EL SECRETO DE NUEVA ESPERANZA: La presencia de Julieta (Capítulo 9)
La ausencia de Raymundo y Celestino deja un escenario propicio para la pasión entre Juan Pablo y Pedro; sin embargo, una nueva presencia llega….
Hola… Después de mucho tiempo vuelvo a publicar otro capítulo. Sinceramente no creo que sea el mejor capítulo, pero ya sentía la necesidad de publicar otra vez. Me gustaría publicar más seguido, pero mi trabajo demanda mucho tiempo. Espero que les guste…
Juan Pablo yacía tendido sobre la cama de Pedro, enredado hasta la cintura con una frazada tibia que tenía un tigre dibujado en ella; exhausto por todo el placer dado y recibido, dormía plácidamente dejando al descubierto su adolescente figura que se marcaba día a día, producto del desarrollo, la testosterona y el ejercicio.
Pedro estaba al lado de Juan Pablo, despierto y pensativo, observándolo fijamente y tratando de adivinar cuanto tiempo podría pasar entre buenos tratos con el hijo de su patrón, hasta que nuevamente vuelva a ser lastimado. Por momentos sentía miedo, pero por otros concebía en su mente la idea de que quizá era mejor así, mientras Juan Pablo no lo desechara totalmente y de vez en cuando le hiciera el amor con pasión y lujuria desenfrenada.
—¿Te pasa algo? —preguntó Juan Pablo, al notar la mirada extraña de Pedro.
—¡No! —respondió el muchacho—.
Juan Pablo se estiró desperezándose, hizo a un lado la frazada y se puso de pie en el piso, completamente desnudo.
—Ya es tarde, debo regresar a la casa grande, mi papá no debe tardar en volver, si es que no ha regresado ya —dijo mientras recogía su ropa interior del suelo y se vestía.
—Aquí está tu pantalón —dijo Pedro alcanzándole el pantalón jean.
En cuanto Juan Pablo terminó de vestirse, se despidió de Pedro y salió de la casa disimuladamente, esperando que nadie lo viera.
Pedro, por su parte, se quedó sentado en la cama, esperando el beso en la boca que Juan Pablo, al despedirse, nunca le dio; suspiró fuerte, recogió su ropa del piso y se vistió.
***
Ya en el interior de la casa grande, Juan Pablo corrió hasta la cocina donde se encontraban las cocineras preparando la cena. Un olor a trucha frita inundaba el lugar.
—¡Buenas noches! —saludó el muchacho.
—¡Buenas tenga usted, patroncito! ya va a estar lista la meriendita —dijo la mujer.
—Gracias. ¿Mi papá no ha vuelto? —preguntó Juan Pablo.
—¡No papacito! Que yo sepa se va demorar más de dos días por la Lima, al menos eso me dijo el Celestino —respondió la sirvienta mientras atizaba el fuego.
—¡Ah!.. ¡Es cierto! No me estaba acordando que se había ido a Lima —sonrió Juan Pablo y luego subió a su cuarto.
A medida que Juan Pablo se daba la vuelta, Pedro iba llegando, entrando por la puerta trasera de la cocina de la casa grande, hambriento y con sueño por la tarde llena de diversión.
Metido en su cuarto, Juan Pablo cayó en la idea de que Celestino volvería dentro de unos dos días, igual que Raymundo, ya que los dos se habían ido juntos a Lima, ‘’—esta es mi oportunidad de aprovechar que Pedro va a estar solo’’—pensó con malicia.
Rápidamente acomodó en una mochila un poco de ropa para dormir y la dejó sobre su cama. Después de haber cenado y casi a las nueve de la noche, cuando ya todos dormían en Nueva Esperanza, salió sigilosamente de la casa grande y se encaminó entre la oscuridad hasta la casita de Pedro.
Los perros ladraban enérgicamente y el viento azotaba las copas de los árboles de una manera que parecía que los pinos se vendrían abajo; el cielo, esta vez oscuro y sin estrellas, anunciaba que habría tormenta.
Tres golpes se escucharon al otro lado de la puerta de la casa de Pedro y este se apresuró a abrir. Apenas la puerta estuvo abierta, Juan Pablo entró tiritándose de frío y con su mochila en hombros.
—¿Qué haces aquí? —preguntó el hijo del capataz.
—Vengo a pasar la noche contigo, cholito —le respondió Juan Pablo, tomándolo de la cintura y plantándole un beso húmedo y tibio en los labios al más pequeño.
Antes de que alguno de los dos pudiera decir algo, ya estaban caminando hacia la cama de Pedro. Completamente desnudos se metieron bajo las frazadas y se acurrucaron para calentarse entre sí por el intenso frío que producían las primeras gotas de lluvia que caían del cielo.
—¡Qué rico se siente estar así! —dijo Pedro, con la cara pegada en el pecho de Juan Pablo.
—¿Te gusta? —le preguntó su acompañante.
—Mucho, ¿y a ti? —volvió a preguntar Pedro.
—Me encanta —dijo Juan Pablo a medida que dirigía sus labios hacia los de Pedro, buscando un beso que hizo que su pene terminara de despertar por completo y lubricara suplicando estar en el interior de su amante.
Con un poco de fuerza le dio la vuelta a Pedro haciendo que este quedara bocabajo y con las nalgas un poco levantadas. Dirigió su boca hacia el esfínter del muchacho y lo lamió con sutileza y furia a la vez.
Pedro lanzaba gemidos de placer inigualable, mordía las sabanas y cerraba los ojos, invadido por unas ganas infinitas de ser nuevamente penetrado. Juan Pablo recorría toda la anatomía de su amante con sus manos sacando de él su lado más morboso, mientras su pene soltaba grandes chorros de líquido preseminal, igual como escurre savia de una penca de sábila cuando es recién cortada. Tomó un poco de saliva entre sus dedos y los embarró en el glande de su longaniza de carne humana y, dirigiéndola hacia el esfínter dilatado de Pedro, lo penetró suavemente para dar una estocada con fuerza cuando la mitad de su verga había entrado.
Pedro solo se limitó a soltar un alarido que fue callado por Juan Pablo cuando le tapó la boca.
¡Shhhhhh!.. ¿Te gusta? —le preguntaba.
Pedro solo afirmaba moviendo la cabeza, con los ojos llorosos y en blanco, quebrando más su espalda para mejorar aún más la penetración.
Juan Pablo aceleró sus embestidas, ya su pene entraba casi en su totalidad en el ano de Pedro; sus fuertes manos lo tomaban por la cintura, apoderándose de él totalmente, haciéndole su putita que gozaba con la verga de su macho dentro, quemándosela con el calor de su ano.
El placer y la excitación del momento hicieron que Juan Pablo no pudiera contener sus ganas de eyacular, y soltó grandes chorros de semen que fueron a parar en la cara de Pedro, bañándosela completamente. El semen de Juan Pablo se sentía caliente y espeso sobre las mejillas y la frente de su amante, escurriéndosele hasta el pecho, marcado como propiedad de su dominante.
***
La noche transcurrió entre sexo lascivo y una tormenta fría y violenta. Apenas Juan Pablo abrió los ojos se topó de lleno en su mirada la cara de Pedro, se veía angelical con sus mejillas rosadas, la boca roja y ojitos cerrados, parecía un bebé. Por un momento, a Juan Pablo solo le nació de las entrañas acercar sus labios a la frente de Pedro y marcar un cálido beso.
Antes que el hijo del capataz se despertara, Juan Pablo ya había regresado a la casa grande, a su realidad, mientras Pedro despertaba en la suya. El ano lo tenía todo rojo e irritado por la fuerza repetitiva con la que fue penetrado, su boca conservaba el sabor del semen de Juan Pablo, al igual que las sábanas de su cama que estaba llenas de restos de esperma de ambos jóvenes.
Pedro se vistió, desayunó y fue hasta los corrales a empezar con su trabajo de todos los días, cuidar y amansar los caballos.
Mientras le trenzaba las crines a una yegua, llegó Margarita. La muchachita era poco menor que Pedro. Andaba con su pollera negra con bordes de colores y cintas en las trenzas de su pelo, y se cubría del frío de la mañana con su lliclla de muchos colores.
La jovenzuela lo saludó cariñosamente. A nadie le resultaba novedoso el interés que ponía en Pedro. Siempre tan amable y servicial, invitándolo a pasear por el río y recogiendo hortalizas del huerto para llevarlas a la cocina.
—¡Hola Pedrucho! —lo saludó.
—Hola Margarita —saludó Pedro.
—¿Vamos al río a sacar truchas? —invitó Margarita.
—Pa otro día mejor. Tengo harto quehacer —le respondió Pedro, aunque en el fondo era solo una excusa para no acompañarla.
Margarita prendió la mirada hacia donde estaba Juan Pablo, el cual caminaba a pasos apresurados hacia donde estaban ellos dos.
—¡Ahí viene ese creído! —dijo Margarita señalando a Juan Pablo con la mirada.
—¡Shhhhhh! ¡Calla sonsa!.. ¡Te va a escuchar! —la reprendió el hijo del capataz.
—¡Es la verdad, pues! A mi ese no me cae, aunque sea el hijo del patrón.
Juan Pablo llegó hasta donde estaban ellos dos, los saludó fríamente y le pidió a Pedro que le ensillara su caballo para ir a cabalgar un rato y ver el ganado.
—¿Y tú, niña, no tienes nada qué hacer? —le preguntó Juan Pablo a Margarita, casi regañándola.
La pobre niña solo atinó a despedirse de Pedro y marcharse de los corrales.
—¿Qué hacías con esa chibola? —le reclamó Juan Pablo a Pedro apenas Margarita se había ido.
—Nada… La Margarita es mi amiga —respondió Pedro mientras Juan Pablo le apretaba el brazo con fuerza.
—¡Más te vale, no te quiero ver que estés conversando con esa! —le advirtió.
Pedro se quedó asustado y a la vez confundido, pues tal parecía que Juan Pablo acababa de experimentar los celos. Le ensilló el caballo y se lo dio para que saliera a todo galope en dirección al río.
***
Durante un largo rato, Juan Pablo galopó su yegua alazana. Sin darse cuenta, había cruzado el lindero entre la hacienda de su padre y la hacienda Puente viejo, propiedad del coronel Alfonso Villegas.
Cabalgó un rato por la orilla del río hasta llegar a divisar a lo lejos a una persona bañándose, era una mujer completamente desnuda, la misma chica de la otra vez.
Juan pablo amarró a la yegua en unos arbustos y caminó agachado escondiéndose entre las piedras. Una vez que estuvo más cerca pudo divisar en su esplendor el cuerpo de Julieta, era exquisita. Julieta tenía un cuerpo perfecto, torneado y en pleno desarrollo. La estuvo contemplando un largo rato mientras se bañaba y tocaba cada parte de su cuerpo con sus manos; de igual manera, Juan Pablo acariciaba su pene por encima del pantalón, imaginando sus manos en los pechos de Julieta y su lengua en los labios vulvares de la chica.
De pronto, el ruido de unos pasos hizo que se tirara al suelo y permaneciera detrás de una piedra más grande que él para no ser descubierto. Era una chica de unos 15 o 16 años la que había llegado a buscar a Julieta.
—Señorita, por fin me la encuentro…
—¡Aaaasssshhhh!.. ¿Qué quieres Francisca? ¿No ves que me estoy bañando?
—Es que su papacito me mandó a buscarla, y la estoy busque y busque por todititos lares.
—Regresa a la hacienda y dile a mi papá que ya voy en un rato.
—Pero es que él quiere verla ahoritita, por eso me…
—¡DILE QUE YA VOY!… ¿NO ME ENTIENDES O QUÉ? —gritó Julieta.
—Ahorita le digo, señorita…
Francisca salió corriendo a toda marcha rumbo a Puente viejo, mientras Julieta seguía bañándose.
—¿Y tú… vas a seguir espiándome o vas a salir de tu escondite? —dijo Julieta mirando hacia donde Juan Pablo permanecía escondido.
—Esperaba que me lo pidieras… —dijo Juan Pablo, saliendo de detrás de la roca y empezando a desvestirse.
Hola amigo al fin siempre esperando un relato tuyo y hoy me lo encontre muy bueno el relao y la verdad ya estoy esperando el siguente y no demores tanto sale amigo… 🙂 😉 🙂 😉 🙂 😉 🙂 😉