El Ratero
Desde que ese hombre entró a robar, las cosas cambiaron….
Un ruido extraño lo despertó; pero como era pasada la media noche y estaba agotado, al instante se volvió a quedar dormido. En eso un segundo sonido lo hizo despertarse del todo; por lo que decidió mejor levantarse de la cama e ir a investigar que era. El ruido provenía de la cocina, así que lo primero que pensó es que debía de tratarse de su hijo; entonces se estiró un poco mientras caminaba por el oscuro pasillo y cuando llegó a la cocina encendió la luz.
La sorpresa fue que no se trataba de su hijo como él creía, sino de un extraño que se había metido en la casa a robar. La adrenalina entró en acción, disipando el susto inicial y activando sus instintos más básicos. Así fue como Leo se abalanzó sobre el intruso; el cual al verse descubierto no intentó escapar, sino que se enfrentó al otro hombre que se le venía encima. Rápidamente se desató un forcejeo entre ellos; aunque lo cierto es que Leo no es muy atlético ni tampoco muy fuerte, de hecho, todo lo contrario. Él es un hombre joven de 37 años, muy alto, más del 1.80m, pero extremadamente delgado; por lo que el ladrón, quien se veía de espalda y hombros anchos, lo dominó en segundos y le atinó un duro golpe directo en la mandíbula que lo noqueó.
Cuando Leo recuperó el conocimiento su vista era borrosa, que le costó un poco lograr enfocar bien. Luego se percató de que no podía moverse y al bajar la mirada vio que estaba amarrado a una de las sillas de la cocina, con sogas que ataban sus tobillos a las patas y los brazos hacia atrás sujetos al respaldar de madera. Y cuando quiso hablar no pudo, puesto que tenía la boca amordaza con un pedazo de tela, tan apretado que le era difícil tragar. Pero nada de eso fue tan terrible como cuando se giró y estupefacto observó a su hijo Mateo de 9 añitos, que estaba en las mismas condiciones que él en otra silla a su lado izquierdo.
Padre e hijo estaban en ropa interior, ya que es así como ambos duermen, en medio de aquella cocina y rehenes del bandido que se había escabullido para robarles; sólo que éste no contaba con que esa noche iba a haber gente en la casa. Lo que sucedió fue que toda la familia se iba a ir de vacaciones esa semana; pero por un cambio de último minuto en la cita con el urólogo de Mateíto, el papá se tuvo que quedar con su hijo y viajar hasta el día siguiente para alcanzar a su esposa e hija menor que ya habían tomado vuelo esa misma tarde.
El padre al ver a su pequeño hijo de esa forma, trató nuevamente de soltarse; pero sus ataduras no cedían y le cortaban la piel en tobillos y muñecas. Lleno de una gran desesperación, Leo quiso hablar y clamar a su primogénito, quien sollozaba y le veía con miedo en los ojos, pero él sólo podía balbucear; así que le devolvió la mirada a su crío, como si le dijera: “Todo va a estar bien”.
Por otra parte, el ladrón metía en su bolso todo tipo de cosas de valor, como la laptop de trabajo de Leo, las joyas de su mujer, un par de tablets; yendo de aquí para allá, revisando que más cosas hurtar, pero siempre pasándose por la cocina para revisar a sus dos prisioneros. Ahí fue que el papá pudo ver bien al intruso; el cual vestía todo de negro, usando un pasamontaña que encubría su rostro y lo más distintivo era la sudadera y guantes que llevaba, oscuros y con diseños de huesos, simulando ‘Rayos-X’ en manos y torso.
Al cabo de un rato el bandido regresó a la cocina, colocó su bolso lleno sobre el mostrador y abrió la heladera para revisar su contenido. Sacó una cerveza y como si aquella fuera su casa, la destapó y se la puso a beber delante del atónito par. Prácticamente la vació de un trago, tomó otra e hizo lo mismo; hasta que cuando comenzó a beber la tercera se dirigió a sus rehenes.
Por la voz y la forma de hablar, Leo se dio cuenta que el ladrón debía ser joven, probablemente en sus 20’s; diciéndoles cosas como que él no se había esperado hallarlos ahí, pero que no se preocuparan, que no tenía planeado hacerles daño y que simplemente se iría. Aunque, en eso el intruso se empezó a fijar mucho en el pequeño Mateo.
– Eres un niño muy bonito… —Le dijo acercándose más para verlo mejor de pies a cabeza y luego pasarle la mano por una de las mejillas.
La verdad es que Mateíto sí es un niñito muy lindo; con su piel canela clara en contraste con su cabello oscuro, que formaba suaves ondas, y esos hermosos ojos color miel, tan claros que se veían casi dorados, acentuados por unas oscuras y bien encrespadas pestañas. Además, el chiquillo tenía unas facciones delicadas, con una naricita abotonada y unos labios carnosos en forma de corazón. Y en cuanto a su cuerpo, este era delgado, pero con cierta definición; con una angosta cinturita de vientre plano; y sin nada de vellos, ni siquiera en las piernas.
– …Hasta pareces una nena. —Prosiguió diciendo el bandido, mientras pasaba su mano por el pechito y tetillas del crío, bajándola todavía más, alcanzando el calzoncito azul con elástico blanco tipo ‘slip’ que el pequeñín traía puesto.
Eso enfureció a Leo al extremo; que balbuceando y forcejando logró mover la silla, girándola y con brinquitos buscaba acercarse más y defender a su inocente hijo de aquel truhan. Éste último al instante reaccionó también, sacando ágilmente de uno de sus bolsillos una navaja; con la cual amenazó al padre, apuntándosela peligrosamente contra el cuello.
– Una cosa es que no planee hacerles daño y otra es que no pueda hacerlo. —Le dijo el rufián, a la vez que le propinaba al papá un golpe en el estómago, sacándole el aire y dejándolo quieto.
Mateo se asustó aún más, lloriqueando entre su apretada mordaza.
– Tranquilo, bebé. —Volvió el granuja a hablarle al niño– Sí te portas bien y haces todo lo que yo te digo, te prometo que no voy lastimar a tu papito. ¿Has entendido?
Y el crío de solamente 9 años afirmó con un leve movimiento de cabeza, todavía con aquellas grandes lágrimas en sus hermosas pestañas y deslumbrantes ojitos.
Ahí el ladrón bajó la cremallera de su sudadera negra, descubriendo que no llevaba puesto nada más debajo y cuando se la quitó del todo reveló su cuerpazo. Aquel definitivamente era un físico de gimnasio; con pectorales torneados, abdomen marcado y unos abultados bíceps. Su piel era blanca, algo broceada, sin vellos y por lo sudado que estaba, sus músculos parecían brillar bajo la luz fluorescente de la cocina. Además, llevaba en el cuello una fina cadenita de oro, y su brazo izquierdo estaba completamente tatuado, desde la muñeca hasta el hombro, y se podía ver una delgada hilera de tenues pelitos negros trepar de su ingle al ombligo.
Después el intruso le quitó la mordaza al niño y se bajó el pantalón buzo junto con sus interiores, lo justo para dejar colgando sus genitales masculinos casi en la carita de Mateo; quien se sorprendió mucho, pues nunca antes había visto la virilidad de un hombre y menos así de cerca.
– Ahora bebé, quiero que te metas mi verga en la boca y me la chupes. —Y en lo que el chiquillo iba a protestar, él continuó interrumpiéndolo– Recuerda que tienes que hacer lo que te diga o ya sabes lo que le puede pasar a tu papito.
Leo volvió a alterarse, indignado y alarmado por las perversas intenciones de ese rufián; mismo que al notar como el otro hombre trataba una vez más de zafarse, presionó el filo de la navaja en uno de las mejillas de Mateíto. Con eso el padre se detuvo automáticamente, pues sabía que no podría hacer nada o terminaría poniendo en riesgo a su pequeñín.
– Tú no te muevas o intentes nada. —Le dijo el granuja– O será tu hijito el que las pague.
En eso el asustado niñito se quedó viendo a su papá, para luego volver a girarse y quedar con aquel miembro a milímetros de su rostro. El bandido le volvió a ordenar con un tono más severo; por lo que el crío tragó saliva y cerrando los ojos se llevó a la boca aquel rabo.
Así fue como Mateo empezó a mamar aquel flácido falo, sintiendo su fuerte sabor con cada chupetada que le daba; haciendo que con cada una de estas ese pedazo de carne se fuera poniendo cada vez más grande y duro. La verga del delincuente era de muy buen tamaño, pero sobretodo muy gruesa, engrosándose a medida se acercaba a la base; de la cual colgaban un par de inflados y arrugados huevos, cubiertos por unos cuantos pelos largos y rizados.
– ¡Uff…así me gusta! ¡Eso es…! ¡Chúpamela así de rico…! ¡Ooohhh…! —Exclamaba el ladrón entre jadeos, sintiendo como el niño podía engullirse él solito la mitad de su hombría.
Pero el muy truhan se comenzó a impacientar a la vez que su excitación iba en aumento; así que tomó al chiquillo por el ondulado cabello y con ambas manos lo obligó a comerse toda su verga, atragantando a Mateíto; quien sintió aquel macizo y sólido trozo de carne viril atravesarle la faringe, y toda la maraña de pelos púbicos de ese hombre frotándose contra su nariz y labios.
Luego de un par de estrepitosas arcadas, el ladrón se apiadó de su rehén infantil y lo soltó para que éste pudiera recobrar el aliento. Pero ese alivio le duró poco al crío; ya que el fogoso macho lo puso a que le chupara las sudadas bolas y después a que le pasara la lengüita por toda la base de su recia verga, juntando y comiéndose todos los jugos seminales que le escurrían. El pobre de Mateo tenía que hacer todo eso contra su voluntad, teniendo que saborear esa masculinidad con gusto salado y oliendo muy fuerte; además de que debía de tragarse esos viscosos jugos que le escurrían, todo delante de su progenitor, lo que lo mortificaba y avergonzaba muchísimo.
Después de un rato el bandido volvió a sujetar al pequeñín por la cabeza y retomó sus cogidas orales, follándole la boca y garganta con un deleite que lo hacía estremecerse; mientras el niño debía soportarlo, tratando de respirar como fuera y con lágrimas recorriendo sus mejillas.
Leo estaba destrozando presenciando como ese delincuente se aprovechaba y abusaba de su retoño, mirando como su hijo se ahogaba con aquella virilidad hasta el tope. Y de pronto vio como el macho con pasamontaña y guantes negros le sacaba del todo la verga y como con una mano se la masturbaba muy rápido, a la vez que con la otra jalaba del cabello a Mateíto, haciendo que éste abriera bien su boquita y estuviera preparado para recibir lo que venía.
La corrida del perverso malhechor no se hizo esperar y el padre vio como el semen espeso de ese otro hombre entraba con disparos directos en la boca de su primogénito, quien tragaba con asco chorro tras chorro, y como con los tiros no tan certeros bañaban el rostro de su niño bonito; ahora cubierto por completo con la blanquecina leche viril de ese degenerado.
Entonces el intruso decidió proseguir con sus fechorías. Desató del todo al pequeño de 9 años y lo puso en cuatro en el piso de la cocina, a escasos pasos de donde su papá seguía amarrado.
– ¡Vaya culo el que tienes, bebé! —Y le paso una mano por el trasero, estrujándoselo y hasta dándole nalgadas; todo mientas se relamía los labios por la abertura de su pasamontaña negro.
Ciertamente que en esa postura el niñito se vería aún más como una hermosa nena. Mateo tiene un compacto y respingado culito, con unas bien redondas nalgas color canela claro. Acto seguido el ladrón le quitó del todo el calzoncito al niño; a lo que éste protestó un poco, pero pronto fue silenciado por un par de amenazas de parte del hombre que ahora se agachaba para alcanzarle mejor el traserito e inspeccionárselo bien de cerca.
El bandido le dio unas cuantas olfateadas, sintiendo ese dulce aroma infantil, y sin más y con brusquedad le separó las nalguitas, comenzando a pasarle la lengua por todo el lampiño perineo, desde el pegue de sus bolitas sin pelos hasta el carnoso y tierno anito; el cual ensalivó con especial atención, con intensas chupetadas y lamidas circulares, y cuando aquel pequeño agujerito empezó a abrirse, le metió toda la lengua dentro. Todo eso hizo que Mateíto gimiera involuntariamente, experimentando esas nuevas y estimulantes sensaciones a medida que el lujurioso macho le comía cada vez más su culito virginal.
– ¡Mmmm…Slurp~! No tienes idea de lo rico que tiene el culo tu hijito… —Dijo el granuja para provocar al padre; quien veía sin remedio aquella enfermiza escena– ¡Mmmm…Slurp~!
Y luego de eso el intruso se incorporó, colocándose de rodillas justo en medio de las piernitas de Mateíto y apuntándole justo en el culito su nuevamente erecta verga. Obviamente al ver eso Leo se sacudió en la silla, tratado desesperado de liberarse de sus cuerdas, balbuceando con aquel bozal de tela que no le dejaba protestar e impedir lo que estaba a punto de suceder.
Así fue como el delincuente empezó a asaltarle el culito al pequeño niño, con mucho arrojo y cierta saña, decidido a introducirle todo el glande; provocando que Mateo gritara de dolor y suplicara para que se detuviera. Por supuesto el asaltante prosiguió, empujando más de su rabo dentro de ese estrecho y cálido trasero infantil, que le socaba tanto que hasta le causaba un cierto dolor placentero en el falo; por lo que él metía más y más, logrando clavarle ya la mitad.
El crío literalmente lloraba, así como estaba de perrito en el frío piso, sintiendo como su delicado esfínter y recto se expandían al punto del desgarre; pues el arma fálica de ese hombre se engrosaba cada vez más cerca del pegue. Pero finalmente la pudo contener toda adentro, y la evidencia de esto eran los pelos púbicos del macho que le rozaban la suave piel de sus nalguitas.
– ¡Ooohhh…que culo más rico por Dios! —Exclamó por sobre el llanto del chiquillo, que inmóvil se dejaba meter y sacar aquel macizo miembro, una y otra vez y a buen ritmo– No sé cómo tu siendo su padre no te lo habías estrenado ya… ¡Aaahhh…!
Ese último comentario lo dijo viendo a Leo, sonriéndole con malicia a la misma vez que le estaba embistiendo con potencia y velocidad el culo a su vástago. Era impresionante ver como toda esa verga entraba y salía de ese pequeño hoyito de tan sólo 9 añitos. Mateíto gimoteaba y arqueaba la espalda cada vez que el musculoso hombre se la clavaba hasta el fondo, que sus enormes huevos se sacudían y pegaban contra su terso perineo y bolitas. Y después de un prolongado rato de sodomizar al crío, el rufián se apiadó de su víctima y se detuvo, sacándosela por completo.
– ¡Uff…tienes que ver esto! —Le dijo al papá– ¡Mira como le dejé de abierto el culito a tu hijito!
Así que el ladrón giró a Mateo para que su trasero quedara en línea directa con la mirada de su progenitor y separándole bien las nalgas le exhibió a Leo el ano de su retoñito, ya cuatro veces más grande y tan dilatado que se podía ver su rojizo interior. Luego le metió tres de sus dedos, juntando el líquido seminal que le había dejado, y de ahí los llevó a la boca del niño para que este los chupara y al mismo tiempo degustara el sabor de sus propias entrañas.
– Ahora bebé, quiero que le chupes la verga a tu papito… —Y el bandido hizo que el pequeñín se girara para ver a su padre, el cual negaba con la cabeza en señal para que se rehusara.
Ahí Mateíto observó bien a su papá. Leo es de ojos marrones y también tiene la piel canela, pero más tostada que la de su hijo; y a pesar de que él es un hombre joven se está quedando calvo, teniendo una prolongada frente y el resto de su rizado cabello lo afeita al ras, quedándole gris como la marcada sombra de su barba. Y en cuanto a su cuerpo, él es de extremidades largas y tal alto que suele tener una postura encorvada; pero lo más notorio es lo exageradamente velludo que es; de piernas, brazos, torso y espalda, y que decir de sus axilas y área púbica, que son una maraña de rizos negros. Y en cuanto a su entrepierna, él llevaba puesto un ceñido bóxer verde menta, en el que ahora se dibujaba una tremenda erección, de lo que tendría que ser un miembro masculino sumamente largo y curvado hacia la derecha.
El pequeño gateó hasta donde se encontraba su progenitor y siguiendo las órdenes del truhan le bajó el bóxer hasta las rodillas, lo que causó que la verga de su papá brincara libre y se sacudiera por sí sola, soltando un espeso hilo seminal que le quedó colgando varios centímetros del glande. Mateo entonces abrió su boquita y con la lengua juntó el néctar viril de su padre, y como era dulce el niño se metió a la boca el falo que le había dado la vida, comenzando a chuparlo de una forma que sorprendió a Leo; pues su primogénito apenas había aprendido a cómo hacerlo unos pocos minutos atrás, pero ahora se engullía medio rabo y lo succionaba casi que con gusto.
– ¡Eso es, bebé! ¡Así me gusta! ¿A qué te gusta mucho comerle la verga a tu papito?
El crío trató de contestar con un: “¡Sí!”, pero como tenía la boca llena con aquella virilidad paterna hasta la gargantita, no se le entendió; aunque sus mamadas se intensificaron a modo de una mejor respuesta. Por su parte, el ladrón se rio y aprovechó para volver a metérsela al chiquillo, gozando una vez más de ese cálido y apretado interior; bombeándole el culito al mismo tiempo que el niñito se atragantaba con la venosa verga de su papá.
Aquello era increíblemente morboso. El bandido se había salido con la suya y no sólo estaba cogiendo ese culito infantil a tope, sino que podía ver como el padre se retorcía de placer con las ávidas mamadas de su precoz vástago, quien le devoraba la hombría con deleite.
Todo eso se prolongó por un buen tiempo, hasta que el asaltante no pudo más y se corrió otra vez; ahora soltando el contenido de sus hinchadas bolas en los intestinos de Mateíto.
– ¡Ooohhh…Dios qué ricura! ¡Aaahhh…me vengo…! ¡¡OOOHHH!! —Exclamó el extasiado macho, largando chorro tras chorro de su segunda eyaculación en el colon del pequeño niño.
Y después de sacársele toda su arma viril, el sudoroso encapuchado se levantó y se paró al lado de Leo, viendo complacido como el crío no dejaba de mamarle la verga a su propio papá.
– Parece que hemos descubierto la vocación de tu hijito… —Comentó a la vez que le soltaba las amarras a su rehén– ¡Sólo míralo, es todo un putito! Y apuesto a que tú te mueres de ganas por probarle el culo… ¡Vamos, ¿qué esperas?! ¡Métesela a tu bebé!
Uno podría pensar que Leo aprovecharía esa oportunidad para luchar contra el rufián que se había aprovechado de su inocente retoño; pero no, él estaba tan excitado y fuera de sus cabales, que no podía pensar bien y lo único que hizo fue lo que el otro macho le había sugerido.
Así fue como el ahora liberado padre se puso detrás del trasero de su niñito, observando como los borbotones de leche del joven malhechor empezaban a desbordarse del abierto ano de Mateíto, escurriéndole por el lampiño perineo, las suaves bolitas y terminar cayendo al suelo. Entonces el calenturiento progenitor no se aguantó más y usó ese esperma a modo de lubricante, y de una se la clavó a su propio pequeño, haciéndolo gemir por lo alto.
– ¿Sientes rico bebé cuando tu papito te la mete duro por el culito? —Inquirió el granuja, viendo la pecaminosa escena mientras masturbaba su verga; la cual volvía a ponerse dura y muy gorda.
– ¡Agh~! ¡Ay sí…siento bien rico! ¡Nnnghh~!
– ¿Te gusta que papá te la meta? —Le preguntó Leo a su vástago, tratando de confirmarlo y limpiar su conciencia; al mismo tiempo que él ya se la clavaba hasta el fondo e iniciaba sus viciosas arremetidas al culo de su lindo crío.
– ¡Nnnghh~! ¡Sí, papi…! ¡Tú también dame! ¡Agh~!
La verdad es que el follarse el trasero infantil de su hijo se sentía increíble, lo mejor que Leo había probado con su rabo hasta ese momento. Se la metía y sacaba toda con fuerza y un ritmo vertiginoso; maravillado de lo bien que su pequeño de 9 añitos la aguantaba entera, gimiendo de gusto y pidiéndole más. Sin mencionar que el semen del otro macho hacía que sus estocadas fueran más sabrosas; casi que aquella viscosa leche viril le salpicaba los pelos púbicos durante sus intensos bombeos. Y Leo estaba tan concentrado y extasiado con las entrañas de su retoñito, que cuando sintió al ladrón detrás de él no le dio importancia y lo dejó; incluso cuando sintió un dedo del bandido hurgarle dentro de su ano peludo. Y luego de dos dedos, lo que sintió fue el duro y grueso falo del otro semental, quien detrás de él estaba por penetrarlo.
En lo que Mateíto gemía en cuatro en el piso de la cocina, sintiendo las brutales embestidas de su progenitor, éste último aplacaba como podía los gritos de dolor que salían de su boca, a la vez que a su culo entraba el gordo miembro masculino del asaltante. El musculoso delincuente logró encajarle más de la mitad de su recio rabo a Leo, y con eso él también se puso a meter y sacar verga con la agresividad viril de sus caderas, haciendo que él controlara el ritmo en esa cadena de penetración; con el niño a la cabeza, gozando de la carne paterna de la que él nació, y seguido por el papá, que mientras se deleitaba del culito de su pequeño hijo, su propio ano y recto eran destrozados por la brutalidad de ese otro joven macho.
Aquello duró considerablemente; siendo el intruso el primero en eyacular, su tercera seguida esa madrugada, inundando los intestinos de alto y velludo hombre a quien fornicaba. Leo se dio cuenta, pues sintió como su colon se llenaba de algo caliente; pero como estaba tan entretenido taladrando a su primogénito, sujetándolo de la cinturita y empalándolo con agresividad, no le prestó mucha atención al otro, ni cuando finalmente sintió el alivio de que su trasero era liberado.
– ¡Agh~! ¡Ay…papi siento muy rico! ¡Nnnghh~! ¡Por favor papi, quiero más! —Le suplicaba Mateo a su padre, meneándose de adelante atrás y sintiendo como el largo y curvo falo de su macho paternal le apretaba la vejiga, haciéndolo orinarse espontáneamente.
– ¡Oh…hijo yo también siento delicioso! —Le contestó Leo, experimentando en su verga los nuevos espasmos anales que su crío estaba teniendo al mearse– ¡No puedo más! ¡¡AAAHHH!!
Con eso el progenitor fecundó las entrañas de su pequeño y tierno retoño. Un denso disparo de esperma tras del otro, tantos que parecían no pararle nunca; hasta que finalmente su cuantioso semen cesó y él sintió sus velludos huevos descargados del todo. Entonces Leo se la sacó a su niño y lo ayudó a levantarse, abrazándolo y sin darse cuenta ambos se besaron como amantes.
– ¿Estás bien, Mateo? —Le preguntó el papá a su pequeñín, una vez que le soltaba los labios y volvía a entrar en razón– ¿No estás lastimado o sí?
– Estoy bien papi… Sólo me duele un poquito el culito… —Y le sonrió hasta con sus hermosos ojos color miel– Pero papi, ¿a dónde se metió el ratero?
Y en ese momento los dos se percataron de que el otro se había marchado sin dejar rastros; sólo dejando las cervezas vacías sobre el mostrador. Al final, el ratero terminó robándoles más que cosas materiales; pues acabó hurtándoles al hijo y al padre la virginidad de sus culos…
—El Fin.
Uff super morboso, respetando la historia y llevándolas de a poco. Me atrevo a sugerirte una saga quizá corta de ese ladron, seguro le pasan muchas cosas cuando llega a robar. Felicidades
Gracias y que bueno que te gustó; pero no, esa historia está pensada para terminar ahí, de mi parte al menos, el que quiera escribir otras pícaras aventuras de él, pues tiene mi permiso jejeje 😛
Salu2!! 😉
comos igue
Sigue el qué? La historia ahí termina o no?
Superexcitante el relato.
Gracias 😉
Salu2!!
Muy bueno, morbo y per versión👍
Gracias! Y esa es la idea con mis relatos, «morbo y perversión» 😛
Salu2!! 😉