El Péndulo de Foucault
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Roocks.
Que increíbles las vueltas de la vida. Pensar que nunca imaginé que me pasaría algo así, pero el diablo siempre se las ingenia para meter su cola donde puede, y uno para meter otra cosita a veces donde no debe.
Siempre fui un tipo muy caliente, lo reconozco. Tanto así, que dejé embarazada a mi polola en primer año de universidad, por lo que cuando tuve 20 años nació mi hijo mayor. Afortunadamente, me fue bien en la carrera, y luego de un postgrado en USA volví a Chile. Hoy soy un médico muy prestigioso, por lo que no me quejo económicamente.
Obviamente, y por venir de una familia muy tradicional, mi polola y yo nos casamos antes que naciera la guagua, y nos hemos llevado muy bien como pareja. Tomasito fue hijo único, por lo que siempre fuimos muy unidos a él, además de ser papás jóvenes, ya que hoy tengo 39.
Como buen deportista, traté de inculcarle eso a Tomasito, que a sus 19 años ya le queda chico el diminutivo, pues es un tremendo hombre. Yo debo reconocer que me mantengo muy bien de físico, ya que siempre he practicado los deportes náuticos y la natación, así que entre mis hobbys es tener mi camioneta y mi velero y siempre nos arrancamos al sur a unos fiordos a navegar con mi señora y mi hijo.
Normalmente no vamos solos, siempre invitamos a Nacho, un compañero de curso de colegio de Tomás desde pre-kinder. Nachito quedó huérfano muy de pequeño por causa de un trágico accidente, por lo que se tuvo que criar con sus abuelos y unos tíos mayores. El tipo era el mejor amigo de mi hijo, así que lo tratábamos como a uno más de la familia.
A veces salíamos a acampar los 3 hombres solos, a veces les prestaba el velero para que se fueran los dos al lago con sus pololas, o a veces nos íbamos todos juntos.
Este verano no fue muy diferente. Los niños habían terminado su primer año de universidad, y nos fuimos a los fiordos a celebrar. Lo pasamos increíble, hasta que algo le pasó a mi esposa que comió unos mariscos y le vino una intoxicación terrible. Tomamos todo como mejor pudimos, y nos fuimos a la “posta” más cercana. Obviamente no habían recursos, ni médicos ni medicamentos, por lo que como pudimos nos trasladamos al hospital de la capital provincial para que la atendieran.
La cosa iba de mal en peor, por lo que tomamos una decisión que era lo más apropiado: Tomás se iría con su mamá a Santiago en avión, y Nacho y yo llevaríamos la camioneta y el yate, ya que el viaje demoraba dos días completos.
Así que nos fuimos a buscar un hotel. Como era la semana costumbrista, todos los hoteles estaban llenos, pero por fin dimos con un pequeño hotel donde sólo quedaba un cuarto con una cama matrimonial. Nos cagamos de la risa, y la tomamos.
Nachito me dijo, bromeando : “Ay, tío, siempre esperé esta oportunidad para dormir contigo, estay más rico, jajaja.”. La verdad es que siempre broméabamos con temas gays, ya que los 3 con mi hijo nos jactábamos de ser muy machitos y ellos siempre me contaban sus proezas sexuales con sus pololas y sus “minas”.
Pero como dicen, entre broma y broma la verdad se asoma, y yo encontraba a Nachito realmente delicioso. Era uno de esos machitos jóvenes que están de comérselos con mantequilla: 1,83 mts, algo peludo, ojos azules como los glaciares, pelo castaño, en realidad, me recordaba mucho al actor de Spartacus, porque además el pendex era muy deportista. Y para más recachas, como varias veces nos habíamos bañado en bolas en los lagos, o nos habíamos duchado juntos en los campings, el tipo tenía una dotación de padre y señor mío, de esas vergas que en reposo cuelgan como el péndulo de Foucault.
De hecho, con mi hijo siempre lo molestabamos con eso, y le decíamos “Foucault” como sobrenombre, y como acá en Chile la gente no habla mucho francés, pensaban que le decíamos “Fuck-O”, lo cual sería un poco lo mismo porque el tipo de verdad usaba su herramienta con mucha frecuencia. Como nos teníamos confianza, y como yo soy médico, siempre les compraba condones, y para él tenía que comprarle de todas maneras los LifeStyles XL.
Bueno, volviendo al cuento, el tema es que mi señora con mi hijo llegaron a Santiago, se fueron de inmediato a la Clínica donde yo trabajaba, y la estabilizaron sin problemas. Así que con Nacho fuimos a relajarnos y a tomar unas cervecitas en la noche, para luego irnos a dormir porque nos esperaba un largo viaje de vuelta a la capital.
La verdad es que nunca tuve ninguna curiosidad gay, pero me daba cierto morbo y cosquilleo dormir en la misma cama con Ignacio. No se si las cervezas, o el hecho de que mi señora haya estado con “marea roja” toda la semana, pero me sentía un poco caliente, y traté de sacarme los pensamientos de la cabeza.
Cuando llegamos al hotel, nos fuimos a acostar.
-”Ya, Ignacito, qué lado de la cama prefieres”
– “Cualquiera tío, yo duermo como tronco”
– ”Espero que no te incomode, pero yo duermo en pelotas. Por ser tú me quedaré en slips”.
– “Estamos en las mismas. Si po, en slips yo cacho, no vamos a dormir en pelotas dos hombres en la misma cama”.
– “Te da susto?”
– “Jaja, no, lo digo por usted, no vaya a ser que se despierte Foucault en la noche jajaja”.
Bueno, la cosa es que nos desnudamos hasta nuestros slips, y nos metimos en la cama. La verdad es que el cabro este estaba como quería: los abdominales bien marcaditos, y un culito apetitoso como él solo. Empecé a sentir ese clásico cosquilleo en la pichula, pero preferí darme vueltas y no pensar más.
Entre el calor y la poca costumbre de dormir en slips, uno se va dando vueltas y destapándose en la noche sin darse cuenta. Y de repente me despierto, y lo veo a Ignacio. Ahí supe que ya tenía el bichito del deseo: el pendejo estaba durmiendo boca abajo, con su culito al aire, una pierna flectada, y no pude contener una erección pero de esas de mástil mayor. Traté de sacarmelo de la cabeza, lo conocía de niño, era como si fuera mi hijo, era semi incestuosa, además el cabro era tremendamente hetero, como yo, yo era el papá de su mejor amigo, etc. Cualquier cosa que pudiera hacer, podía dejar una hecatombe de proporciones.
Pero como la calentura puede más, empecé a hacer lo clásico: estirar las piernas, estirar los brazos, rozarse, tocarlo, abrazarse, pero el sueño me venció. Sin saber cuánto rato había pasado, pero me desperté de nuevo, en ese estado que uno está entre sopor y sueño, en ese momento en que los rayos de sol empiezan recién a colar por entre las cortinas, iluminando suavemente el ambiente sin aún hacerlo muy caliente.
Error: el ambiente si estaba caliente. Estábamos durmiendo abrazados, en posición de cucharita, las piernas entrelazadas, su cabeza en mi regazo, mi mano en su abdomen, con la mitad de la falange dentro de sus slips jugueteando con su vello púbico, y mi verga durísima encajada en la raya de su culo, separados solo por la tela de los slips, tal como normalmente amanecía con mi mujer.
El dormía -o al menos eso parecía- con una sonrisa de mucha ternura, y de cuando en vez movía todo su cuerpo, se frotaba su culo contra mi pija, restregaba sus piernas peludas contra las mías, y ronroneaba. Todo esto me ponía más y más duro.
De repente, decidí arriesgarme, y empecé a mover un poco más hacia abajo mi mano, para encontrarse con otro mástil más duro y grande que el mío. Foucault había despertado, y estaba lubricadísimo. Por un minuto me paralicé, pero bajé mis dedos hasta tocarle la base de su pene, entre sus rizos, y con un suave movimiento le cogí las bolas dejando su pene atrapado en mi antebrazo.
El sólo emitió un quejido de placer, y presionó más su culo contra mi dureza, a lo que yo respondí respirandole en la oreja, y abrazándolo más fuerte. De pronto, Ignacio dijo:
– “Puta, tío, que rico”
Y esa fue la señal.
– ”Qué rico que te guste”.
Lo giré, y lo empecé a besar. El besaba increíble. Nos acariciamos por todo el cuerpo, con una desesperada suavidad. Metí mis manos por su slip, agarrándole ese culito que me tenía loco toda la noche, y empecé a jugar con su hoyito, mientras él se quejaba y entrecerraba esos ojos tan azules que dolían.
El luchaba por agarrárme el mástil, hasta que se giró y lo empezó a besar, a probar, a degustar, a lamer, y a darle tanto placer que sólo pude echarme atrás y respirar entrecortado mientras terminaba de sacarme mis calzoncillos.
Yo mientras empecé a trabajar ese hoyito con mi lengua, hasta que ya el placer y el deseo fue superior a nuestra voluntad, y la naturaleza supo exactamente qué seguía: él se puso de cucharita tal como estaba durmiendo, pero esta vez sin sus slips, al igual que yo; y empecé a acomodar la verga en la canaleta de su raja; nos movíamos al compás, los dos, frotándola, hasta que palo y hoyito se encontraron y calzaron, y empecé a entrar, a penetrar, a introducir, a meter centímetro a centímetro, saliendo 1cm y entrando 2cm, lubricandonos con nuestros propios liquidos y nuestra saliva, mientras nos besábamos y acariciábamos.
Le mordisqueaba las orejas, le agarraba los pezones, y él sólo decía : “ay, tío, ay, que rico, dale, uuuhhhhh”; hasta que estuvo entero dentro.
-”Estás bien?”.
-”Me duele un poco”. (Pobre, después supe que moría de dolor.)
-”Lo saco?”.
-”No tío, sigue, estoy hirviendo. Estay muy rico. La dura.”
-”La dura la tenis adentro tuyo, pendejo exquisito”.
Con eso se me paró más, y empecé entonces a culearmelo con más ganas. El pendejo gozaba, gemía, gritaba, “qué ricooooooo, culéame tío”, mientras yo le agarraba el pico y lo pajeaba suavemente.
De pronto, me dijo “tío me voy a ir … dale, sigue, no pares”. Se le empezaron a para los pelitos de la espalda, y de pronto empezó a tener sus espasmos, pero era tan caliente la situación, que con cada espasmo contraía su esfínter del culo, con lo que me ordeñaba la pichula, me la atrapaba, y eso me terminó por reventar. “Nacho, me voy, weón…. aahhh” y tuve el orgasmo más intenso y abundante de mi vida. Es como si me hubieran clavado mil agujitas en el perineo, como si liberara miles de megatones.
Y sudados a cagar, transpirando como toros, nos abrazamos, nos besamos y nos echamos a la cama.
-”Uf, weón, ya no te voy a poder decir más tío. Puta que culeai rico”:
-”Y vos, pendejo, me quitaste 20 años de encima. La cagaste lo exquisito que eris”.
Igual los dos sabíamos que habíamos traspasado un umbral delicadísimo, pero el sexo siempre es más fuerte (o era el amor el más fuerte? en fin), así que nos miramos, y sin saber mucho como reaccionar, nos fuimos a duchar.
Mientras se duchaba, no me aguanté, y me metí a la ducha. Obviamente me sonrió, y empezamos a enjabonarnos y a besarnos. Se fue directo al pico, lo chupó como a un loly, y yo me dejaba querer. En realidad reconozco que me gusta más que me lo chupen acostado en la cama que en la ducha. Así que lo di vuelta, le metí los dedos con jabón por su culito, y se lo empecé a comer, mientras él gozaba y se pajeaba. Ahi vino nuestro segundo polvo, en la ducha, todos enjabonados, mientras nos mirábamos en el espejo del baño cosa que nos calentaba mucho más. Yo, un weón de 39, comiéndome a un pendejo de 19 que lo conocía de potrillo.
Que increíble el sexo, nuevamente acabamos en esa perfección de sus contracciones de esfínter que gatillaban en mi la ordeñada más lechera y las agujitas más placenteras en mi sexo.
Pero se nos hacía tarde, así que teníamos que partir a Santiago. Empacamos, llamé para ver que mi mujer estuviera bien, y partimos. Durante todo el viaje no hablamos del tema, escuchamos música, él durmió un rato, luego manejó él para que yo durmiera. Había algo de tabú en lo que estábamos haciendo. Y de tensión. Cada vez que parábamos en los Pronto Copec para orinar, nos poníamos uno al lado del otro, y cuando nos sacábamos los pirulos estábamos los dos duros, nos mirabamos y reíamos. La verdad, me sentía estar teniendo de nuevo 19 años.
Y así pasó el primer día de viaje, todavía nos quedaba otro más para llegar a Santiago. Así que paramos en lo único que encontramos en el camino: un motel parejero. Entre que era lo único, y de calientes, la verdad, porque sabíamos que esa noche íbamos a tirar como conejos. Lo que no sabíamos era cómo íbamos a seguir, o a terminar, porque los dos estábamos como con juguete nuevo, y el amor (o el sexo, esta vez) te mueve y motiva como nada más lo logra.
Cuando entramos, y cerramos la puerta, Nacho me miró, sonrió, me empujó contra la cama y se tiró encima mío a besarme. Yo le agarraba el culo como podía por encima de los shorts. Nuestras pijas ya estaban dura, y las frotábamos. Entre los besos comenzamos a desnudarnos, yo a él y él a mi. Quedamos en slips, como nos gustaba frotarnos, besarnos, tocarnos, yo metiendole los dedos y las pollas que reventaban la tela y la mojaban.
Hasta que nos sacamos los slips, y empezamos a frotarnos pene contra pene, besándonos. Ignacio fue avanzando con su pico hacia arriba de mi cuerpo, quedando a horcajadas y llegando hasta mi mandíbula. Se lo tomó con las manos, y me dijo -”Tío, todo tuyo”.
Me sentí raro, es un poco huevón pero uno cuando parte siendo bisexual, piensa que si uno es activo no deja de ser machito, pero que si es pasivo como que se vuelve maricón. “Ah que mierda”, pensé; me acababa de comer al mejor amigo de mi hijo, y me estaba gustando. Así que empecé a chuparselo. -”Eeeso, así, dale tío …. uuuuhhhh …. que rico lo estay haciendo weóooon”. Me culeaba por la boca, literalmente. Y me empezó a gustar, así que me lo devoré, cambié de posición para disfrutarlo mejor, y las cosas se fueron dando al revés: esta vez fue a mi como me empezaron a trabajar la retaguardia, y Foucault si que prometía. Yo lo tengo de 17, pero meterse 21 cms es toda una proeza.
-”Tío, si no quieres no”-
-”No, dale, ya estamos en esta. Apúrate que me enfrío y capaz que me arrepienta”.
-”Bueno, pero si te duele me avisas, ok?”
-”Dale, pendejo, ponla de una vez”.
Lo fue haciendo muy suave, con técnica y maestría. Debo reconocer que me dolía como si me estuvieran partiendo en dos. Pero teníamos tiempo, y la verdad es que con cada centímetro me acostumbraba más.
Mientras me lo ponía, me masajeaba la espalda. Era un maestro. Hasta que estuvo todo dentro. Me dijo -“weón, que rico estay”; y empezó a bombear. Yo igual, hasta que me di cuenta que de verdad era rico, y muy rico. Me empecé a pajear mientras me lo metía, y empezamos a probar nuevas posiciones; y acabamos juntos, de una forma bien primitiva pero como hacía años que no tenía sexo así con nadie.
Al final, de tanto culear nos quedamos dormidos, y al otro día seguimos para Santiago. Cuando llegamos, la vida siguió su curso, Nacho se puso a pololear con una compañera de universidad, y yo volví a mi clínica; pero al menos una vez al mes, cuando nos pegamos unas arrancaditas a mi consulta para recordar “el verano que fuimos tan felices ….”
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