El pequeño futbolista 3
Continúa el fin de semana caótico con mi pequeño amigo de 12 años..
– ¿Sabes? El profe de ciencias dice que hay que cuidar el agua… Duchas cortas y así — dijo parado en el primer peldaño de la escalera.
No entendía el mensaje y se impacientó un poco ante mi lentitud. Blanqueó los ojos y soltó un suspiro para luego proponer:
– ¿Nos bañamos juntos?
Demoré solo unos segundos en procesar la propuesta y la verdad, no había forma de negarse a algo así.
– No veo por qué no — respondí intentando ocultar mi emoción. Me guiñó un ojo como respuesta y subió corriendo las escaleras.
En ese punto no sabía qué interpretar de sus acciones. A saber: le gustaban las chicas pero por lo visto sentía algo de atracción hacia mí, o quizás solo eran ganas de experimentar o mera curiosidad; hasta el momento él no me había tocado para nada, excepto los besos y ya; y por último, a pesar de tener solo 12 años, era bastante inteligente y astuto y era muy consciente de la atracción que me provocaba. Tenía miedo de lo que pudiera resultar de todo aquello. Quizás solo sería una etapa y luego me desecharía. Tal vez, cuando se diera cuenta que no le gustan los chicos me mandaría al carajo y ya no seríamos ni amigos. O le podría contar a mi madre, o peor aún, a sus padres. Eran demasiadas preguntas al mismo tiempo y no tenía claridad sobre nada. Sus acciones, tan inconsistentes, no hacian más que alimentar todas esas dudas.
No me dí cuenta en qué momento subí la escalera pero cuando llegué a mi cuarto Matías ya estaba desnudo buscando una toalla. Le resté importancia, aunque sentía cómo una erección crecía bajo mis ropas. Su trasero era tan redondo, perfecto, suave y-
– ¡SAMU! — un grito me sacó del trance. Mati estaba parado al frente mío con la toalla colgando del hombro y sus partes al aire. Enano descarado — ¿Estás bien? Te estaba hablando y no reaccionabas — dijo con preocupación.
– Ah, si. Está todo bien — mentí. Su expresión se relajó y soltó:
– Entonces vamos, a ver si me echas una mano — apuntando a su verga que ya estaba un poco morcillona.
Claro, sólo me quería para su disfrute personal. Me sentí apenado y un poco molesto. Quizás más molesto.
– Sabes… Quizás no es buena idea — arqueó una ceja — que nos duchemos… Juntos, ya sabes — solté.
Su semblante se puso serio, casi ofendido.
– Como quieras — dijo indiferente y se marchó.
Pasados unos minutos sentí que el agua comenzó a correr. Me quedé sentado en el borde de la cama mirando a la nada y pensando si había actuado bien. Estaba convenciendo a mi cerebro de que sería lo mejor hasta que me fijé en su ropa tirada en el piso. Sin poder controlar mi cuerpo, caminé hasta donde estaba el montón apilado y tomé entre mis manos su bóxer de color gris. Era el mismo que llevaba la noche anterior, así que tenía algunas manchas sobre todo en la zona frontal. Su olor era intenso; una mezcla extrañamente exitante de sudor, semen y algo de orina. Al igual que el día anterior, inspiré con atención la zona del culo. Me traía loco y lo de la noche solo me había dejado en claro que estar dentro suyo debía sentirse como estar en el cielo. Lo necesitaba con desesperación, pero no creía que fuera lo que Matías quería… No si no lo convencía primero.
Juntando valor y decidido, habiendo ideado un plan, toqué la puerta del baño mientras el agua aún seguía corriendo. Abrí sin esperar respuesta. Matías estaba con espuma en la cabeza y enjabonando su cuerpo.
– ¿Qué pasa? — dijo en un tono seco.
– Nada, no me aguanto las ganas de orinar — respondí haciéndome el despreocupado.
Tenia la cristalera de la ducha abierta pero resistí mirar a cualquier parte de su cuerpo. Me acomodé frente al baño, bajé mis pantalones y comencé a orinar. Matías siguió en su faena, aunque por el rabillo del ojo podía notar como desviaba la mirada por momentos. Sacudí mi miembro por un tiempo largo, a propósito. Cuando noté que su mirada se clavó en mi entrepierna, lo miré a la cara. Abrió los ojos grandes al verse descubierto e intentó disimular el rubor en sus mejillas mientras seguia enjabonando su cuerpo con mayor velocidad. Reí para mis adentros. Ya había comprobado lo que necesitaba y ahora venía la segunda parte: sin decirle nada, comencé a desnudarme. Me miraba por ratos, extrañado y con la cabeza gacha.
– Qu-qué haces — dijo nervioso cuando vió que me metía a la ducha y me paraba por detrás de el.
– Bañarme — respondí con calma, casi ingorandolo. Segunda parte lista: yo tenía el control. Ahora venía lo mejor.
Estiré mi brazo para mover la ducha y que el agua nos llegara a ambos. Con el movimiento, mi verga chocó en su espalda, haciendo que diera un brinco y se le escapara un suspiro. Lo ignoré y comencé a recibir el agua sobre mi cabeza. Mati estaba visiblemente tenso, pero se mantenía en la misma posición, enjuagando nada porque ya no le quedaba espuma en el cuerpo. Cuando mi cabello y cuerpo estuvieron lo suficientemente mojados, comencé a enjabonar primero mis brazos y luego mi abdomen, donde me detuve unos segundos. Hacía todo con parsimonía y en silencio. Cuando todo mi cuerpo estuvo enjabonado, apliqué shampoo en mi cabello para hacer espuma, masajeando suavemente. Podía notar cómo Matías me observaba con cautela por sobre el hombro. Su mirada se quedaba clavada por ratos en mi entrepierna, que debido a la diferencia de altura no le quedaba tan abajo. Me estiré un poco provocando el mismo contacto que antes, solo que esta vez por más tiempo, con la excusa de tomar la ducha para poder quitar con mayor comodidad los restos de jabón y shampoo que me quedaban. Algo de espuma cayó en su espalda en el proceso y llegando a la última parte de mi plan, dejé que el agua escurriera sobre su cuerpo y comencé a pasar mi mano libre suavemente, casi como un masaje. Mati se mantenía con los brazos a los costados, dándome libertad para seguir. Volví la ducha a su posición original y acercándome un poco más continué con las caricias. Podía sentir cómo su respiración se hacía más profunda y entrecortada. Acaricié con paciencia su cuello y hombros para que se relajara. Estiró el cuello hacia adelante en respuesta, entregándose por completo. Aproveché el momento para pegar mi cuerpo al suyo y comenzar a reposar suaves besos en su nuca. Cada vez que hacía un poco más de presión con mis dedos sobre su cuerpo, soltaba pequeños gemidos que me tenían en llamas. Mi erección era tal que el contacto con su espalda se hacía inevitable. Mis caricias bajaron por su cintura y se adelantaron a su abdomen bajo. Mati estaba casi más empalmado que yo, disfrutando de las caricias. Dejé mi mano derecha por delante mientras con la izquierda masajeaba sus glúteos. Dió un pequeño brinco, pero no se quitó. Me estremecí y gemí cuando logré pasar mi dedo medio por toda la extensión de su raja. A esas alturas, Mati debió intuir lo que quería hacer y su cuerpo se tensó, retirándose un poco. En ese momento, con mi mano derecha envolví su miembro y comencé un lento sube y baja. Un gemido sonoro se escapó de sus labios mientras mi dedo comenzaba a masajear su entrada. Permanecía con los ojos cerrados y una expresión rara en el rostro.
– Si no pruebas, no sabrás si te gusta — dije con voz calma en su oído.
Giró la cabeza como si le hubiera leído el pensamiento y antes que pudiera hablar, junté nuestros labios. Fue un beso corto, un pico, pero fue el empujón que a ambos nos faltaba. Se dió vuelta por completo quedando frente a frente y estirándose un poco, me plantó un beso apasionado. Buscaba con desesperación mi lengua y yo la suya, mientras mis manos se concentraban por completo en su trasero. Masajeaba y apretaba sus nalgas con lujuria, liberando toda la tensión y deseo que había acumulado desde hacía meses. Las separaba para poder juguetear con la zona más profunda y Matías soltaba gemidos que se ahogaban en mi boca. Sus manos se movían entre mi espalda y abdomen, temerosas, mientras sentía su miembro rozar el mío.
Separé nuestros labios y bajé por su cuello, Matías soltaba pequeños suspiros mientras continué bajando por su abdomen. De rodillas en el agua y con mis manos en sus caderas, engullí su verga provocando una contracción en él y un gemido sonoro. Haciendo fuerzas con mis manos sobre sus glúteos guié el ritmo de la mamada. Matías puso sus manos sobre mi cabeza, aunque se limitaba a acariciar mi cabello y nuca. El control era mío y lo tenía claro. Una de mis manos se dispuso a acariciar sus testículos mientras la otra masajeaba su ano. Había una expresión de contrariedad en su rostro, pero se veía que lo estaba disfrutando. Cuando sus gemidos comenzaron a aumentar, aproveché para meter la punta de mi dedo medio en su interior. Soltó un quejido de dolor y por inercia empujó su cuerpo hacia adelante, enterrando su verga en mi garganta y provocándome una arcada. No aflojé la felación y mi dedo volvió a la carga, teniendo la precaución de meterlo más lento esta vez. Así lo hice y el resultado fue mejor; nuevamente una mueca de dolor, pero estaba aguantando. No hay forma de explicar cómo apretaba su interior. Estaba muy estrecho y caliente, y cuando mi dedo había entrado cerca de la mitad, sentía que lo ahorcaba. No sería tarea fácil entrar ahí, pero nada me iba a detener.
– Gírate — ordené voz suave pero firme. Matías me vio con ojos grandes, duditativo, pero obedeció. Con mi mano sobre su espalda le indiqué que se inclinara un poco. Así lo hizo, dejando a mi disposición y frente a mi rostro su culo. Por fin, aquello que tanto buscaba…
Utilizando ambas manos separé sus nalgas y pude finalmente ver su agujero: se veía tan cerrado que me parecía imposible que uno de mis dedos hubiera estado ahí segundos antes. Era rosado, totalmente lampiño y liso. Coronaba con sus nalgas grandes, suaves y tersas. Era simplemente perfecto.
Matías estaba plenamente entregado, apoyando sus manos en la pared y con la cabeza escondida en su pecho. Cerraba los ojos con fuerza, esperando mi siguiente movimiento. Cuando mi lengua hizo contacto con la zona, su cuerpo se tensó por completo y cuando recorrí con la punta de arriba a abajo, sus piernas temblaron. No sabía si era por placer o nerviosismo, se mantenía en silencio, concentrado, mientras yo intentaba hacer lo mejor que podía para que lo disfrutara tanto como yo. Hundí mi rostro hasta que mi nariz tocó la zona más caliente de su retaguardia e inspiré profundo. Olía a jabón y a algo más que comencé a entender como el olor de Matías y que estaba presente en todo su cuerpo y en sus ropas; algo similar al chocolate con almendras y que no era producto de ningún perfume o jabón, era su aroma natural. Me sentía en la gloria y comencé a comerle el culo con desenfreno. No pudo evitar los suspiros y gemidos y un chapoteo acelerado me avisaba que había comenzado a masturbarse. Lo detuve después de un rato; quería que aguantara un poco más.
Con la lengua comencé a hacer presión en su entrada hasta lograr penetrar su agujero. El contraste del agua fría escurriendo sobre mi rostro y el inmenso calor que de pronto invadió una parte de mi lengua me hizo ser consciente del lugar al que estaba logrando entrar. Repetí la acción un par de veces y con cada metida venía un suspiro, un quejido lleno de placer. Dirigí mi mano para masajear lentamente su entrepierna mientras un vaivén en sus caderas me pedía aumentar el ritmo. Decidí entonces a mi pesar soltar su culo y de un solo movimiento, lo giré para volver a enguillir por completo su miembro, sin dejar de masturbarlo mientras mi mano libre recorría su abdomen. Pese al agua fría sentía su piel tan caliente que parecía que tuviera fiebre. Su rostro estaba de un suave tono carmesí y alternaba la mirada entre el techo y su entrepierna. Estábamos solos y el ruido no nos preocupaba, sin embargo, de su boca solo salían respiraciones ahogadas y entrecortadas que daban aviso de que se iba a correr en cualquier momento. Noté cómo su respiración se aceleraba y su vientre se hundía con más fuerza.
– Me… c-corro — avisó con dificultad. Sin embargo, no estaba dentro de mis planes soltarlo. Vi preocupación en su rostro y como respuesta aumente el ritmo de la mamada. No pasaron 10 segundos cuando sentí grandes cantidades de liquido llenar mi boca. Los chorros salieron disparados con fuerza al tiempo que empujaba sus caderas tanto que mi nariz se aplastó contra su pelvis. Matías gemía mientras liberaba su escencia que tragué gustoso sin dejar escurrir ni una sola gota. Su respiración comenzaba a volver a la normalidad y su miembro perdía tamaño. Conociendo la sensibilidad posterior a la eyaculación, descubrí su glande para limpiar con mi lengua todo resto de semen que hubiera. Su expresión se mantuvo entre el placer y el dolor y soltó un quejido cuando suavemente rocé con los dientes su cabeza rosada. Su verga ya estaba flácida para cuando me sentí satisfecho con el trabajo y la última gota de líquido transparente se asomaba por su cavidad. Con la punta de mi dedo índice la tomé y como guinda del pastel se la llevé a los labios. Dudó unos segundos, me puse de pie y le dije:
– Hazlo, pruébalo — así lo hizo, con un gesto indescifrable se tragó la última gota de su propia leche. Lo besé en los labios para que terminara de sentir lo que quedaba de su escencia en mi boca y después de unos minutos, lo liberé por fin.
Matías estaba exhausto así que aumenté la potencia del agua haciendo que el frío lo sobresaltara. Se incorporó y sin decirle nada, solo mirándolo a los ojos, guié su mano hasta mi entrepierna. Seguía duro como una roca y demandaba atención. Dudó un par de segundos hasta que torpemente comenzó a masturbarme. Cerré los ojos ante el placer que me daba su pequeña mano mientras subía y bajaba la piel que cubría mi verga. No pude contener los gemidos y así estuvimos durante un par de minutos hasta que un sonido me sacó del trance. Cuando abrí los ojos, estaba de rodillas frente a mí, con mi falo aún entre sus manos y alternando la mirada entre mi rostro y mi entrepierna.
– Yo… — dijo nervioso — no sé cómo se hace.
No pensé que se atrevería a tanto. Con ternura, le respondí:
– Lo disfrutaré de todas maneras.
Una semi sonrisa apareció en sus labios y pensando unos segundos más, abrió lentamente su boca metiendo un tercio de mi pene en su interior. La calidez, la humedad, su lengua… Era una sensación totalmente nueva y exitante, tanto que sentí que me iba a correr en solo unos segundos. Su mamada era torpe y sentía sus dientes rozarme, pero no me importó, nada de eso era más que el placer que estaba sintiendo en ese momento. Le avisé que me correría y, valiente, continuó con la faena. Dios, esto iba demasiado rápido, ¿Enserio se lo iba a…?
Uno, dos, tres y cuatro chorros fueron a parar de lleno en su boca y fueron suficientes para que comenzara a escurrir por la comisura de sus labios y no tuviera más remedio que soltarme. Dos chorros más fueron a parar en su rostro y unos últimos mas débiles manchado su mano derecha que seguí aferrada a mi miembro. Abrí la boca sintiendo un hormigueo cuando ví que se tragó todo el líquido, acompañado de una leve expresión de disgusto.
– Es salado — dijo de pronto.
No pude evitar reírme.
– Ahora también eres un guarro — solté entre risas. Golpeó mi pierna con su palma como respuesta.
Cerré la llave de paso y caímos sentados en la ducha, casi sin energías. La imagen era de ensueño; lo tenía frente a mí intentando calmar su respiración, sentado y con las piernas abiertas exhibiendo toda su intimidad y parte de su culo mientras con su mano limpiaba los restos de semen que había caído en su cara. Intentó hacer lo mismo que yo y recogiendo algo del líquido entre sus dedos lo acercó a mis labios.
– Tu turno — reclamó.
Gustoso extendí mi lengua para recibirlo mientras chupaba sus dedos con lujuria. Matías observaba con la boca abierta la escena. Tomé con fuerza su muñeca haciendo que trastabillara y quedara encima mío. Besé sus labios casi sin energía pero con muchas ganas. El me respondió como pudo. Ya el clímax había pasado y se sintió distinto, un aura diferente a la del sexo envolvía nuestros labios. Sentí su respiración calmada, consciente del momento. Era casi como si nuestros labios se estuvieran acariciando mutuamente. Con mis pulgares acariciaba sus mejillas mientras él apoyaba sus palmas abiertas sobre mi pecho, imitando el movimiento. El beso comenzó a perder fuerza y así mismo el cuerpo de Matías comenzó a pesar más sobre el mío.
Estirando uno de mis pies volví a abrir la llave de paso y el chorro de agua lo despertó de sobresalto.
– Lo siento — me excusé ante su mirada — Si mi madre nos encuentra aquí y… Así — dije señalando nuestros cuerpos desnudos — tendremos problemas.
Cuando recuperó la conciencia por completo noté algo de vergüenza en su mirada. Acaricié su rostro y dejé caer mis manos sobre sus muslos. Mati seguía atento cada movimiento.
– Lo disfruté mucho — dije
– Yo también — susurró unos segundos después.
Sonreímos.
Para cuándo llegó mi madre estábamos viendo una película, pero a Matías le había ganado el sueño y se quedó dormido recargando su cabeza en mi brazo derecho. A mí madre la escena le pareció de lo más tierna y pese a negarme, nos tomó una fotografía. No pude evitar sonreír, de todas maneras sería un lindo recuerdo.
Lo dejé dormir un rato más mientras preparamos la cena. Probable el olor de la comida lo despertó porque apareció en la cocina refregándose los ojos, aún con sueño.
– Huele muy rico — dijo con voz somnolienta.
– Es que tengo buena mano — respondí dándome créditos
– Pero qué dices — reclamó mi madre amenazándome con una cuchara de palo — si solo haz picado un par de verduras — Y tenía razón, ese había sido todo mi aporte.
Los tres nos reímos.
Luego de la cena invité a Mati a dar una vuelta por el centro. En el camino estuvo hablando un rato con sus padres por teléfono, más con su padre para darle ánimos. Nos perdimos el atardecer en la playa y para cuando llegamos, el crepúsculo estaba llegando a su fin. Todo estaba cubierto de una luz azul muy tenue, casi apagada que parecía insuficiente y obligaba a abrir los ojos más de la cuenta, pero era hermoso.
Nos sentamos en la orilla con los pies descalzos. Matías envolvió sus piernas entre sus brazos y yo extendí mis manos sobre la arena. Se hizo un silencio extraño y mi cuerpo comenzó a temblar y no sabía si era por el frío u otro motivo.
– Samu… — susurró de pronto Matías, sin dirigirme la mirada.
– Si? — contesté con un hilo de voz. Una sensación extraña me invadía el cuerpo y de nuevo el silencio se extendió incómodo.
– Creo… Creo que ya no podremos seguir siendo amigos — soltó con voz calma.
Mierda.
Continuará.
como sigue por favor
Amigo, de los mejores relatos de todo el sitio. Me encanta tu forma de escribir, tomándote el tiempo para narrar las cosas, haciendo que los personajes y sus sentimientos fluyan de manera tan natural. Mis dieces 10/10. Espero con ansias la continuación:))
Como sigue?
Uuff… que rico… me encanta esta historia. Necesito mas.
como sigue?