El pequeño Gustavo y su familia hippie
En una noche fría y tormentosa, el culito de Gustavo se me ofrecía como un perfecto refugio caliente para recuperar la temperatura que había perdido..
Que tal amigos de SST, quisiera compartir con ustedes la exquisita experiencia vivida durante uno de mis múltiples “mochileos”, en un viaje que me aventé por el sur de mi ciudad únicamente con mochila al hombro.
Tras haber recorrido tres regiones hacia el sur, como buen acompañante de varios camioneros que gentilmente ofrecieron su vehículo como gratuito transporte, hice mi descenso en aquella noche de frío invierno para continuar a pie mi ruta hacia el interior de una de las localidades más hermosas de mi país, en donde los bosques frondosos y la amigable hospitalidad de sus habitantes son un característico folclore que invita a emprender cualquier expedición que un viajero como yo había decidido promover. Calculaba más o menos unos diez kilómetros antes de encontrar alguna posada, el frío hacía gala del clima estacionario de la época, bebía el último sorbo de café tibio que llevaba en mi termo, cuando la lluvia sorpresiva obligó a acelerar mis pasos en búsqueda de refugio seguro, los dientes castañeaban ante el gélido aire que clavaba mi cuerpo como puñales insensibles, y el miedo de no soportar aquel clima de grados mínimos comenzaba a invadirme por completo.
La oscuridad era terrible, me arrepentía hasta ese entonces el no haber iniciado mi ruta en un horario más favorable, eso hasta distinguir entre los pinos de la carretera la lumbre de un rústico inmueble del cual emanaba el humo gris de una chimenea, y que en un instinto humano de supervivencia, me hizo correr hacia el entre charcos y viento huracanado, hasta golpear con insistencia el postigo de su puerta en busca de auxilio, en donde una mujer de extraño corte de cabello y coloridas prendas de ropa me recibió con una amplia sonrisa en su rostro:
-Buenas noches joven aún, ¿qué anda haciendo a estas horas así de empapado?-
-Mil disculpas buena dama, por favor, ¿tendría algún lugar en el cual pueda pasar la noche para quitarme la ropa mojada? Tengo dinero para pagarle por ello, y para nada me molestaría si me facilitara el granero- le supliqué tiritando.
-Nada de eso, ni más faltaba, pase usted, pero rápido, venga, beba algo de sopa caliente- me invitó.
Al entrar a aquella casona de dos pisos, construida en su totalidad por madera, el calor del hogar fue un verdadero bálsamo aliviador del frío que me estaba matando. Me desprendí de mis húmedas prendas, y me vestí con otras que la mujer me había facilitado de su marido, acepté la sopa caliente, y le agradecí nuevamente porque a decir verdad, dudo mucho el haber podido soportar siquiera medio kilómetro más caminando.
-Ese chaleco le queda bastante bien ¿no cree?, ya nomás llegan mi esposo y mi hijo Gustavo con leña seca, y verá como esta casa le parecerá un verdadero caribe- dijo con su característica sonrisa acogedora.
La casa tenía conchas de mar por todos lados, instrumentos variados, artesanías en sus paredes y cortinas de lana tejidas a mano. Varias plantas de cannabis se posaban en sus ventanas, y según ella misma me contaba, de vez en cuando disfrutaban de una buena fumada en familia. Pasaron algunos minutos de apacible charla, hasta que la puerta de roble crujió al ser abierta, y un hombre con similares indumentarias hippies que su esposa hizo su aparición con troncos de leña en mano, acompañado de un hermoso muchacho de no más de diez años que consiguió dejarme brevemente boquiabierto ante su indiscutible belleza.
-Amor, éste joven será nuestro huésped hasta que pase la lluvia, estaba imposible de empapado y muerto de frío, y a la hora que no nos encuentra quien sabe que hubiera pasado con él. ¿Estás de acuerdo en que pueda dormir acá en el sofá?- le preguntó.
-Bienvenido buen viajero, ni más faltaba, está usted en su casa- me saludó el hombre estrechando mi mano aún helada, con una sonrisa amigable envuelta en largas barbas risadas.
-No, pues como creen, no quiero invadir vuestro hogar, con que me faciliten el granero estaré bien, muchísimas gracias- dije con cierto grado de mentira, pues deseaba fervientemente permanecer junto a ellos para seguir admirando la magnificencia del muchacho.
-Tranquilo buen amigo, puede usted quedarse aquí. Mire, Gustavito ya ha puesto más leña en la hoguera y note usted como sube la temperatura de la casa-
El niño sacudió el polvo de sus manos para saludarme, y decirme “bienvenido a nuestra casa señor”. Sus ojos oscuros brillaban con fuerza, su tez blanca como niño sureño le daban la más pura sensación de haber sido moldeado con porcelana, sus mejillas rosadas hacían armonía perfecta junto a sus pronunciadas pestañas crespas, y sus largos cabellos ondulados terminaban de concederle el más bello rasgo rústico a su sutil infancia. De su pequeño cuerpo aún no sabría, pues vestía un chaleco marrón tejido a mano, unas cuantas tallas más grandes para su edad, pantalón de cotelé igualmente desproporcionado y botas de agua. Tras haber degustado todos en la mesa generosa pan amasado con queso y mantequilla derretidas, nos ubicamos en el centro del living, muy cerca de la chimenea, para disfrutar del calor del fuego, el cual con el correr de la noche se hizo intenso y abrasador, obligándome a quitar el chaleco que me habían prestado. El hombre encendió un porro de cannabis y lo ofreció a su esposa, luego al niño, y finalmente a mí.
-Sírvase amigo, le ayudará a relajarse y a encontrar su felicidad- invitó ella.
La verdad es que nunca había fumado marihuana, ni se me había ocurrido alguna vez probarla, pero la sonrisa enorme del muchacho me hizo tomar el hechizo cigarrito contundente y aspirar un par de veces, hasta sentir esa cosquilla entera que recorre tu cuerpo y volar mi cabeza en todas las direcciones. Era un mareo agradable, acompañado de risas sin sentido, y una extrema sensación de felicidad tal y cómo ella me lo había descrito. El calor se tornaba tan insoportable que poco a poco todos nos fuimos quitando nuestras prendas más pesadas, quedando sólo en polera y pantalón, salvo Gustavito que se desprendió sorpresivamente de toda su ropa quedando sólo en calzoncitos, y tras preguntar a su madre “¿puedo?” se los quitó para exhibir ante mis ojos su descomunal y cultivado cuerpo de niño impúber en total desnudez. Tenía unos hermosos pezones rosados y aureolos, con un abdominal marcado por una raya que descendía hasta su ombligo, un pene libre de todo vello de acuerdo a su edad, y un abultado culito blanco que levantó mi verga casi de golpe. Se colocó junto al fuego, con su culo apuntando hacia éste, moviéndolo de lado a lado, como incitándolo a algo indebido.
Mientras mi vista se perdía en su exquisita magnificencia, no había advertido que el hombre y la mujer se habían desnudado simultáneamente para entrelazarse en el suelo mientras se devoraban a besos, olvidándose de nosotros poseídos por el efecto alucinante del psicotrópico. El niño avanzó hacia mí, quitó de mi playera, y de los anchos pantalones que llevaba conmigo dejándome sólo en bóxers, para acto seguido, deslizarlos lentamente hasta mis tobillos. Mi pene erecto estaba flor de palpitante y rojizo, babeante de precum, Gustavito lo notó, cogió la medianía de mi tronco para apretarlo, agitarlo un par de veces, y llevárselo a la boca mientras yo permanecía sentado en el alfombrado suelo de la sala, petrificado ante el oral que me brindaba el muchacho en presencia de sus padres. Definitivamente el hachís hacía lo suyo, y magnificaba cada engullida que el niño me proporcionaba, su lengua era suave y con bastante saliva, sus labios carnosos succionaban con fuerza, arrancándome gemidos que a esa altura me resultaba imposible de contener. Aun no ponía una sola mano sobre el niño, por lo insólito de la situación, hasta que su madre se volteó para vernos y decirnos con aflautado tono cantado:
-Amor y respeto muchachos, amor y respeto, todo se puede con amor y respeto-
El padre poco y nada nos observaba, pues se había perdido en el cuerpo de su mujer, mis manos se atrevieron a posarse sobre los cabellos del chico para enredarse en ellos, y ayudarles a profundizar el ritmo de la felación, claramente sabía hacerlo muy bien y no era su primera vez, aunque de eso nada me importaba, pues verlo pasar su lengua repetidas veces por el frenillo y la cabeza de mi glande me parecía mucho más importante, y placentero, que dejar que los tabúes hicieran lo suyo. El niño siguió succionando por una cantidad de tiempo que me pareció eterna, humedeciendo mi verga con sus generosas cantidades de baba infantil, chupando con sonoro entusiasmo y dejándome el pene cada vez más parado, mientras su madre disfrutaba de la barrida de la lengua de su marido sobre su concha.
Gustavito se puso de pie y untó su culito con una crema que yacía sobre una de las repisas, para posar su rosado ano sobre mi verga e iniciar su descenso en perfecto empalamiento , con sus manos apoyadas sobre mis hombros y sus pies en posición de ranita, hasta que su coxis hizo contacto con mi velludo pubis, asegurándose de que la penetración fuese totalmente profunda, y una vez que el diámetro de mi pichula se adaptó a la textura de sus paredes anales, el niño comenzó el sube y baja de un extremo a otro, hacia arriba deslizándose hasta casi dejar el glande afuera, y hacia abajo chocando fuertemente con mi pelvis, en un frenético vaivén del cual aseguraba su ritmo asiendo firmemente sus caderas con mis manos, en sonora cópula en la que él estaba llevando el control total.
-Sigue, sigue, sigue así Gustavito, así, ahhh, ahhh, ahhh- gemía sin recelo
-Rico, rico, rico- gruñía el niño con los ojos cerrados
-Muy bien chicos- decía su madre con voz dulce y entonada– con amor y respeto, no lo olviden, amor y respeto.
El muchacho brincó mi erectísimo miembro por algunos minutos, y tras profundizar sus subidas y bajadas con fuerza, terminó estallando sobre mi pecho en pequeños chorros, para gemir sin recelo ante su inminente orgasmo de próstata. Sus padres lo miraban maravillados, y mientras seguían clavándose en posición de espejo exclamaban con orgullo:
-Mira, Tavito cada vez bota más semen, ¿no es maravilloso?-
El niño me abrazaba enredando sus piernas alrededor de mi cintura mientras permanecía ensartado, y en una atracción casi imánica comenzamos a besarnos con desespero, recorriendo nuestras lenguas a la par, disfrutaba comerme esos labios carnosos, morderlos y chuparlos con los míos como si no hubiese mañana. Lo di vuelta con agilidad, y el niño entendiendo el rol de su posición volvió a engullir mi miembro como si quisiese arrancarlo, en tanto yo le mordía sus generosas nalgas de algodón y revoloteaba mi lengua en su ano abierto, introduciéndola mucho más allá de lo imaginable, para arrancarle suspiros de placer aún con mi pene en su paladar. Por cada sobrante de saliva que mi boca generaba se la escupía en su ano, a lo cual el parecía disfrutar bastante, y ya tras mucho tiempo chupándonos todo, coloqué al niño en posición de perrito, me puse de pie tras él para clavarlo, mirando hacia la chimenea que nos bañaba con su calor, ubiqué mi hinchadísimo glande en la zona de su ano y le enterré de una mi cipote palpitante hasta el fondo, arrancándole un grito de dolor que inundó toda la casa, con mis manos sujetando sus cabellos mientras iniciaba el vaivén de mi pene entrando y saliendo, con mis testículos chocando con su culito tras cada embestida.
-Respira Tavito- le decía su madre- y espera a que la cosquilla en el ombligo haga lo suyo amor
A los pocos minutos de estarlo penetrando, Gustavito comenzó a gemir como animal en celo, parando cada vez más su colita para facilitar cada clavada. Notaba que mientras más se encorvaba, más adentro de él llegaba, y el cerraba sus ojitos de gato para dejarse llevar por el placer humano de sus hormonas en vías de maduración. Sobaba sus hombros, su espalda, sus brazos, sus caderas, amasaba sus nalgas y toqueteaba todo lo que de él podía, apretaba su pequeño pene parado, volvía a cogerlo de sus cabellos para dejarlo casi como una forma de arco, aumentaba mis embestidas y el rebote de mis bolas peludas en su culo era otro placer exquisito del cual me estaba haciendo adicto. Al lado nuestro, sus progenitores alcanzaban el clímax de su orgasmo, y descansaron mientras nos observaban con total interés.
-Aguanta Gustavín- le decía su padre –en unos años más el que clave serás tú.
Hacía mucho tiempo que no disfrutaba de una buena cogida en esa posición, con un niño culón en posición de perrito, lo gozaba, lo disfrutaba, lo degustaba, y lo llenaba en cada rincón de su recto. Lo di vuelta para ponerlo de boca arriba sobre la alfombra, le abrí rápidamente sus piernas, levanté sus caderas al aire, y le metí nuevamente mi pene palpitante en sus entrañas mientras yo permanecía de rodillas, asegurando al niño de sus caderas para que no se soltase, en una frenética penetración exquisita de la cual el niño contribuía moviendo su cuerpo hacia atrás y adelante, con la punta de sus pies como impulso. Sentía que no podía aguantar mucho más, los testículos no daban más de lo repletos que estaban de leche, y poco a poco el debilitamiento de mi ingle se abría paso a un clímax inminente, con el “splash” del choque como armoniosa melodía del acto del coito:
-Ahí te va Gustavito, ahí viene, ahí viene- le decía bufando
-Métalo más fuerte, métalo más fuerte- pedía el niño
-¿Así está bien?- le preguntaba mientras aumentaba la embestida
-Más, fuerte, más fuerte, tiene que ser más fuerte aún- gritaba el niño con placer
-¿Así, así, así?- preguntaba mientras mi cadera ya no aguantaba tanta flexibilidad para inundarlo.
-¡Sí!, ¡así, así, que suene, que suene, que suene!, ¡ahhh, ahhh, ahhh!- gemía el muchacho
-Vamos Gustavito- le animaban sus padres –puedes hacerlo de nuevo, mueve esas caderas, mueve esas caderas, aprieta ese culo-
-Ayyy, ayyy, ayyy, me corro, me corro, me corro otra vez- clamaba Gustavo.
-Ahhh mierda Gustavo, me voy a correr en tu ano, te voy a embarazar, te voy a embarazar- le decía.
-Más fuerte, más fuerte, así, así, métela, métela, ahora tu leche, tu leche, ahhh, ahhh-
-Ahora sí que sí Gustavito, ahí te va, ahí te va putito delicioso, ahhh, ahhh, ahhh-
-Me voy, me voy, ayyy, ayy, aaaaaaayyyyyyyyyy!!!!!!!
Tras el grito ensordecedor de Gustavo, alcancé a contar doce potentes chorros de mi mejor semen inundándole sus entrañas, y al sentirse lleno de la leche que tanto pidió, el niño volvió a eyacular en una cantidad poco vista para un chico de su edad, en chorros que alcanzaron mi rostro y mis labios, los cuales saborearon su dulce néctar de niño prepúber, ante la expectante mirada voyeurista de sus padres que exclamaban con entusiasmo:
-Eso Gustavito, bien Tavito, sigue moviéndote para que te brote más leche aún, eso es, ¡bravo!-
El niño bajo sus caderas y permitió que reposase sobre él para besarlo, bebimos unas cuantas copas de vino todos juntos para terminar de relajar los cuerpos, y nos dormimos todos en la sala al lado del buen fuego que excelente afrodisíaco para el sexo. Dormí junto a Gustavito abrazado a su vientre, en una cucharita cálida de la cual disfrutaba sobar sus pies en los míos, cobijados con una de las mantas tejidas a mano que su madre nos colocó para el descanso, en una de las noches más insólitamente frenéticas que haya vivido.
A la mañana siguiente amanecimos igualmente abrazados, sus papás se habían levantado y desayunaban en la mesa servida, y reían al vernos abrir los ojos a duras penas. Ya vestidos y desayunados, ella me dijo:
-Muy bien, trataste a Tavito con mucho respeto y amor, y lo hiciste sentir increíblemente libre, aunque eso sí, te pediría que ésta noche no lo vuelvas a llamar “putito”, eso no nos gusta- pidió ella.
-Sí, más aun considerando que tendremos de invitados a un matrimonio amigo que iniciarán a su muchacho con nosotros, y son sumamente educados y correctos- dijo el padre.
– Y bueno- dijo ella – ¿te quedarás con nosotros una noche más?
CONTINUARÁ…
Pavic,
Que rico relato wn, espero leer la continuación. Que lástima no tener la ubicación para disfrutar de esa rica magia del sur. 😈
como sigue
impecable, continua👍
Oportunidades que no deben perderse
Las hojas magicas que sirven para medicina
A mí, de muy chiquito, ya solían decirme «puto», «putito», «puta», «putita», «culón», «culona» y la verdad es que nunca tomé nada de ello, como un agravio, insulto, etc., más aún, cuando me preguntaban «si yo era putito», les respondía de manera afirmativa y lo tomaba como un elogio y un halago.