EL SECRETO DE NUEVA ESPERANZA: El ingeniero Luis (Capítulo 10)
Un lascivo momento se vive a la orilla del río que divide la hacienda Puente Viejo de la hacienda Nueva Esperanza; mientras que un nuevo personaje llega para causar revuelo en los terrenos de las dos haciendas…. .
Un nuevo capítulo de »El secreto de Nueva Esperanza». Espero que lo disfruten. Se va acercando el final…
Juan Pablo caminó hasta donde estaba Julieta. Con cada paso que daba, mientras divisaba con la mirada los pechos de la muchacha, su pene iba creciendo cada vez más hasta alcanzar su perfecto tamaño colosal. Por un momento, Julieta sintió nervios al ver tan grande pene frente a ella, tomando en cuenta que lo único que ella conocía era la sedosidad de sus dedos. Sin embargo, el deseo y la lujuria se apoderaron de ella haciéndola desear lo que se sentiría ser mujer en todo el sentido de la palabra.
Juan Pablo tomó por la cintura a Julieta y fundió su pecho con los turgentes senos de la chica. Con raza envolvió sus brazos de adolescente en las caderas curvadas de su acompañante, chocando sus bocas que humearon pasión y hambre de sexo.
La calentura de ambos jovenzuelos en pleno desarrollo, quitó de tajo la frialdad del agua que, en seguida, empezó a hacer brotar de sus cuerpos vapor que en el aire dibujaba la palabra ‘’SEXO’’.
Con delicadeza, pero a la vez con mucha firmeza, Juan Pablo masajeó los pechos de Julieta y de vez en cuando le lamió los rosáceos pezones que se enduraban al contacto de la lengua.
Julieta llevó su delicada mano en picada, recorriendo con sus suaves dedos los abdominales marcados del varón que, albergaba entre las piernas el trozo de carne turgente y goteante de líquido preseminal. Sutilmente sujetó aquel falo en su mano que no alcanzaba a envolver todo su grosor. Se sentía tibia al tacto, húmeda y muy dura. Juan Pablo por su lado, sentía la calentura de la piel de su acompañante alrededor de su hombría, y deseaba con mayor intensidad quitarle el concepto de ‘’virgen’’.
Caminaron hasta la orilla del agua, en un banco de arena se tumbaron ambos quedando en la posición perfecta para que Juan Pablo iniciara el jugueteo con su lengua sobre los labios vulvares de Julieta, quien solo atinaba a gemir y acariciar el pelo rizado de su amante que humedecía su vulva pasándole la lengua por su turgente clítoris, haciendo que sus labios mayores y menores se llenen de sangre hasta ponerse muy calientes por tamaña excitación.
—¿Te gusta? —le preguntaba él.
—¡Me encanta, no pares por favor! —suplicaba Julieta completamente extasiada.
—Prepárate, te lo voy a meter…
—¡Que sea despacio! —suplicó la chica.
Juan Pablo sonrió coquetamente, apoyó todo su peso en sus brazos con las manos prendidas en la arena y, sutilmente, movió su cadera hasta dejar el glande rozando el orificio vaginal de Julieta. Con suavidad empujó de a pocos hasta sentir que la vagina de Julieta dejaba de poner resistencia y clavó poco menos de un tercio del total de su pene.
Julieta sintió como se rompió su himen, pero lejos de sentir un dolor agonizante, tensó las piernas alrededor de la cintura de Juan Pablo y gimió de gozo.
Ambos podían sentir las gotas de sangre brotando, Julieta por sus labios vulvares y Juan Pablo alrededor del cuello de su pene. Seguidamente, otro movimiento de cadera hizo que el pene se enterrara un poco más adentro, entrando y saliendo de a pocos y muy despacio, obligando a Julieta a clavar sus uñas en la espalda de su poseedor, invadida de placer. Pronto, las uñas arañaban las nalgas de Juan Pablo como las de una gata en celo, incitando a este a aumentar la intensidad de sus embestidas, penetrando cada vez más adentro del interior de su hembra a la que le besaba el cuello y resoplaba en su oído.
El muchacho podía oír los gemidos de Julieta. Sabía que el ritmo al cual estaban teniendo sexo no le causaba molestia, sino placer. Rápidamente se levantó del suelo quedando de rodillas y giró a la chica dejándola con las nalgas expuestas al aire y la cara en la arena. Volvió a penetrarla, tomándola por la delgada cintura. Podía sentir su interior ardiendo de placer y muy húmeda en su exterior por el gigantesco orgasmo que hizo a Julieta aullar como loba en luna llena, hasta caer tendida en la arena convulsionando de placer, con Juan Pablo encima de ella y dejándole toda su hombría en su interior, bramando como caballo garañón en cada chorro de semen que terminó desbordándose por la vulva y las piernas de Julieta.
Ambos terminaron agotados y muy extasiados, satisfechos y beneplácitos con aquel momento tan candente.
Para Julieta, su tan anhelada ‘’primera vez’’ fue tal cual siempre lo había deseado desde que empezó a interesarse en el sexo; mientras que Juan Pablo gozó cada momento, únicamente porque era un insaciable sexual.
Los dos jóvenes se tendieron en la arena para descansar. Se miraron estando recostados y solo atinaron a sonreír con complicidad.
Apenas Juan Pablo recobró la fuerza se puso de pie y se metió en el agua para lavarse todo el sudor y la arena pegada a su cuerpo.
—Tengo que irme —dijo saliendo del agua—. Estuvo rico, si quieres repetir me avisas —Juan Pablo soltó una sonrisa mientras plantaba un beso a Julieta.
—Cuando quieras, vengo todos los días a esta hora a pasar el rato aquí —agregó la chica.
Juan Pablo le guiñó un ojo a la chica y luego caminó hasta donde había dejado su ropa, se vistió y se marchó del lugar, dejando a Julieta tendida en la arena, muerta de éxtasis.
***
Algunos días después, por la carretera corría a más de 80 km por hora una moto Yamaha de color azul, con un piloto sobre su asiento que llevaba la cabeza cubierta por un casco negro. Era un tipo joven, no sobrepasaba los 27 años; tenía un cuerpo delgado, pero fibroso; su piel era tostada, un poco más oscura que la piel trigueña; alto y con el pelo rizado y ligeramente corto. Su rostro era el de alguien muy varonil y caballeroso, con labios carnosos y barba algo rala que resaltaban su masculinidad.
Luis, que así se llamaba el hombre, era un ingeniero forestal que había sido contratado por Alfonso Villegas para ejecutar en Puente Viejo un proyecto de reforestación de la hacienda y todos sus alrededores.
A medida que Luis manejaba su moto por la carretera, terminó llegando a la ciudad de Ayacucho, donde se detuvo para recargar gasolina y pedir indicaciones a alguna persona para poder llegar a Puente Viejo.
Una vez que se enrumbó nuevamente por la carretera, durante su trayecto se topó con una bifurcación, nadie le había advertido de eso, por lo que no estaba seguro de que lado tomar. Mientras dudaba si avanzar por la derecha o la izquierda, notó que a lo lejos venía en su dirección un muchacho montado sobre un caballo cenizo a todo galope. El jinete no era otro que Pedro, quien jaló de las riendas al caballo para que este se detuviera en cuanto llegó hasta donde Luis estaba estacionado.
—Buenos días, señor… —saludó Pedro—. ¿Anda perdido? —preguntó.
Luis se había quedado prendido en la mirada tan dulce que Pedro tenía. Le observaba a detenimiento la cara, sintiendo en su estómago un cosquilleo que tuvo que disimular para no parecer un tonto frente al jovenzuelo.
—Hola. Buenos días, pequeñín. Soy nuevo por acá y estoy tratando de llegar a la hacienda Puente Viejo; de casualidad, ¿no sabes dónde queda?
Pedro notaba que aquel hombre era alguien muy atractivo.
—Claro que sí. Tiene que seguir la carretera de la izquierda —dijo el muchacho—. Tiene que seguir de frente por la carretera principal, no se desvíe por ningún camino y va a llegar hasta un portón grande que dice: ‘’Puente Viejo’’.
—Muchas gracias, amigo. Me salvaste la vida, andaba ya muy perdido —agregó el ingeniero—. Por cierto, me llamo Luis… Luis Pérez, pero me puedes decir Lucho. —y Luis sonrió, haciendo que sus facciones resultaran más bellas aún.
—Yo me llamo Pedro, señorcito. Pero por acá todos me dicen Pedrucho.
—Es todo un placer, Pedrucho —dijo Luis a medida que estiraba su mano para estrechar la de Pedro.
Una vez que ambos se dieron un apretón de manos, Pedro pudo sentir la sedosidad de la piel de Luis, una suavidad propia de los costeños que no tienen costumbre de trabajar la tierra y siempre andan con las manos limpias; a diferencia suya, que tenía manos rasposas y encallecidas por su arduo trabajo con los caballos y la palana.
Luis apretó con un poco más de virilidad la mano de Pedro, palpándosela completa con el tacto de sus dedos suaves y largos.
Pedro no pudo evitar ponerse rojo por la situación, hecho que no pasó desapercibido por Luis. Pedrucho apresuró su despedida de su nuevo amigo y pasó a despedirse para regresar a Nueva Esperanza a todo galope en su caballo.
A medida que el muchacho desparecía por la carretera, Luis no le desprendió la mirada a su figura tan juvenil y masculina, observó su mano que había quedado un poco sucia, porque Pedro las tenía sucias por las riendas del caballo, y sonrió cándida y seductoramente.
—¡Que bello muchacho! —exclamó, mordiéndose el labio inferior y mirando a Pedro con ternura.
Luis montó en su motocicleta y siguió su camino hasta Puente Viejo.
***
Apenas Pedro iba llegando a Nueva Esperanza, Juan Pablo lo divisó con la mirada desde la ventana de su habitación. Raymundo y Celestino ya habían regresado de la ciudad de Lima, así que sería más complicado que los dos jóvenes pudieran verse y pasar un rato los dos juntos y a solas.
—¿De dónde vendrá este huevón? —pensó Juan Pablo.
Pedro amarró su caballo fuera de su casita y entró a esta topándose con su padre.
—¡Tayta! —exclamó el muchacho con alegría.
—¡Hola mijo! —dijo Celestino abrazando a su hijo.
Dentro de la casa grande, Juan Pablo solo observaba el calendario contando los días que le quedaban para regresar al colegio militar. Tenía menos de treinta días para gozar de Pedro y de Julieta, a quien había estado viendo casi a diario desde la primera vez que le quitó la virginidad a la orilla del río. Tan solo recordar aquella vez, Juan Pablo podía sentir como su verga crecía comprimida bajo su pantalón queriendo salir para sentir el calor del interior de Pedro o de Julieta, pero no era el momento de poder verse con ninguno de los dos.
Se bajó el pantalón hasta los muslos y liberó aquel monstruo de carne venosa llamado pene, ensalivó su mano y lo acarició suavemente sintiendo su calor. Lamió sus labios por el placer que sentía al masturbarse recorriendo cada centímetro de su enorme falo, rosándolo contra la almohada como lo hacía en los pechos de Julieta, imaginándose que penetraba su vagina, o el ano de Pedro; hasta que luego de algunos minutos, sobre las sabanas de su cama derramó los disparos de semen que salieron de su pene, formando un charco considerable, mientras Juan Pablo volteaba los ojos y bufaba como toro con todo el placer de aquel momento.
Unos pasos se oyeron por el pasillo y, antes que pudiera hacer algo, Raymundo abrió la puerta de la habitación de Juan Pablo, entró y se topó con la escena de su hijo acabando de masturbarse. Raymundo observó a Juan Pablo con el pene en la mano tratando de subirse el pantalón lo más rápido posible, muerto de la vergüenza.
—¡Papáááááá!.. ¿Por qué no tocas antes de entrar? —exclamó furioso Juan Pablo.
Raymundo solo atinó a salir de la habitación lo más rápido posible, —Te espero en mi despacho —dijo a medida que salía.
Luego de unos minutos, Juan Pablo ya estaba sentado frente a su padre, en su despacho, mirando a todas partes menos a él, rojo de la vergüenza y con grandes muestras de incomodidad, algo que Raymundo parecía notar y a la vez disfrutar.
—¿Qué querías decirme? —preguntó Juan Pablo.
—Nada que no sepas —dijo Raymundo—. En poco tiempo tienes que regresar al colegio, dentro de quince días te vas a Lima —habló de manera muy tajante.
—¿En quince días? —exclamó Juan Pablo—. Pero si todavía falta un mes para que empiecen las clases.
—Ya lo sé —admitió Raymundo.
—¿Entonces? —preguntó su hijo.
—¿Entonces qué? Si te digo que te vas en quince días, te tienes que ir en quince días. El resto de tiempo que falta para que inicien las clases los vas a usar para alistar todo lo necesario; tus dos uniformes, cuadernos, libros, y todo eso.
—Eso lo puedo hacer rápido, me sobraría tiempo aunque me fuera faltando una semana —insistió Juan Pablo.
—¿Pero de qué te quejas? Vas a tener la casa para ti solo, vas a poder andar jalándotela sin preocupación.
Juan Pablo volvió a sonrojarse por el comentario de su padre, se puso de pie y salió enfurecido del despacho. Aunque extrañaba la ciudad, irse de la hacienda significaba dejar de ver a Pedro, a Julieta; pero sobre todo, era dejar de tener todo el sexo que ahí tenía.
Salió de la casa grande en dirección de los establos con el objetivo de toparse con Pedro, pero no lo encontró allí. Caminó más allá hasta los corrales, y tampoco estaba. Miró a todos lados, ofuscado y muy alebrestado, cuando a lo lejos vio venir al jovenzuelo, jalando del cabezal a un caballo que apenas empezaba su proceso de doma.
Juan Pablo no quiso esperar que Pedro llegara; se encaminó a su encuentro, y en cuanto lo tuvo en frente le plantó un beso en los labios que parecía que se los iba a reventar con la fuerza del beso.
Pedro se quedó perplejo de la brusquedad y ahínco de Juan Pablo, rápidamente se separó de él, cerciorándose de que nadie los haya visto.
—Amarra ese caballo en algún árbol, quiero cacharte… —dijo Juan Pablo, invitando a Pedro a tener sexo.
El hijo de Celestino se sentía acalorado, ansioso de que Juan Pablo lo hiciese suyo nuevamente como en los últimos días; así que amarró al caballo en un pino y corrió con el hijo del patrón agarrado de su mano rumbo a una cabaña vieja.
***
Juan Pablo se corrió sobre la cara de Pedro, dejándole el rostro completamente bañado en semen, el cual limpió con las cobijas viejas que había en el colchón de paja dentro de la cabaña. Ambos jóvenes se vistieron y regresaron a la hacienda.
Cuando iban llegando, notaron que en el patio de la hacienda se estacionó una camioneta color plomo con el emblema de Puente Viejo. De la camioneta bajaron dos hombres, uno era el coronel Alfonso Villegas, y el otro era nada menos que el ingeniero Luis Pérez.
Pedro se sorprendió al ver al ingeniero en Nueva Esperanza.
Luis, al distinguir a lo lejos a Pedro, le alzó la mano en señal de saludo.
—Hola, amiguito Pedrucho —gritó el ingeniero.
Pedro solo atinó a devolver el saludo con la mano levantada.
Juan Pablo sintió arder sus orejas. La confianza con la que aquel desconocido saludó a Pedro lo hizo sentir incómodo.
—¿Y quién es ese huevón que te saluda con tanta confianza? —le increpó, molesto, al hijo de Celestino.
—Es un forastero que en la mañana iba por la carretera. Dijo que andaba buscando camino pa’ Puente viejo —respondió Pedro, algo nervioso por la actitud de Juan Pablo.
—¡Más te vale que sea así!.. —le amenazó el hijo del patrón—. Porque si no, te voy a dar una paliza que vas a terminar con la trompa que no vas a poder tragar una semana entera —dijo y se metió a la casa grande.
El coronel y el ingeniero estaban por Nueva Esperanza para hablar con Raymundo acerca del proyecto de reforestación y la instalación de un macizo forestal que iban a realizar entre ambas haciendas. El coronel Alfonso quería reforestar toda la extensión de terreno de su hacienda, mientras que la idea de Raymundo, era de instalar un macizo forestal en Nueva Esperanza para negociar a futuro con la madera. Por tal motivo, Luis fue el elegido para llevar a cabo aquel proyecto, ya que era un ingeniero forestal, algo joven pero muy capacitado.
Luego de que Alfonso y Raymundo, junto con el ingeniero Luis se pusieran de acuerdo en la manera en la que trabajarían, este último salió fuera de la casa grande a tomar un poco de aire, ya que la altura de la sierra ayacuchana aún le afectaba un poco.
Mientras que Luis se lavaba la cara en un grifo que había cerca de los establos, divisó a dos muchachos discutiendo; exactamente, uno le reclamaba algo al otro, eran Juan Pablo y Pedro. Luis no alcanzó a oír lo que Juan Pablo le reclamaba al otro muchacho, pero si notó una cierta molestia en el carácter de Juan Pablo, sumado a los jaloneos del brazo que le daba a Pedro.
—Hola… ¿Todo bien por aquí? —intervino Luis en la discusión.
—¡A ti que mierda te importa! —le reclamó Juan Pablo.
—Me importa porque estas maltratando al muchacho —hablo Luis con voz fuerte y varonil—. Además, ¿no te han enseñado modales en el colegio o en tu casa? No eres un adulto para que andes hablando con lisuras, muchachito.
Juan Pablo soltó a Pedro del brazo y se retiró, prendiéndole la mirada a Luis, que lo observaba con la mirada fija y las manos en la cintura, en una posición muy valiente y varonil.
Apenas Juan Pablo se había retirado, Pedro intentó hacer lo mismo. Luis corrió tras de él y lo sujetó firmemente, pero con delicadeza, por el brazo.
—Hey… ¿estás bien? —le preguntó.
Pedro solo afirmó con la cabeza.
—No sé quién será ese idiota —dijo Luis—, pero no deberías dejar que te trate así —le recomendó.
Pedro solo esbozó una sonrisa tímida y movió la cabeza en señal de afirmación, y Luis adornó el momento dándole un abrazo y un beso en la frente, que hizo a Pedro ruborizar sus mejillas y salir a toda prisa de ahí, muerto de la pena y la vergüenza.
***
Pasados un par de días, en los cuales Juan Pablo no le había querido dirigir la palabra a Pedro, este caminaba por una zona del rio donde se levanta la división de Puente Viejo con Nueva Esperanza, cuando se estaba retirando del lugar oyó un chapoteo muy ruidoso y gritos de auxilio.
Pedro se acercó más a la orilla del rio para tratar de ver cuál era el origen del ruido. Al agudizar la vista pudo ver que rio abajo iba una persona arrastrada por la corriente. Sin perder tiempo y con la velocidad de un puma, Pedro se quitó las botas y el poncho para el frio, y se arrojó al agua; nadó hasta llegar donde aquella persona y la sujetó pasándole un brazo tratando de rodear su pecho, con todas sus fuerzas nadó hasta la orilla y una vez que tocó suelo, jalo de un brazo al casi ahogado hasta dejarlo sobre la arena. El ingeniero Luis, que era la persona que casi muere ahogada, se puso a toser tratando de expulsar toda el agua que tragó mientras lo arrastraba el río, y una vez que se sintió más calmado le agradeció a Pedro el haberlo salvado.
—¿Se siente bien? —le preguntó Pedro.
—Si… Ya me siento mejor… Gracias… gracias por salvarme, te debo mi vida —dijo Luis.
—¿Cómo se cayó al río? —volvió a preguntar Pedro.
—Estaba tomando algunos puntos con mi GPS, me subí a un tronco y perdí el equilibrio y me caí al río; quise nadar, pero no pude hacerlo. Si no hubieras llegado a salvarme me hubiera ahogado —respondió Luis, casi llorando del susto.
Pedro, al ver lo mortificado y asustado que se sentía Luis, solo atinó a abrazarlo para tratar de darle un poco de calma. Luis, por su parte, al sentir el calor del cuerpo de Pedro se sintió un poco más seguro y abrazó con desesperación a su salvador.
—Vamos señorcito —dijo Pedro a Luis —. Le acompaño hasta Puente Viejo pa’ que se seque y quite la ropa, capaz que se vaya a enfermar.
Luis agradeció el gesto de Pedro. Se pusieron ambos de pie y tomaron el camino hasta la hacienda del coronel Villegas. Al llegar, la servidumbre ayudó a Luis, le pasaron ropa seca y le dieron algo caliente para el frio; mientras que uno de los trabajadores de Puente Viejo, en agradecimiento por haber salvado al ingeniero de morir ahogado, se ofreció a llevar a Pedro hasta Nueva Esperanza.
Ya en su cama, arropado de pies a cabeza por gruesas frazadas, el ingeniero Luis recordaba una y otra vez aquel momento en el río en el que se abrazó fuertemente con Pedro. Cada vez que ese recuerdo le llegaba a la mente, un cosquilleo en su estómago aparecía, haciéndolo sonreír con ternura.
—¿Qué te pasa Luis? no seas idiota —se decía a sí mismo en su mente—. Ese muchacho no es gay igual que tú. No puedes enamorarte de él, es casi un niño —pensaba.
Sin embargo, por más que él mismo se repetía que aquel sentimiento que le despertaba Pedro no podía ser real, su cuerpo le decía que era difícil no evitarlo. Lo cierto era que, Pedro le gustaba y mucho, y prueba de ello era la erección que le provocaba la imagen de Pedro en su mente.
Cada que pensaba en aquel muchacho, se despertaba su hombría, tibia y muy turgente atrapada en su ropa interior. Su pene babeaba de solo imaginar a Pedro rosando con la sedosa piel de sus mejillas, la tibia prolongación de su erecto pene.
—Oh, Pedro… Pedrucho —jadeaba Luis—. Si tan solo pudiera tenerte aquí a mi lado, para besarte y abrazarte. Mi niño bonito —alucinaba mientras con su mano derecha descendía lentamente hasta su verga dura y venosa de piel morena, ligeramente curvada hacia arriba, con una cabeza regular y de tamaño considerable, por lo menos 18 cm de largo y buen grosor.
A medida que su mano acariciaba su exquisito falo, lamia sus labios como muestra del placer que sentía al autosatisfacerse por medio de la masturbación, imaginando que aquella deliciosa sensación era por hacer el amor con Pedro.
Luis imaginaba a su niño bonito recorriéndole el pecho y abdomen con suaves besos, iguales a los que él le daba por todo el cuerpo, incluso en sus níveas nalgas, para luego abrirlas con suavidad con ayuda de sus manos y acariciar su rosado esfínter con la punta de su tibia y húmeda lengua, primero con roses suaves y luego más fuertes, tratando de dilatar su delicado ano para no lastimarlo al momento de entrar en su cuerpo.
Todo estaba en su imaginación, pero Luis sentía como si fuese real aquel momento. Jadeaba de gozo al masturbarse cada vez con mayor rapidez, imaginando que su pene entraba en el ano de Pedro, con delicadeza y virilidad. Mientras él le besaba el cuello y los hombros, Pedrucho gemía de placer, se mordía los labios y suplicaba a Luis no parar, solo lo harían para cambiar de postura, y Pedro rosaría sus nalgas en la pelvis de Luis, mientras este lo sujetaba por la cintura y daba embestidas que sacudían al muchacho haciéndolo abrir la boca de gozo incalculable, para luego colocarse encima de él y mover sus caderas en un vaivén que provocaba en Luis ganas inmensas de eyacular, cosa que hacía mientras pegaba su cara al pecho de Pedro y soltaba en su interior chorros inmensos de semen caliente, lechoso y espeso.
Cuando Luis se dio cuenta, su orgasmo ya estaba acabando, pero su mano manchada de semen aún sujetaba su pene que no había perdido firmeza, mientras pensaba que esos treinta minutos de imaginación masturbadora fueron los más placenteros, casi tan placenteros como el sexo real que había tenido en toda su vida sexual.
Al fin publicaste otro relato amigo y muy bueno saludos amigo ya estoy esperando el otro y espero no demores mucho para no perder la trama de la historia cuidece amigo…. 🙂 😉 🙂 😉 🙂 😉 🙂 😉