El Pequeño Mirón De La Obra
Rafael trabaja en la obra en un día caluroso y cuando va a descargar su vejiga, se encuentra a un inesperado espectador..
Todos los días era la misma rutina para Rafael. El fornido albañil de cuarenta años se levantaba con el canto de los pájaros, se vestía con su ropa de trabajo, desayunaba un café caliente y dos huevos revueltos, y se marchaba a la construcción a enfrentarse con el ladrillo y el mortero. Hoy, sin embargo, la monotonía se quebrantó con un inusual calor sofocante que se adueñó de la mañana. La camiseta empapada de sudor se pegaba a su espalda, y el sol se sentía cada vez más opresivo conforme la faena continuaba.
Era en esos días en los que solía hidratarse más de la cuenta, por lo que, al mediodía, Rafael decidió tomar un descanso y alejarse de la ajetreada escena de la obra. En busca de un rincón apartado, se fue hasta la parte posterior del edificio que construían, justo frente a unos árboles y maleza que crecían al azar. Aquel sitio era donde tiraban los escombros o realizaban su necesidad sin que los demás pudieran verlos.
El hombretón se bajó el cierre de la cremallera y liberó su polla. La orina ardiente salió a chorros, haciéndole sentir alivio inmediatamente. Sin darse cuenta, un muchacho de no más de diez se encontraba a un costado, observando con ojos desorbitados. Rafael se sobresaltó al notar la atención del niño. Su corazón se aceleró, su miembro palpitando al ritmo de la descarga que se deshacía del calor y la tensión de la mañana.
El chico no parpadeaba. Estaba quieto, la boca entreabierta, la mirada clavada en la escena que se desplegaba delante de sus ojos. Rafael se sentía expuesto, y a la vez, excitado. Era la curiosidad, suponía, la inocente intriga de un niño que se topa con la virilidad adulta de una forma tan cruda y natural. Decidió no asustarlo, simplemente continuó con su acción, permitiéndole ver.
Mirando al suelo, la orina formó un charco que se expandía lentamente, el sonido de la tierra absorbiendo el flujo era la única interrupción al silencio que se respiraba entre los dos. El muchacho no se movía, parecía hipnotizado por el espectáculo, y Rafael, en su interior, luchaba contra la tentación de prolongarlo. Su mano actuó instintivamente y comenzó a pajearse suavemente, sin perder de vista la cara del niño que no podía apartar la mirada.
Con cada movimiento que hacía, la excitación del albañil crecía. El calor del verano se fundía con la del chorro que aún salía de su polla, y la respiración del niño se agitó un poquito más. Rafael notó el deseo en sus ojos, la fascinación que su pene despertaba en aquél que aun no entendía lo que hacía. No quería asustarlo, no deseaba que se alejara, por lo que continuó con su acción, su verga creció cada vez más, endureciéndose al tacto de su propia mano.
Suspirando, Rafael se detuvo, la punta de su miembro se enrojeció y brillaba por la orina y el presemen. El chico no dijo nada, su respiración se volvía cada vez más agitada, y sus ojos no se despegaron de la polla que se alzaba delante de él. Con la sensibilidad que solo la excitación otorga, el albañil pudo sentir la mirada del niño recorriendo cada centímetro de su pene, finalmente dejó de fingir e hizo señas al niño para que se acercara.
El muchacho vaciló, sus pies se movían lentamente, acercando su rostro a la verga de Rafael. Sus ojos brillaron con la luz del sol que se colaba por entre las ramas de los árboles, y su nariz se frunció por el olor a orina y a hombría. El albañil supo que aquel menor estaba fascinado por lo que veía, y se llenó de un inusual sentimiento de dominio. Con la calma que le daba la excitación, le dijo en un susurro ronco: «¿Te gusta, niño?»
El chico asintió, sus mejillas enrojeciéndose aun más. Su respiración se entrecortaba, y sus ojos no podían dejar de observar el miembro que se erguía ante él. Rafael sonrió, mostrando sus dientes. «¿Quieres tocarla?» le preguntó, y el niño, sin mediar más que un instante de vacilación, extendió su manita temblorosa. Al contacto, el albañil jadeó, su piel se erizó, y la polla se estremeció.
Sentía la inocente suavidad de la piel del niño acariciando su pene, sus dedos apretando con la curiosidad del desconocimiento. El tacto era distinto al de una persona adulta, pura, sin la sutileza que la experiencia da. Rafael se sentía cada vez más excitado, la presencia del muchacho hacía que la situación se volviese cada vez más morbosa, cada toque, cada mirada, cada respiración era un estímulo que le hacía ponerse más cachondo y desear probar los agujeros del chiquillo.
La hora era incluso perfecta: su descanso para almorzar había empezado hacía diez minutos, y el hambre que sentía era por el lindo e intrépido chiquillo que estaba arrodillado pajeando torpemente su sable. Rafael sonrió y se quitó la camisa, permitiéndose un respiro profundo ante la brisa que le acariciaba la piel, a la que el sudor le daba un brillo de seducción. El chico levantó la vista, sorprendido, contemplando sin palabras a ese macho vigoroso que se desnudaba sin pudor ante sus ojos.
El albañil se tumbó sobre unos sacos vacíos de cemento que habían tirado por ahí y el chico le siguió con la mirada, el hombre se masturbó con la intensidad de un lobo hambriento, el niño se acercó aún más, la curiosidad le corroía. Rafael se detuvo, la respiración agitada, y le dijo: «Ven aquí, abre la boca». El muchacho obedeció, sin entender realmente qué pasaba, y el albañil se puso en cuclillas justo delante de la carita del niño. La punta de su verga se acercó a sus labios, el precum brillando al sol.
Con un movimiento lento y cauteloso, Rafael la introdujo en la boca del chico. El sabor salado y la textura le resultaron desconocidos, el niño hizo una mueca de desagrado, ese pito sabía raro, a sudor, orines y a algo más, al no saber nada del líquido preseminal, sin embargo Rafael no se incomodó. «Sigue, chico, no te detengas, es lo que quieres, no es mentira, lo noto en tus ojos». La presión del adulto se incrementó y el niño obedeció, movió su cabecita de un lado a otro, intentando acostumbrarse a aquel extraño juguete que se movía en su boca.
El sabor se impregnó en su paladar y poco a poco sus cabezadas se hicieron cada vez más suaves, siguiendo el ritmo que Rafael le imponía. El albañil se sentía cada vez más al límite, la boca del niño era caliente y húmeda, la sensación era exquisita, pero estaba convencido que su culito se sentiría aún más rico. Con un gesto suave, apartó al chico de su miembro, erecto y palpitante. «Ahora vas a probar lo que siente una mamá», le dijo con ternura, pese a la crudeza de sus intenciones.
Le ayudó a quitarse la ropa, cada prenda que caía al suelo era un paso adelante en la aventura que se proponía. El niño se sentía a la vez nervioso y emocionado, la curiosidad era un monstruo que no podía contener. Rafael, por su parte, se sentía cada vez más confiado, su miembro se mantuvo duro ante la inocente obediencia del muchacho. Con un suspiro, el albañil se acostó y el chico subió a su torso, con la ingenuidad de un corderillo. La enorme polla del obrero se deslizó entre sus nalgas y el muchacho se tensó, no sabía qué sucedería a continuación.
«Suavemente, cariño», murmuró Rafael, acariciando la espalda del niño. Con un movimiento que denotaba experiencia, separó las nalgas del chico con sus manos y empezó a introducir su miembro en el agujero que se presentaba a sus bajas pasiones. El niño gruñó y apretó los dientes, la sensación era desconocida, extraña, y la resistencia del esfínter se negaba a dar paso. Rafael se detuvo, jadeando, «Respira, respira hondo y relaja el culo», le dijo en un tono suave. El niño asintió y la punta de la polla del albañil logró entrar, lentamente a pesar del dolor agudo que le causaba.
«Ay, ay, ay, me duele mucho señor albañil», jadeó el chico, bien sujeto de sus nalgas por las manos de Rafael. El albañil se detuvo y sus manos masajearon sus tiernas carnes. «Lo siento, lindura, lo siento. Es la primera vez, ya sabes, hay que ir despacio», le susurró, intentando tranquilizarlo. Con un movimiento lento, empezó a entrar y salir, cada penetración un poquito más profunda, cada grito del chico un poquito más apagado, que de esa manera, recibiendo unos centímetros que luego salían de su agujerito rosado y lampiño le dejaban el culo palpitando, su deseo crecía sin control.
Con la paciencia de un depredador que sabe que su presa se rendirá, Rafael continuó metiendo y sacando el glande, cada vez hundía un poco más, hasta que se decidió a metersela toda y consumar el acto. El chico siseaba deliciosamente entre dientes, un sonido que volvía loco a Rafael, imaginando como serían sus gemidos de placer. «Aguanta un poquito, cariño, ya verás que pronto te gustará», le susurró con la boca pegada al oído del muchacho, su aliento cargado del olor a tabaco barato y a excitación.
El nene asintió, confiando en las promesas del albañil. Su culo se tensó, a la defensiva, ante la invasión, cada movimiento de Rafael hacía que su carita se contorsionara de un gesto de sufrimiento a uno de placer. El albañil empujaba lentamente, el grueso tronco de su cipote abriendo el camino por la cuevita del chico. La sensación era intensa, ambos tenían sus rostros desencajados, el del albañil por lo apretado y caliente que se sentía el culo del niño, y el del niño por el intenso e inusual placer que le causaba la internada de la verga del adulto.
Tras varios minutos, Rafael logró metersela toda hasta la base y se detuvo un instante, aguantando la intensa sensación de estrechez y calor que lo rodeaba. El niño jadeaba, su rostro empapado de sudor, luchando por asimilar la sensación que le causaba la polla del albañil en su interior. «Joder… pero que culo… que culo me voy a comer», susurró Rafael, embriagado por la excitación.
Comenzó a moverse, cada empuje era acompañado por un quejido del chico que se transformaba en un jadeo agudo. La respiración de Rafael se volvió pesada, su pecho se alzaba y caía con cada embestida, el sonido seco de la penetración se escuchaba claro, interrumpido solamente por los gritos del niño y la propia respiración del albañil. El muchacho se agarró a los hombros del adulto, intentando mantener la compostura, la sensación era abrumadora, y las penetraciones cada vez se hacían más profundas y vigorosas. Pero en lugar de sentirse como al principio, ya no sentía que le dolía, su culo se adaptó a la verga del obrero, y la sensación que le provocaba era cada vez más agradable. Gimió con voz femenina, el placer se apoderó de su ser, y se entregó por completo a la homosexualidad. Rafael sonrió con lujuria, sus bolas chocando contra las nalgas del niño, su miembro entrando y saliendo a un ritmo que iba en crescendo.
Con cada embestida, la excitación del albañil crecía, la tensión se acumulaba en la base de su verga, y la sensación de que pronto iba a eyacular era inminente. El niño, que ya no sentía el dolor e incomodidad, se movía al compás de las acometidas, ayudando en la tarea, buscando con ansias el placer que su desconocido amigo le prometía. La respiración del muchacho se volvió ronca, y sus ojos se cerraron de placer.
Rafael se detuvo de repente, el presemen corriendo por su miembro. «Quiero que te tragues mi lechita.» Con un movimiento suave y controlado, el albañil extrajo su pene del culo del niño, erecto y palpitante. El muchacho sintió el enorme vacío que dejó atrás la verga, su culo palpitando por la intensa penetración.
El maduro se la jaló con frenesí y en pocos segundos varios chorros calientes y espesos de leche se derramaron en la carita del chico. El niño abrió los ojos sorprendido, y con la boca abierta recibió el semen que le regalaba el albañil, lamiendo con ansia cada gota que caía en su rostro, bajando por su cuello y pecho. Nunca hubiera imaginado que esa leche tuviera tan delicioso sabor salado. Rafael se derrumbó de placer, jadeando, su pene ahora flácido y satisfecho, colgando entre sus piernas.
Mirando a su alrededor, se dio cuenta de que el descanso ya se les había terminado. «Tengo que irme, debo trabajar», le dijo al muchacho, que ahora, con la cara manchada de leche, lo miraba con ojos brillando de emoción y descubrimiento. El niño asintió, se levantó y se vistió torpemente, sin perder detalle de la escena, de la tierra mojada por el semen y la orina.
Antes de marcharse, le dio un suave pellizco a la nalga del pequeño mirón, haciéndolo sonreír. «Mañana estaré por aquí a la misma hora», le prometió, y el muchacho asintió, andando con paso torcido y extraño producto del desvirgue.
El albañil se alejó con paso relajado. El recuerdo del culo apretado del niño y sus ojos asombrados le hacía sonreír, se sentía satisfecho, no solo por el alivio que la eyaculación le daba a su miembro, sino por la futura diversión que se le venía encima. El chiquillo, por su parte, se sentía un poquito extraño, su culito ardía y dolía, la sensación era extraña, no le cerraba el ojete pero solo sabía que le excitaba la idea de volver a sentir la polla del obrero adentro suyo. Ya quería que fuese mañana para repetir la experiencia.
Me encantó tu relato, me imaginé siendo yo ese albañil cogiendo ese culito tierno 😍
Excelente relato. como sigue?
que gran relato con ganas de leer la siguiente parte
como sigue?
Wow. Que rico. Hasta pareciera que lo presencié. 😈
uuff… que rico, que gusto me ha dado masturbarme con esta historia. Como sigue?
Wooow!! Que buen relato algo fresco para iniciar el día, nada mejor que una buena jalada verga leyendo como un macho albañil se masturba delante de un nenito, le entrega el olor de su virilidad y se apodera de la virginidad del niño uff que rico !! Eyaculé mucho semen imaginando toda esa escena.
Como sigue..?
Muy buen relato. Felicidades «por la obra»!
Gracias a todos por sus comentarios, espero publicar una segunda parte muy pronto la próxima semana, y espero que les guste tanto como éste primer capítulo.