El niño gigoló
Un muchacho, por no decir un niño más bien, que no aparentaba más de 15 años –y quizás menos- iniciaba su descenso del bendito taxi. Era como si me llevasen a la puerta un muñeco sacado de una revista hentai, por encargo..
La habitación huele a dulzor y sexo. Mis dedos aun sienten la mordedura de aquel anillo anal indemne, y de vez en cuando, suelo llevarlos a mi olfato para aspirar profundamente, como si pretendiese traer de vuelta el fantasma de alguien que se ha ido para siempre, y cuyo recuerdo comienza a atormentar mis pensamientos tras su ausencia. El muchacho estrecha mi mano y aborda el Uber, emprendiendo su viaje de retorno hacia el infinito, hacia quien sabe dónde.
Mi dactilografía se torna algo torpe, por el sólo hecho de pretender transcribir lo más a prisa que se pueda la aventura vivida hace unas pocas horas. Jamás pagué por sexo, y las mujeres siempre disputaban mi inagotable herramienta, la cual podía retener por muchísimo tiempo toda eyaculación estimulada; jamás había ingresado a la internet en busca de aventuras de esta índole, y muy particularmente, jamás pensé en encontrarme con aquel aviso promocional ineludible:
“Hola, mi nombre es Maxi, un escort vip extranjero, de 18 años…me gusta el sexo, soy totalmente discreto, cambio de roles y brindo un servicio 100% garantizado”
Desde hace varios días me encontraba en esta ciudad para mi desconocida, con motivo de un curso de perfeccionamiento al cual había sido enviado desde mi trabajo, en comisión de servicio. De lo más aburrido del mundo, sólo, y en una habitación de cuatro por tres, llevaba bastante tiempo sin sexo, y aquel anuncio despertó en mí la necesidad imperiosa de experimentar aquello que jamás antes me había atrevido. Tomé mi teléfono, y con voz temblorosa marqué al número que allí figuraba, y antes de alcanzar siquiera a preguntar por el servicio una voz dulce me indica “emmmm…whatsapp”. Y siguiendo su instrucción, le escribo por dicha vía consultándole lo relativo a valores y disponibilidad, mensaje de eterno suplicio sin respuesta, sino hasta llegada cierta hora de la madrugada: “Hola, la hora cuesta “tanto”, y voy a domicilios… ¿tienes lubricante y condón?”. Debo ser sin sincero, estaba algo aterrado, jamás en la vida me había atrevido a contactar a un muchacho por sexo a cambio de dinero, casi no había dormido –lo que después me pasaría la cuenta- y a la mañana siguiente, mi último día en la ciudad _hoy_, recibo como mensaje “¿en media hora?”, y así, a la velocidad del viento, parto a la farmacia más cercana por los benditos condones y el lubricante que me había pedido.
La espera jugaba con mi impaciencia, quería que el muchacho llegara ya, sin más demora, el Uber iniciaba su ruta hacia mi lecho con mi futuro amante a bordo, mientras por la ventana del edificio vigilaba su llegada. El celular suena, y un nuevo whatsapp “voy llegando, baja con la plata del Uber” aceleró mis sentidos a mil, corrí por mi cartera, bajé tratando de no demostrar la ansiedad que me estaba carcomiendo, y tras pagar el valor del viaje contemplo a mi adquisición en su plenitud.
Un muchacho, por no decir un niño más bien, que no aparentaba más de 15 años –y quizás menos- iniciaba su descenso del bendito taxi. De tersa piel nívea y delicada, cabellos azabache, delgado, alto y respingado, tras sus rectangulares lentes de marco negro se ocultaban unos oscuros ojos semiorientales, vistiendo indumentaria propia de todo adolescente en vías de pubertad, la mochila al hombro le daba aquel toque especial, como si concurriese a mi domicilio para hacer alguna tarea, y resaltando su natural belleza, una hermosa sonrisa construida de carnosos labios y ordenados dientes saludaba con la mímica cómplice de saber el por qué estaba allí. Era como si me llevasen a la puerta un muñeco sacado de una revista hentai, por encargo.
Tras ingresar al departamento, y mientras el chico entraba en el baño con un natural e infantil “me hago pis”, le esperé en el dormitorio con el corazón latiendo intensamente, como si se me fuese a reventar. Al salir del baño, y cerrando la puerta de la habitación para asegurarme de no ser importunado, lo miré detenidamente, y sin poder evitarlo le pregunto “¿qué edad tienes?”, a lo que él con toda naturalidad del mundo responde “dieciocho”. Muy dentro de mi intuía que aquello sería muy poco probable, sus infantiles rasgos parecían indicar otra cosa, pero antes de que el chico pudiese concluir su frase “bueno, aquí estamos” lo cogí de su cintura atrayéndolo con firmeza, para fundirme en esos labios carnosos que parecían tallados a mano, besándolo incesantemente, con la sensación de quedar satisfecho sólo con el mero contacto de sus besos, dulces y deliciosos, sonrientes tras cada mordida y gentiles a mis apasionadas embestidas. Recorría con mis manos su espalda, y lentamente fue quitándose los tres polerones que traía consigo –“tenía frío”- se justificó. Mientras lo seguía besando, y degustando el sabor de uno de sus pezones de chocolate de leche, quitó mi polera con delicadeza y cuidado, generando cierta corriente en mi vientre al roce de sus manos, para finalmente terminar de desvestirnos y disfrutar de su exuberante desnudez.
Me parecía tan hermoso, tan frágil, y a la vez tan potente con esa verga larga y curvada hacia abajo, que me resultaba imposible no volver a aquellos carnosos labios, perderme en ellos cerrando los ojos, y gozando del sonoro ósculo al separarnos tras cada beso. Hacía tanto tiempo que no disfrutaba de un beso tierno, aunque hubiese tenido que costearlo de mi bolsillo, pero qué importaba, mientras lo abrazaba de su cintura y el enredaba sus brazos tras mi cuello, y el calor de nuestros cuerpos se alojaba en nuestra ingle, concluí que valía la pena cada bendito peso invertido. Se apartó un minuto para contestar su teléfono, y aprovechar de agendar otras citas para el día siguiente, mientras que me dejaba caer de rodillas para devorar toda su pieza curva y caliente, me comía su glande brillante, lamía sus apretadas y pequeñas bolas, lo masturbaba y volvía a devorar, y como si fuese lo más normal del mundo, seguía atendiendo la llamada mientras procuraba penetrar mis fauces en profundas embestidas, sacándome algunas lágrimas, para finalmente dejar su celular en el velador y cogerme con ambas manos por la cabeza. Pude sentir su precum asomando en viscoso hilillo dulce, y tras varios minutos, que me parecían el edén, el paraíso, me invitó a ponerme de pie, para cambiar de roles tal cual prometía su aviso, y devorar con vil impetuosidad mi erecto pene.
A la primera mamada no pude evitar un fuerte suspiro pronunciando su nombre -“Maxi, ohh Maxi”- continuando sin detener su intensa felación, esa que había deseado desde hace tanto; desde lo alto pude contemplar su monumental belleza, su cola respingada y cuerpo delgado, lo acariciaba con delicadeza, y dejaba a mi joven amante hacer su trabajo sin detenerse. Se puso de pie, y volvimos a besarnos con intensa lujuria, juntando nuestros cuerpos, y perdiéndome en su cuello y oreja izquierda, para acto seguido, aceptar su invitación a la cama en direcciones opuestas, y tras recostarme de espaldas, con él sobre mi, y preocupándose de ensartar nuevamente su verga en mi boca sedienta, engulló hasta el fondo la mía comenzando el más perfecto de los 69. En instantes notaba que él incluso llegaba a tocar mis vellos públicos con sus labios, lo que generaba intensas corrientes de excitación en mi ombligo, mientras yo hacía lo propio con su hermoso y alargado pene, el cual parecía pronto a estallar. Dejé su juguete de carne de lado, para comerme lo que convocaba, y enterrar mi lengua en su recorrido ano, besando sus nalgas suaves, lengüeteando una vez más su cóncava caverna en vías de lubricación y masajeando su culito de bambi. Pude disfrutar de uno de sus mejores gemidos silenciosos cuando mi lengua traviesa ingresó hacia lo más profundo de sus entrañas, y como si coordinase el tiempo comprado con habitual pericia de labor cotidiana, me invitó a penetrarlo, cogió el preservativo, lo encajó en mi bálano con estricta preocupación de insertarlo hasta el fondo, se puso de espaldas, piernas arriba mientras lubricaba su culito con excitante parsimonia, y cual libreto de sexo exhortó con tierna, pero autoritaria voz de chico venezolano:
-Esto debe hacerse poquito a poco, con cuidado…dilátame con tu dedo- pidió.
-¿Así?- le preguntaba mientras lo revolvía en círculos, como escarbando algún punto G.
-Así está bien- contestó
-¿Te duele?- pregunté
-No, pero ponte más lubricante y metes ahora dos dedos-
Revolvía con ambos dedos, cuidando de no hacerle daño. Su carita de níveo ángel infundía cierta preocupación en mí, no podía creer que tuviese dieciocho añitos, o al menos, intuía que efectivamente, era algo menor al rango erario que él me había asegurado.
-Así no va a entrar, no aún. Tienes que agregar un dedo más, hazle con cuidado, pero con tres- pidió
Cuando el tercer dedo ingresó, el ano comenzó su proceso de dilatación proporcional a las dimensiones de mi pene. Puse la cabeza en su entrada, y tras varios minutos intentando penetrarlo, sentí que el lubricante había hecho su trabajo y lentamente mi dildo alcanzó lo más profundo haciéndolo suspirar.
-¿Te duele?- pregunté preocupado
-No, así está muy bien- contestó
Mi bombeo fue lento, pausado, como queriendo detener el tiempo, y me perdí en su carita hermosa cuando cerró los ojitos y comenzaba a gemir, emitiendo suspiros de placer a mis calmosas penetradas. Con su manito derecha, cogió su pene, y comenzó su proceso masturbatorio. Poco a poco, como dijo mi joven instructor, fui aumentando el bombeo, pero siempre disfrutando de las expresiones que su rostro manifestaba ante la cópula remunerada. Me preguntaba cómo había logrado aquella depilación tan perfecta, que le brindaba tanta fuerza a su hermoso toque infantil. Lo besaba, de vez en cuando mordía sus labios, acariciaba sus mejillas, ponía mi dedo en su boca.
-Hazle más fuerte- imploró, mientras aumentaba la velocidad de su masturbación.
-¿Seguro?- pregunté.
-Sí, hazle con fuerza.
A la orden de sus deseos, comencé a embestir con mayor firmeza, apoyé mis manos en la cama y bombeaba hasta escuchar a mis testículos chocar con su culito. Sus expresiones de placer iban en aumento, gemía y suspiraba con mayor ahínco, su abdomen se contraía en mares de olas y el clímax hacía lo suyo:
-¡Me vengo, me voy a correr!- gemía mientras lo seguía penetrando.
-¡Oh Maxi, Maxi, Maxi!- susurraba con celo.
-¿Quieres que acabe o prefieres que aún no?- preguntó
-No Maxi, está bien, quiero verte acabar- le sinceré
-Ahh, ahhh, ahhh, ¡¡¡aaahhhhhhhh!!!
Su eyaculación fue tan esplendorosa, que alcanzó su rostro, cabellos y más allá de la almohada en la que reposaba mi amante, parte de su leche alcanzó mi pecho y el resto hizo piscina de fluidos sobre su abdomen, ombligo y tetillas. Noté que su oreja izquierda y cuello también habían alcanzado algo de su potente orgasmo, y sin poder evitarlo comencé a lamer por todo lugar en donde su néctar se hubiese derramado. Pidió papel para limpiarse, pero haciendo oídos sordos le seguía succionando su condensada leche, y tragué lo que más pude. Descansamos un momento, sin salirme de él, y como si hubiese pagado única y exclusivamente para ello, comencé a besarlo nuevamente, susurrándole al oído cuan hermoso era, que me volvía loco, que quería besarlo y besarlo durante todo el día. Esos labios rojizos y rubicundos eran una tentación irresistible, no recuerdo siquiera cuanto tiempo del pactado destiné sólo a besarlo, y besarlo, y besarlo…
-Maxi, quisiera penetrarte por atrás, así, en cuatro-
El chico accedió, no sin antes quitarme el condón para volver a disfrutar de su boquita en mi pija, -“puaj-” exclamó –“odio el sabor a preservativo”. Tras limpiarlo, procedió a su felación con una intensidad magistral sacada de una película, cual don excepcional que pareciera haberle sido conferido por naturaleza. El sexo oral se prolongó vigorosamente en cinco minutos que parecían eternos, y habiéndome puesto un condón nuevo, procedí a prepararme para penetrarlo por atrás como le había pedido.
El muchacho se colocó en abierta posición, y mientras insertaba mis dedos noté que manifestaba cierto grado de dolor. Coloqué más lubricante en su dilatado ano, y nuevamente advertía que le dolía en demasía, en una posición poco confortable para él, lo que me puso nervioso y generó la perdida de la erección que había logrado. No quería lastimarlo, no quería hacerle daño, sólo quería besarlo y verlo disfrutar.
-¿Pasa algo?- preguntó
-Nada Maxi, no pasa nada. Ven aquí-
Me senté en la cama, y lo puse sobre mí, juntando su verga con la mía. Nos entrelazamos, y nos abrazamos mientras el carnaval de besos seguía en lo suyo. Puso sus manos atrás, mientras me analizaba en profunda sonrisa…y lo besaba, inevitablemente.
-Si alguna vez visitas mi ciudad, por favor llámame- le rogué
-Espero cuando vaya, volver a verte- me dijo- Si ya hasta guardé tu número. ¿Quieres que haga que acabes?- propuso
-Claro- respondí entusiasmado –pero por favor, asegúrate que sea con tu boquita
El chico puso sus manos en mi pecho y me acomodó nuevamente en la cama. Se ubicó a mi costado derecho, y dio vida a una nueva y exquisita felación. Por cada mamada llegaba hasta el fondo, una tras otra, hasta que el ritmo alcanzado era celero, agudo y profundo. Con su mano derecha cogió el tronco de mi pene y empezó a masturbarlo, tan intensamente que la fuerza de mil voltios se apoderó de mi ingle cuando su puño chocaba con fuerza en el pubis; Maxi movía su cabeza en todas las direcciones posibles como una máquina imparable, a ratos la sacaba para agarrar mi glande a lengüetazos y sacudir mi tronco entre sus manos, en profunda colisión de su puño con mi ingle, y volvía a mamar como becerro a su teta.
-¡Ohhhh Maxi, sigue así, sigue así por favor!-
A mis súplicas, el chico duplicó sus esfuerzos y parecía no cansarse nunca. Succionaba de tal forma que creí sacaría mi cabeza, y su mano bombeaba a tal punto que el clímax se tornaba inevitable. Mi mano derecha se entrelazó con la izquierda suya, y el orgasmo que parecía no llegar poco a poco iba asomando.
-¡Maxi, Maxi, Ohh Maxi, Ohhhh Maxi, me vengo, me vengo, me vengo!…¡¡¡aaaahhhhhhhh!!!
Aunque intentó evitarlo, no lo consiguió, mi pene explotó cual lluvia de confetis en su rostro, y varios chorros de mi mejor semen alcanzaron su mejilla, nariz y boca, mientras los restantes se derramaban sobre mi pecho como manantial inagotable de placer. Su mano parecía haberse sumergido en una verdadera fuente de mi leche, y concluida la batalla del sexo, le ayudé a limpiarse, para terminar con el sobre mí, en mi regazo, para volver a besarlo, y besarlo, y besarlo…
La hora pactada había concluido con creces, el niño miró el reloj de su celular y me indicó, para mi total tristeza, que ya debía irse. Estaba de pie frente a la cama en la cual me encontraba sentado, mientras acariciaba su cintura y desnuda pelvis sin dejar de mirarlo.
-Bueno, eso estuvo bien- indicó –pero ya sabes, tengo que irme a mi trabajo.
– Si Maxi, lo sé bien…pero permite que te bese una última vez-
-Jajajaja pero si ya me has besado lo suficiente- rió
-Si de esos labios se trata, pues los besaría todo el día-
Me incorporé, y abracé esa desnudez de niño hentai para tratar de vencer su resistencia.
-No, no, no, ya tengo que irme- resistía a ojos cerrados
-Maxi, Maxi, Maxi…- susurraba mientras me perdía en su cuello
-No me dejes moretones, por favor- imploró
-No Maxi, como crees-
Cuando me perdí en su pezón izquierdo, noté que había descubierto tardíamente aquel punto débil de su joven cuerpo. Gemía y temblaba un poco, claramente era su debilidad, y así estuve por un buen rato hasta que me puse tras el para abrazarlo, juntar mi verga con su culito, besar su cuello, rozar su pezón con mis dedos y masturbar su gran pene con mi mano derecha. Había notado también que apretaba su colita y la refregaba contra mi cuerpo.
-No te marches aún Maxi, quédate otro ratito, por favor- le rogaba mientras seguía masturbándolo.
-Ahh, Ahhh, Ahhh, Ahhh- suspiraba
-Eres muy hermoso, lo más hermoso que haya visto en muchísimo tiempo- le dije.
-¿Quieres que te acabe en la cara?- preguntó mientras lo seguía pajeando y abrazando por atrás.
-Ohhhh sí Maxi, acábame como quieras-
Me senté en la cama para verlo mientras cogía mis cabellos, chupaba su curvo pene y comenzaba a masturbarse sobre mi lengua. Me encantaba mirarlo, y ver las distintas caritas que ponía cuando sentía placer. Lo lamía, rodeaba su brillante glande con mi lengua en círculos, sobaba sus caderas, pesaba su pubis y ombligo mientras la intensidad de su masturbación anunciaba la llegada de nuevos manantiales blancos.
-Ahí va, ahí te va, ahhh, ahhh, ahhh, ¡¡¡aaahhhhhhhh!!!-
Explotó con certera precisión sobre mi lengua y paladar, sin la misma cantidad de néctar de su primer orgasmo, pero igualmente dulce, succioné con el cuidado de no perderme absolutamente nada, quería que la última gota de su semen fuera para mí, y sólo para mí. Me puse de pie, y lo besé ahora sí que sí, por última vez, mientras apretaba sus nalgas y sentía el calor de su cuerpo junto al mío una vez más. Le di las gracias por todo, y antes de que se marchara volví a preguntarle “dime la verdad, ¿qué edad tienes Maxi?”, a lo que él responde en dulce tono venezolano y cómplice: “ya te dije, tengo dieciocho, si tuviese menos eso sería algo ilegal”, y rodea sus brazos en mi cuello para su ósculo de despedida. Y le pagué con todo gusto, la tarifa convenida.
Le ayudé a vestirse, a colocarse sus boxers de colores, sus jeans negros y sus 3 polerones, y tras asegurarme que no hubiese nadie en la pensión en la cual arrendaba esta habitación con impregnado olor a sexo, Maxi corrió hacia el baño con su divertido “me hago pis, me hago pis”, lo que me causó cierto grado de gracia. Lo acompañé hasta el Uber que había pedido para devolverse a casa, lo despido de mano, esa misma mano que me había llevado a la gloria momentos antes, aborda su taxi y se marcha en lenta procesión.
La cama seguía impregnada de su juvenil aroma, y mientras ordenaba todo y limpiaba el regadío mucoso que aún quedaba sobre el cobertor, el chico me envió uno de sus últimos whatsapp:
-No dejé nada nada ¿verdad?- preguntó
-No Maxi, nada, eso mismo estaba revisando- le contesté
-Creo que dejé mis lentes-
-No, te los llevaste puestos- le escribí, mientras sonreía para mí y recordaba que yo mismo se los había colocado, después de subirle el cierre de su pantalón –Y también llevaste contigo tus cinco polerones- bromee.
-“Jahdjsjdks” esos si me los puse- escribió
-Sé que esto es tu trabajo, pero por favor cuídate ¿ok?- le dije
-Fuiste el último, estaba reuniendo para viajar al sur, conocer, investigar…pero muchas gracias igual- digitó.
-Y para mí fuiste el primero, y fue mejor de lo que había imaginado…espero algún día volver a contactarte. Te irá estupendo en el sur- le desee.
Y así, siendo mi último día en esta ciudad, me marcho con este dulce recuerdo que espero llevar en mis memorias por siempre, y que por lo mismo me he tomado el tiempo de escribir tan a la brevedad para no perder detalle de su frescura. Será mi secreto, y aunque hubiese deseado llevarlo conmigo y ofrecerle el mundo, sé que este chico es un ángel cuyas alas no pueden atarse por siempre, y que simplemente, debe volar hasta donde mejor pueda, al infinito, hacia quien sabe dónde.
Si me estás leyendo, y vuelas cerca de mi ventana, no olvides aterrizar. Buena suerte, Maxi.
FIN
Me encantó este relato. Muy bien escrito y muy exitante. Es uno de mis favoritos. 5 estrellas