ambos se levantaron y sacudieron la arena de sus cuerpos, Pim volvió a lucir su tanga mientras que Dyl prefirió el canela de su cuerpo desnudo.
Mientras encendía una fogata con unas pocas varillas que encontré cerca, Pim provocaba mis sentidos al verlo agacharse para recoger hojas, mi erección tomaba vida sólo con verlos y crecía al mismo tiempo que las llamas de la lumbre; Dyl lo notó, y tras devolverse para besarme empinando sus pies, se dejó caer de rodillas justo al lado del calor del fuego, y sin perderme de vista, engulló mi miembro eréctil con vil impetuosidad, regalándome el primer oral de una larga noche.
Pim, quien a lo lejos notó la escena, dejó las varillas tiradas para correr con toda su feminidad hacia nosotros, deseoso de incorporarse a esta orgía a la que Dyl había dado inicio, tras perder por completo, los tabúes que el mundo había encadenado sobre él.
El sol había acaecido, la noche y las estrellas giraban alrededor nuestro, y la lumbre del fuego dibujaba la sombra de dos chicos devorando una solo golosina.
Como decía Goethe, la noche es la mitad de la vida, y la mejor mitad.
Continuará…
Tercera parte y continuacion, aquí
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