El Papacito de los Clasificados
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Anonimo.
***
Ha pasado ya dos dias desde que ocurrió esto y no he podido evitar contarlo, ya que con solo revivirlo una y otra vez, me prende.
Pues bien, me llamo Adrián y vivo en Maracay (una ciudad del estado Aragua-Venezuela).
Tengo veinte años, de piel blanca, mido 1,69; soy velludo en piernas, nalgas y abdomen.
El miércoles pasado mis padres se habían ido a la capital Caracas a hacer unos trámites para poder salir del país, así que me quedé solo en mi casa.
Siempre acostumbro a andar desnudo y más cuando mis padres se van; incluso no suelo llevar ropa interior bajo los pantalones, ya sean deportivos o jeans.
Asi que, pase todo el miércoles desnudo, jalándome los dieciséis centímetros de mi pene y viendo videos porno.
A eso de las 9pm, mis padres me llaman diciendo que vendrán el sábado por la tarde, quizá el domingo, porque esperarán los tres días hábiles para recibir el documento.
–De acuerdo, aquí estaré.
Me descargué varias pelis para ver y eso.
–Bien, hijo –dijo mi madre–.
Ya sabe, no deje que ningun extraño entre a la casa y menos como está la situación.
–Sí, amá, de acuerdo.
Tengan cuidado.
Sin embargo, no quería seguir viendo videos porno sino ser protagonista de una experiencia real con otro hombre.
Me vestí, salí de mi casa y fui al quiosco más cercano para comprar el periódico.
Al regresar a mi casa, me despojé de esa ropa molesta quedándome como vine al mundo y, fui de lleno a la página de "Clasificados" donde suelen venderse cualquier cantidad de cosas.
Incluso sexo.
Busqué excitado la parte de "Solo para Adultos".
Apenas la encontré, mis ojos se deslizaban sobre todos los anuncios.
Mi emoción disminuía cada vez que leía, sin poder creer que había más mujeres dispuestas a tener sexo, solo habían dos hombres, pero a una aventura hetero y nada gay.
Eso, hasta que apareció un anuncio que cito a continuación: "Alejandro (20), joven apuesto, masajista erótico, servicio mujeres, hombres y parejas por igual.
Incluye sexo".
Sin perder más tiempo, temblando de excitada impotencia, llamé.
–¿Aló? –Su voz sonaba realmente joven y grave, y con solo escucharlo podía hacerme una idea de cómo sería.
–Eh.
¿Alejandro? –pregunté, nervioso.
–Sí,con él habla.
¿Desea alguno de los servicios que ofresco?
–¡Sí! –exclamé, con el pene erecto y mi corazón desbocado–.
Sí.
Eh, ¿cuánto vale el servicio?
–¿Es para usted, una amiga o.
?
–No, es para mí.
Soy, eh, virgen y quiero.
Bueno, tú sabes.
–Me sentí como un inútil.
–Ok, bro.
El masaje erótico cuesta 25.
000 bolívares.
Incluye crema aceitosa de almendra, vaselina y sexo.
–¿Es seguro? Digo.
–Uso condón, si es lo que te preocupa, mi pana.
Soy dotado, serio, muy limpio y sin compromiso.
Quedará de tu parte asearte bien, panita.
–Bien, bien.
–Pensaba con rapidez.
Tenía unos ahorros para reparar mi celular, pero no alcanzaría para nuestro encuentro.
Por lo que tendría que quitarle a mi padre algo para poder cumplir mi fantasía.
Pregunté–: ¿A qué hora nos vemos?
Eran las 11:29.
–¿Te parece a las cinco, mi pana?
–Sí, a las cinco.
¿En mi casa o en la tuya?
–Como quieras.
–En mi casa.
Le di la dirección correcta, él la repitió para cerciorarse y dijo:
–Ok, ¿Eres mayor de edad?
–Tengo veinte.
–¡Un contemporáneo! –exclamó, como alegre–.
Entonces nos vemos.
Apenas colgué me puse manos a la obra.
Limpié la casa, arreglé la cama de mis padres (ya que es una KING, lo suficientemente grande como para cuatro o tres personas), me rebajé el vello púbico y axilar, y me bañé lo mejor posible.
A las cinco, después de vestirme sin llevar siquiera un bóxer debajo, sonó el timbre.
Corrí a abrirle, quedando boquiabierto.
Alejandro parecía traído del cielo: piel blanca cubierta por ropa estrechar, que marcaba sus músculos tanto del pecho y brazo como del abdomen.
De cabello negro, con mucho gel; unas cejas en punta y unos labios finos, en un rostro ovalado y bello.
–Hola –me dijo–.
¿Puedo entrar?
Tardé unos segundos en recuperar la compostura.
–Sí, sí –tartamudeé, sintiendome algo mal por haber roto lo que dijo mamá que no hiciera.
–Vamos a tu cuarto –dijo él, entrando.
–El de mis padres.
–¡Chico arriesgado! Intentaré terminar en tu boquita, panita.
Fuimos al cuarto.
Yo estaba nervioso, con las palmas húmedas y temblando.
–¿Qué esperas, mi pana? –me dijo–.
Quítate la ropa.
Así hice, sin dejar de cubrir mi pene semierecto.
Él sacó de su morral una crema, un frasquito de vaselina y un preservativo.
— ¿Te lavaste bien el culito? –Se empezó a quitar la ropa, y mi pene se puso duro.
–Sí.
–Ok, mi pana.
Entonces, acuéstate y relájate.
Él se quedó en esos riquísimos interiores que cubren el miembro viril, pero que tiene dos tiras que se ajustan por debajo de las nalgas, levantándolas.
Me acosté boca abajo, intentando relajarme.
Sentí como él se subía a horcajadas, teniendo contacto mis nalgas con su depilada entrepierna.
Me echó la crema en la espalda, y segundo después empezó a deslizar sus manos.
Sus palmas eran suaves y sus dedos agilidosos, que me arrancaron gemidos a medida que me masajeaba.
Empezó a mover su pelvis en mis redondeadas nalgas, haciendo que mi pene pareciera estallar.
Sus labios me besaron la nuca, se deslizaron a mi cuello, luego a mi oreja hundiendo su lengua, y me susurró sensualmente:
–Estás tenso, relájate.
Déjate llevar, panita.
Yo tambien tengo miedo, y eso que no es la primera vez.
No me creí la mentira, pero intenté relajarme.
Sus manos bajaron a donde la espalda pierde su nombre.
Echó más crema aceitosa con olor a almendras en las nalgas y me las masajeó, mientras su lengua jugueteaba en mi cóccix.
Yo gemía, me retorcía del placer, hundía mi cara en la almohada y me mordía los labios.
Quería pedirle que me cogiera, pero decidí esperar y deleitarme.
El beso negro que hizo había hecho que me sintiera extraño.
Su lengua jugueteaba en mi entradita, que se contraía de placer.
Apretaba mis nalgas, hundía su rostro en ellas y deslizaba su agilidosa lengua alrededor y luego un poquito dentro de mi orificio.
De repente se detuvo.
Cuando iba a preguntar que qué pasó, un dedo se movió en la superficie.
Gemí.
–Intenta no apretar, virgencito.
–Y metió un dedo.
Me ardió al principio, al punto de hacerme gritar.
Movió su dedo con deleite dentro de mí, mientras yo movía mi cadera como si follara con la cama.
–Voy con dos.
Y metió otro dedo.
Volví a gritar.
–Sácalos, porfa.
Me duele.
–Tranquilo.
Ya se te va a pasar.
Mientras metía y sacaba sus dedos haciendo masaje a mi prostata, él jueguetó con mi lengua al besarme y después con mi ano.
El placer fue demasiado, mas no para hacerme venir.
–Estás muy muy apretadito –me dijo, insertando un tercer dedo.
–Cógeme, ya.
No puedo más.
Hazme tuyo, hazme tuyo.
–Aún no, mi pana.
Espera.
–No.
Y metió otro dedo.
¡Ya eran cuatro! Quería que ese macho joven me cogiera, me llevara a las nubes y lo sintiese dentro de mí.
Se detuvo.
Se levantó de la cama y volví mi cabeza a él, viendo cómo se quitó el interior.
Su pene ligeramente moreno, saltó bien duro y circuncidiado, con una cabeza roja semejante a un champiñon.
Que mal que yo no soy circuncidiado, porque acabaría primero.
–Mámalo –me dijo Alejandro, acercando su semental a mi boca.
Se la empecé a mamar, y él a frotar y apretarme las nalgas.
Me agarró del cabello y me folló la boca.
La sacó, respiré y él volvió a meterme su pene en mi boca, hasta el fondo.
Mediría unos dieciocho o diecinueve centímetros, pero lo cierto fue que me daba arcadas al tenerla hasta mi garganta.
Acto seguido, sin siquiera dejarme respirar, volvió a follar mi boca.
PLASH, me dio una nalgada.
Sacó su pene, respiré dos veces, jadeante, y volví a mamársela.
Estaba salada por el líquido preseminal y eso me prendía mucho más.
–Date la vuelta.
Así hice.
Miré mi pene cuando él se subía a horcajadas y lo agarraba.
–Estás bien mojadito.
Sentí pena, pero él hizo caso omiso.
Me echó crema en los pectorales y en el abdomen, para masajearme y mamar mi pene.
Me retorcía, gemía, movía mis piernas entorno a su cuello y espalda.
Él jugueteaba con mi prepucio y mi glande, haciéndome perder la noción del tiempo.
Me levantó las piernas y luego la pelvis, dejando mi orificio solo para él.
Volvió a darme otro beso negro, para tomar dos almohadas y mantener la posición adecuada.
Alejandro me lubricó con vaselina, enfundó su pene con el condón y lo metió lentamente.
–¡Aaaaaaaaah! –grité–.
¡Sácalo, sácalo, maldita sea!
–¡¡Shuuuu!!
Me besó metiendo más su pene.
Yo comencé a llorar de dolor, y él me calmaba entre besos y pellizcos en mis tetillas.
Una vez dentro, empezó a contonearse, cogiéndome.
Se sentía incómodo, pero el placer fue abriéndose camino para hacerme gemir como una puta.
–Dame más, más, más.
Alejandro, te amo, ah ah ah ah ah ah ah –decía yo, inconscientemente.
Él no decía nada, solo aumentaba las embestidas.
Ni siquiera gemía, solo jadeaba en silencio.
La fina película de aceite se mezclaba con nuestro sudor, extasiados en el más profundo placer.
–Ponte en cuatro –me ordenó, sacando su miembro y dejando un vacío dentro de mí.
Me puse en cuatro y la metió de sopetón, aunque cariñosamente.
Sus embestidas se volvieron rápidas y feroces, haciendo que gimiera como una puta.
Él se detenía de vez en cuando para preguntar si yo estaba bien.
Quería decirle algo, pero me limitaba a asentir con la cabeza, excitado.
Alejandro hizo que yo acercara mi cuerpo al de él, para que me cogiera más cerca, al tiempo que me besaba el cuello y su mano izquierda me masturbaba.
–¡Ah, ah, ah, ah! –gritaba yo–.
¡Me vengo, oh, Dios, me vengo! ¡Aaaaaaaah! –Y cinco chorros de semen fueron despedidos directo a la almohada, sin dejar de sentir ni por un minuto las embestidas de Alejandro.
Alejandro sacó su pene, yo me acosté bocarriba y él volvió a cogerme como una fiera, con los ojos cerrados, tensando todos los marcados músculos de su cuerpo.
–¡Mierda, mierda! ¡Me veeengo!
Sacó su pene otra vez, se quitó el condón y se la jaló varias veces tensando aún más sus músculos, teniendo el rostro de un rojo encendido.
–¡AAAH! –gruñó, masturbándose más y más rápido con su cara roja–.
¡Aaaaaaaaaaaaah.
!
Y una serie de chorros de su semen cayó desde mi boca hasta mi pelvis.
Alejandro jadeaba, sudado y con cara de cansado.
Ambos nos quedamos mirándonos, jadeando.
–¿Te gustó? –me preguntó, levantándose de la cama.
Se empezó a poner la ropa.
–Quédate –le dije–.
Solo por esta noche.
–¿Y tus padres, qué?
–Vendrán mañana, hoy no.
Te pagaré lo que quieras con tal de que te quedes.
–Está bien, panita, ya que tienes real, me quedaré ja, ja, ja, ja.
Esa noche dormimos juntos y abrazados, aunque creí sentir cierta incomodidad en él.
A la mañana siguiente se fue, con la hermosa despedida de un beso en mis labios.
Hasta el día de hoy quiero tener otra experiencia con Alejandro, pero no sé.
¿Qué dicen ustedes? Si es así, tengo que volver ahorrar porque quedé pobre y debo reponerle lo que le quité a mi papá jajaja.
Pero también quiero tener sexo con otro hombre, sea joven o un adulto; con tal que tenga vellos (amo los hombres peludos), estamos bien jajaja.
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