EL SECRETO DE NUEVA ESPERANZA: Fray Thomas, sexo en el confesionario… (Capítulo 5)
El confesionario de la iglesia se convierte en el averno del pecado y la lujuria. Fray Thomas conoce los placeres de la lascivia carnal..
—Ave María purísima… —dijo Fray Thomas.
—Sin pecado concebida….
—Dime hijo, ¿cuáles son los pecados que te afligen?…
—Padre, acúsome de haber caído en el pecado de la carne, la lujuria, lascivia y concupiscencia. —decía Juan Pablo, esbozando una sonrisa pecaminosa y cargada de malicia en sus labios.
Fray Thomas dio un suspiro.
A través de la rejilla que los separaba a ambos, Juan Pablo podía ver al sacerdote acomodándose el cuello de su sotana oscura.
—¿Qué es lo que hiciste, hijo?. —decía Fray Thomas con su acento francés.
—Hace algunos días… me dejé llevar por la tentación… sucumbí al pecado de la carne y me dejé envolver por los placeres carnales… —decía Juan Pablo, queriendo convencer al sacerdote de que estaba arrepentido de su pecado.
—¿Te refieres a…?.
—Al sexo… Fray Thomas… me acosté con quien no debía.
Fray Thomas levantó la mirada al techo del confesionario, tragó saliva y continuó preguntándole a Juan Pablo.
—¿Tuviste… tuviste intimidad con alguna muchacha?… Pero, ¿Qué edad tienes, hijo mío?
—Tengo catorce años… Y… no, Fray Thomas… fue con un hombre.
El religioso abrió los ojos ante tal confesión, completamente sorprendido por las palabras de Juan Pablo.
—¿Un hombre?.
—Sí… y fue algo que yo disfruté en total plenitud.
—La sodomía es…
—Es un pecado, lo sé. Pero sentir la calidez de ese ano alrededor de mi pene me hizo alcanzar la gloria, Fray Thomas… Y sus gemidos en cada penetración me excitaban como usted no tiene idea.
Fray Thomas tragaba saliva con más fuerza y se secaba el sudor de la frente.
—Su boca es tan caliente, y sentir sus succiones en mi glande me enloquecen. Verlo tragarse mi semen es un placer infinito para mis ojos…
—¿Con quién fue? —preguntó el sacerdote.
—Su nombre no interesa, es uno de los peones de la hacienda de mi padre… alguien de mi edad.
—Los placeres carnales de esa índole no son del agrado de Dios. —decía Fray Thomas.
—Pero lo son del mío.
—¿Cómo pasó? —preguntaba el sacerdote, mientras deslizaba su mano, sigilosamente, entre su sotana hasta alcanzar su pene y lo acariciaba con suavidad.
Juan Pablo había clavado su mirada en Fray Thomas, lo sentía nervioso y un poco agitado, con la frente sudorosa y sus mejillas rojas, muy acalorado.
—Fue muy repentino, —dijo—. La primera vez lo hicimos en el río, esa vez solamente me la chupó, mi pene casi no le cabía en la boca, pero se notaba que le gustaba. Luego fuimos hasta un sitio solitario y se la metí con furia, le dolía, pero no me pedía que se la sacara, a pesar de que la tengo muy grande… muuuy grande, Fray Thomas.
—¿Qué tan grande?. —preguntaba el sacerdote.
—Más grande que la de un adulto, y eso que ni siquiera he cumplido los quince años. Puedo agarrarla con mis dos manos y aún queda la cabeza libre, y de grosor mejor ni hablo.
Fray Thomas respiraba agitado, mientras acariciaba con más fuerza su pene. En eso, giró un poco su cabeza y clavó su mirada fijamente en Juan Pablo, viéndolo directamente a los ojos.
—¿Y te gustó hacerlo con ese muchacho?, ¿sentiste muy rico?, —preguntó el religioso.
—Muy rico. Llenarle el ano o la boca con mi semen es un placer indescriptible.
Fray Thomas acercó su boca a la rejilla del confesionario y la lamió con lujuria. Luego se pasó los dedos por la comisura de los labios y se los chupó seductoramente.
Juan Pablo, al observarlo, notó las intenciones de aquel fraile. Se lamió los labios y esbozó una sonrisa lasciva, —misión cumplida—, pensó, y se levantó de la almohadilla en la que estaba arrodillado, entró al interior del confesionario y cerró la cortina, se abrió la bragueta del pantalón y sacó aquella gruesa, larga y venosa verga que ya babeaba al pronosticar lo que seguía; y acto seguido, Fray Thomas la engulló con hambre voraz, succionándola con esmero y hambre de carne de varón, mirando con sus ojos claros a Juan Pablo, como preguntándole, —¿era esto lo que querías?—.
El fraile se tragaba casi por completo ese pene de adolescente, que por el tamaño más parecía de adulto. Chupaba el glande y los testículos, saboreándola sin dejar ningún milímetro de piel. Por momentos lo hacía suave, y otros con furia.
—Es enorme y maliciosamente sabrosa—, pensaba Fray Thomas a medida que la chupaba, inundando su boca con el sabor salado del líquido preseminal de Juan Pablo, quien solo cerraba los ojos al sentir el placer y la profesionalidad de aquel fraile al chuparle la verga.
Con sus manos, Fray Thomas masturbaba el pene del joven Juan Pablo, mientras este blanqueaba los ojos y se lamía los labios, entregado ante un placer tan exquisito, y de vez en cuando miraba de manera lujuriosa al religioso y le golpeaba las mejillas con su enorme pene.
—¿Le gusta, Fray Thomas? —preguntaba Juan Pablo.
—¡Oh lá lá!… Oui, j’adore (sí, me encanta), —respondía el fraile hablando en francés.
Juan Pablo le sonreía lascivamente, y agradecía el haber sido aplicado en sus clases de francés en el colegio.
—¿voulez-vous que je le mette? (¿quieres que te la meta?) —preguntaba Juan Pablo casi susurrando.
—Oui s’il vous plait (sí, por favor) —respondía y a la vez suplicaba Fray Thomas, sorprendido al ver que aquel joven era capaz de comunicarse con él en su idioma.
Fray Thomas se acomodó a cuatro patas en el asiento en el que reposaba, levantó un poco su sotana y se bajó el pantalón. Bajo aquella tela oscura estaba un trasero exquisitamente apetecible, joven y terso, que al solo verlo hacía a Juan Pablo que su pene se endurara aún más.
El muchacho acercó su cara al esfínter anal del fraile, pasó su nariz por este tratando de sentir su olor puro y casto, pero pecador; aunque quizá no era tan puro, y mucho menos casto.
Fray Thomas olía a jabón, su aroma era muy limpio y su esfínter anal estaba desprovisto de vellos, tenía un color rosado, casi rojizo. Juan Pablo pasó su lengua suavemente por el canal que formaban sus nalgas. La piel del fraile se erizó completamente. En muchas direcciones, la lengua del adolescente mojó la entrada del ano de aquel religioso que en ese momento, sucumbía al pecado capital de la lujuria.
Rápidamente, el ano de Fray Thomas empezó a dilatarse. Juan Pablo agarró su pene erecto y colocó la punta de este en aquella abertura previamente humedecida. Suavemente empezó a meterlo.
Fray Thomas salivaba con un apetito sexual voraz mientras su ano era invadido. El dolor rápidamente se convertía en placer, y su deseo carnal era mitigado con las penetraciones de Juan Pablo, quien lo tomaba por la cintura con gallardía y le acariciaba sus firmes nalgas de macho europeo, a la vez que con sus pulgares trataba de abrirlas cada vez más para tener una mejor visión de su agujero, mientras su grueso falo lo iba atravesando.
Ambos hombres jadeaban en silencio tratando de no ser descubiertos, con la adrenalina disparada al cien por ciento y recorriéndoles todo el cuerpo.
Hilos de saliva caían de la boca abierta de Fray Thomas, completamente extasiado por la entrada y salida del colosal pene de Juan Pablo, jadeando y resoplando como una bestia en pleno apareamiento. Sentía su ano arder por lo grueso del pene de su efebo activo, pero a la vez su próstata era impactada haciéndolo expulsar borbotones de líquido preseminal de su normal pene, endurecido por el morbo, excitación y placer.
Los gemidos trémulos de ambos hombres invadidos por la lujuria, se ahogaban en suspiros embravecidos para no delatar su pecado al interior del confesionario.
Juan Pablo sentía el cosquilleo en su glande, las descargas eléctricas que salían de sus testículos, el calor del esfuerzo físico proyectado en su mete y saca que satisfacía su libido adolescente. Le aruñaba las nalgas, agarraba con fuerza las caderas de Fray Thomas y pensaba en que su alma era un mar de lascivia, pero una lascivia placentera de la cual no se arrepentía porque saciaba sus más bajos instintos, los que se alojaron en su pervertida mente apenas vio el porte, gallardura y beldad de aquel fraile.
Los mismos pensamientos cruzaban la cabeza del religioso, —esto es un pecado—, pensaba, pero el fuego de su morbo al sentir esa gran verga entrando y saliendo de su ano era más fuerte que el fuego de su conciencia, la misma que se había perdido por aquellos instantes de sexo homosexual.
Juan Pablo le mordía con suavidad el lóbulo de la oreja a Fray Thomas, a la vez que le empujaba su verga lo más profundo que podía.
—mmmmm… mmmmm… mmm… —se quejaba el fraile.
—Oh, Siiiiiii… —gemía Juan Pablo en susurros.
De pronto, retiró su pene de aquel estrecho ano y se sentó. Agarró su falo con una mano y sacudiéndolo le ordenaba al sacerdote que se sentara en el.
Fray Thomas se arrodilló y chupó un poco aquel mazo de carne dura y caliente, apoyó los pies en el asiento del confesionario y se fue sentando lentamente para sentir aquel pene macizo entrar con suavidad en su interior.
—¿Le gusta, Fray Thomas? —preguntaba Juan Pablo.
—Ohhhh, siiiiii… se siente fantástico… —resoplaba entre gemidos el fraile.
Fray Thomas empezó a subir y bajar su cadera, metiendo y sacando aquel grueso pene de su ano, apretándolo con su esfínter anal, como si lo chupara con sus paredes anales.
—¡Oh, que verga!… —gemía el religioso—. ¡La tienes muy grande!…
Juan Pablo solo ponía los ojos en blanco, el placer que recibía era inmenso y sentía que no podría aguantar mucho tiempo en esa posición.
En eso, se oyeron pasos y voces cerca del habitáculo del confesionario.
—Entonces, Padre Régulo, cuente con mi donación para el día de navidad. —decía una voz grave, la de Raymundo.
—Muchas gracias, hijo. A pesar de tu poca fe en la iglesia, debo reconocer que siempre aportas algo para quienes más lo necesitan.
El Padre Régulo y Raymundo conversaban a medida que se acercaban al confesionario, quedando al lado de éste.
Fray Thomas y Juan Pablo sentían la adrenalina recorrer su cuerpo por el miedo de ser descubiertos en pleno acto sodomita, pero eso no detenía al fraile para continuar clavándose el pene del guapo adolescente, mientras lo observaba y se ponía el dedo índice en los labios, haciéndole la señal de que no haga ruido.
—¿Pero dónde se metió este muchacho?, —renegaba Raymundo al no ver a Juan Pablo donde lo había dejado.
—Quizá salió a la calle. Ya sabes, hijo, como son los adolescentes, inquietos por naturaleza. —decía el Padre Régulo.
Juan Pablo, metido en el confesionario, sentía como expulsaba potentes chorros de semen en el interior del ano de Fray Thomas, y a la vez mordía su mano para no gritar extasiado de placer y delatarse ante su papá y el Padre Régulo.
Fray Thomas sentía como el elixir varonil de Juan Pablo le quemaba el interior, y lo orillaba a correrse con potentes chisguetes de semen que salieron de su pene, los cuales limpió con un pliegue de la tela de su oscura sotana.
Ambos se miraron exhaustos y con la vista nublada por tremenda cogida que acababan de dar. El fraile bajó sin hacer ruido, sacándose el pene del adolescente del ano; apenas salió, un chorro de esperma chispeó al exterior y cayó al piso. Se arrodilló y chupó el glande de aquella verga celestial, limpiándola completamente.
—Creo que iré a ver si mi hijo está afuera en la camioneta, —dijo Raymundo.
—Está bien. Yo buscaré a Fray Thomas, me parece raro que no esté rezando, él siempre lo hace a esta hora.
—Adiós, Padre.
—Ve con Dios, hijo.
Raymundo salió de la iglesia, mientras el Padre Régulo entraba nuevamente a la sacristía.
Fray Thomas abrió un poco la cortina del confesionario, divisó que no hubiera nadie y salió acomodándose la sotana, cerciorándose de que no tuviera rastros de semen en ella.
Apenas el fraile salió, lo hizo también Juan Pablo. Rápidamente corrió al encuentro de su papá, encontrándolo de regreso al interior de la iglesia.
—¿Y tú donde andabas?. —preguntó Raymundo.
—Estaba… estaba en… estaba en el baño. —respondió Juan Pablo.
—Sí, ya veo… seguramente estabas haciéndote la paja, ni en la iglesia puedes dejar de ser pajero. —decía Raymundo, subiéndole el cierre del pantalón a su hijo, que este se había olvidado de cerrar por la prisa de salir.
—Bueno, lo debí heredar de alguien, seguramente… —dijo Juan Pablo, subiendo a la camioneta.
Dentro de la iglesia, Pedro salía de detrás de una gran maceta de un helecho, caminó hasta el confesionario y al entrar en este vio algunas gotas de un líquido espeso en el suelo, tomó un poco en sus dedos y lo olfateó, era semen. Recordó como vio salir del confesionario a Fray Thomas y luego a Juan Pablo, rápidamente intuyó lo que había pasado ahí.
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