El «Noviecito» De Franco
Los padres de aquel joven profesor se quedaron sorprendidos al escuchar de su boca acerca de su orientación sexual. Lo que no pasó por sus mentes fue ver a alguien tan tierno y “mucho más joven” de la mano de su hijo pervertido….
Los padres de Franco seguían sin poder creer lo que había dicho su único hijo. Fue como un balde de agua fría para ambos, aunque la señora sentía que debía apoyar a su retoño adulto en cualquier decisión, incluida esa; para el padre seguían retumbando las palabras de su reservado pero apuesto chaval.
“Soy gay.”
A pesar de la incomodidad que el hombre naturalmente sentía de escuchar esas dos palabras definitivas, junto a su mujer se mostró dispuesto a apoyar su postura. Como era de esperar, al oír la respuesta positiva Franco se sintió aliviado de encontrar refugio en sus padres y, propuso traer a su pareja a cenar esa noche para que le conociesen. Hasta ahí todo bien en cierto orden.
A regañadientes el padre de Franco se arregló de manera casual para recibir al afortunado enamorado de su hijo (“Mejor no pregunto si es el novio, o la novia,” pensó para sí). Su madre vestía un sencillo vestido de mangas largas rojo y tacones a juego y su esposo, camisa manga larga y pantalón.
Mentalmente y sin decir nada al otro, pensaban como podía ser posible que, siendo Franco un joven profesor de colegio, 27 años, estatura promedio, cabello castaño corto y tez blanca, guapo aunque callado y reservado, pudiese venir con aquella “noticia”; era poco más que desconcertante para ellos.
Si, pasaban por alto el hecho que de chaval no fuese el que más ligase chicas en el instituto, pero siempre creyeron que alguna aventurilla había tenido. Nada más lejos de la realidad, en tanto sus padres seguían sentados en el sofá a la espera de su hijo y su novio.
“Ya te digo, quizás no vengan. Ha sido muy precipitado todo esto,” masculló el padre de Franco. En el fondo, deseaba ahorrarse la vergüenza que no expresaba delante de su hijo y su mujer.
“Seguro ha tenido un día ocupado. O su pareja… tal vez,” dijo su madre. Estaba ansiosa tanto por su hijo como por su esposo, al que se notaba en su rostro ancho y gordo como si estuviese conteniendo la respiración. En realidad, era más bien un grito de rabia.
Transcurrieron unos pocos minutos cuando la puerta principal se abrió y ambos se pusieron de pie. Y por supuesto que la reacción en sus caras se justificaba por lo que veían. Franco venía acompañado por un niño rubio que no tendría más de 10 años, delgado y de mirada cohibida e inocente sonrisa. Vestía camisa blanca y blazer negro, pantalón azul oscuro y zapatos de colegio. Su mano pequeña sujetaba la del joven, al cual le llegaba en estatura un poco por encima de su abdomen, Franco con un resoplido miró a sus padres, estupefactos.
“Mamá, papá… les presento a mi novio Carlitos,” anunció con voz apenas entrecortada pero emocionada. Sus padres estaban sin habla y completamente pillados de sorpresa.
Pocas veces en esa casa habían ocurrido situaciones en las que la tensión podía cortarse con un cuchillo y apenas en un día, los padres de Franco habían lidiado con dos momentos en extremo embarazosos. Primero escuchar de su boca sobre su homosexualidad, vale, era una noticia de las que te podían dejar helado y con razón, pero, ¿que su hijo se presentase ante ellos con un crío, y les dijese que era su novio? Eso era simplemente incomprensible… una broma de muy mal gusto…
“Franco… ¿quieres explicar qué cojones significa esto?” dijo su madre en tono bajo y labios apretados. La sonrisa desapareció de su boca y el chiquillo a su lado tragó saliva, nervioso ante la actitud hostil de su nueva suegra.
“Lo que escuchaste, mamá. Ya os dije que me gustaban…”
“No me vengas por la tangente. Esto es una locura, ¡y siendo tú un profesor!” exclamó ella indignada, tratando de no elevar la voz.
“Miren, nada de lo que digáis me hará cambiar de parecer. Que sí, que siempre me han gustado los chavalines, y Carlitos es una monada,” repuso Franco acariciando delicadamente la mejilla del niño, que se sonrojó y su novio adulto se inclinó a su altura y le susurró algo, porque el chico asintió y Franco le tomó con ambas manos y le dio varios picos frente a sus padres.
Sin prestar atención a las reacciones de sus padres, llevó a su pequeño a la cocina, desde donde gritó sí cenarían con ellos.
“No me lo creo… es que es un… es un…” empezó a decir su padre.
“No digáis nada más. Que aún no lo puedo asimilar,” le cortó su mujer.
“Yo no me pienso sentar a la mesa, que dé gracias que no llamo a la policía,” refunfuñó el padre de Franco, que se fue con pasos ruidosos escaleras arriba. Su mujer decidió acompañar a la feliz y atípica pareja.
Pronto deseó no haberlo hecho, ya que las respuestas de Carlitos no hacían más que poner de manifiesto las “inmaculadas técnicas de seducción” del degenerado Franco. Siendo su profesor, el chico de 8 años (la madre de Franco se llevó la mano a la boca al escucharlo) contó cómo se habían conocido un año antes, ya que le causaba vergüenza que sus compañeros se burlasen que él se sentase en la taza para orinar. Luego Franco contó cómo se hicieron amigos y se quedaban a solas en las duchas del gimnasio para “ayudarse” a enjabonar la espalda y entre una cosa y otra, su madre no necesitó escuchar más para entender cómo su hijo se había pasado tres pueblos, arriesgándose no solo a perder su empleo sino entrar a prisión.
“¿Tu mami sabe en dónde estás?” preguntó antes de levantarse.
“Claro que sí, el profesor Franco le dijo que me traería a conoceros,” contestó Carlitos para incredulidad de su suegra.
“Oye, ya sabes que fuera del cole no necesitas decirme profesor,” le recordó Franco y besó al niño una vez más, degustando sus delicados labios rosados.
O todos se habían vuelto locos de súbito, o estaba alucinando. La madre de Franco no entendía, su hijo liado con un menor de edad tan tranquilo y la madre de Carlitos debía ser la madre más irresponsable del mundo mundial sí lo permitía adrede. Se puso de pie y Franco la miró, entrelazando su mano con la de Carlitos.
“¿Ya te vas?” preguntó él.
“¿Qué se supone que os diga? ¿Qué está todo bien y enhorabuena por vosotros?” murmuró perpleja.
“Vale, sé que ha sido algo poco desconsiderado no prepararos para esto con anticipación, pero solo mira, a Carlitos le agradas,” dijo Franco y el crío asintió risueño. El mundo al revés, pensó ella.
“¿Y a qué horas le piensas llevar a casa? Que mañana tiene que… que ir a clase,” inquirió la madre de Franco, todavía sin creer que no había escuchado lo impensable.
Franco miró a Carlitos mordiéndose el labio inferior y luego a su progenitora.
“Si, hablando de eso. Mmm… Carlitos mañana tendrá el día libre,” empezó a decir Franco e hizo un ademan al ver la expresión de desaprobación de su madre. “Tengo todo arreglado, así que él podrá atender esas clases otro día. Como soy consciente de que es muy pronto, que hoy os estáis conociendo, pues no sería correcto quedarnos a pasar la noche,” explicó Franco con calma. Blanco y en botella.
“¿¡Pero que estás hablando Franco!? Me tomas por incauta,” elevó ella el tono de voz. Ni su hijo asaltacunas ni el chiquillo se inmutaron, más bien Franco se mostró con expresión irónica.
“Venga madre, ni la abuela te puso pero alguno cuando tú y papá erais jóvenes.”
“No, pero…”
“Si hasta me la ha comido entera, que esa carita inocente no te engañe,” aseguró el joven, mimando a su alumno especial y precoz amante, enroscando esta vez sus lenguas en un apasionado beso francés frente a la atónita mujer.
Poco más pudo decir la madre de Franco y se alejó de la mesa. Era mejor no pensar en lo que su hijo haría a solas en la penumbra de alguna calurosa habitación de hotel de quinta con Carlitos, como despertaría el más bajo instinto homosexual en el chico. Franco apenas podía dominar su lujuria y su polla bajo sus pantalones, besó un poco más a Carlitos y se quedaron mirando apoyándose en sus frentes.
«No parece que estén muy felices de conocerme,” repuso Carlitos algo alicaído.
“Que les den. Tú eres mi nene y yo tú semental,” contestó Franco y volvió a dar piquitos al niño, que miró a su perverso profesor con ojos de perrito. “¿Hiciste lo que te pedí?” agregó.
“Si. Al principio fue incomodo y dolía, pero ya está mejor,” indicó Carlitos. Franco volvió a sonreír satisfecho, todo era miel sobre hojuelas… ahora tocaba llenar de polla dura y lefa caliente ese apretado ojete virginal…
Continuará…
Sigue con el relato, está ufff,
Que tenga algo con el suegro jeje
Wooo espero con ansias la segunda parte de este relato esta chido
Buen relato… y original, cuando menos. Espero que vaya de menos a mas.
Buen relato… como sigue?
como sigue?
Que delicia de relatoo, has conseguido poner mi verga a 1000…
Buen relato. Me gusta la forma que tienes de escribir.