El nuevo miembro de la familia Sosa: Parte 2 «Conociendo a los trabajadores de la Villa Sosa»
Presentación de los personajes .
Una disculpa por tardar tanto tiempo es que perdí mi correo que tenía esta cuenta :p.
Apenas eran las 5 am, ni el sol había salido y una mano me tocó el hombro para levantarme, en eso me volteé y dije.
T: Abue, es demasiado temprano…
Mi voz salió adormilada, mientras trataba de enfocar la figura que estaba junto a mi cama. Sin embargo, al aclararse mi visión, me di cuenta de que esa persona no era mi abuelo. La silueta que tenía frente a mí era completamente distinta: más alta, más esbelta y con una presencia imposible de ignorar.
Se trataba de un hombre imponente, que parecía irradiar elegancia con cada movimiento. Mide alrededor de 1.90 metros, y sus ojos verdes oliva me observaron con una intensidad que me dejó sin aliento. Vestía un traje verde escabeche con solapas impecables, que complementaban perfectamente su porte refinado. Su voz, profunda y cargada de autoridad, rompió el silencio de la habitación.
K: Buenos días, joven. Soy Kol Verdon, el mayordomo de la casa. Tu abuelo me pidió que te levantara temprano para el desayuno, así podrás estar listo para el ejercicio a las siete en punto.
Me quedé sin palabras, incapaz de prestar atención a lo que decía. Su tono profesional, sus gestos precisos y esa mirada penetrante me tenían completamente fascinado. Algo en él me hacía sentir vulnerable y emocionado al mismo tiempo. Mientras hablaba, me di cuenta de que mi mente ya estaba divagando, imaginando posibilidades que apenas podía controlar.
Kol, ajeno o deliberadamente ignorando mi desconcierto, se giró con la misma elegancia con la que había entrado. Antes de salir de la habitación, se detuvo en el umbral y añadió con calma:
K: El cocinero, Hugo, está terminando tu desayuno. Será un omelette de zanahoria y calabaza. Espero que lo disfrutes.
Luego, desapareció tras la puerta, dejándome solo con una mezcla de desconcierto, admiración y un extraño cosquilleo que me recorría el cuerpo.
Antes de que pudiera expresar mi disgusto por las zanahorias, Kol salió de la habitación con esa elegancia que siempre lo caracterizaba. No queriendo dejar el asunto sin resolver, me dirigí a la cocina. Era un espacio de diseño moderno, con toques rústicos que le daban calidez. Allí, frente a la encimera, vi a un hombre que capturó mi atención de inmediato.
Tenía rasgos delicados, piel clara como la porcelana y cabello blanco que brillaba bajo la luz suave de la estancia. Sus ojos, de un azul intenso, estaban enfocados en los ingredientes frente a él, mientras sus manos hábiles trabajaban con precisión. Vestía un delantal negro que le daba un aire serio, aunque su porte era relajado. Me acerqué con cuidado y, sin pensarlo mucho, tiré suavemente de su delantal.
T: Disculpe, ¿eres Hugo? —pregunté, algo nervioso—. Es que quería decirte que no me gustan las zanahorias y, si no es mucho problema, cambiar mi desayuno.
Hugo se giró lentamente, su mirada recorriéndome de pies a cabeza con calma, pero sin mostrar emoción alguna en su rostro.
H: Oh, eres Theo, el nuevo miembro de la familia, ¿no? —dijo con voz tranquila—. ¿Eres alérgico?
Negué con la cabeza.
T: No, no soy alérgico. Es solo que no me gusta su sabor.
Hugo inclinó la cabeza ligeramente, como si analizara mis palabras, y luego esbozó una pequeña sonrisa.
H: Es posible que no la hayas probado como se debe. A ver, prueba esto. Si no te gusta, cambiaré el plato.
Tomó un bastón de zanahoria bañado en queso fundido y lo extendió hacia mí. Por puro reflejo, me lo metí en la boca… pero en el proceso, mis labios rozaron su dedo. El contacto fue fugaz, pero suficiente para que ambos nos quedáramos inmóviles un instante. Hugo me observó con una intensidad que no esperaba, sus ojos fijos en los míos, como si hubiera descubierto algo interesante.
Antes de que pudiera reaccionar, llevó su mano a mi mejilla y limpió con suavidad un poco de queso que había quedado ahí. Luego, sin apartar la mirada, se llevó el queso a la boca y murmuró:
H: ¿Entonces, ahora sí quieres zanahorias?
Me aclaré la garganta, intentando mantener la compostura.
T: La verdad es que me gustó, pero creo que prefiero algo más… salado.
Hugo rió suavemente, un sonido bajo y casi burlón, mientras sus dedos acariciaban con lentitud mis labios.
H: Qué directo eres, Theo. Pero quizás te dé algo… como un plato de entrada, para comenzar.
Su proximidad y el roce de sus dedos encendieron una sensación que recorrió todo mi cuerpo. Mis pensamientos se nublaron, y estaba seguro de que Hugo lo sabía. Sus manos comenzaron a bajar, como si quisiera explorar más, y yo ya tenía las manos en la bragueta para ver mi plato, cuando un ruido fuerte interrumpió el momento.
La puerta de la cocina se abrió de golpe, y Kol apareció en el umbral con su porte autoritario. Hugo reaccionó rápidamente, escondiéndome de la vista de Kol con un movimiento calculado.
K: Hugo, ¿qué está pasando aquí? —preguntó Kol, su voz profunda llenando el espacio.
El aire en la cocina estaba cargado, y mi corazón latía con fuerza, atrapado entre el desconcierto y la emoción de lo que acababa de suceder.
K: ¿Por qué tardas tanto? El señor ya está sentado en la mesa y espera para salir a correr.
La voz de Kol resonó con una autoridad que llenaba la cocina. Hugo, con su atención fija en los últimos detalles del plato, apenas levantó la mirada mientras respondía con calma:
H: Ya casi está listo, solo me faltan los toques finales para…
Antes de que pudiera terminar, Kol lo interrumpió con un gesto rápido y contundente, tomando el rostro de Hugo entre sus manos. La acción fue firme, pero no brusca; sus dedos largos y elegantes contrastaban con la tensión en su expresión.
K: Deja de comportarte como una perra en celo —dijo con un tono bajo, pero cargado de un desprecio controlado—. Ya tendrás tiempo para jugar con los hermanos Villaslobos. Ahora, sirve la mesa de inmediato.
Hugo se quedó quieto por un instante, sus ojos azules desafiando la mirada implacable de Kol. Sin embargo, como si algo en esa autoridad fuera imposible de resistir, asintió en silencio y se dispuso a terminar rápidamente el desayuno.
Kol, satisfecho, soltó su agarre con la misma elegancia con la que lo había hecho, ajustó su traje y dio media vuelta, abandonando la cocina con un porte que hacía evidente quién tenía el control.
Después de que Kol se retiró, Hugo me sacó de mi escondite con rapidez. Me condujo hacia la puerta trasera de la cocina, indicándome que diera la vuelta a la casa para llegar al comedor sin que Kol sospechara nada.
Al cruzar el jardín trasero, me encontré con un paisaje encantador: rosales de un blanco puro que parecían brillar bajo la luz de la mañana. Entre ellos, un hombre alto, de piel oscura y rastas largas, trabajaba con calma. Llevaba un overol de mezclilla sin camisa, dejando al descubierto su torso marcado. Mientras regaba las rosas, me vio pasar y se acercó con una sonrisa relajada.
?: Buenos días. Veo que eres el nuevo nieto y que te levantaste temprano. ¿Te perdiste o estás explorando? —preguntó, con un tono cálido y amistoso.
T: Buenos días. Soy Theo —respondí, tratando de sonar convincente—. Solo me detuve a admirar estas rosas.
El hombre soltó una leve risa mientras asentía.
?: Un gusto conocerte. Soy Bily DeBlanc, el jardinero. Me alegra que te gusten, llevo bastante tiempo cuidándolas.
T: Están muy bonitas —dije rápidamente, queriendo desviar la conversación—, pero debo ir al comedor. Mi abuelo me espera para desayunar antes de salir a correr.
B: Oh, claro. Desayuna bien, porque la rutina del señor no es nada fácil. La vuelta completa a la villa lleva unos 40 minutos, y siempre se extiende con ejercicios adicionales por unas dos o tres horas. Prepárate para un buen desgaste.
T: Gracias por el aviso, pero creo que podré con ello —respondí, intentando mostrar confianza mientras seguía mi camino hacia la casa.
Cuando llegué al comedor, vi a mi abuelo conversando con Kol. La imagen de ambos juntos era algo intimidante: mi abuelo, con su aire autoritario y Kol impecable como siempre, de pie a su lado, gesticulando con calma.
Me acerqué con cierto nerviosismo, preguntándome qué le estaría diciendo Kol. Tomé asiento frente a ellos y los saludé con cortesía. Apenas lo hice, Kol se retiró de la mesa con su paso elegante, y Hugo apareció con los platos.
Para mi sorpresa, mi desayuno consistía en bastones de zanahoria cubiertos con queso fundido. Le agradecí con una leve inclinación de cabeza por el cambio, y Hugo me respondió con una sonrisa casi imperceptible antes de regresar a la cocina.
Terminada la comida, me levanté con determinación para enfrentar lo que prometía ser una mañana agotadora corriendo con mi abuelo.
En el primer tramo del recorrido, me crucé con Yadir Cavalier, el chofer de la casa, lavando uno de los autos. Estaba sin camisa, y su torso desnudo, marcado por músculos definidos, brillaba bajo el sol de la mañana. Sus pectorales firmes y su cabello rizado marrón claro, ligeramente quemado por el sol, capturaron mi atención de inmediato. Pero lo que realmente me dejó paralizado fueron sus ojos miel, cuya intensidad parecía derretir cualquier voluntad con solo una mirada.
Por estar absorto mirándolo, perdí de vista a mi abuelo, quien ya se había adelantado. Me apresuré a seguir el camino, sin saber exactamente hacia dónde me dirigía.
Pasaron unos veinte minutos de caminata cuando llegué a los viñedos de la propiedad. Entre las hileras de uvas, vi a un joven trabajando con diligencia. De rasgos latinos y con un aire atractivo, calculé que tendría unos veinte años. Su cabello corto resaltaba sus facciones marcadas, y sus ojos oscuros reflejaban una intensidad casi hipnótica. Su cuerpo musculoso, claramente forjado por el arduo trabajo como vinicultor, era imposible de ignorar.
Intrigado, me acerqué para ver si me podia ayudar.
T: Buenos días, soy Theo. Me preguntaba si, por casualidad, ¿has visto a mi abuelo?
El joven, con su playera blanca manchada de lodo y el sudor brillando en su frente, detuvo su trabajo al escucharme. Me lanzó una mirada intensa, casi depredadora, pero suavizada por una sonrisa cálida mientras se acercaba con calma.
C: Un gusto, soy Clemente Villaslobo, el menor de los hermanos.
Me extendió la mano, y su voz profunda pero amigable añadió un toque magnético a su presencia.
C: Sobre tu pregunta, lamento decirte que te has desviado bastante del camino. Pero no te preocupes. Si gustas, puedes esperarme en la bodega para que te refresques un poco. En unos minutos, puedo darte un aventón de regreso a la casa.
Theo agradeció con una mezcla de vergüenza y resignación. Su primer día y ya estaba perdido. Con calma, aunque sintiendo el cansancio en sus piernas y cómo sus músculos se enfriaban, caminó hacia la bodega. Su cuerpo ya pedía sombra, y la promesa de un lugar fresco lo impulsaba a seguir.
Antes de cruzar el umbral de la bodega, Theo notó una figura en su interior. Moviéndose con cautela, se acercó para observar mejor. Dentro, un hombre de unos 40 años, con cabello entrecano y rasgos marcadamente latinos, estaba inclinado sobre una mesa. Su mandíbula cuadrada le daba una apariencia firme y viril, y sus ojos, de un azul profundo que podría confundirse con gris, parecían abstraídos en algo. Su camisa a cuadros azul estaba desabotonada, revelando un torso bien trabajado para su edad.
Theo se dio cuenta de que el hombre estaba tocándose el pecho con una mano, mientras con la otra sostenía su celular. Había algo intensamente íntimo en la escena, y Theo sintió que su respiración se aceleraba por la mezcla de nerviosismo y emoción. De repente, sintió una mano firme en su espalda, lo que lo hizo reaccionar con un pequeño grito de sobresalto.
El hombre en la bodega levantó la vista de inmediato, sorprendido por el ruido, pero sin molestarse en abotonar su camisa. Su expresión se tornó curiosa, mientras otro hombre, el que había tocado a Theo, habló con una sonrisa burlona:
?: «Hermano, mira quién anda de explorador.»
El hombre de la bodega se enderezó, su postura despreocupada pero claramente imponente, y respondió con una voz grave y calmada:
Ca: «Ah, así que tú eres el hijastro del hijo del patrón. Un gusto conocerte, chico. Yo soy Camilo Villaslobo, y el que te asustó es mi hermano menor, Cristian.»
Theo tragó saliva al notar que Camilo no hacía ningún esfuerzo por disimular el abultado bulto en su pantalón de mezclilla, algo que parecía desafiar las leyes del decoro. Su actitud relajada parecía implicar que no tenía nada que ocultar, que le gustaba que le viera justo ahí.
Theo se giró hacia Cristian, quien estaba de pie a su lado. Cristian, de unos 30 años, era más joven y robusto. Su piel quemada por el sol resaltaba la dureza de su físico, con un rostro marcado por una expresión intensa y unos ojos de un dorado hipnótico que parecían arder con intensidad propia. Su cabello corto, ligeramente desordenado, completaba su apariencia ruda y magnética. Entre los tres hermanos, Cristian parecía ser el más musculoso, una montaña de fuerza que no podía pasar desapercibida.
Theo se encontró atrapado en la presencia de ambos hombres, sintiendo cómo el aire de la bodega se hacía cada vez más denso e intrigante.
Me sentía como un cordero rodeado de lobos, inseguro de si podría escapar antes de que alguien diera el primer paso. La tensión se rompió cuando Yadir, el chofer, apareció de repente.
Y: Theo, me mandaron a recogerte para llevarte de vuelta a la casa.
Sin pensarlo dos veces, caminé hacia él. Aunque agradecía la intervención, no pude evitar mostrar un gesto de molestia. Esta era la segunda vez que me interrumpían, y mi orgullo herido comenzaba a pesarme.
Durante el trayecto de regreso, Yadir intentó suavizar el ambiente con una conversación relajada mientras conducía.
Y: A ver, joven, ¿por qué perdió tan rápido el ritmo del patrón? Se nota que con esas piernas marcadas podría tener un buen aguante.
Sentí cómo el calor subía a mi rostro, y con un tono defensivo respondí:
T: Es que me distraje por un momento y lo perdí de vista.
Yadir, con una sonrisa pícara reflejada en el retrovisor, insistió:
Y: ¿Y con qué se distrajo?
Avergonzado, desvié la mirada hacia la ventana, improvisando una respuesta que sabía era poco convincente.
T: Con el paisaje.
Aunque lo dije con la mayor naturalidad posible, mi voz me traicionó. La mentira era evidente. Yadir soltó una ligera carcajada y respondió con un tono que dejaba entrever que no se tragaba mi excusa.
Y: Mire, joven, usted es parte de la familia Sosa, así que siempre estaremos a su disposición. Pero primero tiene que acostumbrarse al ambiente.
No estaba seguro de si sus palabras iban con doble sentido o si simplemente me estaba diciendo de forma literal. Ya que su tono, acompañado de una sonrisa que parecía guardar un toque de picardía, me dejó confundido. Antes de que pudiera aclarar mis dudas, llegamos a la casa.
Al bajar del auto, noté que no había nadie esperándome. Entré en silencio, sintiendo cómo la acumulación de emociones del día comenzaba a agobiarme.
Como sigue?
estoy indeciso entre abu x el cocinero o mayordomo x cocinero
Excelente relato.. como sigue?
estoy indeciso entre abu x el cocinero o mayordomo x cocinero
Podrías hacer que se lo turnen o una orgía, también podrías añadir exhibicionismo