El pequeño futbolista 4
Parte final del fin de semana con mi amigo futbolista de 12 años..
– Samu… — susurró de pronto Matías, sin dirigirme la mirada.
– ¿S-si? — contesté con un hilo de voz. Una sensación extraña me invadía el cuerpo y de nuevo el silencio se extendió incómodo.
– Creo… Creo que ya no podremos seguir siendo amigos — soltó con voz calma.
Mierda.
Sentí cómo mi estómago se revolvía y mis ojos se ponían húmedos. Sabía que era mucho, lo abrumé, era mi culpa y ahora y no seríamos nada, ni amigos ni nada. Todo por la cal-
– Osea, ahora seríamos como follamigos, o amigos con ventaja, ¿Verdad? — dijo volteando a verme con normalidad. Cuando se encontró con mi rostro, su expresión cambió — ¿Estás llorando? ¿Te sientes bien? — Preguntaba con preocupación mientras se acercaba a mi lado.
Dios. Si le contaba por qué estaba así iba a joderme lo que nos restara de existencia. Mentí y le dije que la brisa me estaba irritando los ojos, aunque parecía no creerme.
– Supongo que sí. Seríamos follamigos — respondí encogiendome de hombros y forzando una sonrisa.
Me había metido el susto de la vida. Maldito enano.
Me guiñó un ojo y luego, observando de un lado al otro, dijo:
– No hay mucha gente a esta hora…
– No hay nadie. Bueno, si cuentas a esa gaviota de allá — dije apuntando una roca donde se posaba el ave — seríamos 3 — repliqué riendo.
Me sonrió por encima del hombro y se quedó mirando al horizonte. Realmente la vista era bellísima, de una manera extraña, pero lo era.
Pasamos así unos segundos; silentes y mirando al mar. Estaba tan calmado que parecía una piscina gigante. El viento era cálido, pero no tanto como el aliento de Matías. Sus labios…
Un contacto sobre mi mano derecha me sacó de la ensoñación. Sus dedos temblaban un poco mientras su mirada seguía perdida en el horizonte. Dejé mi mano quita, relajada, disfrutando de sus tímidas caricias. Cuando sus dedos se detuvieron y antes que pudiera retirarlos, envolví mi mano con la suya, haciendo que se entrelazaran. No pudo ocultar el sobresalto y nerviosismo.
– Creo que los follamigos no se toman de la mano, eh — soltó con sarcasmo
– Tu haz empezado — repliqué, al tiempo que apretaba un poco sus dedos entre los míos
– Auh! — se quejó mientras reía.
Cuando nuestras miradas se encontraron, se nos quitó la risa y nos cambió la expresión; lo noté en su rostro al mismo tiempo que sentía mis músculos relajarse. Sus ojos bajaban a mis labios y yo imitaba el movimiento ¿Por qué ignorar lo que era obvio? La playa estaba tan vacía…
Cuando sus labios y los míos se encontraron sentí un calor extraño; agradable, pero extraño. No era algo que hubiera experimentado antes y me parecía tan ajeno que no lograba encontrarle sentido. Ya nos habíamos besado y vaya qué besos, pero no así, no de esa manera. No estábamos en la ducha ni en la cama ni teniendo sexo. Estábamos en la playa — solos, si — pero un lugar público la fin y al cabo, cubiertos de un paisaje particularmente hermoso y sintiendo cómo el aire que parecía cálido de pronto se tornó frío, haciéndonos conscientes del momento y del lugar. No quería enrollarme de Matías; no de esa manera. No tenía ninguna seguridad de lo que él sentía o pudiera llegar a sentir por mí y evitaba a toda costa hacerme ilusiones de cualquier tipo. Sin embargo, cuando nuestros labios se separaron y me encontré con el miedo en su mirada, entendí que el debía estar en una situación similar a la mía con 500 pensamientos dando vueltas en su cabeza.
Agachó la mirada y enterró la cabeza entre las rodillas.
– Los follamigos no se besan así — solté en tono jocoso para intentar relajarle.
Rió en silencio como respuesta, pero con la cabeza aún escondida.
– ¿Estás bien? — pregunté en tono suave
– …
– …
– Si — contestó luego de un rato, algo cabizbajo
– ¿Quieres que volvamos a casa?
– Si.
Para cuando regresamos ya eran casi las 8 de la tarde. Nos encontramos con mi madre en la sala apunto de salir; tenía que cubrir un turno de 12 horas de una colega en el trabajo y estaría fuera hasta las 8 de la mañana.
– Confío en ustedes, no incendien la casa, ¿Vale? — nos dijo antes de irse.
Luego de eso sólo hubo silencio. Un silencio incómodo y extenso que comenzó a preocuparme. No entendía un cambio de actitud tan abrupto. Digo, me ponía en su lugar; todo eso podía resultar confuso y raro, pero el silencio no arreglaría nada.
En un momento subió al cuarto sin decir nada. Después de unos minutos, lo seguí.
– ¿Se puede? — dije al tiempo que abría despacio la puerta.
Una sonrisa suave se dibujó en su rostro.
– Es tu casa — respondió bajito
Me senté en la silla de escritorio. Matías permanecía en la cama boca arriba lanzando una bola de papel al aire. Comencé a hacer girar la silla, aburrido.
Pasado un rato, habló:
– Es raro…
– Es raro — repetí
Asintió en silencio.
– ¿Sabes? Llevo todo el día preguntándome si me gustan los chicos — soltó
– E imagino que la respuesta es no — Ahí estaba mi pesimismo.
Resopló una risa suave y guardó silencio unos minutos.
– No creo que me gusten… pero tal vez sí me gustas tu — dijo
CA-RA-JO. Dejé de girar en la silla y puse toda mi atención en él. Seguía en la misma posición jugando con la bola de papel, como si hubiera dicho la cosa más normal del mundo. Tenía la mirada clavada en el techo.
Mi corazón comenzó a latir fuerte mientras el calor se acumulaba en mi garganta. ¿Era real todo esto?
– ¿No dirás nada?
– …
– …
– Es que no sé qué decir — respondí con sinceridad.
– Bésame — exigió.
Abrí los ojos como plato ante su petición. Aún esperaba que dijera que era una camara oculta o algo así y me mandara al carajo. Pero no, su expresión reflejaba determinación. Lo había pedido enserio.
Casi en automático me puse de pie. Escuché el chirrido de la silla y di 5 pasos hasta la cama. Matías no me quitaba la mirada y eso me estaba poniendo terriblemente nervioso.
Cuando nuestros rostros estuvieron a centímetros, su mano derecha se reposó sobre mi pecho. Sus ojos analizaban mi rostro en busca de algo que no podía descifrar.
– ¿Desde cuándo te gusto yo? — susurró
Tragué saliva y respondí:
– Desde el primer día.
Abrió los ojos grandes. Una semi sonrisa se dibujó en sus labios al tiempo que asentía en silencio, como si hubiera encontrado una respuesta.
Fue él quien terminó juntar sus labios con lo míos. Sentí una corriente eléctrica recorrer desde mi nuca hasta mis pies en cuanto su aliento cálido invadió mi boca. Otra vez una sensación diferente. Cada beso de Matías sabía distinto, único. Quizás la forma de sus labios era algo que no podría terminar de conocer por completo jamás, pero me concentré en ese momento y en su lengua que buscaba abrirse paso. Nuestra respiración se aceleró cuando comenzó a faltarnos el aire, pero continuamos. Fui yo quien dió el primer paso y metí mi mano por debajo de su camiseta. Su piel se sentía tan suave a la altura de su abdomen…
Subí en busca de sus pezones y comencé a acariciar esa zona. Eran pequeños, congruentes con el resto de su cuerpo. Matías soltaba pequeños gemidos en mi boca mientras mi mano seguía recorriendo el resto de su torso. Me detuve para quitarme la camiseta y el hizo lo mismo. Se aceleró en quitarse también el pantalón, pero lo detuve. Quería que esta vez fuera distinto, me lo quería tomar con calma y disfrutar. Reposé mi cuerpo sobre el suyo juntando nuestros torsos desnudos y volví a besarlo. Sus manos recorrían mi espalda mientras el vaivén de sus caderas se hacía más y más intenso. Podía sentir su erección chocando con la mía aún sobre las ropas. Con mi mano derecha comencé a acariciar sus muslos y piernas hasta llegar a su entrepierna. Podía sentir la dureza de su miembro, sentía cómo palpitaba y exigía atención. Seguí bajando hasta llegar a su culo; por sobre la ropa podía sentir el calor de esa zona que está justo debajo de los huevos. Forzaba mi dedo medio, hundiendo la tela al medio de su raja.
Sin poder contenerme más, desabotoné el pantalón y se lo quité por completo. Un pequeño charquito de humedad había aparecido en su bóxer, justo donde su erección se empinaba formando una carpa.
Recordando el morbo que su ropa interior me producía, bajé dando pequeños besos por su abdomen y cuando mi cara estuvo a la altura de su entrepierna, comencé a morder su verga por sobre la tela. Matías soltó un gemido ahogado mientras yo alternaba entre mordidas y juegos con mi lengua. Pronto la tela estuvo humedecida en saliva y antes que pudiera correrse, levanté sus piernas y hundí mi rostro en su culo.
Dios. Ese olor. Estaba en el paraíso.
Hundía mi lengua en la tela buscando saborear ese gusto salado que guardaban sus bóxer mientras acariciaba su verga con suavidad. Matías se dejaba hacer sin oponer resistencia. Así, sin bajar sus piernas, le quité la ropa interior, dejando expuesta la punta rosada y brillante de su cabeza que escurría liquido pre seminal por montones y parecía tener vida propia con cada palpitacion. Sus huevos colgaban de una forma deliciosa y dibujaban el camino hacia su cavidad. Ahí fue donde raudo introduje la lengua. Matías se sobresaltó, pero sus gemidos me daban el pase para continuar.
La imagen era más o menos así: sus piernas estaban sobre mis hombros y caían en mi espalda mientras tenía el rostro hundido en su culo. Con ambas manos separaba con fuerza sus nalgas para introducir mi lengua con más facilidad en su interior. Solo lo escuchaba gemir mientras podía sentir el calor infernal de su cavidad engullendo mi lengua. Después de unos minutos entrando y saliendo, haciendo círculos y masajes, pude apreciar cómo su agujero se veía un poco más abierto, aún estrecho, pero no tanto como al principio.
Pese a que me había propuesto ir lento, dejé salir mis instintos, me bajé la bermuda y boxer a la altura de las rodillas y posicioné mi verga en su entrada. Vi el miedo en su rostro cuando sintió cómo mi glande comenzaba a hacer presión. Me quedé quieto, necesitaba un gesto, una señal, un vamos.
Cerró sus ojos con fuerza y asintió suave. Para mí fue suficiente y, haciendo un poco de fuerza, la punta de mi verga comenzó a abrirse paso entre sus paredes.
Podía ver el dolor en su expresión, pero no me pidió parar en ningún momento. Cuando mi cabeza entró por completo, soltó un alarido ahogado y un par de lágrimas comenzaron a aparecer por el borde de sus ojos. Juro que en otra circunstancia me hubiera detenido; lo último que quería en la vida era hacerle daño a Mati. Pero ese calor, la forma en que su ano estaba ahorcando mi miembro. Carajo. No había forma humana de detenerse. Necesitaba con todo mi ser estar dentro suyo; experimentar esa sensación en toda la extensión de la palabra.
Tragué saliva y comencé a empujar. Poco a poco, pero a un ritmo constante, podía sentir cómo sus paredes se iban abriendo, casi razgando, ahorcando mi verga milímetro a milímetro. Lo besé para intentar calmar sus sollozos y resultó.
– Puja — le susurré — como su estuvieras haciendo del dos.
Se puso rojo por la vergüenza, pero asintió suavemente y me hizo caso. En el momento que noté que hacía fuerza, empujé toda mi verga hasta el fondo. Soltó un alarido que ahogué entre mis labios y las lágrimas volvieron. Seguí besándolo unos segundos para que su cuerpo virgen se acostumbrara al invasor.
– Duele — susurró con dificultad
– Puja — insistí
Lo hizo y su respiración se relajó un poco.
Le decía cosas como «lo estás haciendo bien» «aprietas tan rico» «aguanta». Por una parte porque me salía hacerlo, pero también me encantaba ver cómo el rubor en sus mejillas se hacía más intenso con cada frase.
Cuando le solté a propósito un «aprietas más que crédito hipotecario», se le escapó una risotada que terminó por relajarlo. Estaba completamente en su interior, inmóvil. Su esfínter palpitaba y emanaba un calor sobrehumano. Sentía mi verga arder, casi dolía, pero saber lo que estaba haciendo, saber que estaba en su interior, que desde ese minuto sería mío y pasara lo que pasara siempre recordaría quién fue el primero en hacerle el amor sobreponía el placer por encima de cualquier otra sensación de culpa o dolor. Al menos para mí.
Comenzar el mete y saca fue una tarea titánica. Cada movimiento, por pequeño que fuera, se traducía en un quejido de su parte. Procuré ser delicado; quería que ambos gozaramos al máximo.
Pasados unos minutos ya se debería haber acostumbrado a mi verga, así que la retiré más o menos hasta la mitad y emprendí el camino de vuelta. Repetí el movimiento suavemente un par de veces mientras le decías cosas lindas y le daba besos. Su rostro era una cosa impagable; una mezcla de dolor y satisfacción. Quizás por las cosas que le decía más que el placer propio de la penetración.
En algún momento, cuando mi verga volvía a estar por completo en su interior y mis huevos chocaron en sus nalgas, se le escapó un gemido sonoro mientras abrió los ojos como plato, sorprendido. Sentí que mi glande topaba con algo en su interior, y cuando repetí el movimiento y nuevamente una mueca de placer apareció en su rostro, supe que había encontrado la fórmula.
Mi respiración se aceleró y como si estuviera poseído, comencé a aumentar el ritmo en el culo de Matías que no tardó en comenzar a gemir y a morder su labio inferior cada vez que mi miembro encontraba ese punto exacto. Su pequeño cuerpo se movía al ritmo de la embestiba mientras yo me sentía en el paraíso. Sentía como sus paredes apretaban y se aflojaban produciendo la sensación más exitante que hubiera experimentado nunca. Sabía que no iba a aguantar mucho más, así que me apresuré en volver a sus labios y mientras metía mi lengua hasta su garganta, comencé a correrme en su interior.
Carajo. No sé cuantos chorros fueron, pero no recordaba haber eyaculado de esa manera jamás. Matías parecía sentir cómo cada chorro llenaba su tripa porque soltaba pequeños espasmos al mismo ritmo que mi verga.
Sentí la pesadez en mi cuerpo y disminuyendo el ritmo de la embestida, sali de su culo.
Caí rendido sobre su torso mientras apreciaba el color carmesí en su rostro. Ambos estábamos sudando muchísimo, nuestros labios estaban hinchados y casi sin energía, me recosté a su lado para intentar recuperar el aliento.
Al cabo de un rato, rompí el silencio.
– Eso fue…
– Mucho — me interrumpió entre risas — Siento que me arde — añadió.
Me preocupé un poco, aunque sabía que era normal.
– Perdón.
– Está bien… Me gustó — confesó — No sabía que se podía sentir tan bien… Ahí. Ya sabes.
El nerviosismo en lo que decía me provocaba mucha ternura; verlo así, tan frágil y vulnerable contrastaba mucho con esa imagen de enano engreído que todo el mundo tenía de él. Todo el mundo menos yo. Yo sí lo conocía realmente.
Pasados unos minutos fuimos a la ducha. Se asustó cuando el semen comenzó a escurrir por sus piernas mezclada con algo de heces. Se cubrió el rostro con vergüenza, pero lo convencí de que era algo normal mientras limpiaba su cuerpo con suavidad. Al cabo de un rato se relajó y me permitió lavar su cuerpo con esponja. De alguna manera quería devolverle el favor y estaba siendo complaciente.
Llegada la hora de dormir nos acostamos solo en ropa interior. Lo abracé de cucharita y sin poder aguantar las ganas, bajé hasta su entrepierna para comenzar a masturbarlo. Matías estaba medio dormido cuando las caricias lo hicieron incorporarse. Me dirigí raudo y engullí con mis labios su herramienta. Su aroma, su sabor, todo en él era único y sexy y hermoso. Me encantaba Matías y cada centímetro de su cuerpo.
Mis manos iban de su culo a sus huevos, se perdían en su abdomen y repetían el recorrido; caricias y apretones y masajes, y cada una provocaba un gemido en mi compañero. Así estuve al rededor de unos 15 minutos cuando su líquido caliente me llenó la boca. Lo tragué sin quejas mientras Matías se mordía el labio inferior con lujuria.
Luego una sesión de besos. Nos besamos y nos besamos una y otra vez. Parecía que se nos podía ir la vida entera en ello y no nos molestaría.
Pasado un rato estábamos tomados de la mano. O más bien jugando con nuestras manos.
– Mañana vuelven mis padres — dijo con algo de pena
– Pero no se acaba el mundo. Puedes seguir viniendo o yo puedo ir a tu casa — contesté
– Si. Supongo que si
– Ajá
– …
– …
– Y entonces… ¿Follamigos?
Su pregunta me pareció extraña y sabía que se estaba guardando algo, aunque no sabía el qué.
– Claro — respondí con normalidad
– Hum…
– ¿Pasa algo?
– …
– Dispara — dije
– ¿Me prometes una cosa? – soltó de pronto
– Si. Osea, depende. Dime
Se aclaró la garganta, nervioso
– Esto… Esto que hicimos, si seguimos haciéndolo…
– …
– …
– Si…?
– Si seguimos haciéndolo, no lo hagas con… nadie… más. Porfavor.
No pude evitar la sonrisa boba en mi rostro ni el ardor en mis mejillas.
– Por mí no hay problema — respondí pasado unos segundos.
No dijo nada, pero pude ver su sonrisa en la oscuridad.
Se acomodó dándome la espalda.
– Buenas noches — dijo
Me acerqué nuevamente y pegando mi torso a su espalda mientras lo envolvía con mi brazo derecho, respondí:
– Buenas noches.
Amigos, esta es la última parte de este relato, a menos que quieran más, pero a priori hasta aquí llega.
Gracias por el apoyo
Xo
Amigo adoro tus historias, esta en particular. Me gusta mucho como escribes. Si quieres hablar mi tl es igual que mi usuario 😉
Me encantan tus relatos, vas a seguir haciendo partes de esto? Amaría saber cómo sigue