El Piso del Placer Capítulo 1
Un piso al cual muchos gustarían de entrar en él..
En el séptimo piso de un edificio se encontraba una señora de mediana edad, vestida con una blusa verde y una falda a la rodilla del mismo color, detrás de un mostrador en lo que parecía ser un lobby. El turno había estado muy movido desde las primeras horas de la noche y eso la ponía de muy buen humor, pues significaba mejor paga esa noche. A su derecha se encontraba sentado junto a una puerta un hombre joven muy delgado, de cabellera larga vistiendo una camisa floreada. Al lado izquierdo de la señora se encontraba un largo pasillo con varias puertas de cada lado, y en el fondo de este una pintura algo extravagante de un hombre rodeado por varios angelitos. Frente al mostrador se encontraba un elevador y una puerta que dirigía a las escaleras de emergencia.
Se encontraba escribiendo un reporte de actividades de la noche, muy bien concentrada en su trabajo, a pesar de escuchar los continuos gemidos provenientes del pasillo, gemidos graves y agudos.
De pronto, las puertas del elevador se abrieron de par en par, permitiéndole la salida a un hombre maduro, de unos sesenta y tantos años, se veía atlético a pesar de poseer un poco de panza. Vestía de pants y sudadera deportiva y usando unos crocs, todo su conjunto de un color gris algo oscuro.
Al verlo, la señora mostró una gran sonrisa, pues era uno de los clientes habituales.
– Buena noche, señor Rodríguez. Sea bienvenido. ¿Qué es lo que gusta esta noche?
– Lo mismo de la vez pasada. – contestó el hombre con voz aguardientosa.
– De inmediato, señor. – sentenció la mujer.
Inmediatamente giró su cabeza hacia el joven, el cual de inmediato se levantó y entró en la puerta a su lado. Pasaron un par de minutos para que volviera acompañado de un chiquillo de nueve años de origen tailandés.
– Helo aquí. – dijo la señora.
El hombre sacó de su bolsillo un sobre y se lo entregó a la mujer, quien lo abrió y sacó un fajo de dinero para contarlo. Cuando se aseguró que el dinero estaba completo, le sonrió al hombre.
– Que pase una excelente velada, señor Rodríguez. – dicho esto le entregó una llave.
El hombre tomó al niño y recorrió el largo pasillo, mientras se deleitaba escuchando los gemidos intensos de hombres y de niños como de niñas que se encontraban tras cada una de la puertas, provocándole una gran erección. Llegó al final del pasillo y entró por la puerta de su izquierda, jalando al niño con él. Al cerrarse la puerta, la señora y el joven se miraron y se sonrieron mutuamente.
Unos cuantos minutos después, el niño se encontraba en cuatro sobre una cama con sabanas lila adornadas con flores azules, recibiendo los dieciocho centímetros del hombre por su culito.
– ¡Oooh, sí! ¡Uuufff! – gemía el viejo. – Tu culito es riquísimo, Roy.
Roy, así habían apodado al nene cuando llegó de su país a ese lugar. Él junto con dos hermanos mayores y una hermana menor habían sido vendidos a la organización detrás de todo, luego de la muerte de sus padres.
– ¡Oh, Roy! ¡Eres… uuff… un nene… muy rico! – decía el hombre gozando al máximo del tierno huequito.
– ¡Aah! ¡Ay! ¡Aah! – gemía el niño aguantando los embates a su culito.
La barra de carne entraba y salía cada vez más rápido del anito precioso del nene, mientras se oía el golpeteo de la pelvis del hombre con las nalguitas infantiles. Las grandes manos del sujeto sostenían las caderitas del niño, jalándolo con fuerza a un ritmo que con el pasar de los minutos era más veloz.
“PLAF, PLAF, PLAF” se escuchaba en aquella habitación.
– ¡Aaaay! ¡Aaaah, aaaah, aaaaah! – era lo único que emitía el chiquito debido al dolor y placer que sentía al ser cogido.
– ¡Oh, sí! ¡Ooh! ¡Gózalo, mi niño! ¡Oooh! – gritaba como loco el hombre.
– ¡Aaaah, aaaah, aaaah!
– ¡Qué rico aprieta tu culito! ¡Oooh!
“PLAF, PLAF, PLAF”
– ¡Ooh, Roy! ¡Uuufff! ¡Ya casi! ¡Ooh!
– ¡Mmfff! ¡Mmfff! – el niño ahogaba sus gemidos mordiendo la almohada, pues sentía que el hombre partía su culito.
– ¡Ya viene, Roy!
– ¡Mmff!
– ¡GAAAGH! ¡OOOH! ¡ROOOY!
El hombre enterró su verga en lo más profundo del culito de Roy, mientras se venía. Siete veces disparó su pistola de carne, llenando los intestinos del nene. El semen pronto comenzó a escurrir del culo del nene, pues el hombre seguía moviéndose como poseso, ya que no había perdido su erección gracias a la pastilla azul que tomó antes de iniciar.
El pene del sujeto resbala mucho mejor ahora. Estaba usando su propia leche como lubricante.
“PLAF, PLAF, PLAF, PLAF, PLAF”
No paraban las embestidas al tierno anito. El niño no hacía más que aguantar, sabía que no había más opción. Lo bueno es que aprendió a disfrutar de las cogidas que le daban, aminorando en demasía el dolor.
Mientras el hombre seguía sometiéndolo, se puso a pensar en sus hermanos mayores, uno de 11 y el otro de 13. Antes de salir él al encuentro de su macho, ellos ya lo habían hecho. En ese mismo momento debían estar siendo penetrados igual que él. Sabía que no los vería hasta el amanecer, pues sus servicios eran por toda una noche.
Después de veinte minutos sintió que su macho se volvía a venir dentro de él.
– ¡OOOH, ROOOY! – gritó una vez más el sujeto.
“PLAF, PLAF”
Esta vez se detuvo, debía recuperar un poco el aliento. Sacó su verga de aquel delicioso anito y dejó que su niño se recostara. Se dirigió hacia una mesita que tenía una jarra de agua y se sirvió en un vaso, bebió un poco y volteó hacia la cama. Sonrió al ver que de la cuevita del nene escurría gran cantidad de semen, sintiéndose muy orgulloso. Volvió a beber agua y regresó a la cama.
– Muy bien, Roy, vamos a continuar. – dijo esto volteando al niño boca arriba.
Tomó las piernas de Roy y las dobló hacia su pechito, acomodó su erecta barra de carne en la entrada del anito y sin perder tiempo la clavó hasta el fondo de un solo empujón.
– ¡AAAAAH! – gritó el niño.
Sus gritos y gemidos junto al de varias criaturas más podían ser escuchados en todo aquel piso del placer.
Continuará…
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