El pequeño futbolista 2
¡Buenas! Les dejo la continuación de este relato con Matías, mi amigo futbolista de 12 años..
– ¿Por qué supones que lo de hace rato no me gustó? – soltó en un susurro. Abrí los ojos como plato y tragué saliva… ¿Acaso…?
Me quedé congelado unos segundos intentando procesar lo que acababa de soltar Matías. Daba por hecho que le gustaban las chicas, de hecho, hace unos días me había estado hablando de Sara, una compañera del club a la que le había hechado el ojo y que, según decía, estaba loca por el.
Su voz me sacó del trance.
– Fue extraño… — soltó en un tono reflexivo — pero me gustó. Eso sí, a mí me gustan las chicas — aclaró.
– Está bien — respondí cambiando de posición para quedar mirando al techo al igual que el — supongo que es normal a tu edad estar un poco confundido… Quizás el roce y todo eso.
– Si… — y el silencio se hizo otra vez por un rato largo. No sabía que más decirle – y tú.. ¿chicas o chicos? — preguntó curioso.
– Supongo que ambos — respondí con sinceridad. Sentía cómo mi pulso iba en aumento, intuyendo que podía ocurrir algo.
– Oh, entiendo — soltó un suspiro y se quedó unos segundos reflexionando — Y… Yo — aclaró su garganta — Yo te gusto? — esto último lo dijo rápido, como si le diera vergüenza preguntar. Pero dudo que sintiera más vergüenza que yo. Me sentí vulnerable, expuesto y ante mi silencio, añadió — He notado algunas miradas cuando estamos en el fútbol, pero quizás estoy imag-
No lo dejé terminar y le planté un beso. Al comienzo fue incómodo, ambos teníamos los ojos abiertos y nuestros labios no se movían. El parecía no entender mi comportamiento y yo lo entendía menos. Me estaba arrepintiendo, pero pasados unos segundos, cerró los ojos y al mismo tiempo su boca se abrió, dando paso a un beso torpe y nervioso, pero tierno. Sentía su cuerpo temblar al igual que el mío, su respiración entrecortada y el calor de sus mejillas… Soltó un pequeño gemido cuando mi lengua encontró la suya y la intensidad del beso aumentó. Seguía siendo un beso nervioso, pero mucho más apasionado. Su aliento era cálido y agradable, su lengua era suave, carnosa. Sus labios presionaban con fuerza los míos. Solo cuando nos faltó el aire, paramos.
Sentía mi rostro arder y no podía quitar la mirada del techo. Ambos estábamos en la misma posición de antes intentando calmar nuestra respiración; nuevamente me comenzó a invadir la culpa, le había comido la boca después de que me dijera que le gustaban las chicas ¿En qué estaba pensando? Me había aprovechado de Matías. Era menor que yo, estaba confundido y-
El contacto de su mano sobre la mía me sacó de mis lamentos. La tomó con suavidad, tembloroso, y la llevó a su entrepierna. Eso sí que no lo ví venir. Estaba duro como una piedra y sentí una pequeña gota de humedad en mi palma apenas se produjo el contacto. Estaba muy nervioso, no entendía muy bien lo que estaba ocurriendo, o quizás las circunstancias en que estaba pasando todo. Su mano comenzó a guiar la mía, subiendo y bajando. Entendí el mensaje y comencé a acariciar su miembro por sobre el pijama. Soltó el agarre y cerrando los ojos, se dispuso a disfrutar de las caricias. La expresión en su rostro era una cosa impagable; tenía los ojos cerrados y se mordía el labio inferior, soltando pequeños gemidos y moviendo sus caderas al ritmo de mi mano. Me atreví un poco más y metí la mano por debajo de sus ropas. Se sentía cálido y húmedo, como si fuera un espacio totalmente ajeno al resto de la habitación y de su cuerpo, su pubis era totalmente lampiño y por último llegué a su verga que pude dimensionar con más claridad cuando la envolví entre mis dedos. Era de buen tamaño, ancha y suave. Cuando subí pude notar que la piel cubría toda su extensión, dejando solo un pequeño espacio en la punta donde se concentraba el líquido que daba cuenta de lo mucho que Matías estaba disfrutando. Posé mi pulgar buscando el contacto con su glande y cuando ocurrió, un gemido sonoro se escapó de su boca. Abrió los ojos asustado, sentándose de golpe en la cama.
– Tranquilo — le dije con voz calma — No se escucha nada abajo — tragó saliva y asintió con la cabeza. Entonces pude notar el rubor en sus mejillas, su grandes ojos que me veían nerviosos, suplicantes, sus labios húmedos… No resistí y sin soltar su entrepierna volví a besarlo. Esta vez correspondió de manera inmediata, como si lo hubiera estado esperando. Su mano izquierda se posó en mi nuca con suavidad, acariciando mi cuello. El contacto me producía un cosquilleo intenso que hasta ese momento no había experimentado. Era más aproximado al hormigueo que sentía en mi boca mientras lo besaba y pronto comenzó a trasladarse por todo mi cuerpo. Detuve todo y me puse de pie a un costado de la cama. Matías se quedó con los ojos cerrados unos segundos, sin salir del trance. Reaccionó cuando en un solo movimiento quité las sabanas y todo lo que nos cubría. La carpa en su pijama quedó expuesta y yo estaba igual de empalmado. Me puse de rodillas entre sus piernas y le quité la camiseta que llevaba. Su abdomen estaba tenso y su respiración era profunda, agitada. Buscó mi boca desesperado, pero lo detuve para descubrir mi torso. Verlo así de ansioso me estaba poniendo como un animal. Nuevamente intentó besarme pero esta vez raudo tomé sus ropas desde el elástico en la cintura y en dos movimientos lo deje totalmente desnudo. Su miembro chorreaba un líquido transparente en grandes cantidades. La piel que lo cubría era del mismo color de su cuerpo, se veía suave, impuluto, sin un solo vello. Sus testículos eran grandes y colgaban haciendo un juego perfecto con su herramienta que debía medir unos 14 centímetros, ancha, bastante bien para tener 12 años. Solo la punta de su glande se asomaba arriba, rosada y cubierta de líquido. Volví a tomar su miembro con mi mano derecha y por fin nuestros labios se volvieron a encontrar, ahora sentía como su lengua buscaba con desesperación estar más y más adentro de mi boca y sus labios se movían desesperados. Ese ritmo frenético de su parte me tenía en la nubes. Comencé a masturbarlo mientras con mi mano izquierda me sostenía en la cama y Matías permanecía sentado, con ambas manos apoyadas a los costados. La posición no era para nada cómoda, pero fue lo que nos salió en el momento y de alguna forma esa cuota de inexperiencia e improvisación le daba algo de ternura a un momento tan caliente y pasional. El vaivén de sus caderas aumentó anunciando lo que venía e intensifiqué el sube y baja, mientras con mi pulgar acariciaba la punta de su miembro. Sentía sus gemidos ahogados en mi boca y una suerte de bufido cuando se corrió. El líquido caliente salió por chorros directo a su abdomen mientras su cuerpo se contraía con cada disparo y un buen resto se escurría por mi mano. Por su edad aún era transparente y un poco acuoso. Seguí masturbando su miembro mientras sentía como perdía su erección hasta quedar totalmente flácido. Nuestros labios se separaron mientras Matías daba grandes bocanadas de aire, con los ojos aún cerrados. Su cuerpo completo brillaba por el sudor y una cantidad abundante de semen escurría por su abdomen. Curioso probé el líquido en mi mano. Su sabor era intenso, salado, pero no me desagradaba. Recogí un poco más al menos dos veces con mi lengua mientras veía fijamente a los ojos a Matías. Tenía la boca entre abierta y su mirada subía y bajaba al ritmo de mi mano. Una sonrisa pícara se dibujó en su rostro.
– Eres un guarro — dijo riendo y se dejó caer de espaldas en la cama. Me reí y me acosté a su lado. — tengo mucho sueño…
– Es normal — respondí — deberías limpiarte.
Matías se incorporó sobre sus codos y miró su abdomen.
– Es verdad — soltó resignado. Se puso de pie, dejándome a la vista su culo lampiño, redondo y carnoso mientras buscaba algo para limpiarse. Tomó una toalla húmeda que le señalé sobre el escritorio. Ahora lo tenía de frente mientras limpiaba con delicadeza su cuerpo. Su verga se veía pequeña en comparación a unos minutos atrás, pero igual de apetecible.
Cuando su abdomen estuvo libre de todo rastro, se puso el boxer y volvió a la cama, quedando frente a mí.
– Gracias. Nunca me lo habían… Bueno, eso… ya sabes — dijo con vergüenza.
Sonreí como respuesta.
– Deberías dormir.
– Si… Buenas noches — me sonrió y se giró dándome la espalda.
– Buenas noches — susurré.
En solo unos minutos ya dormía profundamente. Su cuerpo subía y bajaba al ritmo de su respiración. Recorrí su figura con la mirada y me detuve en su culo.
– Mati — susurré sin recibir respuesta. Lo moví del brazo pero no reaccionó. No pude contener el impulso y mi mano comenzó a bajar por su brazo. Me detuve en su cintura unos segundos para sentir su piel tersa y suave para luego meter mis dedos debajo de la tela. Reconocí la piel al instante y recordé lo de unas horas antes, cuando lo habia manoseado en esa misma zona. Mi erección iba en aumento y me mano derecha le dió atención de inmediato mientras mi mano izquierda comenzaba a acariciar una de sus nalgas. Matías seguía quieto y su respiración me indicaba que el sueño era profundo, así que continué bajando un poco más hasta que mi dedo medio se encontró con su zona más íntima. Sentí una corriente eléctrica recorrer todo mi cuerpo cuando mi dedo se hundió entre sus nalgas sintiendo el calor de su cavidad y la humedad del sudor. Deslicé el dedo por toda la extensión y Matías se movió un poco. Pensé en parar, pero la calentura me ganó y continué el recorrido. Me detuve en la entrada haciendo un poco de presión, se sentía liso y muy, muy cerrado. No había forma de entrar, no sin despertarlo, así que comencé a hacer círculos sobre la zona disfrutando el contacto mientras con mi mano libre me daba placer a mi mismo, hasta liberar descargas grandes de semen en mi abdomen y pecho. Saqué mi mano del culo de Matías e instintivamente me llevé el dedo a la nariz para sentir su aroma; un suave olor a sudor y jabón que me fascinó. Me llevé el dedo a la boca, pero no tenía sabor a nada. Me sorprendí por mi propio comportamiento y de lo mucho que me calentaba ese pequeño niño, empujándome a seguir mis instintos más primitivos sin espacio para mediar.
Me limpié con una toalla y me acosté al lado de Matías. Pensé en abrazarlo para dormir, pero habría sido mucha intensidad y no quería que se sintiera incómodo. Para él, hasta ahora, solo había sido un momento de placer, de sexo y poco más. Eso de dormir abrazados quedaba para las parejas. Aunque no tenía claro qué significaba para mí; me gustaba, y mucho. Solo ver su culo hacía que me calentara como una caldera. Pero también le tenía mucho cariño, cariño de amigos, claro está, pero cariño al fin y al cabo. Me gustaba y le tenía mucho cariño y no creía que él pudiera sentir lo mismo y de la misma forma ¿Que tal si al despertar se arrepentía? ¿Y si no me volvía a hablar? Y si…
Así estuve comiéndome la cabeza casi una hora más hasta que caí rendido y me dormí.
Desperté con el sol pegándome en la cara. La cabeza me dolía un poco y sentía el cuerpo pesado. Cuando abrí los ojos, Matías no estaba en la cama y su ropa había desaparecido. El estómago me dió un vuelco y una sensación horrible me invadió. Imaginé los peores escenarios posibles y que aquello que había estado pensando hasta dormir la noche anterior estaba ocurriendo.
La puerta se abrió y Matías entró de lado, sin hacer ruido y cerró la puerta de dándome la espalda. Cuando se giró y me vió sentado en la cama dió un brinco y se le escapó un suspiro del susto.
– Serás cabrón — reclamó — que susto — dijo llevándose una mano al pecho.
Yo reí porque me pareció gracioso y también porque me dió tranquilidad saber que no se había ido.
– Y yo qué hice — respondí aún riendo
– Me levanté al baño y estabas como un muerto, ¿Cómo has despertado tan rápido? — dijo
– No sé… Debo haber notado tu ausencia — solté en tono de broma mientras hacía círculos con falsa melancolía en el lado vacío de la cama. Recibí una risa sarcástica como respuesta – ¿Y por qué vas con ropa? – inquirí.
Arqueó las cejas y con soberbia dijo:
– ¿Te causa curiosidad o te molesta que lleve ropa puesta? — soltó divertido.
– Pero bueno, que tampoco eres Chris Hemsworth, vale? — le contesté.
Ambos reímos y volvió a la cama, dejándose solo los boxer puestos. Preferí no decir nada.
– ¿Qué hora es?
Tomé mi celular del escritorio, las 8:45.
– Son casi las 9, mi madre ya se fue al trabajo. Estamos a la deriva — bromeé
– Vaya — respondió. Se quedó en silencio unos segundos — sabes dónde está mi pijama? Cuando me levanté al baño no lo encontré por ningún lado.
Me puse rojo de solo recordar lo que había pasado y cómo prácticamente le había arrancado el pijama como un salvaje. Lo peor es que no recordaba dónde lo había lanzado.
– La verdad… no lo recuerdo — asumí apenado.
Matías sonrió cómplice y se tendió de espaldas en la cama mirando al techo. No pude evitar que mi mirada se fuera a su entrepierna.
– ¿Sabes? Tengo una duda…
Me tumbé de espaldas a su lado
– Tienes mi atención — respondí con intriga.
Lo siguiente que hizo fue apoyarse sobre su brazo izquierdo y plantarme un beso suave pero con mucha intención, cerró sus ojos y yo los míos y pasados unos segundos, se despegó.
No caía en cuenta de si lo que acababa de ocurrir era real o no y por qué lo había hecho. Dudé de estar despierto.
– Mmm, sí — concluyó y guardó silencio.
– Si… Qué? — inquirí
– Das besos muy ricos — soltó despreocupado.
No pude evitar una sonrisa boba en mi rostro y el rubor me llegaba hasta las orejas. Enano descarado, me tenía a su merced y bien que lo sabía.
– Mejor vamos a comer — respondí haciéndome el desentendido y dando un brinco de la cama.
Bajé y Matías se quedó en la habitación. Cuando bajó al comedor ya había servido el desayuno en la mesa. Noté que me veía con una expresión rara.
Me senté y el se sentó al frente, con la misma expresión. No niego que se veía gracioso, pero me intrigaba.
– ¿Sucede algo? — pregunté cuando ya no aguantaba su mirada.
– Eso pregunto yo — contestó. Claramente pasaba algo. Antes que pudiera responder, siguió — te dije algo lindo y me dejas solo en la habitación.
Su respuesta me sorprendió. Tardé unos segundos en procesar todo.
– No lo tomes a mal… Es solo que me ha parecido gracioso — seguía con la misma expresión — y… tierno — complementé sintiendo como ardían mis mejillas. Carajo, ¿Eso quería lograr?
Su expresión se relajó un poco. Respiró profundo y asintió.
– Tú tienes un culo… muy lin… do — solté de pronto, arrastrando las palabras cuando me dí cuenta de lo que estaba diciendo.
Mierda. ¿Qué había sido eso? ¿Había pensado en voz alta? Ahora me veía con los ojos entrecerrados y una semi sonrisa en los labios.
– ¿Ah sí? No me lo habían dicho nunca. Supongo que gracias — contestó mientras sostenía el jugo con ambas manos y hundía la cara en el vaso. Entonces noté que estaba como un tomate. Sonreí.
La mañana se nos pasó rápido y llegado el medio día le dije si le apetecía ir por helado al centro. Así partimos raudos a la heladería que íbamos siempre y pedimos lo de siempre: doble de chocolate y tres leches. Caminamos hasta un parque cercano conversando como de costumbre de fútbol y trivialidades. Encontramos un árbol de buena sombra y ahí nos sentamos a terminar el helado.
– … Por eso Cristiano es mejor que Messi — defendía con altanería.
– Es una aberración afirmar algo así, enano — respondí — además, te deberías identificar más con Messi. Digo, son casi de la misma altura – decir eso me valió un golpe en el brazo — Auch — me quejé.
– Te lo mereces por no saber nada de fútbol y por pesado — me recriminó inflando las mejillas. Yo solo me reí y al final el terminó haciendo lo mismo.
– Sabes?… — dijo de pronto — yo podría hacer que este helado de 3 leches sea de 4 leches.
Escupí lo que tenía en la boca por la sorpresa y risa que me causó su comentario. Qué chico.
– Eres un guarro
– Creo recordar que anoche no te parecía una guarrada — replicó
– Serás cabrón — respondí al tiempo que le daba un golpe en el brazo mientras se reía.
Así estuvimos un rato más hasta que terminamos de comer el helado. Nos recostamos en el césped disfrutando la sombra que nos brindaba el árbol y decidimos emprender rumbo de vuelta.
– No me vendría mal una ducha — dijo apenas entramos a la casa — sudé como un burro
– Está bien, arriba hay toalla, me avisas cuando salgas para entrar yo, creo que también me vendría bien un baño.
Se detuvo en el principio de la escalera y me miró con una expresión coqueta en la cara.
– Sabes? El profe de ciencias dice que hay que cuidar mucho el agua.
No entendía a dónde quería llegar. Se impacientó un poco ante mi lentitud.
– Nos bañamos juntos? — propuso sin más.
Y la verdad, no tenía forma de negarme.
Continuará.
como continua