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Fantasías / Parodias, Gays

El prostibulo infantil, continuación. Gabrielito el prodigio

El cliente del prostíbulo decide que su sesión será con el pequeño prostituto Gabriel . Una mezcla única entre ternura y sensualidad..
Cumpliendo mi promesa, he traído ante ustedes la continuación de la historia anterior en la que los comentarios decidirían al protagonista de esta historia. Agradezco a todos los que votaron y ojalá que lo disfruten. Aquí ve el relato:

«La elección es difícil,» murmuró el proxeneta con la sonrisa en la cara. Yo, inexperto en aquel negocio, me sentía abrumado por la cantidad de opciones que se me presentaron. Niños de todos los tamaños, colores y edades, cada uno con un aura de inocencia que me hacía temblar el corazón.

Sin embargo, la ternura era lo que más me atraía. Así que, con la mente alborotada lor las opciones que me ofrecía la pantalla del tablet, dije: «Elijo a Gabrielito». El proxeneta asintió lentamente, su sonrisa y me guió a una habitación.

La habitacion estaba pensada en la temática del lugar. La decoración era la de la habitación de un niño, colores pastel y dibujos en las paredes, la cama tenía un plumón de dinosaurios y se encontraba pegada a una pared con un afuche de bluey.

Gabrielito entro a la habitación y su sonrisa se agigantó al verme. Sus ojos brillaron al verme y se acercó a mi. «¡Noche de juego!», dijo el proxeneta, cerrando la puerta detras de si con un portazo. El niño era mas lindo en carne y hueso de lo que me imaginaba, su piel suave, su cabello lacio y brillante, y su inocente sonrisa era la mas hermosa que jamas hubiera podido imaginar.

El niño a pasos cortos y algo torpes, se acercó a mi con la curiosidad de un cachorro. Sus ojiltos apuntaban a mis pantalones y no pude evitar sentirme un poquito avergonzado por la obvia erección que traía. El proxeneta sonreía al verme «Puede estar todo el tiempo que quiera. Se permite de todo, excepto lastimarlo, por supuesto. Recuerde que a esa edad, la penetración anal puede causar desgarros y dolor extremo, por lo que tampoco está permitids» Dicho eso, me dio la espalda y salió de la habitación.

Gabrielito no dijo nada, solo me miraba con ojos brillando de emoción. La habitación se llenó de un silencio incómodo por un instante, y la tensión se palpó. No sabía por dónde empezar. «¡Paleta!», dijo de repente el niño, apuntando a mi miembro que sobresalía de mi pantalón. Me sonrojé, y decidí que era el momento de comenzar.

Levanté al niño y lo senté en la cama, su pura inocencia me hacía sentir cada vez mas excitado. «¿Te gustan los juegos?» Le pregunté. El asintió con la inocente sonrisa que ya era mi debilidad. Comencé a desvestirme lentamente, mostrando mi miembro que ya se enrojecía por la excitación.

Gabrielito me miraba con ojos ansiosos, su manita se acercó tímidamente a tocar mi pene. La sensación de su tacto suave fue indescriptible. Comencé a acariciar suave su cabecita, mientras él jugaba con mi verga como si fuera un juguete cualquiera y reía. Estaba claro que a pesar de su corta edad, no era su primera vez.

El niño estaba vestido con un pijama de Mickey Mouse que además de emanar ternura, se sentía absolutamente sensual para mi pedofila mente. Deslizando mi dedo por su mejilla, sentí su piel suave y calida. «¡Quiero beso!», dijo con un tono que me heló la sangre.

No tuve problema en concederle el deseo al niño y llevé mi boca a la suya, dando inicio a un beso suave y cariñoso. Sus labios se movieron contra los míos con la ingenuidad que solo la infancia posee, y sentí mi excitación crecer aun más. A diferencia de las otras veces que había besado a niños pequeños, los besos de Gabrielito no tenían la torpeza de la inexperiencia, sino que parecía saber exactamente lo que hacía.

El éxtasis en el que me sentía besando al angelito era indescriptible. Su boquita era tierna y su aliento dulce. Con la excitaciòn en el aire, lo tumbé en la cama, y le saqué su pijama. No le habían puesto ropa interior por lo que apareció inmediatamente esa pepita perfecta.

Mi miembro ya no podía resistir mas, y sin perder la ternura del beso, comencé a bajar por su cuello, besando cada centímetro de su piel. Sentí su corazón latir acelerado, su respiración se agitó. Con la punta de mi nariz, acaricié su pecho desnudo, y sus pezones se pusieron duros. El niño se reía, sin darse cuenta que su risa me excitaba aun mas.

Llegando a su estomago, pude ver que se tensaba cada vez mas. Con la punta de mi dedo, dibujé círculos en la piel delicada de su estómago, haciendole reir y saltar. Sus piernecitas se abrieron ligeramentes, ofreciendome la mas preciada de las vistas: su minúsculo anito.

Con la punta de mi nariz, acaricié el pliegue de la piel que ocultaba sus partes mas privadas. Su respiración se aceleró, sus ojos se cerraron. «¿Te gustan las cosquillas, Gabriel?» le susurré, saboreando cada instante de la escena. El asintió, y yo continué mi recorrido con la punta de mi nariz, acercandome cada vez mas a su tesoro.

Mis labios se posaron en su entrepierna finalmente, y le lamí suave, rodeando la base de su miembrito que aun nl era capaz de endurece. Su piel se erizó, y su risa se tornó en un suspiro. Con cuidado, tomé su miembrito en mi boca, y lo acaricié con mi lengua. Se sentía como un caramelito, suave y dulce amcon una textura suave de una piel recién estrenada. El niño jadeó, suavemente, su inocente sonrisa se desvaneció, y sus ojos se abrieron en un gesto de sorpresa placentera.

Con delicadeza, le hice un beso en la punta. Se nltaba que lo tenían bien preparado. El gesto lo puso ansioso, su respiración se agitó. No podía creer que estaba ahí, con un pequeño de apenas 2 años que se comportaba como el más experto amante.

Empecé a chupar suavemente su miembrito, haciendole saber que iba a ser una experiencia maravillosa. Sus manos se agarraron a las sábanas, y sus piernas se tensaron pero aún así reía con inocencia. ¡»Me gustan las cosquillitas, me gustan las cosquillitas!», decía en un tono que me hacía en el cielo.

Mis manos se movian por su pancita, acariciando suavemnte su piel. El sonido de mi boca chupando su miembrito se escuchaba en la habitación, y mi propia excitaciòn no podía ser mas evidente. Comencé a masturbarme despacio, sin quitar la atenciòn de su rostro que se contorsionaba en un gesto de placer.

Hasta que decidí que era suficiente y era momento de probar otra delicia. Posé mi mano derecha en el centro de sus nalgas y las separé con suavidad. Su anito se mostró a mi, rosado y brillante. Tan limpio que no pude evitar pensar en el excelente servicio que me estaban dando.

Empecé a lamerle el anito, y sentí que su respiración se entrecortaba. Sabía a gloria, a la pureza que solo la inocnedia del infantiilismo posee. El niño se retorcía en la cama, su risa se volvía mas aguda, mas sexy. Hasta me aventuré introduciendo la punta de la lengua en su entrada, que se contrajo con un gemido.

Mis dedos se acercaron a su miembrito y empecé a masturbarlo delicada y suavemente. El bebito se quejó, suavemnte, y se movió contra mi boca, buscando mas presion. Era tanta la calentura que mi miembro me empezó a rogar.

Fue así que hice que se acuesta de lado y me puse en forma de cucharita con sus nalgas a la altura de mi verga. Comencé a frotar mi miembro contra su anito, el contacto fue eléctrico, su calor me hacía delirar. El bebé no paraba de reír y se movía, lo que solo me emocionó mas. «Paleta de grande en el culito» decía el niño con inocente jovialidad.

La tentación de penetrarlo era demasiafa, pero hacerlo llorar era algo que no me podía permitir y tampoco quería meterme en problemas Sin embargo, la decepción se me fue rápido cuando el mismo niño se movía intentando salir de mi brazo que lo envolvía, y al oermitirle eso, se arrastró a la punta de mi miembro como si estuviera frente a su regalo de navidad y empezó a lamer como si fuera la paleta más sabrosa del mundo.

Su boca, calida y mojada, se movia por mi pene. Con cada lamida, me acercaba al orgasmo, pero hacía todo lo posible para durar más. El placer era indescribible. Si boca no llegaba hasta más que la cabeza de mi pene, pero de todos modos nunca lo había sentido tan estimulado.

De repente, el niño se detuvo y me miro con ojos que brillaron por la emoción. «Le gusto» Me dijo con la inocente sonrisa que ya me era tan familiar. No pude evitar reírme un poquito, su sinceridadd me parecía la mas adorable de las cosas y eraonque le daba un toque unico a esta escena tan sensual y erótica.

Acaricié su cabello lacio y lo alenté a que continuara. Con la punta de la nariz, lo empuje de nuevo a mi miembro, y el inmediatamenteseguia con sus lametones. Su habilidada era impresionante. Suave y rítmica, su boca se movía en cada centímetro de mi pene, creando un ciclo de placer que se acercaba al clímax.

Mi mente se nublaba por la excitaciòn. Nunca me hubiera imaginado que la inocnte boca de un angelito pudieran hacerme sentir de tal manera. «Sigue, mi tesorito», susurré, y el bebé, con un sonrisilla maliciosa, intensificó la velocidad.

Mis gemidos se entremezclaron con la risa del niño, cada lamida de su boca era una explosión de placer. No era la torpeza de mi sobrino de 5 años cuando comencé a darle a probar. Era una destreza que superaba a la de muchas adultos y adolescentes que me habían hecho eso.

«Mhh…Mhhh…» Gemía yo, cada lamida de su boquita era la gota que colmaba el vaso. Con cada pasada de su dulce boca, mi resistencia se iba desvaneciendo y la sensibilidadd de mi miembrito no podia resistir mas.

Sentí que lancé el chorro más grande desde mi adolescencia, el semen salía a borbotones y cada gota aterrizaba en la garganta del niño, que tragó con la naturalidad de alguien que se acostumbró a ello, a diferencia de otros niños que se asquean y se asustan com eso. «Lechita de grande,» dijo con la boca llena de mi semen.

Su cara se iluminó de emoción, y su risita se volvió mas aguda. «¿Te gustó?» le pregunté con la respiración entrecortada. Asintió, y se sentó en la cama, sonriendo con la boca abierta. Aún se le veían rastros de mi semilla en sus labios. Gabriel se tocaba la entrepierna mientras se reia jugueteando con su lengua atrapando cada resto que quería tragar.

Al ver como se tocaba, supe que tenía que recompensarlo por tan buen servicio. Con mi propia saliba, comencé a masajear suave su miembrito, que ya se movía por si solo. Sus ojos se cerraron y se arqueó de placer.

«¿Te gustan las caricias?» Le susurré al oido, y el asintió. «¿Quieres que te haga sentir aun mas cosquillias?»

«¡Orgasmo!» Grito con entusiasmo, mientras yo quedé algo impactado al escuchar una palabra así salir de la boca de un angelito de dos. Acariciando su miembrito, la pepita se movía al ritmo de mis dedos. Su carita se ponía cada vez mas roja y se veia que su excitacón se iba acumulando.

Su respiración se volvía jadeos, y su rostro se retorcía en una mueca que me dejo sin aliento. «Más… Más…», susurró en un tono que me decía que ya no podía resistir. Acelerando el ritmo, su miembrito se movía como un ocho con cada caricias de mis dedos.

De repente, su cuerpo se tensó, y una mueca de placer se dibujó en su rostro. Su sonrisa se ensanchó, y su miembrito se puso duro. Su orgasmo seco fue tan intenso que pudo ser el de un adulto. Su carita se enrojeció y se retorcía en la cama, y sus manos se aferraron a mis brazos, sus uñas se hundieran en mi piel.

Al finalizar, su respiración se normalizó y su miembrito se relajó. Con delicadeza, lo acosté boca abajo y me recosté detrás de él, acurrucando su caluroso y suave cuerpo contra el mío. El cansancio se apoderó de los dos, y pronto sus respiraciones se hicieron profundas y lentas, indicando que se había dormido.

El relajo fue tal que, sin darme cuenta, mis ojos se cerraron y me sumergí en un sueño profundo. Desperte por el sonido del proxeneta que abria la puetra de la habitaciòn, despertando a Gabriel, tomando su cuerpecito desnudo y acunando suavemnte. El niño abria sus ojos desorbitados, se sentía cansado por la emocion que habia pasado.

«¿Cómo estás, mi niño?» Le dijo con ternura el proxeneta, y Gabriel respondió con una sonrisa de oreja a oreja. «Fue divertidisimo. Graciasss por la lechita», dijo el niño con la boca llena de mi semen aun. El proxeneta rió.

«Sabía que te iba a encantar. Es un verdadero talentito, este,» comentó el proxeneta, limpiando la cara del niño con un paño suave. «¿Te gustó la experiencia?» Me miraba con la curiosidadd que solo se ve en la cara de alguien que quiere que te sientas a gusto.

«Fue increíble. No hay nada que me haya gustado más en mi vida,» respondí, aun sin creérmelo. La inocnte sonrisa de Gabriel me miraba fijamente, sin comprender realmene lo que hablaba. «Este niño es un prodigio,» le comenté al proxeneta. «Nunca había sentido algo así.»

«Gabrielito ha sido estrenado desde bebé,» dijo el proxeneta con una sonrisa orgullosa. «Es uno de los favoritos de nuestros clientes. Siempre sabe dar lo que se le pide.»

Yo lo miraba deslumbrado. «¿De verdad? Es impresionante. No sé si podré resistir la tentación de volver por más.»

«Sea siempre bienvenido,, y no olvide que si quiere probar de otros sabores, tememos a sus disposicion un amplio menú,» dijo el proxeneta, limpiando al angel con cuidado. «¿Te gustaria que te acompañe a la salida? Dile adios al señor, Gabriel.»

«Adios señor de lechita,» dijo Gabriel con su dulce y despreocupada sonrisa. Ambos nos reímos del apodo que me dió el angelito. El proxeneta me acompañó a la salida del local, charlamos acera de la vida y la gente que allí frecuentaba. Me contó acera de las historias de cada uno de los niños. Cada uno con su propia personalidadd y preferencis. Le prometí recomendar el servicio a mis amigos igual de degenerados que yo y me fui sabiendo que más temprano que tarde iba a volver por más.

tl: p0588s

Session: 0558c8b946b79e800ef88d772e3fd53b383f5ab59d1a4d122155ebc4ad012a7a11

228 Lecturas/25 septiembre, 2025/0 Comentarios/por pisofshet
Etiquetas: amigos, anal, culito, metro, navidad, orgasmo, semen, sobrino
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