El policía hetero (novio de mi mejor amiga) se emborrachó y me cogió en una fiesta
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por alej97.
Mi mejor amiga tiene un novio policía que siempre me había gustado.
Jamás se lo dije a ella por respeto.
Él tiene 33 años, y ella 24.
Él es bastante musculoso, pero no por ejercicio sino por su trabajo.
Tiene barba algo espesa y cara muy varonil, como de matón.
Ustedes saben que aquí en Venezuela esos bichos se les notan en la mirada que no tienen alma, y a mí, aparte de que su mirada me parecía de sádico, me daba morbo.
Él ni siquiera me hablaba, era muy poco, un saludo de vez en cuando y ya.
Supongo que era porque es medio homofóbico.
Pero el día de la fiesta de despedida de mi mejor amiga (puesto se iba del país) él se emborrachó y yo de zorra no aguanté y le correspondí.
Ah, si ven mis relatos anteriores verán mi descripción física.
Aquí él se llamará “Policía Ortiz”
El día de la fiesta comenzamos a tomar desde las 6 de la tarde, él llegó a las 11 y algo.
Cuando entró a la casa no pude evitar buceármelo: Tenía su uniforme, su pistola, su mejor cara de cansado y venía en moto.
Saludó a mi amiga con un beso y le apretó una nalga, cosa que me pareció erótico.
A mí me saludó con la cabeza.
Comenzó a beber pero enseguida mi amiga dice casi en voz alta:
— ¡No le den bebida a Ortiz! Miren que ese se pone pesado y confianzudo cuando toma.
A medida que la noche iba pasando, sus inhibiciones se iban desapareciendo.
Ya hasta me hablaba y todo y me preguntaba cosas del trabajo y así.
En un momento me dijo:
—Marico, que Angélica no se me acerque mucho porque ya estoy prendido y se va a arrechar y después no me da culo hoy.
• Prendido: pasado de tragos.
• Arrecharse: molestarse.
—Jajaja pero ¿por qué te preocupas por si te da culo o no si tú puedes tener a quien quieras? —dije, algo despreocupado.
Obvio le estaba lanzado puntas ya.
— ¿Ah, sí? ¿Tú dices? —me preguntó dándole un trago a la cerveza y viéndome de arriba abajo, o al menos eso me pareció.
—Obvio, solo tienes que pedir y ya.
Se rió y soltó de golpe el humo del cigarro que se estaba fumando.
Siguió la fiesta y muchos se fueron.
Sin embargo, quedamos como 15 o 20.
Angélica se sentía algo desganada y se acostó a dormir, no sin antes decirme:
— Cuídame a Ortiz, que yo no aguanto el sueño y no quiero estar cargando con él.
Obedecí sus órdenes.
Ortiz y los demás se emborracharon poco a poco.
Hasta ese punto donde los heteros comienzan a actuar como maricos para hacerse reír entre ellos, cosa que a mí no me molestaba, sino más bien disfrutaba.
En una de esas se pusieron a bailar, todo con todos y yo estaba sentado fumándome un cigarro y con una cerveza en la otra mano.
Ortiz se me acerca y me sorprende lo que dice:
— ¿Qué haces ahí? Vente, vamos a bailar.
Como bailaban todos con todos y no se vería raro que él y yo bailáramos juntos, acepté.
— Ya va, todavía me queda un poquito de cerveza.
—dije mostrándosela.
—Dame a mí —dijo abriendo un poco su boca, y eso me encendió.
Le di, y mientras bebía no dejaba de verme a los ojos.
Yo intenté deshacerme de esos pensamientos, porque pensé que estaba errado.
Pero cuando bailamos, la cosa se tornó distinta distintísima.
Todavía me quedaba un poquito de cigarro.
— Termínate de fumar esa vaina —dijo, y yo le ofrecí un poco y absorbió, el cigarro se acabó y comenzamos a bailar bien.
Estaba sonando un merengue y sus movimiento eran agiles.
Yo estaba un poco separado de él, pero me haló hacia sí y me habló en el oído.
— Tan lejos no, a mí me gusta pegadito para sentir el olor.
Me quedé paralizado y no respondí, pero él habló.
— Y hueles bien.
No, marico, esto ya estaba dicho.
Ningún hombre que se respete decía o hacía eso.
— Y también me lo estás recostando —dije, moviendo mis caderas hacia adelante señalándole el guebo.
— No voy a decir que no era a propósito.
— ¿Porque sí lo es?
No respondió y seguimos bailando por unos minutos.
Colocaba una mano en mi nuca y la otra en mi espalda, de modo que yo quedaba prisionero.
Terminó la canción y le dije que iba al baño.
Se ofreció a acompañarme.
No me negué.
Entré al baño y supuse que se quedaría fuera, pero entró.
No le dije nada.
Comencé a orinar y me interrumpieron sus palabras.
— ¿No te molesta que orine contigo, cierto? Total, somos machos meros machos, ¿no?
Le respondí riéndome.
Se sacó el guebo y fue inevitable vérselo.
Lo tenía grande, demasiado grande diría yo.
Era moreno y grueso, estaba un poco erecto, supuse que era por las ganas de orinar.
—Lo tienes grande para tu edad —dijo algo serio.
—Tú también —logré decir.
Después de lo que me pareció una eternidad, él rompió el silencio.
—Puedes agarrarlo si quieres.
No me atreví a mirarlo.
Pero obedecí.
Estiré mi mano un poco y se lo toqué.
De verdad era grueso.
Él soltó un suspiro.
Comencé a masturbarlo un poco y se le fue parando el guebo poco a poco.
De repente me quitó la mano de un golpe y se alejó diciendo:
—No mano, yo no soy pargo, mejor dejemos la vaina.
• Pargo: marico, gay.
Yo me asusté, después de todo él era policía, me podía dar un coñazo (golpe) en cualquier momento.
No contesté.
Él salió del baño y al minuto, yo.
Siguió pasando la noche, la fiesta, y poco a poco nos fuimos acostando.
Donde me acosté yo, era un cuarto con dos camas litera, es decir, había cuatro colchones.
Me acosté en uno de los de abajo e intenté dormir.
Al rato, al cuarto entraron unas nueve personas, entre ellas, Ortiz.
Buscaban donde dormir.
Nos acomodamos de manera que durmiéramos dos por colchón, y quedó uno por fuera, que durmió en un puf que había en la habitación.
¿Y adivinen quién fue mi acompañante? Sí, él.
Les juro que yo no decidí nada.
Incluso, yo sugerí que Danilo, otro chamo, durmiera conmigo, pero Ortiz se apresuró a lanzarse en mi colchón y se quedó allí, al final, todos intentaron dormir, pero yo obviamente no podía, con este hombre al lado.
Lo sentía tan cerca, tan grande, sentía su aliento, su respiración, los movimientos que hacía; todo.
Le pregunté que por qué no durmió con Angélica y me dijo que se molestaría con él si lo ve borracho.
—Pero no estás borracho, ¿o sí? —negó con la cabeza.
—Estoy consciente de todo lo que he hecho, lo que hago y lo que voy a hacer.
No contesté porque realmente no supe qué decir.
Él, como cosa rara, rompió el silencio en seguida.
—Duérmete gafo.
Quédate quieto.
Le hice caso, me di la vuelta y me dispuse a dormir.
Al cabo de lo que supuse, fueron horas, me despierto porque siento que me estaba abrazando, y de cierta manera, me sentía prisionero, tenía hasta una pierna montada encima de mí, y me estaba recostando el guebo, que se notaba estaba medio erecto.
Me sorprendió darme cuenta que ya no llevaba su ropa de policía sino que tenía puesto unos shorts cortos como tipo playeros, y estaba sin nada en el pecho.
Desafortunamente no sentía su piel porque yo sí estaba vestido completamente de franela manga larga y pantalón.
— ¿Estás despierto? —pregunté en voz baja.
—Sí.
¿Qué pasó? —respondió él.
—No, nada.
— ¿Estás incomodo? —me preguntó mientras me pasaba una mano por la pierna.
Eso me aceleró el corazón.
—No.
—Entonces quédate quieto.
Si quieres cambiarte la ropa me dices y te busco un short, algo para que estés más cómodo.
¿Quieres?
—Porfa.
Se levantó y me busco el short.
Me cambié rápido y me volví a acostar.
Guardé silencio por un rato y pasado unos segundos él me abrazó por detrás.
Obviamente eso me encendió, pero como él no decía nada, pues yo tampoco.
Decidí ser zorrita y comencé a moverme un poco hacia atrás, quedando justo a la altura de su guebo.
No tardó un segundo en él moverse también.
Enseguida me pasó una mano por debajo de mi cuello y me tuvo más cerca de él.
Yo estaba muy nervioso.
Ahí en el cuarto había más personas.
Podían despertase en cualquier momento y si veían que algo raro pasaba no tardarían en contárselo a Angélica.
Pero si él no tenía pudor, ¿por qué yo sí? Decidí dejarme hacer.
Y no tardó mucho en decidirse porque me puso la mano a la altura de la cadera y luego poco a poco llego hasta mi culo, el cual moví cuando sentí su mano.
Como se dio cuenta de que ya yo había cedido agarro la cobija que teníamos a los pies y nos arropó a ambos.
Enseguida comenzó a agarrarme sin pena y con más fuerza.
Yo preferí quedarme en silencio y no hablar.
Que hiciera lo que quisiera.
Me sorprendió cuando me bajó short de un coñazo y sin miedo.
Luego, el bóxer.
La escena me hizo que me pusiera a levantar más el culito y que fuera más zorrita: tenía un brazo debajo de mi cuello con el cual me lo apretaba y me dejaba sin respiración de raticos, haciéndome más prisionero, y con el otro brazo me apretaba las nalgas y me abría el culo hasta más no poder.
En un momento intentó meterme el dedo y me dolió un poco, y enseguida me silenció con un “Shhh” al oído.
Al principio me resistí, luego le rogaba que me hiciera su perra.
Todo iba muy rápido, tanto así, que no tardé diez segundos en sentir su guebo en mis nalgas.
Lo frené y le dije que si no tenía condón no.
El bicho me ignoró siguió en lo suyo, ya mi opinión no importaba, él haría lo que quisiera y ya.
Yo al principio ponía algo de resistencia, obvio, pero él sabía hacer tan bien su trabajo, que cuando yo más me resistía, se me acercaba al oído y me decía “¿qué pasa, bebé? ¿No quieres que te lo meta? Quédate tranquilito pues.
” Seguido de una chupada de oreja, cosa que me volvía loco loquito.
¿Cómo no iba a dejarme hace lo que él quisiera? Me preguntó si me iba a quedar tranquilo o no y le respondí asintiendo.
No había pasado tres minutos cuando ya sentía como se pasaba la mano por la boca para ensalivarme el culo.
Al minuto me estaba intentando meter el guebo.
Yo lo guié hasta la entrada, luego él me quitó la mano de donde la tenía.
Comenzó a meterme la punta y me dolió un poco, y antes de emitir algún gemido, me tapo la boca con una mano.
Le quité la mano y le dije que me dejara sacar la cabeza de la cobija.
Quién sabe quién nos podía estar viendo o algo.
Saqué la cabeza, y efectivamente, estaban todos dormidos.
Eran puros hombres lo que había en la habitación.
Ortiz comenzó a metérmelo y yo intenté no emitir sonido, pero era casi imposible.
Es que tenía el guebo grande y me dolía, pero cada vez que yo intentaba hacer algún sonido él me apretaba las nalgas fuertemente.
Entonces yo callaba.
Sentía como iba entrando el guebo de Ortiz en mi culo y mientras entraba, yo paraba más el culo, cosa que le encantaba.
Él me tapo con la cobija, y enseguida me tapo la boca.
No entendí porqué lo hacía hasta que me metió el guebo de coñazo y comprendí.
Me ardió hasta el alma.
—Ya bebé, ya va a pasar —Me decía al oído mientras a su vez me lo mordía.
Yo gemía pero él me calmaba chupándome la oreja y besándome el cuello.
Gran truco.
Comenzó a bombearme el culo lentamente y luego comenzó a darme más duro, hasta me asusté un poco porque pensé que nos escucharían.
Me asomé y nadie estaba viendo.
Comenzó a darme.
Y poco a poco empecé a ver el cielo.
Me tapé la cara y me empezó a besar y chupar el cuello mientras me lo metía.
Se sentía divino.
Luego me puso boca bajo y se montó encima de mí.
Con sus piernas apretó mis piernas y me bombeó un rato.
Así se sentía riquísimo.
Todo era raro, porque ambos estábamos en silencio porque había gente en el cuarto, pero algo me decía que él quería volverse loco y tratarme como perra.
Se me acercó al oído y me dijo que me pusiera en cuatro.
Yo obedecí.
En silencio, debajo de la sábana, Ortiz estaba dándome guebo del bueno.
De repente me agarro del cuello con las dos manos y me estaba ahorcando, al principio me excitó pero luego me estaba asfixiando.
Intenté zafarme pero me lo impidió, entonces me lancé hacia adelante quedando de nuevo boca bajo, cosa que no le importó porque se me encimó y me lo metió de golpe haciéndome soltar un leve pero audible “¡Ay!”.
Volvió a metérmelo por un rato y luego me pidió que lo cabalgara, cosa que acepté con toda tranquilidad.
Mientras me lo metía en esta posición podía ver su cara, sentir más su barba, verle a los ojos.
Era otro.
Su rostro había cambiado, ya no me veía normalmente sino que era como si solo fuese su instinto animal el que hablara mediante él.
Me agarró la cara con una mano, me apretó fuerte y luego me dio una cachetada mientras me taladraba con su guebo.
Eso no me lo esperaba pero yo ya no tenía voto, él decía por mí.
Con la misma mano, me acercó hacia su boca y me besó, pero no fue un beso sutil sino un beso de macho, varonil, de hombre de verdad.
No hubo en el beso nada de mariquismo, cosa que me excitó más.
Y mientras me besaba, me abría las nalgas con las dos manos y me cogía como una bestia.
En un momento me agarró del cuello y me hizo que lo abrazara más, se me acercó al oído y me habló:
—Te quiero acabar en el culito, ¿Cómo hacemos? —Me preguntó.
—Tú me puedes acabar donde quieras.
—Se rió y me contestó:
—Esoo, ¿Tanto te gusta que te den guebo?
Asentí.
—Así es que me gustan a mí, bien perritas que aguantes guebo.
Luego siguió dándome por un rato.
—Voy, voy, voy.
—Decía mientras me acababa y me mordía el cuello.
Me tomó por sorpresa lo que hizo: me lo sacó rápido y me empujo a un lado.
—Sabes que si hablas te ganas un lío
—Tranquilo Respondí.
Pasó la noche y cuando desperté quería una segunda tanda, pero me negué y no me dijo nada.
Al rato se pararon los demás y salimos a la sala, mientras nos tomábamos un café cada uno, veía a Ortiz, pero él supo hacer bien su papel porque me ignoró tanto que yo también hice de cuenta que no pasó nada.
¡Pero sí que había pasado algo!
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