El nuevo chofer
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por discapacitado_gay_hot.
Todo empezó cuando cambiaron al chofer del autobús que me transportaba ida y regreso de la casa al instituto. El nuevo, era un hombre de unos 30 o 35 años, blanco, alto, fornido que hacía esfuerzos por ocultar su origen ranchero y aparentar un estilo de burócrata cuidadoso, pero la temperatura no se lo permitía.
Por la tarde, durante el regreso, el calor era infernal y el transporte no tenía aire acondicionado. El corpulento hombre transpiraba a chorros, literalmente el sudor corría por sus sienes, a veces goteaba de su nariz, invariablemente sus sobacos lucían grandes manchas de humedad. Siempre terminaba quitándose el saco, aflojando su corbata, desabrochando dos o tres botones de su camisa, y a veces, arremangándosela.
Era muy serio, pero recuerdo que desde el primer día me llamó la atención su mirada, tenía unos ojos pequeños pero taladrantes, que desde el espejo interior me observaban llenándome de inquietud, porque a veces al hacerlo, las aletas de su nariz se abrían y su respiración se hacía mas profunda, esbozaba una leve y enigmática sonrisa.
Descubrí que el vehículo tenía un espejo retrovisor externo, que, cuando yo iba sentado en un sitio exacto del transporte, me permitía ver su rostro a tres cuartos de su perfil. Desde ahí, cada vez que el me miraba por el retrovisor interno, yo desviaba mi mirada para verlo por el otro, que me permitía admirarlo sin sentir sus ojos y su inquisitiva mirada. Desde entonces me las ingenié para ocupar ese sitio todos los día.
Inició entonces un secreto contacto de furtivas miradas todos los días. El trayecto se me hacía demasiado corto, admirando sus gruesos y velludos antebrazos, sus toscas manos y sus espaldas anchas, todo en él emanaba fortaleza y vigor. En especial me gustaba ver su mostacho; sus cejas, que de tan tupidas parecía una sola: y cuando no se rasuraba la barba. Eso enfatizaba aun más su apariencia poderosamente varonil.
Durante los trayectos imaginaba estar desnudo con él, que sus manos me acariciaban rudamente, que su boca chupaba mis pezones, y su barba me estremecía al entrar en contacto con mi cuello. Invariablemente mi pequeña verga se paraba, cuando pensaba en como sería la suya. En mi mente la imaginaba dura y con una cabeza roja, mientras yo lo masturbaba suavemente y el me decía: así mi niño, así, mientras me acariciaba mi cabello.
No supe en que momento, empecé a sospechar que él se daba cuenta, pero sus miradas cambiaron y se volvieron mas lascivas e insinuantes, entonces se me hizo imposible sostener mi mirada en la suya, e invariablemente mi rostro enrojecía cada vez que él me veía.
Luego el destino intervino, un nuevo usuario ingresó en el recorrido, la ruta cambió, y yo fui el último en abandonar el transporte. Cuando en el instituto me avisaron el cambio, mi corazón se aceleró, ese día desee que las actividades terminaran cuanto antes.
Ese día, desde que abordamos el transporte, él no paró de mirarme y transpirar, para cuando quedamos solos los dos, estaba seguro de que algo pasaría. El dirigió el transporte hasta una zona poco transitada de la ciudad. Me miraba por el retrovisor frotando constantemente su entrepierna. Se estacionó en un lugar apartado, dejó el sillón del chofer y se pasó hacia donde yo iba. Se sentó frente a mi, y abrió las piernas.
_Sácamelo puto, tenemos poco tiempo_, dijo un tanto nervioso y cachondo. Mis dedos temblaban mientras desabrochaba su cinturón y su bragueta, bajé la cremallera y él colaboró bajándose los bóxer y pantalón hasta las rodillas. De cerca, su cuerpo se veía más grande aún. Blanco, con una incipiente y peluda panza y abajo, un espeso matón de vellos desde el cual nacía un corto, grueso y curvo falo que palpitaba y babeaba sin parar. Me adelanté para tomarlo en mis manos, en cuanto lo toqué dejó salir una nueva emisión de lava transparente y espesa.
El me tomó de la nuca y me empujó suave, _ya chúpala cabrón, no le hagas al pendejo_, dijo con tono de urgencia. Para poder hacerlo tuve que ponerme de rodillas en el piso, y sostenerme de sus poderosas piernas. Mi cuerpo entero temblaba al enfrentarme a esa experiencia largamente fantaseada, pero por primera vez cumplida. Me excitaba todo, verlo, tocarlo, olerlo y saborearlo.
Era sorprendente la dureza que mostraba y la forma curva que tenía. Olía intensamente a macho, a sudor, hormonas y orina. Sabía un poco salado, pero en cuanto lo metí en mi boca, eso dejó de importar, él resopló de placer, y me empujó con mayor fuerza, haciendo que el duro cilindro chocara hasta mi garganta.
Sus manazas tomaron mi cabeza y la dirigieron moviéndome como si follara mi boca. Me vi como una puta usada y eso me dio placer. Sentí su cuerpo sudar a mares, y en su pelambrera se juntaron el sudor que resbalaba de su pecho y mi propia saliva. Mis manos acariciaban sus poderosas piernas y sus enormes bolas, todo su cuerpo era una selva de pelos.
A lo más, tardó 5 minutos, y para mi, fue algo sublime ver de pronto su cuerpo temblar, sus manos aferrarme poderosamente, su pubis empujar como una máquina, y su garganta jadear como bestia. Su verga endureció poniéndose rígida como de cemento. En la base de su verga, sus palpitaciones anunciaron su eyaculación, mi boca recibió los trallazos, uno, dos, tres, no supe cuantos más, porque me asaltó el intenso sabor de su pastosa leche, parecía que había estado sin sexo un año. No me dejó opción y tuve que tragarla toda.
Apenas terminó de echar el último chorro y de inmediato subió su pantalón, acomodó su ropa y sudando copiosamente volvió al asiento del chofer. Yo limpié mi rostro. Ninguno habló. Me llevó a mi casa.
Mi padre ya me esperaba en la acera. El chofer me ayudó a descender. El, por fuerza de la costumbre, me preguntó que como me había ido. Le dije que me habían dando una nueva terapia. Que bueno, dijo en forma automática. El no podía ver mi inocultable cara de satisfacción, porque iba atrás de mi, empujando mi silla de ruedas.
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