El premio para el maestro.
Esta también es anécdota real, les cuento cómo una noche me animé a devolverle a mi hermano el favor de haberme enseñado a masturbarme, con lo que hallé una magífica fuente de placer..
El premio para el maestro.
Habían pasado como dos años, desde aquella noche en que mi hermano me había masturbado.
Ya tenía yo como 13 años.
Como he mencionado en otra anécdota, al empezar a producir semen, la voz me comenzó a cambiar a pesar de ser aún casi un niño. Pero ahora mi verga era madura, gruesa, peluda, lechera.
Su piel se había oscurecido un poco, ahora era color café y se marcaban las venas en el tronco.
Frecuentemente, cada que me la chaqueteaba, tenía presente en mi mente aquella noche inolvidable de mi entrenamiento; me servía de motivación para excitarme.
De algún modo, empecé a pensar que debía agradecer a mi hermano el que me hubiera enseñado a conocer aquel placer. Empecé a fantasear con volverlo a masturbar, pero ahora voluntaria y conscientemente. Algo así como darle un premio al maestro. Era lo menos que podía hacer para retribuirle que me hubiera hecho tan valiente. O sea, que gracias a su ayuda me jugara el pellejo todo el tiempo, jajaja.
Ya no dormíamos juntos pero sí en la misma habitación, ahora teníamos una camita individual cada quién entre las que quedaba un pequeño pasillito de un poco más de medio metro.
Por las noches, antes de dormirme, como ya era costumbre, me hacía cuando menos una chaqueta fantaseando con mi hermano.
Él frecuentemente llegaba tarde, así que cuando entraba a nuestro cuarto, regularmente yo estaba dormido y mis intenciones habían terminado normalmente en una rica paja.
En medio de mis fantasías, cubierto por las cobijas, me bajaba o me quitaba el calzón, me masturbaba rico y en la oscuridad al sentir que iba a acabar, me destapaba de improviso y me hacía de lado para aventar mi leche en el piso, fuera de la cama. Otras ocasiones sólo levantaba las cobijas sin quitármelas de encima y repegaba mi pito contra mi vientre para que los mecos saltaran sobre mi abdomen y pecho; terminaba de venirme y después de un suspiro profundo, me limpiaba con el calzón que me había quitado, lo hacía bola y lo metía bajo mi almohada. También acostumbraba recoger con los dedos el lechazo pegajoso y lo embarraba en la pared, donde poco a poco se fue formando una mancha de escurrimientos.
Así fue por muchas noches, hasta que en una ocasión, tomé la decisión de hacer mis fantasías realidad. Me costó mucho trabajo, en primera, no jalarme la verga con lo excitado que estaba y, en segundo lugar, aguantar despierto hasta que mi hermano llegó.
Finalmente escuché que entraba a la casa y poco después, se encendió la luz de nuestro cuarto. Yo fingía dormir.
Escuché cómo se desvestía en silencio, apagó la luz y enseguida oí el rechinar de su cama al acostarse. Como ya he relatado en otra anécdota, solíamos dormir sin pijama, sólo en calzones. Ahora había qué esperar un poco para echar a andar el plan.
No sé cuánto tiempo pasó, pero mientras yo luchaba para no dormirme, gradualmente el sonido de su respiración se fue haciendo más lento y profundo hasta que consideré que ya estaba bien dormido. Era el momento.
Me encueré y metí mi calzón bajo la almohada, hice a un lado las cobijas y me levanté de la cama. Me parecía que el latido de mi corazón se escuchaba por toda la casa y que incluso mis más leves movimientos provocaban ruido. Estuve a punto de abandonar el plan apenas comenzado. Pero seguí adelante.
La oscuridad era total. Muy despacio me acerqué a la cama de mi hermano, con las manos tanteé hasta tocarla y entonces me puse en cuclillas a su lado, a la altura de donde calculé que se hallaba su cadera.
Ahora podía percibir más claramente su respiración lenta, profunda, pausada y cálida. Era claro que dormía boca arriba.
Por mi parte, contenía la respiración para no despertarlo con su sonido, que a mí me parecía muy fuerte en el silencio nocturno.
Lentamente, moviéndome cada vez apenas unos cuantos centímetros, mientras con la mano izquierda me sujetaba levemente de la base de su cama, fui acercando mi mano derecha hacia sus cobijas buscando por dónde poder meterla.
Avanzaba un poco y me detenía, pensando que ya lo había despertado. Esperaba escuchar su respiración acompasada y avanzaba otro poco.
Así duré no sé cuánto, hasta que en efecto ya tenía mi mano debajo de sus cobijas y entonces continué el avance lento, precavido, hasta sentir su cuerpo con la punta de mis dedos.
Me dí cuenta que mis cálculos habían sido acertados, porque sentí la tela de su calzón.
Ahora venía lo más difícil, pero ya no podía detenerme.
Extremando en todo momento las precauciones, fui acercando más mi mano hasta colocarla muy lentamente sobre su bulto. Me movía un poco y me detenía cada vez, para comprobar que seguía durmiendo.
Ya tenía la mano sobre su pudendo, la dejé un momento allí para que se acostumbrar a mi peso y esperé otro momento. Me pareció que su respiración variaba, parecía que estaba despertando. Me llené de alarma, pero era ahora o nunca.
Lentamente subí mi mano un poco hacia donde estaba el resorte del calzón y al hallarlo, la metí suavemente. En mis dedos sentí la mullida alfombra de sus pelos. Dejé otro momento mi mano allí, tratando de interpretar sus reacciones. Avancé otro poco, buscando. Enseguida hallé su pitote. Lo sujeté y con delicadeza le bajé le pellejo.
Casi de inmediato empezó a ponerse duro.
La respiración profunda se había detenido, era claro que mi hermano había despertado y que además, no se oponía a mis caricias.
Con más confianza, metí la otra mano y utilizando ambas jalé su calzón hacia abajo, hacia sus piernas, para encuerarlo. Por su peso, sólo pude correrlo por debajo de sus nalgas, pero ahora tenía mucha más movilidad y en medio de la oscuridad, me dí gusto reconociendo su sexo.
Ya se le había parado completamente la verga, yo la sentía durísima, como aquella memorable primera vez; su grosor estaba bien proporcionado, me pareció que era ligeramente más larga y gruesa que la mía, incluso algo curva, como un plátano, pero aparentemente muy parecidas, al menos así la sentía. Sus pelos ensortijados estaban por todos lados, incluso en sus huevos redondos que palpé gustoso.
Así estuve unos minutos, acariciándole los pelos, los huevos, sujetando su verga al tiempo que le movía el pellejo y toqueteaba su cabeza. Empecé a mover rítmicamente el pellejo, iba a enseñarle que había aprendido bien a hacer una chaqueta. Aquél era el objetivo.
¡Qué rica sensación era empuñar aquella verga, qué agradable era menear el cuero! Y qué dura se sentía.
Sí, se sentía como la mía, se parecían mucho nuestras vergas hermanas, lindas y calientes.
Y justamente la calentura de Daniel me facilitó el trabajo. No fue demasiado el tiempo que invertí cuando la recompensa llegó. Sentí su venida y los mocos espesos saltaron con fuerza.
Detuve el jaloneo y con los dedos palpé sus lechazos, era riquísimo sentir el líquido tibio y espeso, su semilla masculina de adolescente derramada sobre su vientre y pecho gracias a mi ayuda.
Regresé a mi cama, contento de haber logrado la ordeña, saqué mi calzón de debajo de mi almohada, me limpié la mano y al tiempo que escuchaba cómo Daniel se tapaba son sus cobijas, yo sin cubrirme, de inmediato me tejí una exquisita paja, rápida y morbosa, como si fuera un mono. Muy pronto el gozo llegó a mi verga adolescente y me hice de lado para aventar mis escupidas al piso.
¡Qué ricura, qué ricura!
En breve me tapé y me dormí satisfecho.
Al despertar al día siguiente, ya mi hermano se había ido a sus actividades y no volvería hasta la noche. Yo estuve todo el día recordando el episodio nocturno y deseando que ya se oscureciera para repetirlo. En efecto así fue. Nuevamente esperé caliente y ansioso la llegada de mi hermano y la escena se repitió paso a paso.
Me encueré, me bajé de la cama, me acerqué a la suya, y de forma muy cuidadosa, lentamente, metí mi mano bajo sus cobijas hasta empezar a manosearlo. En completo silencio, sin decirnos nada, como si todo fuera un sueño, liberé su rica verga y comencé a chaqueteársela para agradecer de nueva cuenta sus lecciones masturbatorias.
Mi hermano recibía de buen grado lo que le hacía, pues esta vez, al momento de bajarle el calzón, levantó la cadera para facilitar la operación y que la prenda bajara mejor.
No sé bien a bien cómo finalmente me animé, pero la excitación de todo lo que estaba ocurriendo, la sensación tan sabrosa de poder acariciar libremente aquella verga, seguramente también la aceptación que percibía por parte de Daniel, me convencieron en ese momento que debía premiar sus enseñanzas con un plus.
No sé bien a bien cómo finalmente me animé, pero la excitación de todo lo que estaba ocurriendo, la sensación tan sabrosa de poder acariciar libremente aquella verga, seguramente también la aceptación que percibía por parte de Daniel, me convencieron en ese momento que debía premiar sus enseñanzas con un plus.
Lleno de audacia, levanté sus cobijas y metí mi cabeza. Sin pensarlo dos veces, acerqué mi boca a su verga y me la metí. ¡Fue grandioso!
Qué magnífica sensación la de poder mamar aquella verga. Su tamaño, su sabor, su textura, su aroma, todo me encantó.
Instintivamente, chupé la cabeza al tiempo que le pasaba la lengua para sentir sus pequeños labios, el frenillo y la base, en la que percibí una especie de delicada rugosidad, igual que la mía. Retiré mi mano y chupé y lamí toda la verga, pelándosela ahora con mi boca como antes lo estaba haciendo con la mano. Luego bajé un poco y lamí sus huevos redondos y apretados.
Si aquello me estaba dando tanto placer, seguramente Daniel estaba en las nubes.
Así estuve un buen rato, mamando la verga de mi hermano y alternando con caricias manuales de una manera que seguramente ninguna de sus novias lo había hecho jamás.
Cuando me metía la verga en la boca y le bajaba el pellejo con los labios, él empezaba a moverse, tratando de metérmela más profundamente, como si quisiera coger, o sea que su calentura era incontenible.
Entonces, también por instinto, me di cuenta que había que aplicar caricias más firmes y constantes; con las mamadas que le había dado estaba muy bien humedecida, pero de todos modos, me la metí de nuevo en la boca y se la ensalivé, se la agarré y ya sin detenerme, empecé a chaqueteársela con fuerza, sintiendo su dureza, moviéndole el pellejo rítmicamente, imaginándome que era mi propia verga la que recibía la terapia.
En el silencio de nuestra recámara, solamente se oía el ruido suave y parejo del chaqueteo.
Al poco rato, percibí el premio. Su verga pareció endurecerse un poco más si fuera posible y también aparentó moverse por sí misma en mi mano, al tiempo que Daniel ahogaba un quejido y brotaban los mecos tibios en varios escupitajos.
Bajé lentamente la velocidad de mi mano hasta detenerme por completo, jalé un poco el pellejo hacia arriba, como queriendo exprimir aquel riquísimo camote y lo solté, para enseguida palpar el vientre, abdomen y pecho en busca de la leche recién ordeñada.
Acababa de urdir, sobre la marcha un nuevo experimento.
Junté la leche de mi hermano en mis dedos y me embadurné con ella la cabeza de la verga. Sus mecos serían mi lubricante en lugar de mi saliva.
Me aparté de la cama de Daniel y me hice mi propia chaqueta. Noté que el semen se secaba más ponto que la saliva, pero toda la excitación provocó que no tuviera que invertir mucho tiempo en mi masturbación. Después de pocos jalones, yo también me vine en un delicioso orgasmo de varios chorros de mecos, que disparé hacia el suelo.
Aquello había sido espectacular.
Debilitado, me subí a mi cama y me tapé con las cobijas mientras oía cómo mi hermano también se cubría.
Casi de inmediato me dormí y, aunque no recuerdo que soñé aquella noche, es claro que de nuevo hice un sueño realidad gracias a un poco de valor.
que rica historia, ojalá tengas mas experiencias con tu hermano que puedas relatar.
Sí tengo, ya agregué más y subiré otras. Espero que te sirvan para hacerte sabrosas chaquetas.