EL SECRETO DE NUEVA ESPERANZA: La pluma y una amarga despedida (Capítulo 11)
El sexo y el drama no son ajenos en las tierras de Nueva Esperanza..
»El final cada vez esta más cerca, queda muy poco por contar de EL SECRETO DE NUEVA ESPERANZA. En esta ocasión, el capítulo será, posiblemente, uno de los más cortos, espero que les guste…. Además, para los que disfrutaron mi anterior historia PIEL CANELA, estoy planeando la publicación de una segunda temporada, así que espérenla que pronto regresan el doctorcito Mateo y su vaquero Raúl…»
Los pocos días que llevaba el ingeniero Luis por aquellas tierras Ayacuchanas, le habían servido para despejar su mente en el trabajo y purificar sus pulmones del contaminado aire de la ciudad capitalina de Lima. También se había topado en seguidas ocasiones con Pedro, con el cual soñaba más que a menudo, como bien es sabido, con lujuria poética.
Luis deseaba más que nunca, después de tantos sueños húmedos y sesiones de masturbación, poseer el cuerpo del jovenzuelo que era ya su anhelo carnal. Sin embargo, quería lograrlo con cautela, sigilo y amor; más no por la fuerza, como ya le había sucedido a Pedro, algo que Luis ignoraba totalmente.
Un día, Pedro se encontraba sentado sobre una piedra en una pequeña loma, escribía sus vivencias de aquel día en su diario con un desgastado lápiz. Luis se acercó a él, lo saludó amablemente y se sentó a su lado. Pedrucho guardó rápidamente aquella libreta y fingió estar resolviendo su tarea vacacional de matemáticas.
—Hola Pedrito… —saludó Luis, revolviéndole el pelo al muchacho.
—Buenas, ingeniero —respondió Pedro tímidamente al saludo.
—¿Qué haces? —preguntó Luis.
—Nada… No hago nada, solo mi tarea —respondió Pedro con temeridad.
Luis había notado que Pedro había escondido la libreta y sacado otra.
—Veo que te gusta escribir —le dijo—. Mi hermano también tiene costumbre de escribir poemas, ¿Tú que escribes?¿Yaravíes?
—No… nada… solo hago mi tarea —insistió Pedro.
Luis prefirió no ahondar más en el tema. Notó el desgastado lápiz de Pedro. Metió su mano al bolsillo del pantalón y sacó un lapicero de carcasa negro azabache con adornos de aluminio y de tinta negra, se veía muy bonita y fina.
—Toma, te la regalo —dijo Luis, extendiéndole el lapicero a Pedro.
Pedrucho se quedó embobado mirando aquel objeto tan bonito, nunca en su vida había tenido un lapicero así, pensaba que debía de costar carísima.
—Gracias, pero ahí noma déjelo. No puedo recibirlo —dijo despreciando el regalo—. Si me ven con una cosa así van a creer que me la robé.
Luis se partió a carcajadas ante tamaña inocencia de Pedro.
—Anda, cholito, acéptala. Si te preocupa eso, no dejes que te la vean, y si te la ven les dices que yo te la regalé y punto.
Pedro tomó en su mano el lapicero, y cuando estaba por irse dijo:
—¿Cuánto le debo, ingeniero?
Luis pasó su mano por la espalda de Pedro, acariciándosela con cariño.
—No me debes nada, pequeño. Aunque… quisiera algo de ti.
Pedro agachó la cabeza, denotando un poco de tristeza. Se puso de pie y dándole la espalda a Luis, se bajó el pantalón y el calzoncillo hasta las rodillas, inclinándose un poco para que la colita le quede un poco más levantada.
Luis observó la situación y salivó. Los ojos le brillaron como estrellas, pero casi de
inmediato tomó el pantalón de Pedro y lo volvió a subir, lo abrochó y le dio la vuelta al muchacho. Lo miró con ojos aguados y le besó la frente dándole un abrazo caluroso, cargado de amor.
—¡No, pequeño! No es eso lo que quiero que me des —le dijo—. Me encantaría tener eso de ti, pero no es la forma en la que quiero conseguirlo.
—Discúlpeme ingeniero… por favor, no le vaya a decir a nadie —suplicó Pedro casi llorando.
—No te preocupes, nadie lo sabrá —y lo abrazó con más fuerza—. Pero ten por seguro algo, voy a intentar enamorarte.
Ambos se abrazaron con vehemencia. Pedro sentía tanta seguridad en los brazos de Luis, y este se sentía tan en paz protegiendo con su abrazo a Pedro.
***
Los quince días que Juan Pablo tenía para regresar a Lima estaban a punto de cumplirse, solo le quedaban dos días para volver a la caótica ciudad; y sus ganas de sexo, de despedirse como debía de sus dos zorras, estaban a punto de ebullición.
Un día soleado salió corriendo en el lomo de su yegua alazana hasta el sitio donde seguido se reunía con Julieta para tener sexo salvaje a orilla del rio.
Cuando llegó, vio a la muchacha desnuda sobre la arena.
Descendió rápidamente del animal, caminó a medida que se quitaba la camisa y desabrochaba su pantalón, y una vez desnudo inclinó un poco las rodillas para que Julieta se la chupara con una lujuria fatal.
La muchacha había adquirido mucha destreza comiéndose la enorme verga de Juan Pablo, cada vez lo hacía mejor y más delicioso, tanto que un par de ocasiones, el muchacho no se contuvo y le llenó la boca de leche durante la felación.
—¡Ufffffff! Más despacio o me vas a hacer venir —suplicaba Juan Pablo.
Julieta disminuía un poco la intensidad de tremenda mamada, hasta que sintió como la vulva le quemaba y se le humedecía hasta gotear por tanta excitación.
—Cómeme la conchita —le suplicó a Juan Pablo.
El muchacho levantó a su hembra con los brazos tomándola por las nalgas hasta dejarla con la vulva a la altura de su cara. Parecían dos acróbatas de circo, pero de uno donde la temática era el sexo lujurioso.
Juan Pablo hundió su lengua en aquella raja caliente, rojiza y muy hinchada, bañada en jugos por el inmenso deseo de sexo. La lamió en todas las formas, chupo el clítoris endurecido y los labios hinchados, sumergía su lengua por aquel orificio hace no mucho desvirgado por él mismo, clavándosela casi hasta el punto G. Haciendo que Julieta estallara en orgasmos que lejos de bajar su libido, hacían que aumentara su deseo de ser penetrada, se sentía vacía al no ser follada por Juan Pablo.
Luego de dos corridas de Julieta, Juan Pablo la bajó al suelo colocándola de rodillas, en pose de perrita golosa como a él le gustaba. Con las piernas juntas para que ajustara más y le resaltaran los labios vulvares apretados y jugosos.
Escupió un poco de sálica en la punta de su verga y se la clavó a Julieta haciéndola gemir como puta, mordiéndose los labios y pidiendo cada vez más fuerte.
—Ay, si… párteme la concha —suplicaba Julieta.
Juan Pablo solo bufaba y se le bañaba en sudor la frente y el pecho, mientras tomaba por la cintura a Julieta y la empotraba con cada metida, haciendo que los jugos de su vulva salpicaran por el aire, empujándola hacia adelante en cada embestida brutal y salvaje, pero muy placentera para ambos.
El momento del clímax no se hizo esperar y Juan Pablo descargó en la vagina de Julieta tanto semen, que al retirarle el pene, mucha leche salió disparada, bañándole las piernas a ambos jóvenes, que estaban jadeantes y cansados.
***
Al día siguiente, Pedro estaba solo en su casa, Celestino había salido junto con los peones a llevar las vacas hasta el abrevadero para que tomaran agua.
Juan Pablo, que sabía que Pedro se encontraba solo, llegó hasta la casa de este y toco la puerta.
Al entrar, se abalanzó sobre Pedro asfixiándolo con un beso.
—¿Qué haces aquí? —le preguntó el muchacho.
—Vengo a visitarte, no me gusta estar distante de ti —dijo Juan Pablo acercándose a Pedro.
Inmediatamente ambos se fusionaron en un beso que desencadenó en los dos un ardiente deseo de sexo, igual a una llama de fuego que crece hasta devorar todo a su paso.
Sin perder el tiempo, se desnudaron y recorrieron los cuerpos lascivamente, dejándose besos y chupetones en cada centímetro de piel.
Pedro se ahogaba chupando el pene de Juan Pablo, mientras este lamía el ano de su muchacho, humedeciéndolo y dilatándolo para follarlo con lujuria.
Juan Pablo tomó a su pasivo por las piernas, levantándolo en peso, mientras Pedro se le sujetaba del cuello. Lo penetró suavemente hundiendo en una sola estocada ese maso de carne dura y venosa en las entrañas de Pedro, que gemía como yegua en celo al sentir nuevamente el pene de Juan Pablo en su interior.
Las embestidas pasaron de lentas a más rápidas hasta llegar a ser salvajes. Juan Pablo levantaba a Pedro con toda su fuerza y lo dejaba caer sobre su verga, escuchándose el sonido de la piel cuando choca con otra piel durante el sexo, combinado con los gemidos de ambos muchachos que sudaban a chorros y sentían ahogarse en el delirio de la lujuria y el placer.
De pronto, Juan Pablo puso a Pedrucho sobre la cama con las piernas en sus hombros, y lo volvió a penetrar salvajemente, sacándole rechinidos al catre hasta llegar al punto de no poder parar.
Juan Pablo, luego de hacer correrse varias veces a Pedro, le retiro rápidamente el pene del interior y se lo colocó frente a su boca, ordenándole que la abriera. Pedro entendió lo que quería su macho y abrió la boca lo más que pudo, y unos intensos chorros de semen le inundaron toda la cavidad bucal y la cara.
Ambos muchachos jadearon exhaustos cayendo desplomados a la cama.
—Pásame ese trapo de la mesita para limpiarme—pidió Pedro.
Juan Pablo tomó un pedazo de franela que había en una mesita de noche al lado de la cama y se lo pasó a Pedro para que se limpiara la cara.
Mientras Pedro se terminaba de limpiar los restos de semen, Juan Pablo vio la pluma que Luis le había regalado a Pedro. Tomó la pluma y dirigiéndose al muchacho le preguntó.
—¿Y esta Pluma?¿De dónde la sacaste?
Pedro intentó tomar la pluma, pero Juan Pablo se lo impidió.
—Me la regalaron —dijo Pedro.
—¿Quién te la regaló? —preguntó Juan Pablo, poniéndose algo enérgico.
—Alguien… contestó Pedro.
—¿Quién te la regaló?¿No será que te la robaste? Se ve cara y fina —supuso Juan Pablo.
—No me la robé. Me la regalaron —insistió Pedro.
—ENTONCES ¿QUIEN MIERDA TE LA REGALÓ? —volvió a insistir Juan Pablo, esta vez gritando.
—Me la regaló el ingeniero Luis —respondió Pedro con temor.
—¡HIJO DE PUTA..! —gritó Juan Pablo, rompiendo con sus manos la pluma por la mitad, para luego arrojársela por la cabeza a Pedro—. Seguro ya te le andas regalando, puta.
—Él no me ha hecho nada, me la regaló porque es mi amigo —decía Pedro, cubriéndose la cabeza con los brazos para no salir lastimado por los pedazos de la pluma rota.
Juan Pablo se acercó a Pedro y tomándolo de la cara con fuerza lo aplastó contra la cama.
—ANDA REGÁLATELE SI QUIERES. YO DE TODOS MODOS ME VOY MAÑANA A LIMA. QUÉDATE CON ÉL, PERO NO ANDES LLORANDO POR MÍ, PERRA —gritó Juan Pablo, dejando al muchacho tendido en la cama, mientras él se vestía para luego salir de la casa hecho un demonio.
Pedro se puso de pie y se vistió, limpiándose las lágrimas de sus rosadas mejillas.
***
Temprano por la mañana del día siguiente, a eso de las ocho, el sol brillaba intensamente. Pedro se asomó discretamente, escondido detrás de una pared, a ver el tumulto que había en el patio de la casa grande.
Estaba la camioneta estacionada y Celestino metía unas maletas a la cajuela, las maletas de Juan Pablo, el cual se despedía de su padre con un escueto abrazo para luego subir a la camioneta junto a Celestino, rumbo al aeropuerto de Ayacucho, donde tomaría un avión hasta la ciudad de Lima.
Por la ventana de la camioneta, Juan Pablo pudo divisar a lo lejos a Pedro, que levantaba su mano en señal de despedida, acción que no fue correspondida por Juan Pablo, el cual solo atinó a cerrar la ventana.
—¿Está bien, joven? —preguntó Celestino a Juan Pablo, al verlo un poco melancólico y con signos de querer llorar.
—Sí, estoy bien, Celestino. Es solo que, creo que voy a extrañar este lugar —dijo Juan Pablo.
Celestino encendió la camioneta y arrancó a toda marcha. Pedro contemplaba al vehículo partir hasta desaparecer, mientras gruesas lágrimas salían de sus ojos, ignorando si alguna vez volvería a ver de nuevo a Juan Pablo, su gran amor.
Dejar un comentario
¿Quieres unirte a la conversación?Siéntete libre de contribuir!