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Gays, Zoofilia Hombre

EL PERRO DEL VECINO 2

Los recuerdos se intensifican cuando el protagonista visita a la casa de su vecino.
Al día siguiente, mamá tenía planeado que fuéramos una misa especial en un pueblo cercano. No soy afecto a las monsergas religiosas. Me las ingenie para no ir alegando que quería dormir hasta tarde. Tenía por lo menos un par de horas. En cuanto todos salieron desayuné y me bañé. Era una ocasión especial,  desde el día de mi boda hacia 7 años no había visitado al señor Harrison ni a Diablo. Muchos factores influyeron: mi matrimonio, que en mi trabajo me mandaron un par de años al extranjero y encima la pandemia. Necesitaba mi dosis de verga humana y canina. Toque la campanilla, seguía siendo la misma desde que era niño. Oí que giraban el picaporte y abrieron. La persona que salió era un jovencito con lentes y en playera y pantalón de pijama que me miro extrañado.

— ¿Qué desea?

—Quiero hablar con el señor Harrison.

—Ese soy yo.

—Hay un error, quiero ver a Bruno Harrison López, el dueño de esta casa.

—Ahhhh. Ya veo busca a mi abuelo. Aún está dormido. Últimamente tiene problemas de salud.

—No lo sabía. ¿Cómo está?

—Delicado. Yo vivo aquí desde hace unos meses para cuidarlo. Me llamo Oliver Harrison Venegas.

—Yo soy Michel, Michel Castro Ruiz. Hijo de tus vecinos de al lado. Soy amigo de tu abuelo.

— ¿En serio? Conozco a los Castro, buenas personas, aunque no sabía que tuvieran hijos ni que el viejo tuviera amigos.

De pronto, un perro negro logró hacerse paso. Se acercó a mí y lamió mis manos. Al verlo tan viejo no pude evitar derramar una lágrima. Me agache y acariciándole con ambas manos la cabeza le dije:

—Hola viejo Diablo. Sigues vigilando el fuerte.

—No lo puedo creer—. Dijo sorprendido Oliver—. Ese perro odia a todo el mundo. A mí me costó mucho que me aceptara.

—Él me conoce y me conoce muy bien.

Gracias a Diablo, Oliver se convenció de mis palabras y me invitó a pasar. Me senté en el mismo sofá donde el señor Harrison y yo cogimos tantas veces.

—Disculpa, tengo que darle su desayuno al viejo y además le toca su baño. ¿Puedes esperarlo? Estoy seguro que le agradará verte.

—Por supuesto, vine precisamente a verlo.

—Siéntete como en tu casa.

En cuanto Oliver subió, me dedique a recorrer la sala. Casi todo estaba igual. En las paredes fotos del señor Harrison y su esposa y de sus dos hijos, chica y chico. Nunca me dijo que tuviera nietos ni había fotos de ellos. Él me platicó que cuando su esposa murió sus hijos lo culparon de su enfermedad y desde entonces nunca lo visitaron. Quizás por ello aceptó mi compañía, necesitaba que alguien lo salvará de su soledad. Nuevamente me perdí en mis recuerdos.

Después de mi violación, evitaba al perro con mayor empeño. Por fortuna nadie se percató de lo que Diablo me había hecho. Sin embargo, pude notar que algo cambió entre ese animal y yo. Si estaba en compañía de otros chicos, Diablo nos ladraba con la tremenda furia de siempre; pero si me encontraba yo solo, se me acercaba moviendo la cola, incluso me lamia la mano si lograba alcanzarla. Eso me sorprendió mucho. Una vez que estaba ayudando a papá a cortar el césped, me apoye en la valla de madera para descansar un poco y pude escuchar al otro lado el fuerte olfateo del animal, buscándome. Asustado me retire. El trato diferente que me daba Diablo no pasó desapercibido para su dueño. Eso lo enojaba mucho. Una tarde en que me mandaron a comprar tortillas, de regreso me tope de frente con el señor Harrison y su mascota a la que llevaba con correa. El perro logró soltarse y vino directo hacia mí. Yo me paralice. En cuanto me tuvo a su alcance, Diablo se detuvo ante mí entrepierna y apoyo su hocico en mis genitales. Comenzó a acariciarme sobre mi pantalón. Pasado el susto inicial, yo sentía calientito y rico. Mi pito se puso duro. El señor Harrison llegó por su perro y lo jalo violentamente del collar. Se fue regañándolo.

—Perro malo, perro malo.

Yo tenía pesadillas en las que ese perro volvía a hacerme cosas. Al principio despertaba asustado, pero también notaba que invariablemente mi pito infantil estaba erecto. Eso me desconcertaba; no entendía como algo tan aterrador podía excitarme. Tocando mis partes después de soñar con Diablo fue como aprendí a masturbarme. Poco a poco aprendí las caricias más efectivas para calmar mi pito. Después de experimentar pequeños orgasmos secos ya esperaba ansioso que fuera la hora de dormir. Le ponía el seguro a mi puerta y entonces me desnudaba. Me acostaba en mi cama y empezaba a estimular mi pito que no tardaba en ponerse duro. De inmediato aprisionaba mi erección en mi mano e iniciaba un movimiento de arriba a abajo. Aunque no quería, inevitablemente cuando jugaba con mi miembro infantil fantaseaba con ese maldito perro. Para replicar la sensación de mi violación, usaba mis dedos; frotaba mi raja y luego hacia círculos en torno al ano y finalmente me metía el pulgar, el índice o el medio, a veces dos juntos. Me gustaba, pero no se comparaba a lo que me había hecho sentir ese pito canino. También hice pruebas metiéndome juguetes o lapiceros por mi culo, tampoco resultó. Tuve que aceptar que deseaba volver a experimentar lo que había vivido con Diablo. Mi oportunidad no tardo en presentarse. Yo sabía por oír las pláticas de mi mamá con mi padre o con visitas que el vecino salía pocas veces. Solo los sábados iba al mercado, no compraba mucho; lo necesario para él y su perro, sin embargo se tardaba de dos a tres horas en regresar. A veces los domingos también se ausentaba toda la tarde y regresaba al oscurecer. Posteriomente, el señor Harrison me confió que le gustaba subir a su camioneta y conducir por un buen rato hasta que casi se le acabara la gasolina; en algunas ocasiones tuve la oportunidad de acompañarlo, pero eso fue después. Espere pacientemente el siguiente sábado; desde mi ventana estuve atento a la hora que se marchara el vecino. Por lo general se iba a las 10 o a las 11. En cuanto vi que su camioneta se alejaba, me puse en acción. Por fortuna mamá había salido, así no tendría que inventarle una excusa. Pronto brinque la valla y una vez en su patio llamé al animal por su nombre y use un chiflidito que había ensayado, no muy fuerte. Sabía que los perros tienen buen oído. Diablo no tardó en aparecer. A diferencia de la vez anterior, se mostraba feliz de verme. A toda velocidad vino hacia mí y me dio un tacle que casi me tira. Brincaba de alegría a mí alrededor moviendo su cola. Cuando se calmó hice que se sentara, me agache para acariciar su cabeza.

—Hola Diablito, perro bonito. ¿Quieres volver a jugar conmigo?

Como respuesta, me lengüeteo la cara. Me levante y explore el patio. Buscaba el sitio más seguro para mi asunto con mi perro. Sí, en ese momento Diablo me pertenecía. En el patio había un cobertizo y un baño con regadera, ninguno estaba cerrado. De pie, decidiendo la mejor opción, sentí de pronto el hocico de mi perro en mi entrepierna, él volvió a acariciarme mis genitales. Era agradable y mi pito no tardo en endurecerse. Así estuvimos por un buen rato, aunque había que darse prisa. No sabía el momento en que el dueño de la casa regresaría. Me decidí por el baño. Hice entrar al can y cerré la puerta. Baje mi pantalón hasta mis tobillos, esta vez usaba un pants. Acerque mi culo a su cara. Diablo feliz, empezó a olfatearme y luego, luego inicio los lengüetazos. Apoye ambas manos en el retrete para sostenerme mientras me inclinaba y para que mi perro tuviera total libertad de pasar su lengua por donde quisiera. Diablo parecía querer comerme; pasaba su hocico entre mis nalgas. Yo podía sentir sus fuertes colmillos rozar mi piel y agradecía que no me mordiera. Él saboreaba mi raja y extendía su enorme lengua que llegaba a mi perineo, incluso a mis testículos. Por dios, se sentía tan rico. Entonces el perrazo intento subirse en mí. Sabía lo que él quería. Descubrí que había un toallero con dos pequeñas toallas verdes para secar las manos y una más grande para secar el cuerpo. Las tomé y las acomode en el piso, las pequeñas para apoyar mis rodillas y la grande para mi cara y brazos. Él esperaba impaciente. Me acomode y al instante Diablo se colocó tras de mí para volver a montarme. De nuevo me lastimaron sus garras, al cabo era un animal. En esta ocasión localizo mi ano más rápido, me metió con precisión y fuerza su pito y comenzó a moverse. El vaivén aun me lastimaba un poco, pero el dolor eventualmente fue cediendo al gozo. Llego el momento en que no quería dejar de ser penetrado por el poderoso Diablo. Sin embargo todo lo bueno termina, mi perro descargo dentro de mí una abundante ración de semen. Aun tuvo que pasar un rato para que su pito canino se desinflamara y me lo sacara. Mi pene estaba durísimo, entonces se me ocurrió una idea. Me estaba arriesgando, él podía morderme incluso sin querer. Con recelo, pero decidido, acerque mis genitales a su cara. El perrazo sin  que yo le ordenara nada, comenzó a pasarme  su lengua, fácilmente cubría mi pito y mis huevos. La sensación aunque áspera no dejaba de ser deliciosa. Descubrí mi prepucio para sacar mi glande, como lo hacía para lavarlo cuando me bañaba. Su lengua en mi balano me  provocaba como nervios, pero quería que siguiera indefinidamente. Continuamos hasta que sentí un intenso placer. Más rico que cuando me masturbaba. Tarde un poco en recuperarme, no sabía cuánto tiempo había pasado. Era hora de salir de ahí. Acomode las cosas lo mejor que pude y corriendo fui en dirección de la valla con Diablo a mi lado. Me despedí de él y prometí regresar pronto. Salte y me dirigí a casa. No está de más decir que en aquella ocasión sí pude recuperar mi balón. Después de asearme, el resto del día la pasé ayudando con los quehaceres y jugando con mis amigos. Y esa noche masturbándome, recordé paso a paso mi nueva experiencia con Diablo. Después de esa segunda vez supe que no podía dejar de gozar mi incipiente vida sexual. Diablo se había convertido en mi compañero de juegos especiales. Los sábados se volvieron mis días favoritos. Siempre estaba atento a que saliera el señor Harrison para brincar la valla y estar con mi perro. El vecino también podía ausentarse otros días de la semana y dependiendo del tiempo y la presencia de mis padres ajustaba lo que podía hacer con mi amante canino. Por otro lado estaba consciente de que debía ser discreto, nadie podía enterarse de estos juegos. Para alejar sospechas me esmeraba en realizar los quehaceres que me asignaban y cuando iniciaron las clases me esforzaba en sacar las mejores calificaciones. También me daba mi tiempo para convivir con mis amigos. Sin duda papá y mama estaban orgullosos del hijo que les había tocado. No obstante, mi principal interés era el sexo. Estaba muy al pendiente de los horarios de papá que era profesor de tiempo completo  en un bachillerato; y de mamá que aunque era ama de casa también tenía un trabajo de medio tiempo en un callcenter y podía ir en la mañana o en la tarde. Discretamente también vigilaba los movimientos del señor Harrison. Todo valía la pena con tal de poder coger con Diablo. En algunas ocasiones solo tenía tiempo de bajar mi pantalón para sentarme junto a la valla y dejar que mi perro me lamiera el pito y los huevos. Otras veces aprovechando la ausencia del señor Harrison, me encerraba con Diablo en el baño o en el cobertizo para que él después de comerme el pito y/o el culo me sodomizara. Me gustaba mucho levantar mis piernas desnudas para que Diablo me comiera al mismo tiempo el ano y mi miembro. En cuanto a la penetración, invariablemente era él encima de mí, pero eso no me aburría. Sin duda las mejores jornadas eran cuando tanto mis padres como el vecino estaban fuera. Ahí podía liberar mi creatividad y no había necesidad de esconderse. Solo teníamos que mantenernos alejados de la reja de la cochera, único punto que permitía ver desde la calle. El resto de patio era lo suficientemente grande para convertirse en nuestro santuario. Dependiendo de mi humor, antes del sexo jugábamos juegos normales o bien pasábamos directo a la acción. En ocasiones nos perseguíamos el uno al otro, atrapándonos y rodando en el piso; conseguí una pelota para perros  y un frisbi. A Diablo le divertía ir tras ellos y regresármelos para que yo pudiera volver a lanzarlos. En esos momentos parecíamos simplemente un niño y su perro jugando. A veces me gustaba cabalgar sobre Diablo, yo me quitaba la ropa y me subía a su lomo. El perrazo no tenía problema en cargarme y llevarme por todos lados. Se sentía rico la sensación de su pelo en mis partes íntimas. Otras veces fingía ser otro perro, me ponía en cuatro e incluso ladraba. Diablo se sacaba de honda pero me enfrentaba peleábamos en broma, por supuesto él siempre me ganaba y yo terminaba gimiendo en el piso. También empecé a agarrar el miembro de Diablo, podía estimularlo y ver como salía el pito rojo de su estuche de piel o explorar esos raros testículos. Por supuesto nada se comparaba a coger. Las lamidas de culo y pito eran deliciosas, pero el momento cumbre era la penetración. Me gustaba que él me aprisionara y me embistiera metiendo su gran pito hasta dentro de mi culito. Un dulce dolor me inundaba hasta que él derramaba su líquido especial. El placer era tan intenso que lamentaba tener que regresar a mi casa.  Dice un dicho «Tanto va el cántaro al pozo hasta que se rompe». Y eso fue justo lo que pasó. Fue un tarde dominical cuando vi alejarse la camioneta del vecino. Me puse muy contento, si el viejo amargado salía un domingo no regresaría sino hasta que oscureciera. Esa vez me encerré con Diablo en el cobertizo. Yo estaba en cuatro con el perro encima de mí, penetrándome. En el mejor momento escuche un grito que me estremeció.

— ¡Maldito, chamaco! Sabía que había algo raro; lo sabía.

43 Lecturas/16 octubre, 2025/0 Comentarios/por Lobato69
Etiquetas: amigos, hijo, mama, mayor, padre, recuerdos, sexo, vecino
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