El Rancho III: Kichiro, el niño de seda
Tercer capítulo de este recóndito edén, el cual oculta tras sus muros y árboles los más deliciosos y exquisitos de los placeres prohibidos.
Capítulo 1 https://sexosintabues30.com/relatos-eroticos/gays/el-rancho/
Capítulo 2 https://sexosintabues30.com/relatos-eroticos/gays/el-rancho-ii-los-ninos-del-genesis/
Ingerí la pastilla azul que me había dejado el Regente con una rapidez inusitada, pues la exuberante belleza del niño oriental que esperaba por el inicio del rodaje me había hecho hervir la sangre como si no hubiese disfrutado del sexo en muchísimo tiempo. Parecía poco cierto que sólo un par de horas atrás disfrutaba de la gentil cópula de los niños del génesis, en donde entre filmación y las embestidas privadas junto al pequeño Ivaylo había eyaculado al menos unas seis veces, todas y cada una de ellas con la misma proporción de chorros abundantes, atribuibles sin duda alguna al secreto fármaco que previamente había digerido. En un tiempo récord de veinte minutos, sentía mis testículos cargados de leche, y mi verga con unas ganas tremendas de penetrar, por lo que tras haber sucumbido al sabroso bocado que por desayuno me habían hecho llegar, tomé el auricular, digité “0”, y me dispuse para con mi patrón a la reanudación de mis funciones de impensado actor pornográfico.
El Regente, cordial y sonriente como le era habitual, aguardaba por mí en las afueras de la casona, me saludó de palmazo al hombro, y nos dirigimos caminando hacia las instalaciones de la siguiente toma.
-Bueno, la siguiente filmación se realizará aquí mismo, pero en la piscina del otro lado- indicó el Regente- usted sabe que piletas y piscinas hay muchas en estas tierras, como también otras sorpresas que con el transcurso de los días irá descubriendo.
-Sí, éste es un lugar increíble- le contesté.
-Si lo dice por los chicos, pues ya lo creo, aunque me ufanaría más saber que la referencia dice relación con estas dependencias que yo mismo me ocupé en diseñar- respondió.
-Por todo Regente, creo que jamás en la vida encontraré explicación lógica para saber cómo fue que terminé en tan magnífico lugar- agregué.
-La suerte de pocos amigo mío, más bien, la de los elegidos- rió divertido- Mire, ya están terminando la sesión de fotos con Kichiro.
El muchacho, que vestía únicamente un diminuto y apretado speedo negro, emulaba una de sus últimas poses sobre un inflable transparente, de esos que los niños usan para bañarse en las piscinas, pero que visto desde otras perspectivas, sugería un grato lecho para el sexo, entre otros usos. La profesionalidad del fotógrafo era increíble, pues el arco que formaba el cuerpo de Kichiro en cuatro y mirando hacia arriba no resultaba indiferente a nadie, menos al staff técnico en donde más de alguno de sus integrantes sobaba fugazmente su verga por sobre el pantalón para calmar el apetito. Concluida la sesión, el chico vistió una bata de seda púrpura con tintes negros, que le cubría únicamente hasta sus muslos, y se desprendió de su tanga, mientras bebía un jugo para refrescar la sed que seguramente le había generado la extensa sesión fotográfica.
Noté que al costado de la piscina, a pasos de la transparente cama inflable, habían instalado una tarima de dos niveles, de aquellas que ocupan los músicos en sus conciertos. “Extraño lugar para coger” pensé para mí, pues prefería el inflable, y como si el Regente adivinara todos y cada uno de mis pensamientos, se adelantó en contestar mis dudas:
-Músicos- exclamó- extraños, introvertidos y con muchísima, pero muchísima imaginación óigame bien. El filme que produciremos el día de hoy deberá hacerse en una sola toma ininterrumpida, por lo que cualquier error o distracción nos costará una jornada de trabajo y tiempo perdido, ¿me va comprendiendo?
-Algo, más o menos- le sinceré.
-Sí, ya lo creo, le explico mejor: un famoso músico alemán nos ha encargado este peculiar trabajo, el cual no deberá exceder de veinte minutos de acuerdo a lo exigido por él mismo. La cópula se ejecutará al son de la pieza musical “Air” de Juan Sebastián Bach, ¿la conoce?, y deberá concluir exactamente dentro de dicho tiempo, por lo que no puede adelantar, ni mucho menos dilatar la acabada, ¿me ha comprendido?- preguntó el Regente.
– No del todo- le contesté – ¿Y de dónde se supone que se reproducirá tal música?- le pregunté.
-Pues desde ahí- respondió mirando hacia la tarima.
Un grupo de al menos treinta músicos, compuesto por niños y adolescentes, tomaron posesión del estrado en las sillas que previamente habían dispuesto para ellos, vestían de pantalón oscuro, impecables camisas blancas, y una corbata de moño verde escarlata. Muchos de ellos de rubias cabelleras, otros caucásicos, otros de oscuros cabellos, todos igualmente hermosos, comenzaban el proceso de afinado de violines, cellos, contrabajos y arpas, sin otra preocupación alguna que depurar sus instrumentos y seguir la instrucción de su director. Miré al Regente, y le pregunté algo inquieto:
-¿Lo haremos con todos esos músicos al lado nuestro?-
-Pues sí, la verdad es que sí, y le advierto otra cosa: los camarógrafos trabajarán algunos planos bastante cerca, por lo que le pediré concentración absoluta- aclaró-. Kichiro ha viajado desde Japón once horas sólo para ésta filmación, y al revisar el video que usted grabó junto a los chicos el día de ayer, manifestó su conformidad para trabajar con usted, ¿podrá con ello?- preguntó el Regente.
-Sí, tranquilo, haré mi mejor esfuerzo- le contesté.
-Pues bien, sigamos, mire que la cápsula del día de hoy terminará por hacerlo explotar en un tiempo no menor- afirmó-. A lo que terminen con Kichiro, empezamos con la grabación.
Miré al muchacho, y mientras recibía las últimas indicaciones del director de la película uno de los miembros del staff masajeaba el ano del niño por debajo de la bata, estimulando su dilatación. Noté que cada ciertos instantes le hundía uno de sus dedos, con la debida precaución del uso de guantes quirúrgicos, para que el lubricante preparara la facilitación de la entrada de mi pene. Me habían maquillado como el día anterior, y colocado un lunar en otro sector para suplir mi identidad, me desprendí de mis ropas, y me vestí únicamente con una bata de seda blanca, a pocos minutos del inicio del sexo.
-Suavidad, ritmo y dulzura, eso es todo- ordenó el Regente- Ya le había dicho cuando usted llegó, que esto es un recinto de arte, por lo que todo aquello que traiga con usted y que haya visto de películas baratas se descarta…suavidad, ritmo y dulzura, nada de palabras ni diálogo, concéntrese en el muchacho, a su alrededor no hay nada, ni nada más existe en el universo, sino sólo usted y Kichiro, ¿comprendido?- preguntó.
-Sí Regente, totalmente comprendido-
-Pues bien, entonces, comencemos.
Los músicos estaban perfectamente instalados, esperando el movimiento de batuta para dar vida a sus violines. Habían despejado todo el área, de tal forma que únicamente lucían la piscina, la tarima y el inflable colchón transparente; las cámaras rodeaban la escena desde cada punto del lugar, y todo parecía inundarse de fuego y lujuria cuando habiendo terminado de recibir sus instrucciones y dilataciones, el niño finalmente me miró a los ojos. Al acercarme a él, inclinó su cabeza para saludarme, y nos arrodillamos frente a frente, separados por una pequeña mesa de madera que tocaba el suelo, la cual contenía una jarra de loza con agua caliente, unos palillos, y té de hojas. Era un niño extremadamente hermoso, de piel lozana, largos cabellos azabache que tocaban sus hombros, rojizos labios finos, y unos bellísimos ojos orientales de oscuro acabado.
-A mi señal, beba el té que le ofrecerá Kichiro, haga una reverencia, y se instalan en la cama transparente, ¿entendido?- ordenó el director encargado del rodamiento – Tres, dos, uno, ¡acción!
El muchacho, que por su apacible quietud reflejaba ser un actor pornográfico de experimentada trayectoria, me miró unos instantes sonrientes, sabiendo exactamente el por qué estaba allí. Depositó unas cuantas hojas de té en la taza de porcelana, agregó agua caliente, y procuró girar la loza tres veces en el sentido de las agujas del reloj, y me lo ofreció haciendo una reverencia, a la espera de mi aceptación. Bebí gustoso, pues sabía que disfrutaría de su pequeña esencia dentro de breves minutos, y tras sorber todo su contenido, manifesté mi agradecimiento con la reverencia que me había sido instruida. Kichiro, manteniendo esa serenidad que por naturaleza parecía ser suya, apoyó sus manos sobre la mesa de suelo, y avanzó hacia mi encuentro, mientras que entendiendo la idea de mi pareja y al afín instinto animal envolvente, avancé hacia él hasta probar por vez primera el dulce deleite de sus pequeños labios rojizos.
Al tercer contacto su lengua húmeda y de miel hizo un primer empalme con la mía, sentía que mi verga se hinchaba vorazmente al tiempo que besaba al niño tan profundamente, como si el tiempo lo hubiesen detenido, y para cuando besé su mejilla izquierda y alcancé su orejita de algodón, Kichiro se puso de pie, tomó mi mano, y me invitó a reposar sobre el lecho que para nosotros aguardaba. Una vez recostado boca arriba, el niño desató mi bata dejando libre mi torso desnudo mientras una erección descomunal hacía su aparición en medio del rodaje. El muchacho se arrodilló, cogió mi pene suavemente masturbándolo de arriba abajo, una y otra vez hasta asegurarse de su total dureza, cuando la primera gota pre seminal brotó de la boca de mi glande acercó sus pequeñas fauces hasta mi miembro para engullirlo, y para cuando sus labios alcanzaban la mitad de mi erección, un conjunto de instrumentos inició la ejecución de la pieza “Air” en Re mayor, al son de violines y arpas, para dar inicio al sueño erótico más profundo que al mandante de dicha producción se le haya podido ocurrir.
La música era agradable, emocionante hasta el alma, y perfectamente ejecutada. Seguí el consejo del Regente, y nublé mi mente hasta casi tocar el cielo cada vez que los labios de Kichiro humedecían más y más mi tronco cavernoso. Emití mi primer gemido cuando el muchacho alcanzaba con su boca mi zona púbica y mi glande traspasaba más allá de su campanilla, sus pequeñas manos acariciaban mis caderas, mientras las mías tocaban la suavidad de sus cabellos azabache. El ritmo del chico era tal cual había sido premunido, lento, suave, y perfectamente coordinado con la música, y cuando tuve toda la impresión y el miedo de que Kichiro me hiciera acabar ahí mismo con sus magistrales felaciones y lengüetazos, suspendió la succión, se acomodó sobre mí invitándome a desprenderle su bata al mismo tiempo que terminaba de quitarme la mía, y me dejé llevar sobando sus suaves caderas y su cintura, mientras mi ensanchado pene erecto yacía bajo la raya de su respingado culito, tocando con mi glande prominente sus testículos reposantes.
Me reincorporé para besarlo y devorar su cuello haciéndolo suspirar, me sujetaba firmemente para que no abandonara tal estímulo que parecía encantarle, chupaba tanto como podía su cuello por ambos lados, metía mi lengua en sus orejas alternadamente, mientras movía sus caderas para calmar sus placeres. Mis manos comenzaron a recorrer su espalda, coger sus nalgas y descubrir que Kichiro parecía haber sido bordado en todo su cuerpo con la más pura de las sedas. No recuerdo haber tocado antes en mi vida algún niño tan indemne como él, tan suave, dócil, frágil y a la vez fuerte; quise sentir su hambre una vez más y me puse de pie para ofrecerle mi verga cavernosa, y un gemido profundo se me escapó cuando Kichiro succionó fuertemente apretando mis glúteos hacia él, en un masaje de increíbles sensaciones. Curvaba su cuerpo aún de rodillas, mis manos no dejaban de acariciar sus cabellos al tiempo que el muchacho no dejaba sector alguno de mi verga por devorar. Para cuando comenzó a chupar mis testículos, sentí un fuego enorme que crecía en mi vientre, y dudaba de si sería capaz de resistir tanto tiempo a las embestidas de Kichiro, pues la intensidad crecía con cada caricia que el niño me brindaba. Cuando creí por fin eyacularle en su boca, el chico oriental se dejó caer en la cama transparente y recogió sus piernas, en una clara invitación para devorar sus profundos pliegues, y ante tal escena, levanté sus piernas al aire para perderme en ese rosado botón que momentos antes había sido artificialmente lubricado. Barría con mi lengua cada zona de su culito caliente, lento, suave, y tiernamente como me había pedido el Regente, al ritmo de las arpas y violines que ejecutaban los niños músicos, quienes parecían ignorar nuestra cópula para dedicarse únicamente a dar vida a los compases de Bach a la perfección. Mi lengua revoloteaba incesantemente sus entrañas hasta hacerlo gemir sin que Kichiro pudiese evitarlo, en agudos tonos de placer en vías de consumarse; su cuerpo temblaba entero, suspiraba agitado, y me apartó suavemente con sus manos, para colgar sus brazos sobre mi cuello y besarme una y otra vez, tiernamente.
Nuestras lenguas comenzaban su natural proceso de adormecerse tras cada recorrido mutuo, Kichiro realmente estaba disfrutándolo, más allá de su labor remunerada lo estaba gozando, se dejaba llevar a mis deseos más profundos, puso sus manitos en mi pecho y me invitó nuevamente a reposar sobre el lecho, rodeó con sus piernas mis desnudas caderas y ubicó mi durísimo falo en la entrada de su ano. Me dirigió una mirada que para él resultaba de inexplicable súplica, y tras sujetar con una de sus manos la dureza de mi miembro para asegurar el descenso perfecto, dejó caer su exquisito cuerpo sobre mí para alcanzar lo más profundo de su impúber ser, sin vacilaciones, sin adaptación de cuerpos, sin preámbulos, reposando sus testículos lampiños e indemnes sobre mis vellos pubianos, clamando un gemido que traspasó la agudeza de los violines, mientras podía advertir fugazmente que tanto el staff técnico del Regente como los que trajo consigo Kichiro intercambiaban entre sí inauditas miradas de sorpresa ante los suspiros y muecas de placer que el niño dejaba escapar ante mi cuerpo. Mis manos se apoyaron en sus caderas, y comencé el bombeo pausado, pero intenso, para corresponder a los brincos de Kichiro. Hubiese deseado haber acabado en esa exquisita posición, o bien no haber acabado nunca, jamás haberlo soltado, y haberlo penetrado por mil años con él sobre mí, sus intestinos apretaban en una deliciosa presión que mi miembro agradecía en extremo, fornicada que la música estaba contribuyendo como inesperado afrodisíaco barroco, tanto a mis deseos de sexo como al lívido creciente en el pequeño pero experimentado Kichiro. Su pene pequeño, lampiño pero rígido, comenzaba el natural proceso de ensanchamiento en su glande como acto corolario a las estimulaciones prostáticas que mi pene brindaba en su interior.
Gemíamos como dos seres a punto de estallar del placer, el escenario era totalmente inaudito y seguramente contribuía como fetiche maximizante. Cuando me sentía derramar, el niño interrumpió el coito para cambiar de posición, adaptándose nuevamente en aquella última en que había sido fotografiado, ofreciéndome todo el esplendor de su desnudo culo magnífico. Ubiqué mi glande en el centro de su botón rosado y jugoso, para hundir una vez mi tronco hasta lo profundo de sus entrañas, asegurar la relación asiéndolo firmemente de su cintura, y comenzar la penetrada incesante mientras Kichiro curvaba su cuerpo para facilitar mis embestidas. Ya no había marcha atrás, no había tiempo para cambiar de posición, mis testículos chocaban con su culito asiático, mis vellos pubianos colisionaban con su coxis por cada penetrada, el “splash” era sonoramente audible para todos los concurrentes, una cámara cercana filmaba la colisión precisa entre mi cuerpo y el del niño, mientras otro camarógrafo captaba las inusuales muecas de placer que Kichiro dibujaba en su oriental rostro.
La intensidad de la música comenzaba a aumentar, los “crescendos” hacían su aparición en los compases finales de aquella celestial pieza, y cuando sentí que quedaban pocos instantes de virilidad en mi pene palpitante Kichiro levantó su torso para juntarlo de espaldas al mío, y abrazarlo por atrás mientras permanecíamos de rodillas, sin dejar de movernos, de penetrarlo, y él de recibir mi penetración. Podía admirar la sudada raya de su colita curva, mi mentón reposaba sobre sus hombros, el chico seguía gimiendo en ascendente clímax al compás de la música, mus brazos rodeaban su tonificado vientre para no soltarlo, en tanto Kichiro echaba sus brazos atrás para abrazar mi cuerpo, y cuando los violines alcanzaron su nota máxima, su “forte” más intenso, y más elevado, mi pene estalló en cantidades cuantiosas de semen en su interior, liberando interminables chorros de mi mejor leche para inundarlo; y al sentirse embarazado de mi lívido, Kichiro se unió a mis gemidos y gritos con una eyaculación a la cual tuve la precaución de contener con mi mano izquierda, aguantando sus escasos chorros de niño pre púber, pero eyaculante, para barrer con mi lengua cada centímetro de la palma de mi mano, y saborear el dulce néctar emanado del cuerpo de aquel muchacho, mientras aún podía sentir como de mi miembro seguían brotando los últimos disparos de esperma, para embarazar a los ancestros impúberes más respetados de mi amado Kichiro, y concluir la cópula besándolo en un ósculo que hubiese deseado jamás concluyese.
La música había concluido, pero seguíamos abrazados en esa posición de verticales cucharones sudados, mientras recuperábamos el ritmo cardíaco normal de nuestros organismos. Tras unos instantes de silencio sepulcral, una voz exhortante concluyó la majestuosa cita:
-¡Corten! -gritó el director- se graba.
Todo el staff irrumpió en aplausos, desde el Regente, los camarógrafos, e inclusive los jóvenes músicos que tan magistralmente habían interpretado la celestial pieza de Bach. Algunos miembros se aproximaban a nosotros con batas y toallas, pero el Regente en un acto que hasta el día de hoy he de agradecerle, ordenó en tono que no permitía desobediencia alguna “déjenlos, denles unos minutos”, haciendo que todos se retirasen de la escena sin discusión.
Me recosté nuevamente en la cama inflable, y admiré como Kichiro abandonaba mi verga lentamente, dejando caer un níveo manantial lácteo sobre mi pubis. Se volteó, puso sus piernas a la altura de mi ombligo moviendo involuntariamente su pequeño cuerpo sobre el mío producto del ritmo, y me brindó un nuevo beso para entablar un diálogo al que no pude corresponder de inmediato, pero que con el tiempo pude interpretar:
-Sugokatta- (“eso estuvo increíble”)
-Estuviste estupendo Kichiro, fue realmente hermoso- le dije
– Anata wa hokanohito no yōde wa naku, anata wa nani ka chigau mono o motte imasu- (“No eres como los otros, tienes algo diferente”)
-Muchísimas gracias por esto Kichiro, ha sido algo inolvidable- respondí
– Nihon ni itta koto ga arunara, watashi o mitsukete- (“Si alguna vez visitas Japón, búscame”)
Cuando nos reincorporamos y pusimos nuestras batas, Kichiro empinó sus pies, y entendiendo la idea, correspondí a su último beso, mientras apreté sus nalgas una vez más. Al despedirse y retirarse con su staff japonés, le susurró a su agente algo al oído mientras me miraba desde el vehículo doble cabina que los llevaría de vuelta, y éste a su vez, le compartió el secreto al Regente, que sonrió encantado. Me hizo una última señal con su pequeña mano, y perdí de vista a mi fugaz amante, uno de los más increíbles con los que haya podido hacer el amor, para volver a verlo quien sabe cuándo, y quien sabe dónde.
-Kichiro cree que usted es portador de algo que en la industria pornokids oriental le llaman “kanpekina penisu”, o mejor dicho, el “pene perfecto”- dijo el Regente.
-Pero no tengo un pene tan grande como algunos actores- le contesté
-Sí, aunque en este rubro el término de perfecto obedece al punto exacto para permitir que un jovencito como Kichiro alcance el placer máximo, sin sentir dolor en ningún momento- aclaró el Regente- en otras palabras, su penetración es capaz de producirles sólo placer, desde el primer acceso, en unas dimensiones que se adaptan al ensanchamiento máximo de un niño sin problemas, y en un tamaño que es capaz de alcanzar el punto G masculino de un chico, como lo ha conseguido con Kichiro, Ivaylo y el pequeño Fong; y bueno, para qué hablar de Pim y Dylan que lo sabrán mejor que cualquiera de los chicos de ésta finca. Obedece a factores como el ritmo, la forma de tocarlos previamente, y también a una cuestión subjetiva: el velar porque ellos también sientan placer.
Las palabras del Regente me dejaron en extremo reflexivo, llegué hasta mi habitación para descansar sin poder quitarme de la cabeza a Kichiro y la experiencia de la filmación del día. Me di una ducha, repuse fuerzas con la comida que me habían hecho llegar, y bajé al recibidor de la magnífica casona para dar una vuelta.
Había olvidado la cantidad de niños que residían en tan portentosa finca, muchos se paseaban desnudos, otros en tangas, y unos que otros jugaban al sexo oral entre sí. Sonreí, mientras el Regente subía las escaleras a mi encuentro acompañado de un muchacho hermoso al que me parecía haber visto en algún lado, de largos cabellos en corte de príncipe, de oscuro rubio castaño, de no más de trece años, quien me miraba con una mueca sonriente y de curioso deseo por conocerme. Vestía de jeans claro, camisa celeste y saco italiano azul marino, calzado con de unas modernas zapatillas oscuras; al mirarlo de cerca me quedé impávido, sin poder moverme, y sin capacidad de reacción alguna. En mi solitaria vida previa a mi llegada al Rancho, le había visto en la web, había visitado muchísimos sitios de internet sólo para contemplarlo, y había perdido la cuenta de la cantidad de veces que me había masturbado mirando sus poses en tanga blanca. Miré al Regente, y con la boca seca por la estupefacción le interrogué:
-Regente, ¿él es el chico que…?
-Sí, el mismo- respondió
-Me está diciendo que éste muchacho es…
-El mismo amigazo- contestó divertido- aunque seguramente usted le habrá visto en material de unos dos o tres años atrás cuando tendría unos diez u once añitos, ya que después de eso sólo ha trabajado en el Rancho- agregó el Regente.
-Y él está aquí para…
-Efectivamente, está aquí para trabajar mañana mismo con usted- contestó- Saluda al señor mi joven “S”.
El muchacho extendió mi mano, y cogí la suya para saludarlo algo tembloroso, era suave, rígida y de largos dedos, me miró a los ojos con una sonrisa amigablemente sutil y saludó en perfecto inglés, para aguardar unos instantes de eterno suplicio, y mejorar su presentación con un beso en la mejilla.
CONTINUARÁ…
wow no manches buen relato amigo…
Super! Ahora, quién sera ese chico «S»?
Que buen relato! Me encantó espero sigas escribiéndonos tus historias. 😍😍🤗
Muy bueno