EL PODER DE LOS DESEOS. (1)
Uno puede estar peleado con la vida y atorado de problemas, pero si se hacen las cosas bien, en una de esas, te cae un agradecimiento que, aunque tengas que aprender a manejar, resulta fabuloso..
Lo que sigue es un cuento-relato producido con algo de imaginación, pero… ¡¡¡qué lindo sería, ¿no?!!!… Espero que guste.
AGRADECIMIENTO GENIAL. (1).
Salí del Estudio caliente como un chivo, otra vez me mandaban a hacer trabajo de cadete, nuevamente “la malparida”, a la postre, Secretaria Privada del Abogado dueño del Estudio Jurídico me usaba para ir a pagar una cuenta, en este caso la cuota del colegio privado del insoportable hijo único del jefe. No desmerezco el trabajo de aquel que cumple las funciones de Cadete o Mandadero en una empresa, pero en este caso no era lo que correspondía, aunque yo había obtenido mejoras en el sueldo y no por ella.
Estaba a finales de terminar el cuarto año de la carrera de Abogacía, con diecisiete había ingresado a la Facultad y me estaba mandando un “carrerón” con unas notas espectaculares. Todo se había torcido un poco en el último año, mi familia, compuesta de mis padres, ambos de cuarenta y tres años y mi hermana menor de apenas quince vivían aún en un pueblo del interior de la Provincia de Buenos Aires. Hasta hacía un poco más de un año me habían bancado los estudios, la vivienda y la supervivencia, a la que ayudaba con un trabajo de medio tiempo en un supermercado.
Desgraciadamente, cuando las malas vienen, no vienen solas, la Economía del país se vino a pique, la Ferretería del “viejo” ya no redituaba como antaño, además, merced a la predisposición física o a la mala sangre que se hacía por los problemas que lo aquejaban logró que mi padre contrajera una enfermedad incurable cuyo tratamiento insumía muchos de los ingresos holgados que hasta hacía poco teníamos. Viendo como venía la historia quise dejar de estudiar y regresar al pueblo a ayudarlos con el negocio, mi madre se negó de plano diciendo que ella se encargaría de llevar todo adelante y mi padre, en una conversación íntima me hizo saber que uno de sus mayores sueños era que su hijo se convirtiera en un Abogado de primera línea, “no me falles hijo, desde acá o desde dónde sea me sentiré feliz cuando te recibas”, -me dijo y me partió en cuatro-.
Regresé a la ciudad dispuesto a acelerar todo lo necesario mis estudios y me encontré con la novedad de que el supermercado en que trabajaba había presentado quiebra y cerraba sus puertas. De indemnización ni hablar y hacer reclamos judiciales era para pérdida de tiempo y dinero, me fui al departamentito que me alquilaban mis padres, comí lo poco que tenía en la heladera y controlé mis ahorros, me quedaba para un mes más de alquiler y otro más de subsistencia, así que decidí salir en la mañana a buscar lo que fuera para tratar de sobrellevarla sin descuidar mis estudios.
Una cosa es decirlo o pensarlo, otra muy distinta es poder lograrlo. Caminé con un condenado, pero, aunque parezca mentira, mi físico o mi preparación o educación me jugaban en contra, “flaco, con esa “pinta” tenés que encontrar algo mejor” o “su preparación no es lo que buscamos”, hasta había cambiado mis horarios en la Facultad para adaptarme a un trabajo de tiempo completo, pero no había caso, estaba como quien dice, “meado por los mamuts”. Los días pasaban, los ahorros se volatilizaban y me aferré al aviso puesto en la Facultad que pedía Pasantes en el Estudio Jurídico en el que estaba ahora. No ganaba mucho, pero el horario me convenía, trabajaba de ocho de la mañana a dos de la tarde, pensé que me serviría para ir haciéndome ducho en los temas legales y la realidad no fue tal.
La tremenda potra rubia treintañera que me recibió el primer día, de entrada, me crucificó cuando enarbolé una sonrisa al saludarla. “Acá no viene a hacerse ver ni a sonreír, viene a trabajar, llene esos papeles”, -me expresó mirándome con su mejor cara de asquerosa-, cara que, a todas luces, no era condescendiente con sus tetas prodigiosas ni con su altura ni su culo parado que las polleras largas no podían disimular. Llené el formulario con mis datos, Nombre: Gustavo XXXX, Edad: 22 años, Estudios en curso: Cuarto año de la carrera de Derecho, altura: 1,80 metros, piel blanca, cabello oscuro, ojos verdes, número de documento tal y seguía.
¿Practica deportes?: Sí, natación y fútbol, eso sólo me mantenía en estado y la Facultad me brindaba el predio para eso, rato que tenía, rato que utilizaba para nadar en la pileta climatizada, para hacer un poco de complementos o prenderme en un Fútbol 5 con otros alumnos. Lo que daba a llenar parecía una ficha policial, faltaba que me preguntaran por las medidas del pene y esas la hubiera contestado con ganas 21×7 y más de una de mis compañeras sabía bien cómo funcionaba, aunque no me desvivía por el sexo, menos en ese último tiempo en que los problemas me rondaban.
Luego de esa Secretaria a la que catalogué como mal cogida por más que le pudieran sobrar los pretendientes, me hizo pasar a la antesala de la oficina del dueño del Estudio, allí me encontré con otra rubia, si la anterior tenía unos treinta años y estaba bien, ésta tenía unos veinticinco y estaba mortal, las tetas se le notaban más o las mostraba más porque la blusa entreabierta hacía que los ojos se desviaran al hermoso canal que las separaba y los muslos, si dudas trabajados en gimnasio, destacaban de su minifalda tableada. Me miró de arriba abajo sin que se le moviera un pelo y me dijo que me sentara a esperar que el Doctor se desocupara. Uno siempre espera seriedad en los empleados de un Estudio Jurídico, pero eso ya era “asquerosidad” en el trato, de todos modos, obedecí y me senté a esperar tratando de no darle motivos para ningún disgusto, yo necesitaba el trabajo y que mejor que allí para aprender sobre la carrera en sí.
El dueño del Estudio no tendría más de cuarenta y cinco años, flaco, con nariz y ojos de buitre y allí adentro se notaba que el dinero sobraba o que, por lo menos, solía fluir sin tantos dramas. Me dio una charla rápida haciendo notar que debía cumplir y no traer problemas y me puso a disposición de Agatha, su secretaria privada, la amarga de minifalda. Ésta me destinó un cuchitril aledaño a su oficina y me dio unos papeles para archivar, me aclaró además que en el Estudio existían otros tres Abogados, pero que era conveniente que no hiciera migas con el personal que estos tenían. Allí se atendían casos importantes y de gente famosa o con renombre y cada cual cuidaba si quintita para tratar de sobresalir incluso en los Medios.
Tipo once del mediodía comencé a darme cuenta que no sería precisamente un Pasante de un Estudio Jurídico porque la rubia me llamó y me dijo: “Bajá al estacionamiento, agarrá el auto blanco y andá a buscar al hijo del Doctor al colegio, luego tenés que llevarlo a la casa y preguntale a la mujer si te necesita para algo, después vení a dejar el auto y quedás liberado”. Cuestionar desde el primer día y menos aun cuando me había costado conseguir un trabajo, no me pareció correcto y me fui a hacer de chofer.
El gordito tenía unos diez años, el colegio era privado y se movía como si fuera el dueño, conoció el auto y se acercó con otro nene de su misma edad, pero más callado y que bajaba los ojos al hablar, “vos sos nuevo, ¿no?, yo soy Gabriel, esperá un poco”, -me dijo y le habló al compañerito-, “llamá a tu casa y que te vengan a buscar, hoy no te llevo porque no me ayudaste con los deberes”, lo dejó al amiguito parado, se subió al auto y me habló ordenando, “dale, dale, arrancá, que se joda, me tiene podrido, si no me ayuda que se vaya caminando”.
Me vi tentado de decirle que lo lleváramos igual, me dio pena la cara de desilusión del nene, pero preferí callar, el gordito parecía el déspota de su clase y seguramente sería un caprichoso también en su casa. Ponerle los puntos no podía, apenas lo conocía y no era lo más aconsejable, ergo: me dediqué a manejar sin hablar, pero observé que era un lindo chico rubio de ojos claros, quizás con algunos gramos de más, aunque lo que más lo afeaba era el trato que dejaba expresar.
- Por lo menos no sos gordo y sudoroso como el tipo que mandaban antes, -dijo tirando sus cosas en el asiento trasero-. ¿Cómo te llamás?, me imagino que tendrás nombre, ¿no?
- Me llamo Gustavo, -contesté sin dar más explicaciones-.
- Bueno, a la tarde me vas a tener que llevar a un cumpleaños de una nena de mi grado que me gusta.
- Difícil que sea yo, mi horario de trabajo termina apenas te dejo en tu casa, vine hoy pero no soy tu chofer.
- Le voy a decir a mi papá que me trataste mal.
- Decile lo que quieras, no me pagan para aguantar tus berrinches.
Se le notaba la contrariedad por mi respuesta, pero no habló más hasta que llegamos a la casa, una hermosa vivienda de dos plantas situada en un barrio cerrado, la madre salió a recibirlo y el gordito comenzó a chillar diciendo que yo no lo quería llevar a la casa de la amiguita, “no te enojes mi cielo, no te enojes, luego lo hablamos con tu padre”, -le dijo antes de mandarlo para adentro-. Luego se dirigió a mí:
- No le lleve el apunte, lo tenemos muy mimado, ya me dijo mi esposo que usted no es el chofer de la familia.
- Sólo estoy trabajando como Pasante en el Estudio, accedí a ir a buscar a su hijo y a ponerme a su disposición, pero a las dos de la tarde termina mi horario de trabajo.
- Usted me gusta, parece un chico serio, ¿no se anima a hacer también de chofer?, a mí me da miedo manejar.
- Animar me animo y necesito el trabajo, pero no sé qué dirá el Doctor, además está el tema del sueldo y los horarios porque yo quiero terminar la carrera.
- Por el Doctor no se preocupe, el Estudio es mío, él sólo está a cargo, hágame un favor, lléveme al club de tenis y le explico en el camino.
La Doctora tenía ganas de hablar, le caí muy bien y se despachó a gusto conmigo, era una hermosa mujer, algo delgada para mi gusto, pero la pollerita de tenis dejaba adivinar unas nalgas paradas y al acomodarse en el asiento delantero noté que no venía nada mal de tetas. Tenía unos cuarenta años, una hermosa sonrisa, ojos claros, cabello corto de un color rubio ceniza y era agradable para conversar. Allí me enteré que el Estudio completo le pertenecía, que el marido era una especie de Gerente General y su relación era apenas una formalidad.
Ella había dejado de concurrir a trabajar porque había perdido un caso muy famoso y había entrado en un período de dudas y depresión que llegaron a agravarse, “de vez en cuando me da de nuevo por ahí, pero ahora lo llevo mejor”, -me dijo sonriendo con algo de tristeza-. El caso es que cuando se bajó del auto me dijo que en la mañana trabajaría como Pasante en el Estudio y a partir del mediodía y hasta las seis de la tarde estaría a disposición de ella, “de mí nada más, no haga caso a las exigencias de mi hijo, ya le dije está muy mal criado y tampoco sé cómo hacerlo bien”, acotó dejando entrever que no había imagen ni presencia paterna-.
Ya había pasado una semana de eso y la relación con Agatha no mejoró, al contrario, se hizo más tensa pues yo gozaba de los beneficios de estar cerca de la Doctora y ella, según me enteré, sólo lograba algún “polvo” con el Doctor y a las perdidas porque su cariño se repartía con otras “figuritas decorativas”. El gordito Gabriel seguía tan asqueroso, creído y altanero como siempre, pero cuando me ordenaba algo me bastaba con decirle que le preguntara a la madre para que no insistiera. De hecho, el amiguito, Alex, no volvió a quedarse de a pie, mucho menos cuando me enteré que era el vecino de la casa de al lado y tenía una mamá “Barbie” muy simpática que se la pasaba sola en la casa hasta que el marido regresaba como a las diez de la noche.
En el Estudio no aprendía mucho y como chofer no tenía demasiadas exigencias, apenas unas tres veces la había llevado a la señora Alicia al club y a un té con amigas, eso sí, ya las charlas no fueron tan fluidas. Tenía mejores ingresos, tiempo para estudiar y mi libido comenzaba a estabilizarse, claro que, “dónde se caga no se come”, aunque eso es tan elástico…
El día en cuestión había recibido un reto de Elena, la Secretaria que me había atendido el primer día por un contrato sin terminar y a esa bronca se le sumó que Agatha me mandó con prepotencia a pagar la cuota del colegio de Gabriel. Ni siquiera saqué el auto, era preferible ir caminando y de paso me iría sacando la bronca que tenía encima con las rubias mal cogidas. Las calles eran angostas en esa parte de la ciudad y, a pocos metros, vi cuando dos mujeres muy bien puestas y arregladas bajaban del taxi y se aprestaban a entrar a un edificio de la zona.
El ruido fue espantoso, pareció taladrarme los oídos y alcé la vista para ver de dónde provenía, las dos mujeres se quedaron como petrificadas y pude observar que un balcón del segundo piso del edificio se desplomaba por completo arrastrando al del piso inferior. ¿Cómo hice?, no sé, actué por puro instinto, de dos saltos estuve junto a las mujeres y abarqué sus cinturas con mis brazos, giré con ellas llevándolas apretadas a mí y me estampé contra la pared del edificio absorbiendo con mi cuerpo todo el golpe contra ésta.
Previo a esto, un hierro o pedazo de mampostería me pegó en el hombro arrancándome un grito, pero las mujeres no sufrieron daños, parte de lo que se vino abajo pegó en el techo del auto del alquiler del que habían bajado y el resto se desparramó en el asfalto, la vereda y contra el frente de vidrio del edificio que estalló por el impacto. El dolor del hombro era tremendo e hizo que perdiera el sentido, fui abriendo los ojos de a poco al escuchar la voz de la anciana y sentí como que flotaba entre nubes.
- Ya está bien Gustavo, ya pasó, -me dijo la mujer acariciando mi cara-.
- ¿Cómo sabe mi nombre?, -atiné a preguntarle-.
- Recién me lo dijiste vos, nos acabás de salvar la vida a mí y a mi hija, vení, vámonos de aquí, esto se va a llenar de gente, -me dijo a la par que veía que la gente se acercaba y escuchaba los gritos del hombre que manejaba el taxi-.
- Pero, pero, -decía de forma incoherente, aunque no podía negarme a seguirlas-.
- Ya está, lo del hombro ya está, -le dijo la hija, de unos cincuenta años, mientras me apretaba en el lugar donde había sido golpeado-.
No me di cuenta de lo que pasaba, pero caminamos unos doscientos metros e ingresamos a una confitería, nos sentamos los tres en las sillas de una mesa que estaba frente a una ventana y se me quedaron mirando, pedimos té y café cortado para mí y apenas se retiró el camarero continuaron con el escrutinio sin agregar palabras y munidas de una calma que se podía cortar con tijeras. Lograron ponerme nervioso y les pregunté cómo se sentían, pues fue lo primero que se me ocurrió.
- Nosotras estamos bien y es gracias a ti, ambas estamos en deuda contigo, ¿cómo tuviste esa reacción tan rápida?, -dijo la mujer mayor y, aunque hablaban en español, no pude identificar su acento-.
- No lo sé, venía enojado del trabajo, posiblemente tensionado, escuché el ruido del balcón que se caía y las vi a ustedes allí paradas, salté, salió bien, pero ahora no sé cómo pagar esto, no traigo dinero encima.
- Jajaja, olvídate de eso, nosotras tenemos e invitamos, -acotó la mujer de menor edad-.
- Parecían a punto de entrar al edificio, pero ahora eso debe estar lleno de gente, se les arruinó la visita, -dije notando que era una pavada-.
- Eso no tiene importancia, íbamos a ver a alguien, pero ya debe haber partido, ¿puedes mover bien el brazo?, -preguntó y recién allí recordé el golpe que había sufrido-.
- Sí, -dije moviendo el brazo y el hombro-, es extraño, pensé que algo me había golpeado, de hecho, sentí un dolor muy fuerte, -expresé y, al mirarme en el vidrio de la ventana noté que la campera estaba rota en el lugar del golpe y había una mancha roja de sangre en la ropa-. Creo que me lastimé.
- Eso ya está solucionado, empleamos algo de magia y tu hombro ya se curó, pero nosotras debemos pagarte mejor la acción que tuviste, -agregó con seriedad la señora y la miré con algo de sorna-.
- Jajaja, sí, claro como si fueran brujas, jajaja, bueno, miren, a mí no tienen nada que pagarme, fue un accidente, nadie salió lastimado y que estén bien es suficiente regalo.
- Pues sucede que sí lo somos, de las milenarias y no nos preguntes la edad, eso nunca se le pregunta a una mujer, jajaja.
- Son terribles las dos, después del susto que pasamos todavía tienen ganas de bromas, pero está bien, ante una posible desgracia, lo mejor es poner buena onda y ahora, si no lo toman a mal, aunque ha sido un gusto conocerlas, me mandaron a hacer una diligencia y si no llego a tiempo voy a tener algún problema, -dije apurado porque me comenzaba a sentir extraño, inquieto-.
- Ahh, claro, la cuota del colegio, no te hagas problema nadie se pondrá mal por tu demora, ¿cuál sería tu mayor deseo?
- Jajaja, si es por desear tengo para hacer una larga lista, pero, ¿cómo sabe lo de la cuota del colegio?
- ¿Te parece producente mamá?, -le preguntó la hija mirándola seria-.
- Creo que ambas me están haciendo una broma y como no me gusta que se rían de mí, es mejor que me vaya yendo, -no pude hacerlo, un movimiento de la mano de la señora en el aire y me vi pegado a la silla y mirando como a mi alrededor todo parecía transcurrir en cámara lenta-.
- Quedate tranquilo Gustavo, no te pasará nada y en cuanto a eso que me decís, sí, estoy segura hija, me sobra demasiado Poder como para darme ese gusto y beneficiarlo a este chico, él se lo merece y no me parece mala persona.
- De eso yo también me di cuenta, pero tendrías que explicarle, que no será desear por desear y que sólo lo tendrá que utilizar con personas, no surte efecto si pide cosas materiales directas, ganar la lotería o tener un auto último modelo no será posible con sólo desearlo, tampoco para cambiar de aspecto.
- Tendrá que ir aprendiendo a medida que use la posibilidad de los deseos y su aspecto es muy agradable como para cambiarlo, jajaja.
- Insisto en que es un arma de doble filo, si pide uno o varios deseos a alguien y no lo deja cumplir, esa persona se irá auto destruyendo sola hasta perder la vida.
- Como si eso alguna vez nos hubiera importado, quien más, quien menos, terminará en un sólo lugar, que se vaya dando cuenta solo de cómo se puede beneficiar o como puede lastimar al otro, eso ya no es algo que nos competa y otorgarle un beneficio acotado no puedo hacerlo o es todo o no es nada.
- Tú decides, pero si no sabe usar el Poder puede hacerle mal a muchos.
- Ya lo sé, pero eso tampoco me importa, lo que importa es que nuestra deuda estaría pagada.
Yo las escuchaba hablar sin entender nada, seguía en mi nebulosa, lo único que podía hacer era revolear los ojos cuando una u otra hablaba, hasta el lugar parecía haber dejado de existir y sólo podía ver la mesa ante la que estábamos sentados. El terror me había ganado todo el cuerpo, estaba endurecido y peor fue cuando vi que con su uña se efectuaba dos tajos en forma de equis en la palma de una de sus manos y otros dos similares en mi propia palma para, seguidamente, unir las dos manos…
“No te alarmes, es por tu propio bien, el Poder que te otorgo pasará por medio de mi sangre y, cuando en las palmas cierren las heridas, tendrás un sinfín de posibilidades que vas a tener que utilizar con criterio”, -me decía con una voz dulce que me transportaba y penetraba en mi cabeza-. Tal como lo dijo, al cabo de un rato las heridas se cerraron y las palmas de las manos volvieron a estar igual que antes, pero yo sentía un fuego interior que parecía correr por todo mi cuerpo.
“Podrás pedirle a cada persona uno o miles de deseos y nada podrán negarte, recuerda que siempre el “deseo que…” deberá ir primero y renovarlo cada quince días si quieres que te respondan igual, caso contrario, se olvidarán de todo lo otorgado y la vida les seguirá igual, por favor, tratá de usarlo con criterio”, -expresó la mujer más joven. Luego de esto se levantaron de sus sillas y casi que podría afirmar que se desvanecieron en medio de un humo celeste claro que pareció impregnar el lugar.
No sé cuánto tiempo estuve allí, pero cuando tomé conciencia de que verdaderamente estaba sentado ante esa mesa de la confitería, me di cuenta que estaba solo allí y lo único que tenía enfrente era el pocillo de mi café. Lo llamé al camarero y le pregunté si había visto a las dos señoras que estaban conmigo, me miró raro y me preguntó: “¿Qué te pasa pibe, fumaste de la mala o te “picaste” con bicarbonato?, entraste hace cinco minutos, tomaste un cortado que pagaste antes y parecías ido, ¿te sentís bien?…
Salí del lugar sin contestarle al camarero y todavía confundido caminé hasta el edificio donde se habían caído los balcones, no pude llegar al lugar, el tránsito estaba interrumpido, se había formado un cordón policial y había un movimiento tremendo de bomberos, ambulancias, policías y gente que parecía de la Municipalidad. Por lo menos lo del balcón había sido cierto, recordé de inmediato que tenía que ir hasta el colegio y corrí pensando en que llegaría tarde para cumplir con el pago, el apuro fue injustificado, habían pasado sólo diez minutos del horario en que me esperaban.
La mujer que me tomó el pago me preguntó que me había sucedido, “parece que hubieras visto un fantasma, estás pálido”, -me dijo cuándo me senté a tratar de recuperarme de lo vivido, por más que supiera que era algo que me costaría mucho-. Contesté maquinalmente, “venía para acá y casi se me cae en la cabeza un balcón de un edificio, creo que algo me pegó en la espalda, no recuerdo mucho más”. La mujer se levantó, salió de atrás de su escritorio, miró mi espalda corriéndome la campera y salió corriendo de la oficina a buscar a alguien más…
“Mírelo Doctor, debe ser el chico que están buscando junto a las dos señoras que dijo el taxista que habían recibido el impacto de la mampostería”. El hombre canoso de unos cincuenta años y que vestía un guardapolvo blanco, me dijo que era el Médico de la escuela y me preguntó si me dolía algo, le contesté que no, pero me hizo pasar a su consultorio y me pidió que me sacara la ropa. “Es rarísimo”, -dijo-, “tenés la campera rota, la remera esta manchada de sangre, pero no tenés ninguna herida, apenas si hay una pequeña marca, te duele, a ver, mové el brazo”, -agregó-. No sentía ningún dolor, el brazo lo movía perfectamente y recordé la mano de la mujer apretándome el lugar del golpe, luego me pidió que me volviera a vestir.
La mujer del colegio me hizo sentar, me preparó un té y me pidió que lo tomara, “¡pobre chico, me imagino la impresión!”, -dijo alarmada-, “¿qué pasó con las mujeres?”, -preguntó-. Yo me quería ir, no estaba para contestar interrogatorios y seguramente en el Estudio ya estarían extrañados de mi tardanza. Ella no quería que me moviera del lugar, pedía que esperara y casi de inmediato entró el Abogado con Agatha, la Secretaria. Me fui con ellos en el auto y me volvieron loco a preguntas desde que salimos del colegio, lo más que les dije era que recordaba que me había ido a tomar un café para calmarme, de las mujeres ni “J”.
- Así no está en condiciones de conducir, no sería conveniente que vaya a buscar a su hijo, -opinó Agatha-.
- Tenés razón, ya que estoy en el baile voy a ir yo, vos llevalo hasta la casa y fijate si necesita algo, no quiero que por esto me termine haciendo una demanda, aunque yo no tengo nada que ver, ¿verdad Gustavo?, -preguntó-.
- No Doctor, no hay problemas, sucede que su mujer tenía que ir al club y me iba a esperar.
- Que se joda che, un día que falte no le va a hacer mal, bastante con que voy a buscar al incordio, -dijo cuándo estacionó al lado del auto que yo usaba siempre y que Agatha se aprestó a conducir-.
- Doctor, yo ya no regreso, tengo que arreglarme para la reunión de esta noche, -le dijo la Secretaria al Abogado y me imaginé que se trataría en esa reunión-.
“Vos no nos hacés ganar para sustos nene, mirá si el balcón se te caía encima”, -dijo con voz agria cuándo estacionamos frente al edificio en que tenía mi pequeño cubil-. Mi respuesta no se hizo esperar porque estaba podrido de las caras largas, “ustedes son de lo que no hay, lo único que les preocupa es si hay o no una demanda, ¿vos crees que me iba a poner porque quería debajo de esos balcones?” … “Bueno, bueno, menos impertinencia, bajá los humitos y agradece que te traje hasta tu casa, no te van a descontar el día y te dieron el resto libre”, -contestó de mal modo-.
Juro que lo que dije me salió desde muy adentro, ni siquiera pensé en las mujeres y/o en el supuesto Poder que me habían traspasado, la frase se me cruzó por la cabeza cuando vi el perfil del par de tetas de Agatha y pensé en el posible “polvo” que se echaría con el Abogado esa noche. “Sí, sí, tenés razón, te voy a hacer un monumento, pero ahora lo que deseo es que cambies la cara y entres en mi casa para echarnos unos buenos “polvos”, seguro que te van a gustar más que con el amante flaco que tenés”, me arrepentí en el acto de lo que había dicho, de pronto me vi despedido, pero…
Agatha giró la cabeza para mirarme después de estacionar junto al cordón de la vereda y me contestó, no, no fue precisamente la puteada que esperaba, su mirada se dulcificó como por encanto y preguntó si tenía cerveza, “vos me cogés bien cogida y después festejamos con una rica y fría cerveza, ¿te va?”. Ni que hubiese estado preparado, era la única bebida que tenía en el refrigerador, las cuatro latitas estaban allí desde hacía por lo menos dos semanas sólo las tenía porque aproveché una promoción, yo no era de mucho tomar cerveza.
Aun con todo el asombro que traté de disimular, le pregunté si no tendría problemas con el Doctor, “no, nada que ver, lo manejo como quiero, sólo me interesa porque me lleva a cenar a un lugar caro y después el “polvito” es apenas un vuelto”, contestó hablando como si dijera que tenía que ir a guardar un expediente al archivo.
Una vez que entramos al departamento se sacó la campera y la blusa que traía mientras movía las caderas para hacer que la pollera cayera junto a sus tobillos, yo sólo atiné a despojarme a los apurones de la campera y la remera. El conjunto de sostén de media copa y culotte quedaba como pintado en ese cuerpo de escándalo, admiré sus nalgas paradas y duras cuando levantó y acomodó sus ropas en el sillón individual y luego se giró hacia mí. “Espero que mi mercadería te agrade, nunca me había pasado de sentirme tan caliente con alguien”, -dijo acercándose para besarme comiéndome la boca-. Mi boca respondió y mis manos aferraron sus nalgas prietas, esto sólo y un pequeño apretón fueron suficientes para que su gemido se hiciera escuchar a pesar de las bocas soldadas.
Con los tacos puestos quedaba casi a mi altura y luego del beso que más que beso fue una batalla de lenguas, comenzó a bajar besando, primero mi cuello y luego mi pecho descubierto, mientras se acuclillaba y con una mano trataba de aflojarme el cinturón y con la otra apretaba mi miembro incómodo por la repentina erección. La ayudé con el pantalón y lo dejó caer para dedicarse al bóxer que fue bajando con lentitud, “¡madre de Dios!, ¡qué gruesa que es!, esta tarde se va a hacer sentir, nunca tuve nada parecido”, -dijo besando mi verga que parecía latir-. Besaba mi glande, pasaba la lengua para quedarse con el líquido pre eyaculatorio que parecía manar de mi tronco y se lo metía en la boca para que su lengua recorriera todo el contorno, “tragala toda, no me gustan sólo los besitos y lamiditas”, -le dije y fue como darle una orden que no pudo ni quiso discutir-.
Nunca había dado con ninguna a la que resultara fácil y para Agatha tampoco lo fue, tosía, le daban arcadas y me miraba con los ojos llorosos mientras su saliva espesa se deslizaba por su barbilla, pero no cejaba en su intento, hasta que mis manos en su cabeza ayudaron. Su nariz se clavó en mi pelvis por décimas de segundos y aflojé porque se desesperaba para poder respirar. Su saliva caía sobre sus tetas cuando la sacó de la boca, pero un pequeño toque en la cabeza la hizo volver a insistir, probó así por tres o cuatro veces y de pronto me estaba cogiendo la boca de Agatha a un buen ritmo que la ex agria y asquerosa Secretaria parecía asimilar con agrado. A esa edad y con semejante “monta” estaba como para “tres al hilo” y el primero no tardó en llegar cuando estaba instalado en el fondo de su garganta.
A ella también le gustó porque sus temblores no cesaban mientras tragaba con verdadero deleite y apretaba mis nalgas con sus dos manos. Ni una gota dejó escapar y luego de limpiarme la verga con su lengua, me miró para decirme: “Nunca me gustó tragarlo, pero hoy me pareció delicioso, tendremos que repetirlo en otro momento, aunque aún te faltan dos huecos más, ¿te va?”. Y dale con el “¿te va?”, yo le demostraría que me iba de maravillas y sus huecos quedarían más que contentos. Nos fuimos a la cama, ella por delante, totalmente desnuda, -ni vi cuando se sacó la ropa interior-, usando mi verga como asa y cuando llegó a ella se subió y se puso en cuatro sin yo pedírselo.
“¿Te gustaría meterla mientras me tocás el culito?”, -dijo con su voz sensual y alejada completamente de su rol ácido de hembra alfa que usaba en la oficina-. No le contesté, subí en la cama y arrodillado por detrás de sus caderas comencé a jugar pincelando los dos huecos con el glande endurecido mientras me deleitaba escuchando sus gemidos de goce por el tratamiento, su orgasmo nos sorprendió a los dos y sus temblores compulsivos por poco no me sacan del lugar. Eso me vino bien, su vagina empapada recibió el glande y no me detuve a pesar de sus grititos ahogados por la almohada y de la estrechez del conducto que parecía incentivarme. El quejido más agudo fue por el choque contra su útero y vi con beneplácito que sólo había quedado menos de un centímetro afuera, luego de esto comencé con el vaivén.
Mi tronco respiraba aliviado cuando lo sacaba y al volverlo a introducir parecía como que una mano lo apretaba, daba gusto entrar en esa conchita apretada, caliente, jugosa y receptiva, para más los quejidos, gemidos y pedidos de más de Agatha junto a sus temblores por sus orgasmos casi en serie convertían la cogida en algo espectacular. “No puede ser, no puedo parar, seguí, dame más, me quedo a vivir así”, -decía un tanto desencajada y haber terminado hacía un pequeño rato ayudaba a prolongar el placer que provocaba el rítmico meter y sacar.
Como fuere, ella misma había dicho, “todos los huecos” y yo no iba a defraudarla, además, como todo era a mi voluntad y deseos, la saqué de su conducto “natural” lubricado y empujé luego de colocar el glande en su asterisco semi dilatado. Ya no fue quejido, fue un grito prolongado que atemperé apoyando la mano en su cabeza y haciendo que hundiera su cara en la almohada. El émbolo no se detuvo sino hasta que chocaron las pieles, tampoco la dejé que se derrumbara sobre la cama y me moví sin esperar ningún acostumbramiento, “lo rompiste, lo rompiste, me duele mucho Gusti, por favor mi cielo”, -decía con un hilo de voz, pero yo no estaba para contemplar nada, además de cumplir con mis deseos Agatha estaba recibiendo un merecido castigo por haberme tratado mal desde que me conoció-.
- Jamás vuelvas a tratarme mal, seguirás tu vida normal, pero desde ahora deseo que goces esta rotura de culo y que seas mi amante dispuesta a lo que yo quiera, cuando yo quiera, sin olvidarte de regalarme lo que yo desee, por ejemplo, una campera nueva”, -le dije, total, sin resultaba me vería beneficiado-.
“Sí, sí, sí, serás mi macho, mi amo, lo que gustes, no te molestaré, pero seguí haciéndome la cola, me encanta que me cojas por ahí”, -expresó casi gritando y moviéndose como no esperaba-. Mi verga estaba muy apretada en su conducto y todo lo expresado había elevado mi libido a cotas altísimas, no daba para seguir aguantando y me metí lo más profundo que pude para llenarle las tripas de leche, Agatha se percató de esto y apuró su enésimo orgasmo para acabar junto conmigo, el resultado no pudo ser mejor, quedamos derrumbados uno encima del otro y mi verga seguía latiendo en su interior haciendo que gimiera satisfecha.
Me salí de ella apenas mi verga comenzaba a desinflarse, no me quería perder la imagen de su culo roto y dilatado y más literal imposible, el agujero se veía inmenso para lo que antes había sido y la leche se escapaba de él tomando un color rosado. “No me puedo ni mover”, -dijo y le puse debajo una remera usada que había sobre una silla para que no me manchara la cama-. “Desde hoy serás mi único hombre”, -expresó girando en la cama y mirando con cierta adoración-. Le expliqué que no, que siguiera con su vida, que nosotros aprovecharíamos lo que se pudiera y cuando se pudiera.
Habiéndome dado cuenta que lo del deseo funcionaba, ni en pedo me metería de novio o conformaría pareja con ninguna mujer, las posibilidades se me antojaban infinitas y sólo tendría que ir afilando las frases para usarlas según los momentos y con quien. Cogería con quien yo quisiera y trataría que ese Poder me sirviera para mis futuros fines, cada vez estaba más convencido de que no sólo mi entrepierna estaría contenta, mi bolsillo también gozaría de ese beneficio, pero, como tonto no era, entendía que todo debía ser llevado con calma y con inteligencia.
El baño junto con Agatha estuvo lleno de mimos y caricias, pero hasta ahí llegamos, luego de esto se cambió y se fue contenta y dispuesta a “aguantarse el manicito” como me dijo riendo refiriéndose al miembro del Abogado, la cerveza me la tuve que tomar yo sólo, mirando por la ventana y pensando en que ni siquiera había averiguado los nombres de las “supuestas brujas”, ahora más seguro que nunca de que existían, ni les había agradecido, aunque daba por descontado que ellas lo habían entendido.
Luego de la cerveza fui a mirar la remera y la campera que estaba usando en el momento del derrumbe de los balcones y comprobé que lo que me había dicho el Médico del colegio era cierto, la mancha de sangre era bastante grande y estaba rota al igual que la campera de cuero que me había regalado mi madre el invierno anterior. No sabía lo qué habría pasado allí ni que me había golpeado, lo que si sabía era el dolor que sentí, las manos de la mujer más joven y que mi espalda no tenía marca alguna. Esa noche cené liviano, ya comenzaría a comer mejor y me fui a dormir bastante cansado.
Me levanté renovado, desayuné un café con leche instantáneo con un par de tostadas con dulce y me fui para el Estudio. La primera a la que vi fue a Elena, sin cambiar la cara y los gestos ácidos y agrios de siempre, la rubia treintañera, me preguntó que me había pasado el día anterior con el tema de los balcones. “Casi se me caen encima de la cabeza, pero logré zafar, ahora deseo que me trates con buena onda y me cuentes todo de tu vida”, -le dije seguro de lo que pedía-. “Como gustes pimpollo, quedate un rato conmigo y vení a la cocina a tomar un café, yo te contesto todo lo que me preguntes”, -respondió a las mil maravillas y con una sonrisa de oreja a oreja, pero me fui a verla a Agatha dejándola con las ganas de hablar-. La Secretaria del Abogado me recibió con una sonrisa de oreja a oreja y le pregunté cómo había pasado la noche.
- Para la tarde no tengo palabras para definirla, pero la noche fue fantástica.
- Perdón, no lo entiendo, ¿la noche fue mejor?
- Claro porque suspendió la salida por no sé qué cosas de la casa y me vino bien para descansar y recuperarme, todavía me duele el culito, ¡ojo!, está más que feliz, pero algo dolorido, jajaja.
- Me alegro por vos, hay tragos amargos con flacos amargos que es preferible evitarlos en la medida de lo que se pueda, -dije mirándola sonreír y escuchando sonar el teléfono interno de su escritorio-.
- “Hola, sí, está conmigo, bueno, le pregunto al Doctor si no lo necesita para algo y si no te lo mando, chau”, era Elena está pidiendo que vayas a verla porque tiene que pasar un contrato o algo así, ¿qué le pasa a ésta?, está de lo más simpática.
- Habrá tenido una noche fantástica, vaya uno a saber, jajaja.
- ¿Elena?, no lo creo, a lo sumo con alguna “marimacho” nueva, según ella no conoce hombres, por lo que sé tuvo un desengaño con su última pareja y no quiere saber nada de sexo.
- ¿Es lesbiana?
- Recalcitrante, la única ventaja que tiene es que no es pesada ni buscona, por lo menos acá, si tiene alguna calentura con alguna de las mujeres jamás lo da a entender.
- Jajaja, me tengo que portar bien para cuidar el trabajo, pero es un lindo desafío.
- Jajaja, sos terrible, si te prueba va a comenzar a odiar a las mujeres, yo no soy celosa, pero no me dejes afuera, jajaja, ahh, dentro de un rato te traen tu campera nueva, espero que te guste, ese es mi primer regalo.
- Gracias cielo, la próxima vez tendré que esmerarme contigo.
- ¿Más todavía?, otra dosis similar y me muero, igual estaré esperando, jajaja.
Me fui a verla a Elena y la encontré bastante nerviosa, ciertamente alterada, “viniste Gustavo, viniste, no sabés cuanto te esperé, necesito hablar contigo y contarte de mí”, -me dijo con los ojos a punto de que se le saltaran las lágrimas-. Me sorprendió su forma de actuar y como en una nebulosa recordé algo que le había escuchado a la hija de la misteriosa señora más anciana, “si quien tiene que cumplir un deseo no puede hacerlo puede incluso perder la vida” y comencé a entender lo peligroso que era esto pues Elena parecía desencajada.
“Estaba acá al lado preciosa, vení, vamos a la cocina y me contás”, -le dije a la vez que notaba como sus rasgos se dulcificaban y se mostraba mejor y predispuesta-. Me preparó y sirvió un café cortado, me contó de su vida, vivía sola, tenía a su padre, pero mucho no se daba y por una mala experiencia con un hombre en el que creyó, aunque no llegó a intimar, se volcó a las mujeres, no era virgen, pero no conocía hombres y antes había tenido dos parejas que la engañaron. “Siento que puedo confiar en vos para todo, que sos distinto”, -me decía firmemente convencida-.
Yo la miraba y pensaba como tenía que hilvanar la frase para no perjudicarla, miraba su hermoso rostro, pero me interesaban más sus tetas que llenaban todo su pecho y las nalgas paradas, todo era más ampuloso que lo de Agatha, pero no podíamos llegar a hablar de gordura. Me daba cuenta que mis pensamientos estaban dominados por la cabeza de mi verga y me dio el pie. “Se está muy bien aquí a tu lado, desearía que pudiéramos ser amigos”, -dijo poniendo una mano en mi hombro-.
Lo dijo sin ninguna connotación sexual, era evidente que buscaba alguien en quien confiarse, pero yo nunca había entendido el tema de la amistad entre el hombre y la mujer y lo mío sí que pasaba por lo sexual, entonces le contesté, “hablando de deseos, yo deseo que me des un beso apasionado y que vayas esta noche a mi casa dispuesta y caliente para acostarte conmigo sin remilgos de ninguna naturaleza, además, que te conviertas en una amante esclava sin que vuelvan a existir las mujeres como prioridad”.
Elena me miró profundamente, se me acercó y se prendió a mi boca con desesperación, una de mis manos aferró su nalga y tuve que contenerme por el lugar, aunque mi verga estaba a mil y luego de que la obligara a separarse del beso, agregó: “Ya estoy ardiendo en deseos, ¿a qué hora te queda cómodo?, si querés cenar, yo compro la comida”. Era viernes, no iría a la Facultad y sería una noche muy movida, cada vez me gustaba más el tema del poder de decisión con los deseos.
Un rato después apareció un muchacho trayendo un paquete y resultó ser la campera que me había comprado Agatha, era una belleza, de cuero de calidad y seguramente había gastado un montón de dinero por ella. Claro que el pedido estaba a mi nombre y debí firmar el recibido, luego le agradecí a la Secretaria dándole unos ricos besos en el baño y llevándola al orgasmo con dedos y mamadas profundas a sus tetas pues sabía que eso la enloquecía. Me quedé caliente porque el llamado del Abogado interrumpió la mamada que se avecinaba.
El llamado era para mí, eran cerca de las diez de la mañana y tenía que llevar a la esposa a un Foro que se realizaba en una ONG, tenía algo que ver con el tema del Medio Ambiente. La fui a buscar a la casa y no bien la vi me di cuenta que hay mujeres que resultan sexis y de un nivel distinto, así su físico no sea exuberante, llevaba puesto un vestido de lanilla que parecía común, aunque yo sabía que no lo era, zapatos de taco medio y una campera corta de cuero, el maquillaje era sutil, pero llamaba a mirarla.
- Hoy está más bella que de costumbre Doctora, ¿va a algún desfile de modelos?
- No me endulces los oídos Gustavo, me veo horrible, tengo que ir a una reunión en la que van a hablar pavadas hasta la hora de la cena, le di franco a la cocinera y a la chica y vas a tener que hacerme un favor.
- Dígame, soy todo oídos, aunque, con todo respeto, me mantengo en lo que dije respecto a la belleza.
- Bueno, gracias, pero no te excedas. Tendrás que ocuparte de ir a buscarlo y mirarlo a Gabriel en casa, hay comida para los dos, sólo hay que calentarla en el horno, no lo sirvas ni dejes que te mande y si después quiere meterse en la pileta climatizada dejalo, pero vigílalo porque me da miedo que esté solo.
- Está bien, pero, ¿quién viene después de las seis de la tarde?
- Ya para esa hora estará de regreso la cocinera, apenas llegue le pasas las novedades y te vas tranquilo.
Hice todo lo que se esperaba y me quedé un rato esperando a que saliera Gabriel del colegio, apenas salieron los chicos los vi que se acercaban al auto, los dos vestían ropa de gimnasia y el gordito hablaba con Axel, pero el tono, más que imperativo era como si secretearan algo y por lógica, cuando entraron al auto ambos saludaron e hicieron silencio, se mantuvieron así en el viaje, algo que me pareció bastante sospechoso.
Cruzaban miradas de complicidad y, como estaba bastante intrigado, les pregunté que se traían entre manos, el que contestó fue Gabriel y utilizó su tono altanero de niño caprichoso y malcriado, “no preguntes porque no podemos decir nada, es secreto, vos manejá nomás”. No me hice ninguna película rara, pero ya estaba podrido de las salidas impertinentes del gordito y paré el auto al costado del camino.
- ¿Qué hacés?, ¿por qué te detenés?, seguí, seguí, -expresó levantando la voz y ordenando-.
- Me detengo porque tengo ganas y deseo que, a partir de ahora los dos me traten con sumisión y respeto, todo me lo pedirán por favor y, además, deseo que me cuenten todos sus secretos, en especial este de hoy, -lo dije esperando que el gordito cambiara sus modos conmigo y atento a escuchar los problemitas entre compañeritos y maestras, pero…-.
- Es el profesor de Educación Física, hoy me hizo tocarle la pija y dice que me quiere coger porque le encanta mi culito, -dijo Gabriel como si sus palabras sufrieran de incontinencia-.
- ¡¡¡¿Cómo es eso de que el profesor te quiere coger?!!!, -salté como leche hervida porque lo que menos esperaba era una respuesta similar-.
- Sí, eso que te dije, Axel le chupa la verga y se toma la leche, dice que todavía no lo puede coger porque no le entra, que mi culito le gusta más porque es más durito y paradito.
- A mí me hace doler cuando quiere meterlo, pero la leche me gusta y quiere que vayamos un día a la casa porque dice que tiene un líquido para que no duela, -dijo Axel que parecía desesperado por contar lo suyo-.
Jamás se me había pasado por la cabeza ni siquiera se me había ocurrido pensar en la posibilidad de embocar a un chico o de tener algún tipo de sexo con ellos, pero… quizás porque había quedado caliente con Agatha y/o por la nueva condición que tenía con este Poder otorgado, el caso es que imaginé a un tipo adulto tratando de penetrar el culito gordito y llenándole la boca de leche al menudito Axel y mi verga actuó como si tuviera vida propia. La erección fue casi instantánea y, lógicamente, quise averiguar más.
- Vamos a ver, hablen de a uno, Axel, ¿desde cuándo comenzaste con las mamadas?
- Hace como un mes, me dijo que me iba a hacer repetir de grado si no lo ayudaba, después me llevó a la oficina del gimnasio y se sacó la pija diciéndome que se la chupara para poder levantar las notas.
- ¿Te gustó hacerlo?
- Al principio no porque me daban ganas de vomitar y mucha tos, pero él me enseñó a respirar sólo por la nariz y ahora me entra toda en la boca y más me gusta cuando me deja tragar la leche.
- ¿No te la metió nunca en el culito?
- Yo quiero probar lo que se siente, pero una vez me metió la cabecita y me dolió mucho, no puede entrar más y se conforma con la mamada.
- ¿Qué pasó con vos Gabriel?
- La semana pasada me dijo lo mismo, que como soy gordito iba a repetir, pero que si lo ayudaba él me ayudaría a mí, también me llevó a la oficina y comenzó a darme besos y a apretarme la cola con las dos manos, me bajó los pantalones de gimnasia, me dio lamida en mi culito y a mí me gustó mucho porque me daban temblores y cosquillas en mi pito. Me dijo que me la iba a meter y como lo llamaron tuvo que dejar todo para hoy, pero no pudo porque Axel lo había mamado y tenía el pito flojo, eso sí, me tocó todo y se quedó con mis calzoncillos, ves, ves que no los tengo, -dijo bajándose el pantalón de deportes y mostrándome el culo gordito que, de inmediato, se me antojó apetecible-.
- ¿A vos también se te paró la pija?, me preguntó Axel cuando me moví para acomodármela en el pantalón-, ¿querés ver cómo te la chupo toda?
- Ahora no, pero deseo que desde ahora los dos sean mis putitos, sólo míos, van a guardar el secreto a full, ni entre ustedes lo van a hablar y tampoco se quejarán ni gritarán cuando yo me los coja, ni se negarán a cualquier cosa que les pida.
- ¿Ahora nos vas a coger?, -preguntó Gabriel con los ojitos brillantes de deseo-.
- No, ahora no, yo les avisaré y no podrán negarse, vamos para casa y olvídense del profesor de Educación Física.
Mi morbo estaba por las nubes cuando reanudé la marcha, la cabeza me caminaba a mil y entendí que el profesor debía hacer lo mismo con otros alumnos, pero yo lo curaría de espanto y lograría que me dijera todos los nombres sin necesidad de preguntarle a los chicos. Lo dejé a Axel en la casa, apenas si saludé a la madre y no dejé que bajara Gabriel del auto, “adónde vamos”, -preguntó intrigado cuando me vio salir de nuevo a la ruta-. “Vamos a solucionar el problema del profesor para que no los moleste más”, -le contesté y no dijo ni pio-.
El profesor, de unos cuarenta años y muy bien conservado físicamente, alto y musculoso, estaba en la Sala de Profesores esperando para ir a dar clases en el turno tarde, palideció cuando me vio con Gabriel, pero le dije al nene que se quedara esperando afuera de la Sala y me presenté ante él sin dar mi nombre, le dije que era el tutor, entonces, haciendo acopio de sangre fría, me pregunto que se me ofrecía y esperó mirándome sobrador…
- Estuve hablando con Gabriel y con Axel y sólo deseo que me dé anotados los nombres de los chicos a los que extorsiona para tener sexo con ellos, además que, apenas termine de anotarme todo eso renuncie a su puesto que se mande a mudar de esta ciudad y deseo que, si tiene hijos o pareja les cuente con lujo de detalles el motivo por el que tiene que irse huyendo de este lugar, -le dije alcanzándole un papel en blanco-.
El tipo perdió toda la compostura, pero no articuló palabra, se limitó a anotar en un papel los nombres y apellidos de los compañeritos de Gabriel, después recogió un bolso en que, seguramente, tenía sus cosas y salió del colegio por delante de nosotros sin siquiera saludarlo al gordito que lo miraba irse. Éste quedó intrigado con esto y me preguntó que me había dicho, “nada, no los va a volver a molestar, no aparecerá más por el colegio y ustedes y sus culitos serán solamente para mí”.
Mi verga estaba encabritada y me la acomodé como para poder sacarla con comodidad apenas me senté en el auto, “¿qué vamos a hacer ahora?”, -preguntó Gabriel intrigado-. “Vos vas a hacer todo lo que yo diga, subí la ventanilla para que no se vea desde afuera y sacate el pantalón de gimnasia, después me vas a chupar la verga, toda, hasta la garganta te la tenés que meter y acercate para que pueda tocarte el culito, no quiero escuchar un solo “pero””.
Bajar el cierre y sacar mi verga al aire no me costó tanto, el gordito abrió los ojos asombrados cuando vio lo que tenía que chupar, pero, como su rol de sumiso y su silencio era un deseo mío, no podría negarse a ello. El culito blanco y redondito me pareció tentador y se hizo un bollito acurrucándose para tomar mi verga con sus dedos, acercar su boca y dejar sus nalgas al alcance de mi mano. Manejé relativamente despacio disfrutando de la mamada incompleta que me hacía el gordito y no quise forzarlo, ya habría tiempo para eso, de hecho, él mismo forzaba su boca para poder contener todo el tronco y daba quejidos porque dos de mis dedos ensalivados querían meterse en su asterisco cerrado, ya lo había sentido gemir cuando apreté y acaricie esos dos montes hermosos que se me brindaban, pero no daba para forzar tampoco su culo, en la casa buscaría algo que sirviera de suficiente lubricante.
GUILLEOS1 – Continuará… Se agradecen comentarios y valoraciones.
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