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Gays, Zoofilia Hombre

EL PERRO DEL VECINO 1

Despues de una larga ausencia, un hombre regresa a la casa de sus pedres y recuerda sus tempranas experiencias con la mascota de su vecino..
Hacía frío cuando llegamos a casa de mis padres. En cuanto me estacioné mis pequeñas hijas salieron corriendo rumbo a los brazos de su abuela que ya nos esperaba.

—Buelita, Buelita—. Gritaba Lucía que apenas podía hablar.

Naydeline fue la primera en abrazar a mi madre. Ella estaba feliz de vernos. Bety también la saludo de beso. Entramos juntos a la casa. Mi papá había ido a comprar unas cosas para la cena. Para esta temporada acordamos Bety y yo de pasar las fiestas con mis padres. Viendo tan alegres a mis hijas, mostrándole a su abuela lo que Santa Claus les trajo, recordé lo feliz que fue mi infancia en este lugar. Por mi trabajo actualmente vivimos en la ciudad y donde viven mis papás queda a casi una hora. Trato de visitarlos lo más frecuente que puedo. En cuanto llegó mi padre empecé a repartir sus  regalos. Ambos quedaron complacidos: un perfume Chanel y unos aretes de oro para ella y un celular nuevo para mí progenitor, pero mi mamá se percató de un paquete envuelto en papel verde.

— ¿Para quién es ese—? Preguntó, aunque ella ya sabía la respuesta.

—Es para el señor Harrison.

—No sé por qué  te preocupa ese viejo amargado. Siempre fue malo con todos los niños.

Entonces comenzó a platicarle a Bety terribles anécdotas y rumores sobre nuestro vecino. No era la primera vez que hacía eso; por ello mi esposa varias veces me ha preguntado el porqué de mi amistad con ese sujeto. Solo le digo que conmigo fue un gran amigo. Quizás yo fui el único que se atrevió a conocerlo.  Eran cerca de las 6 y ya había terminado todas las tareas que me encomendaron para la cena; Bety y mamá terminaban de preparar el pavo, los chipotles y la ensalada de zanahoria; Papá estaba muy entretenido leyéndoles cuentos clásicos a sus nietas. Yo salí al jardín para fumar y sobre la valla pude ver la casa a oscuras del señor Harrison; alcancé a escuchar un ladrido que al instante reconocí. Era Diablo. Entonces muchos recuerdos inundaron mi mente.

Mi historia con mi vecino y su mascota empezó cuando yo tenía 11 años. Habían empezado las vacaciones escolares y yo tenía mucho tiempo libre. Todos los niños le temíamos al señor Harrison porque además de amargado era el dueño de una bestia increíblemente malvada, la cual tenía para proteger su propiedad. Diablo era su nombre. Un enorme perro negro, cruza de pitbull y eléctrico; bastante bravo. Mamá me había advertido que me mantuviera alejado de ese animal y por supuesto que le obedecía. Mis amigos y yo evitábamos en lo posible acercarnos siquiera a esa casa. Pero como jugábamos en la calle muchas veces algún juguete o pelota volaba sobre la barda y quedaba a merced del temible guardián. Antes, doña Amelia, la esposa del señor Harrison nos devolvía las cosas pero ella había muerto hacía dos años. Poco después del sepelio fue cuando el viudo adquirió a Diablo. El día que inició todo, yo estaba en mi cuarto, me asomé por la ventana y alcance a ver mi balón en medio del patio vecino, justo por donde hay un par de árboles. El propietario estaba ausente; no se veía su camioneta por ningún lado. Tampoco el perro estaba a la vista. Unos días antes, yo había volado sin querer mi balón de la selección a la casa vecina; me lo habían regalado de cumpleaños y era muy valioso para mí. Entre nuestras casas solo hay una valla de madera no muy alta; fácil de saltar. Decidí  recuperar mi balón. No tuve problema para superar la valla; ya en territorio enemigo me di cuenta que el patio era más grande de lo que calculaba. Muy silencioso avance sobre pasto seco, tierra y maleza.  Cuando alcancé mi balón me agache para recogerlo, pero no me esperaba que Diablo estuviera oculto debajo de un enorme montón de pasto cortado y hojas caídas. El perro salió furioso. Aunque lleno de miedo, corrí a toda velocidad, pero la bestia no tardó en darme alcance. Sentí como Diablo le daba un tremendo mordisco a la parte de atrás de mis viejos jeans y luego sentí frío en mi trasero; me di cuenta que el asiento de mi pantalón y mi ropa interior estaban rotos. Por fortuna la mordida no alcanzo mi piel, pero esa parte de mi vestimenta estaba totalmente separada del resto. Grite pidiendo ayuda y tropecé cayendo al suelo boca abajo. Diablo ya estaba sobre mí. El enorme perro me ladraba tan cerca que percibía su apestoso aliento. Estaba paralizado y recuerdo que me oriné y que lloré y supliqué por ayuda. Pero Diablo no me mordió, bajó la intensidad de sus ladridos y ahora solo gruñía mientras olfateaba mi miedo. Su nariz recorrió mi cuerpo hasta llegar a mi trasero totalmente expuesto. El perrazo  empezó a olfatear mi culo y ahí se detuvo. Yo ni me atrevía a levantar la cabeza que tenía oculta bajo mis brazos. Angustiado esperaba el momento en que el monstruo empezará a devorarme. De repente una enorme y áspera lengua se deslizó entre mis jóvenes y firmes nalgas e incesantemente comenzó a lamerme la raja. Nadie me había tocado ahí desde que aprendí a limpiarme solo; me enseñaron que esa parte era privada. Me sentía desconcertado. Tuve el valor de echar una ojeada hacia atrás y alcance a ver la cabeza del perro sobre mi trasero. Luego mire hacia la valla, estaba a solo 2 o 3 metros. Tal vez podría acercarme y saltar sin que Diablo se enojara. Como pude me levante sobre mis manos y rodillas. El perro continuaba lamiéndome; ahora con mi culo en alto su lengua llegaba más profundamente. A gatas y lentamente empecé a avanzar. El animal seguía detrás de mí. Yo estaba temblando en parte por el miedo, en parte por la sensación que se estaba tornando placentera. De pronto, Diablo dejó de lamerme y se montó sobre mí. Su peso me inmovilizó. Sus garras me lastimaron mi espalda. Asustado me percate que el perro comenzaba a curvarse y a acercar sus caderas a mi culo. Podía sentir algo húmedo y duro contra mis nalgas. No estaba seguro que era, pero esa cosa recorría mi raja a ciegas, como si buscara algo; entonces encontró mi ano virgen. Esa cosa lenta e inesperadamente se deslizó dentro de mí  y empezó un movimiento de vaivén que me lastimaba. De pronto caí en cuenta de lo que estaba pasando. Anteriormente ya había visto a parejas de perros copulando en la calle. Nunca me imaginé que algo así le pudiera pasar a un niño. En eso alcance a oír una canción de Luis Miguel; a mamá le gusta escuchar a ese cantante cuando cocina. Deduje que ella había empezado a preparar la comida, sin imaginar que su hijo estaba siendo violado por un animal en casa de su vecino. Me sentí tan avergonzado que no me atrevía a llamarla. Mientras tanto, Diablo comenzó a hacer más fuerte el vaivén de su pito dentro de mi hoyo infantil. Me dolía pero tenía más miedo de que alguien me viera convertido en la perra de aquella bestia. Por fortuna, Diablo no demoró mucho tiempo más cogiéndome. Pude sentir un líquido que inundaba mi interior y  posteriormente se derramaba por mi trasero. Minutos después, la erección de Diablo bajó y sacó su pito de mi cuerpo. Me levante y sentí el aire vespertino en mis nalgas manchadas de semen canino. Temí que el perro retomará su hostilidad hacia mi persona, pero en vez de eso Diablo se alejó tranquilamente y se acostó en un rincón y comenzó a lamerse su miembro satisfecho. Decidí no tentar a la suerte y salir de esa casa. Escuche que abrían la reja de la cochera y corrí hacia la valla. Ya en mi casa logré evitar el encuentro con mi mamá. Subí a mi cuarto, me limpie lo mejor que pude y me cambié  de ropa. Tire a la basura las prendas sucias y rotas. Entonces me asomé por la ventana y ahí estaba el señor Harrison y vi como levantaba del piso un pedazo de mezclilla. Él dirigió su mirada alrededor y luego directamente a mi ventana. Yo me aparte, pero estoy seguro que me vio. Minutos después volví a asomarme y vi al vecino aun con el pedazo de tela en la mano, acariciándole la cabeza a su guardián. Deduje que le decía algo así:

—Buen perro. Mantén a esos escuincles fuera de nuestra casa.

Diablo simplemente se dejaba querer por su dueño, mientras yo veía la escena con resentimiento. Cuando mamá me llamó para comer traté de comportarme lo más normal que pude en la mesa aunque tenía adolorido todo mi cuerpo, sobre todo mi culo. Antes de dormir tome una ducha. Frente al espejo del baño pude observar mi espalda y vi las marcas que me dejaron las garras de Diablo. Luego separe lo más que pude mis piernas y tomando un espejo de mano de mi mamá, lo acomode para poder ver mi ano. Estaba muy rojo y me dolía.

La voz de mi esposa me trajo de regreso al presente.

—Michel, ya vamos a cenar.

De inmediato me dirigí al comedor y ayude a poner la mesa. También saque las botellas de sidra y de refresco. Mi esposa se dio cuenta de la tremenda erección que tenía y discretamente me susurro al oído:

—Al rato te ayudó con eso.

La cena fue fabulosa. Cabe mencionar que en navidad nosotros cenamos temprano para evitar una congestión. Ya acostadas las niñas en su cuarto y en la intimidad de nuestro aposento, mi esposa y yo hicimos intensamente el amor.

104 Lecturas/16 octubre, 2025/0 Comentarios/por Lobato69
Etiquetas: amigos, cumpleaños, hijo, madre, navidad, padre, recuerdos, vacaciones
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