El otro hermano: un reencuentro tímido
Lo vi en el súper, y de golpe volvió todo: el deseo prohibido, las miradas que callaban demasiado, la tensión que ni los años borraron. Una excusa absurda lo trajo a mi casa… y lo que empezó como un reencuentro tímido terminó en la confesión más sucia y excitante que jamás imaginé..
Lo vi en el súper. Estaba estirándose para alcanzar algo de la repisa más alta. Esa pose maldita de siempre: brazos arriba, camiseta subiendo hasta el ombligo, abdomen marcado, la línea de vello bajando directo al boxer como una flecha. Lo había visto así tantas veces cuando salía con su hermano… y me seguía provocando igual o peor.
Cuando me notó, bajó los brazos de golpe. Se veía incómodo, nervioso.
—Hey —le dije sonriendo.
—Hola… —contestó bajito, como si no supiera qué hacer con las manos.
Seguía siendo el mismo tímido de siempre, pero con cuerpo de hombre hecho. Caminamos un rato entre los pasillos, frases cortas, miradas largas.
—¿Sigues viviendo por aquí? —preguntó.
—Sí, ¿por qué?
—Porque se me cayó el puto internet hoy. ¿No me prestas el tuyo?
La excusa era pésima, pero me encantó lo torpe que sonó.
—¿Y si tu hermano se entera que traje a su hermanito a mi depa?
—No tiene por qué enterarse… —me miró con un brillo que era más invitación que advertencia—. Además, no es como que me vayas a hacer nada malo… ¿o sí?
Me reí.
—Ya eres un adulto. Y no voy a hacer nada que no quieras.
—
En mi depa se quedó parado en medio de la sala, incómodo, como si pisara un terreno prohibido. Se quitó la chamarra, y la camiseta blanca que llevaba debajo se le pegaba al cuerpo, marcándole todo: pezones, abdomen, bulto.
—¿Tienes calor? —le pregunté.
—Un poco —dijo sin mirarme.
Lo llevé a mi cuarto. Él miró alrededor, sonriendo con malicia.
—Así que aquí es donde tú y mi hermano hacían su magia…
Y otra vez se estiró. Lento. Deliberado. La camiseta se le levantó, mostrando ese ombligo que me tenía enfermo desde hacía años. Lo miré fijo, y solté:
—Oye… aquella noche en la cabaña… cuando me tocaste mientras dormía… ¿fuiste tú, verdad?
Se quedó helado. Me sostuvo la mirada, tragó saliva… y asintió.
—Sí… fui yo —dijo con voz temblorosa pero firme—. Lo hice porque no aguantaba más. Tenía que tocarte. No me arrepiento de nada. Ni de haberte hecho correrme en la mano, ni de chuparme tus restos después… lo volvería a hacer mil veces.
Sentí un calor brutal recorrerme. Me acerqué, lo agarré de la playera, y lo besé con toda la rabia contenida.
—
Lo empujé al sillón. Me la sacó y se arrodilló frente a mí, tragándosela hasta el fondo. Gemía con la boca llena, me agarraba fuerte de la cadera, me la mamaba como si hubiera esperado años para hacerlo.
Yo apenas podía respirar.
—Verga… —gruñí— me la chupas como un animal.
Se apartó un segundo, con los labios brillando de saliva.
—Dímelo… —jadeó— dímelo mientras me coges… que lo hago mejor que él, que te gusta más conmigo.
Lo levanté de un tirón y lo abrí de piernas en el sillón. Lo preparé con los dedos, con la lengua, haciéndolo retorcerse. Cuando ya estaba listo, me escupí en la verga y se la metí despacio.
Su culo me apretó tan fuerte que se me escapó un gruñido.
—Puta madre… aprietas cabrón…
Se aferró a mi cuello, gimiendo.
—Ahora dilo… —me rogaba— dímelo mientras me coges.
Lo miré directo a los ojos, embistiéndolo hondo.
—Cogerte a ti… me gusta más que con tu hermano. Mucho más.
Se estremeció entero, gimiendo como loco.
—No sabes cuántas veces me la jalé pensando en ti… —confesó entre jadeos—. Cuántas noches me metí los dedos, escuchando cómo lo hacías gemir a él… deseando que fueras tú quien me estuviera rompiendo a mí.
Lo cogí más fuerte, dándole todo lo que pedía. Él seguía:
—Y más de una vez… —dijo mordiéndose el labio, mirándome con los ojos vidriosos— me comí tu semen de los condones que tirabas a la basura… cerraba los ojos y me imaginaba que lo estaba sacando directo de tu verga…
Eso me rompió. Lo empotré contra el sillón, metiéndosela hasta el fondo sin parar. Él gritaba mi nombre, suplicando, goteando de placer.
—Ahora sí… —me gritó al oído— ahora sí es mío. Ahora sí me corres dentro como siempre soñé.
Me vine dentro de él, empujando hondo, gruñendo. –Y no te imaginas las veces que me cogí a tu hermano deseando que quieras tu!– Él acabó al mismo tiempo, temblando, derramándose entre nosotros.
Se dejó caer sobre mi pecho, con el cuerpo empapado, jadeando.
—¿Ves? —susurró con una sonrisa sucia— Te lo dije… conmigo es mejor coger que con mi hermano.
Y lo era.
Dejar un comentario
¿Quieres unirte a la conversación?Siéntete libre de contribuir!