El otro hermano: contrabando nocturno
Entrar a su cuarto fue como cruzar una frontera prohibida. El silencio de la casa nos apretaba el pecho, la adrenalina nos quemaba la piel. Bastó cerrar la puerta para que sus labios me devoraran y su mano me agarrara la verga con hambre de años reprimidos..
No debería haber estado ahí.
Pero ahí estaba, entrando a su cuarto como un contrabandista a medianoche, con el corazón a mil y la verga latiendo en cada paso. Me había escrito insistente, con esa mezcla de reto y morbo que no sabía decirle que no:
—“Quédate a dormir en mi cuarto. Nadie tiene por qué enterarse.”
El plan era absurdo: luces apagadas, silencio absoluto, caminando de puntitas mientras la tele del cuarto de su hermano seguía encendida. Cada crujido del piso parecía un pinche escándalo, cada respiro contenido me ponía más duro.
Cuando cerramos la puerta —sin seguro, como si hasta ese clic fuera peligroso— nos miramos un segundo, nada más. Y luego nos devoramos.
Me besó con hambre, con lengua y saliva, como si se me quisiera tragar entero. Me aventó contra la pared, me agarró la verga por encima del pantalón y la apretó fuerte, sobándomela con desesperación.
—Mmmm… así la quería, bien pinche parada para mí. —me dijo con una sonrisa retadora.
Me bajó el pantalón de un jalón y en segundos ya estaba hincado, tragándosela hasta el fondo. Sus labios se estiraban, la baba le chorreaba por la barbilla y sus gemidos hacían vibrar mi pito adentro de su garganta. Yo le jalaba del pelo, obligándolo a tragarse cada centímetro.
—Eso, trágatela toda, putito.
—Mmmm… —gimió con la boca llena, viéndome desde abajo con los ojos vidriosos.
Se apartó apenas un instante, con la boca toda mojada, y soltó lo que me prendió más:
—Siempre quise tenerla así… siempre soñé que eras tú el que me cogía.
No le di chance de seguir hablando. Lo giré de espaldas, le bajé el short de un tirón y le abrí el culo con las manos. Le metí la lengua directo y se retorció, mordiendo la almohada para no gritar.
—Puta madre… eso quería desde la cabaña —soltó entre jadeos—. Desde esa noche me la jalaba pensando en ti.
La confesión me volvió loco. Le escupí en el hoyo, le metí los dedos hasta que lo sentí temblar, y luego le enterré la verga despacio, haciéndolo arquearse como si lo estuviera partiendo.
—Ahhh… así, cabrón… no pares.
Lo empecé suave, gozando cómo se apretaba contra mí, y después lo agarré duro, clavándosela hasta los huevos, cada embestida haciendo rechinar la cama contra la pared. El cuarto olía a sudor, saliva y puro sexo.
—No sabes cuántas veces me vine pensando en ti… —confesó jadeando—. Imaginaba que eras tú el que me abría, el que me dejaba bien cogido.
—Pues ya es real, cabrón —le gruñí en el oído mientras lo azotaba más fuerte—. Y ahora no te me vas a escapar.
Me rogaba bajito, sudando, con lágrimas de placer en los ojos.
—Dime que conmigo es mejor. Dímelo, cabrón.
—Contigo es mejor… mucho mejor —le gruñí, dándole más recio, hasta sentir cómo su culo me apretaba como un puño.
Se vino primero, embarrando las sábanas, gritando bajito contra la almohada. Ese apretón me arrancó la descarga, llenándolo bien adentro mientras lo tenía agarrado de la cintura para que no se moviera.
Caímos sudados, jadeando, todavía con mi verga enterrada en su culo caliente. No hubo silencio de culpa, solo más ganas. Él volteó la cara, me besó con la boca empapada de sudor y me dijo con la voz ronca, casi desafiante:
—No pienso dejar de coger contigo nunca, aunque nos cachen.
Yo le sonreí, todavía duro dentro de él.
—Y yo no pienso dejar de metértela… aunque sea aquí, a un metro de tu hermano.
Lo abracé fuerte, pero no fue descanso: fue la señal de que la noche apenas empezaba.
Dejar un comentario
¿Quieres unirte a la conversación?Siéntete libre de contribuir!