El niño del Jardín II
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por phayao.
Durante esos días no dejaba de darle vueltas en mi cabeza sobre lo que me había acontecido con David, el pequeño de 12 años que había venido a mi casa a limpiar el jardín. ¿Me estaba metiendo en un problema que iba a terminar muy mal? ¿Se lo diría a alguien? ¿Estaba él disfrutando como yo y sería esto el comienzo de una relación? ¿Volvería el martes como me dijo?
El corazón no dejaba de latirme fuerte y no lograba concentrarme en lo que estaba trabajando. En cuanto terminé esa tarde, tomé el carro y volví rápidamente a mi casa. La mujer de la limpieza ya se había ido y todo estaba en orden.
Me duché largamente y me cambié de ropa y -a propósito- no me puse ropa interior, subí el nivel del aire acondicionado, porque la casa estaba muy fría y me serví un buen trago de whisky.
Serían ya las seis de la tarde cuando sonó el timbre de la puerta. Miré en la pantalla del portero electrónico y vi que era él. Mi corazón volvió a latir fuerte y –por primera vez- me puse a temblar y tragué saliva.
“Buenas, señor”, me saludó con una sonrisa que me tranquilizó.
“Ya te he dicho que no me llames señor”, le contesté, dándole la mano.
“Es verdad, se me había olvidado. ¿Quiere que le limpie el jardín?”
“No, David, no me hace falta. Si quieres, me puedes ayudar a poner unos libros en unas cajas; tengo que hacer sitio para poner otras cosas”.
“Lo que usted diga, señor. Ay, perdón, Joe”.
“Eso está mejor, vamos allá”.
Estuvimos unos minutos recogiendo libros y luego pasamos al salón.
“¿Quieres tomar algo?”
“Vale, algo fresquito, hoy hace mucho calor”
“Sí, es verdad; puedes quitarte algo de ropa si quieres, estarás más cómodo”.
Cuando volví con su vaso, me sorprendió mucho, pues lo encontré totalmente desnudo y con la verga algo tiesa.
“¡David!, qué rápido te has desvestido; ¿ya tienes ganas?”
“Sí, lo paso muy bien con usted y me gusta lo que hacemos”.
“Pues –si quieres- subimos ya a mi dormitorio”.
“Como usted disponga, Joe”.
“Vamos; toma tu ropa y el vaso”.
Cuando entramos, puse en el VDO una cinta porno gay y encendí el televisor.
David se quedó de pié, entre la cama y la pantalla, mirando fijamente lo que los dos hombres hacían, mientras yo me desvestía. Se tocó varias veces la verga, que se iba poniendo más y más tiesa.
Yo también estaba bastante excitado y, poniéndome detrás, le rodeé con mis brazos.
“¿Te molesto?”
“¡No!, nada; me gusta mucho”.
“¿Te gusta que te abrace o lo que estás viendo?”
“Me gusta más que me abrace. ¿Hay más gente que haga esto?”
“¿Lo de la película? Sí, claro, a casi todos los hombres le gusta”.
“Yo creía que sólo a nosotros”.
En ese momento me arrepentí de haber puesto la cinta. Le estaba descubriendo un mundo que él creía se reducía a nosotros dos.
Sabía poco de David, apenas la zona donde vivía y que tenía varios hermanos y hermanas, como unos 8 o así. Conocía a su padre y a su madre sólo de vista, sin saber sus nombres ni más detalles, los había visto con David en el hipermercado grande de la población. Ese día ellos no me habían visto, ni David sabía que yo les había observado mientras empujaban el carro por los pasillos. Eran un matrimonio mayor y se veía que David era el pequeño de sus hijos. Me inquietaba que David me viese y dijese que me conocía. Nunca sabes cómo pueden reaccionar unos padres si supiesen que su hijo de 12 se relaciona con un hombre de 32, soltero y extranjero. Debía ser muy prudente y discreto, era vital para mi.
David dejó el vaso en la mesa de la tele, se dio la vuelta y volvió hacia mí.
Nos unimos en un abrazo y comencé a pasarle las manos por la espalda y acariciar su hermoso culito. Él hizo lo mismo. Mi tiesa verga se apretaba contra su estómago y la suya acariciaba mis huevos. Le besé repetidamente en su cara y lamí su oreja, lo que le hizo soltar sus brazos y soltar una risa.
“¡Me hace cosquillas!”.
“Perdona, creí que te gustaría”.
“Sí que me gusta, pero me hace cosquillas”.
En ese momento le agarré la polla y él hizo lo mismo.
Con la mano derecha le acariciaba el miembro, tomaba sus huevos en mi mano y con la izquierda le acariciaba su hermoso pelo negro.
Me di cuenta que él hacía lo mismo que yo hacía, así que me arrodillé y, sin dudarlo, me metí su polla en mi boca. Él puso sus manos en mis hombros y empezó a gemir de placer, se le notaba disfrutando del momento, echando su cabeza atrás y suspirando.
Cuanto más se la chupaba, más suspiraba y apretaba sus manos. Levanté su miembro y le pasé la lengua por sus huevos, luego se la volví a chupar y estuve así unos minutos, mientras él me acariciaba el pelo y metía sus deditos en mis orejas.
A mí me gusta dar placer, tanto como que me lo den. Ver a la otra persona disfrutar me excita y me anima a seguir haciéndole cosas que le gusten. No comprendo el egoísmo de algunos que quieren recibir placer. pero no saben o no quieren corresponderlo. Cuando he hecho cosas con otra persona y veo que no gime, que parece no disfrutar, que no se excita, me he desanimado y pienso que no lo está pasando bien. Con David era como explorar un territorio desconocido; nunca lo había hecho con un muchacho tan pequeño; nunca se me había presentado la ocasión y nunca pensé que lo pudiera hacer. Con él estaba seguro de que disfrutaba tanto como yo y que lo que hacíamos era porque nos apetecía a los dos. Nunca lo vi a disgusto o que no quisiera hacer algo o que yo se lo hiciese, nunca.
No quería hacerle correr tan pronto, así que me levanté, lo besé en la cara y entonces él se agachó. Primero la miró y me quitó alguna gota de fluido que tenía en la punta. Acto seguido empezó a chupármela muy suavemente, como disfrutando de una piruleta que quieres que te dure mucho.
“¡Que gusto me das, David!” le dije, y él siguió, metiéndosela hasta el fondo.
Le agarré la cabeza por detrás y marqué el ritmo con que quería que me la chupase.
Mientras tanto, él se masturbaba intensamente.
Como sabía que fue así como nos corrimos la última vez, le hice levantarse, apagué el VDO y lo llevé a la cama. Cayó de espaldas y yo me puse sobre él, aguantando mi cuerpo con los codos y las rodillas, para que no cargar todo mi peso sobre él. Ese fue el momento en que le besé en la boca por primera vez. Él me correspondió, pero se notaba que no había besado así antes. Le seguí besando y fui bajando mis labios por su cuello y su pecho, disfrutando de su piel, de su olor, de su pecho tan bien formado para su edad. Al llegar a sus pezones, pegó otro respingo y se rió.
“¡Me hace cosquillas!”.
“¿Ahí también?”
“Sí, pero siga, me gusta”.
Yo seguí chupando suavemente sus pezones hasta que estuvieron duros.
Seguí besando su vientre, su ombligo, hasta que vi ante mí su verga suplicante.
Me la metí en la boca, mientras le pasaba las manos por su pecho y con los dedos frotaba despacio sus pezoncitos. Él me acariciaba las manos y murmuraba de placer.
En esto, me giré y puse mi polla a la altura de su boca, mientras yo seguía mamándole su bello miembro: él se la metió y comenzó a succionar mi pene con todas las ganas. De vez en cuando le lamía los huevos y acercaba mi lengua a su ojete sonrosado y sin ningún pelo; me di cuenta que le gustaba.
Yo notaba que nos estábamos acercando al clímax, pero aún no quería correrme, quería disfrutar de este momento algo más.
Me volteé, me puse de costado y lo atraje hacia mí. Comencé a besarle de nuevo en la boca, mientras él acomodaba mi polla entre los dos cuerpos y metía la suya entre mis piernas. Abrió su boca y dejó que mi lengua entrara en la suya. Así estuvimos otro rato. Yo le acariciaba el culito y tocaba su ano suavemente, sin presionar. Cogí un poco de saliva y comencé a masajearle el ojete para excitarle más. Él también acariciaba mis nalgas pero no llegaba con sus manos a mi puerta de atrás.
Volví a chuparle la polla y esta vez dejé bastante saliva en sus ingles; me puse de rodillas a cada lado de su cuerpecito y le metí la polla entre las piernas, tendiéndome sobre él y besándole de nuevo. No quería penetrarle aún, aunque lo deseaba intensamente, ya llegaría el momento. Él se retorció de placer y puso sus manos detrás de mi cabeza, presionando sus jugosos labios contra los míos y haciendo movimientos con su cadera para frotar su verga contra mi vientre.
Yo le metía la mía entre sus piernas, cada vez con más intensidad y rapidez, procurando que la suya también se frotase entre los dos. El gusto de sentir mi polla entrando y saliendo entre sus piernas, la suya –dura y caliente- entre mi pubis y mi ombligo me ponía a cien y me acercaba al orgasmo.
“David, ¡me corro!”
“Siga, siga”.
Como una corriente eléctrica llenó mi cuerpo y grité.
“¡Me corro!, ¡ag!, ¡ah!, ¡aaah!”, y descargué toda mi leche sobre sus huevos.
“¡Yo también!, ¡sí!, ¡ya!, ¡aaah!”, gimió.
Y me dejé caer lentamente sobre su pecho, abrazándole. Notaba su corazón latiendo fuerte y el mío que se me salía del pecho.
Estábamos sudando y nuestros cuerpos resbalaban también por el semen y la saliva.
Me acerqué a su polla y se la chupé de nuevo, probando el sabor de su leche joven.
El pegó otro respingo.
“¡Pare, pare! ¡No! ¡Siga, siga! Me da demasiado gusto; como cosquillas”.
Al observar lo que yo le había hecho, él decidió hacerme lo mismo e, incorporándose un poco, se metió mi polla en su boca y terminó de limpiarme todo el semen que tenía, como saboreándolo, mientras me miraba con aquellos ojos tan dulces.
“¿Te gusta?”, le pregunté.
“No sabe mal, es como agua espesa, como mocos, pero algo dulce”, contestó.
“Pues cuando quieras me la chupas así y yo haré lo mismo con la tuya. Un día de estos, si quieres, me corro yo en tu boca y tú en la mía, ¿vale?”
“Como usted quiera, Joe. Por mí no hay problema”.
Estuvimos hablando un tiempo y luego nos dimos una ducha juntos, donde de nuevo
me la chupó un buen rato y yo le besé largamente bajo el agua que nos caía.
Cuando nos hubimos secado y vestido, bajamos a la cocina y tomamos un sándwich y un plátano.
“¿Podré venir el viernes por la tarde, cuando termine en la escuela?”
“Sí, claro. Te enseñaré más cosas que podemos hacer que te gustarán”.
“¿Qué cosas? ¿Cómo las que hacían en la peli?”
“Ya verás. Tú vente sobre las seis y yo te enseñaré esas cosas”.
Antes de abrirle la puerta, me cogió la cabeza y me dio un gran beso en los labios.
“Hasta el viernes, entonces”.
“Hasta el viernes, David”.
Cerré la puerta despacio y me recosté la espalda sobre ella.
Me llevé las manos a la cabeza y suspiré.
“¡Uff!, ¡qué fuerte!”, me dije a mi mismo; no me podía creer lo que había pasado.
Y me puse a pensar en lo que haríamos el próximo día…
(continuará)
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