El Niño del Pijama a Cuadros
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por leopoldodiga12.
Maldigo a mis padres, los maldigo en mi mente, sentir toda esta furia en mi interior me está matando, me consume día a día, noche tras noche y no consigo entender el motivo de este encierro, sé que no he sido el mejor hijo ni la mejor persona, pero, definitivamente no merezco estar aquí, no hoy, no el día de mi cumpleaños.
Camino hacia el estrado mientras siento como todas y cada una de las miradas se fijan en mí, detesto que los muy desgraciados me vean con esa mirada acusadora, no he hecho nada malo, no aquí.
Desde el estrado puedo ver los rostros de quienes me observan, miradas vacías y algunas despistadas, caras nuevas y totalmente desconocidas.
-Hola, mi nombre es Leopoldo, Leopoldo Diga y soy adicto-
Y siento como la voz me tambalea al igual que mis piernas, nado en sudor, sufro de pánico escénico.
-El alcohol me ha traído ante ustedes, al igual que la falta de dinero-.
Trago saliva e intento fijar la vista al vacío para que la cara no se me caiga de vergüenza.
-Hace un par de semanas tuve una crisis, no llegué a casa en tres días, mis padres me encontraron tirado en la calle junto a un montón de basura estaba totalmente inconsciente, sucio y con la dignidad extraviada-.
Intento ocultar el dolor que me hace recordar aquel motivo que me orilló a esa situación, mi ex pareja.
Me dejó por ser un alcohólico.
Bajo del estrado mientras siento como todo ese dolor se desvanece, noto como la rabia que tenía acumulada me abandona poco a poco, con los ojos llorosos voy hacia mi asiento en una saturación de aplausos que sin duda me hicieron sentir mejor.
Después de mi le siguieron un par de internos más, algunos con el mismo problema, otros con drogas y unos más con el suicidio.
La sesión de presentación termina justo antes de la cena, el psicólogo se apodera del estrado agradeciendo nosotros los pacientes por tomar la decisión de compartir nuestra experiencia.
La cena está servida, nos ubicamos en nuestras mesas en silencio.
Veo a los demás internos, está vez comparto la cena con tres pacientes, el Sr.
German es de los que lleva más tiempo aquí, por lo que he oído es casado, con hijos y su problema es el alcoholismo, Pedro es el que más habla le gusta ser el centro de atención, Jorge es un señor de edad avanzada no habla mucho, pero parece estar siempre de mal humos y está Rodrigo, no habla mucho está aquí por problemas de drogas, no sé mucho de él pero admito que me causa conflicto estar cerca de él, en realidad es una persona muy extraña.
No soy la persona más sociable, pero intento adaptarme a este “estilo de vida”.
La comida es buena, muy buena en realidad, al menos mis padres se han preocupado en internarme en una institución de calidad.
Casi es hora del descanso, escucho el aviso del enfermero, me doy de prisa en terminar de bañarme, hoy ha sido un día difícil, estar delante de desconocidos compartiendo parte de mi vida desagradable no es nada fácil.
Tomo la toalla y comienzo a secar el cabello y me doy cuenta que Rodrigo está ahí sentado sobre los lavamanos.
-¿Qué haces ahí?- me siento incómodo que esté ahí frente a mí.
-Espero a que salgas, dejé mi shampoo en esa regadera-.
No miente, es cierto, su envase de shampoo está aquí, pero ¿es necesario que observe mientras me ducho? Claro que no.
-Disculpa, no debí invadir tu privacidad- dice mientras baja la mirada.
Odio este lugar, no puede ser que las puertas no existan para la ducha ni para los inodoros, no se puede tirar mierda sin que alguien te observe.
Camino hacia mi habitación y cierro la puerta con fuerza detrás de mí, al menos aquí puedo me puedo secar las bolas sin que algún despistado se te atraviese.
¡Maldición! Ya es hora de dormir, la lámpara principal se apaga.
Acostado trato de calmar mi rabia, hago caso a los consejos del psicólogo, enumero en una lista imaginaria las cosas buenas que viví hoy, reconozco mis logros como el de compartir mi experiencia después de estar aquí un par de semanas, trato de entender a mis padres por haberme dejado aquí y lo entiendo, en el fondo lo hago, sé que me aman, sé que desean lo mejor para mi más que nadie en el mundo.
José, es el nombre que no puedo borrar de mi mente, no consigo siquiera evitar sentirme culpable por nuestra ruptura, pero lo compadezco, al menos sé que me ama o que me amó, no cualquiera aguanta tantas situaciones que le hice pasar por mi alcoholismo.
Desearía estar ahora con él, quisiera que estuviera aquí conmigo dándome fuerzas para seguir adelante, desearía retroceder el tiempo para evitar tanto daño que le causé.
Soy un idiota.
-¿Quién está ahí? ¿enfermero es usted?-
Volteo hacía la puerta que se escuchó abrir, no veo nada, pero enciendo la lámpara de mesa que tengo a un costado de la cama.
-¿Tu? ¿Pero qué haces aquí?-.
La luz tenue de la lámpara le ilumina el rostro mientras intento ponerme de pie.
-Tenía que verte, tengo algo que quiero decirte- dice Rodrigo sin quitar la mirada de mis ojos.
-Tu y yo no tenemos nada de qué hablar, vete por favor-.
No puedo evitar sentir enojo por lo ocurrido en las duchas, pero tampoco podía evitar sentirme conmocionado, me da miedo, su mirada me causa escalofríos.
-Te he observado, desde que llegaste te he puesto atención, sé que te gusta dibujar, te he en los jardines, sé de tus miedos, de tus odios y del motivo de tu ingreso- camina lentamente hacia mi cama.
-Vete, estás mal, necesito descansar-.
Me pongo nervioso, inseguro y con ganas de correrlo a patadas, me levando de la cama y abriendo la puerta de la habitación le invito a salir, es terco, hace caso omiso, pero le tomo del brazo para llevarlo hasta fuera y me doy cuenta de su textura.
Le miro a los ojos.
-No te asustes, ahora son solo cicatrices, dolieron en su tiempo, pero ya no más- dice mientras me las muestra.
-Lo siento, no quise…-.
Siento compasión por él, me da pena su situación, cierro la puerta evitando el ruido, camino hacia mi cama sentándome en la orilla.
-Me gustas, desde que te vi me pareciste atractivo, sé que no me conoces, pero yo a ti si, créeme, soborné al enfermero y obtuve tu expediente, sé que eres igual que yo, que te gustan los hombres, sé que tu ex pareja te terminó por alcohólico- dice mientras asegura la puerta y comienza a quitarse la camiseta.
-Por favor vete-.
Le veo el torso descubierto, es perfecto, sin imperfección alguna, es… extraordinario.
Me levanto e intento salir de la habitación, pero él me toma de la mano, me la lleva hacia su pecho, es cálido, velludo y lacerado, le sobresalen cicatrices, pequeños cortes y otro no tanto.
Doy media vuelta y entro a mi cama, me sumerjo bajo las sabanas tratando de huir de Ramiro.
-Leo, necesito que me escuches- dice suplicante.
-No tengo nada que escuchar, largo, fuera de mi habitación-.
Le digo mientras lo veo a los ojos, no me responde, al contario, me sostiene la mira y de pronto deja caer su pijama, ¡Santo Dios! De inmediato aparto la mirada, Rodrigo está frente a mi desnudo con el pijama hasta los tobillos, está demente, está enfermo, está… delicioso.
La tenue luz parece que acaricia su cuerpo completamente desnudo, es totalmente un hombre en todos los sentidos, desde la cintura está forrado de vellos castaños y rizados, desde las nalgas hasta los tobillos, trato, pero no puedo evitar ver su entre pierna, pálida desde la raíz pero con la punta roja como una fresa de temporada, es sólida como un trozo de metal, recta como una flecha que apunta en mi dirección, sus testículos ascienden y descienden con cada contracción.
Me pongo de pie sin saber que hacer exactamente, como una estatua me quedo ahí frente a él, rígido como roca pero cálido como el sol de verano.
-Ven, no tengas miedo- dice Ramiro mientras se acerca hacia mi, toma mi mano haciendo acariciar su cuerpo desde el rostro, hasta llegar a su miembro totalmente eréctil, lo tomo entre mis manos mientras con un suave masaje hago retraer el prepucio.
Ramiro gime.
Me desvisto.
Víctima del destino, del momento y de una erección pronunciada, así me tiene Rodrigo, frente a frente, él sobre mi, dejándome sentir su cálido y velludo cuerpo contra el mío, su virilidad casi me atraviesa el abdomen mientras la mirada de Ramiro me penetra sin piedad.
Sé lo que está a punto de ocurrir, él separa mis piernas sin dejar de observar, lame sus dedos y los pasa entre mis nalgas.
-Conozco el sentimiento por el que has pasado estás semanas, pero quiero que me hagas sentir lo que sentía José- susurra.
No pongo atención a su comentario, me concentro en la manera en la que me lubrica, ¡Dios! Lo hace tan bien.
-Sí, sigue así, muéstrame como le gemías a José- y enseguida se introduce en mí.
Su virilidad se desliza entre mis nalgas, mientras siento como el prepucio se desliza dejando completamente desnuda su majestuosidad, Ramiro no aparta la mira de mi rostro mientras le muestro lo que está ocasionando en mi cuerpo, giramos y me comienzo a follar, él debajo y ahora yo arriba me deslizo dejando introducir cada parte de su trozo de carne en mi cuerpo, me vuelvo loco, mientras Ramiro succiona mi cuello, me siento como un pequeño cordero.
-Así te soñaba, justo como te tengo hora- me hace girar mientras me enviste una y otra vez y de pronto siento como sus músculos se contraen y su respiración se acelera al ritmo de sus penetraciones, el culo me arde, me duele pero pide más, escucho como me atraviesa y tenso mis nalgas haciendo a Ramiro Gemir, gime, y su lengua se introduce en mi boca mientras su aliento me impregna de su aroma y en cuestión de un momento siento como hace descargar en mi todos sus fluidos masculinos en mi culo, me enviste y hace que me escurra entre mis nalgas.
-Esos es, muy bien mi niño de pijama de cuadros- dice mientras su cuerpo tendido sobre el mío se enfría.
*****
Leopoldo está de regreso.
Agradezco el que se tomen el tiempo de leer mi relato.
Por favor deja tu comentario, saben que amo leerlos.
Un saludo de tu amigo mexicano Leopoldo.
Por la mañana camino hacia las duchas y ahí está, Rodrigo me observa desde el fondo del pasillo.
Dejar un comentario
¿Quieres unirte a la conversación?Siéntete libre de contribuir!