El Seminario (I)
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Anonimo.
Una de las pirmeras cosas que debiamos hacer era una redacción libre sobre un texto de la biblia. Para entretenerme escribí todo un sermón que mostraba una convicción religiosa desmedida. Aquello me divertía. Y sucedió que ese mismo dia el cura que se encargaba de nuestra clase lo leyó y le debió llamar la atención. El padre Daniel era un hombre de unos cuarenta y tantos, alto y con canas incipientes. Su rostro era agradable y personalmente me caía bastante bien.
Tras la cena nos retiramos a nuestros cuartos. Allí me desvestí y preparé el baño con agua caliente. Mientras estaba relajado alguién llamó a la puerta. Era la voz del padre Daniel que quería hablar conmigo. Rápidamente salí del baño y me puse el albornoz. Él se mostró sorprendido cuando me vio pero pasó enseguida a hablar de mi posible vocación como sacerdote. ÉL pensaba que tenía futuro en eso. Mientras hablaba empecé a notar cierta excitación y poco a poco fui centrando mis miradas en su pantalón. Intentaba imaginar cómo sería su miembro, su tamaño, su forma. Al tiempo pensaba como sería la vida de un hombre como aquel que no podía disfrutar del placer que yo estaba descubriendo a esas edades. No sé si él se percataba de aquello, pero le interrumpí para preguntarle si creía que yo podría soportar el celibato si fuese cura. El se quedó atónito un momento y a continuación me respondió que esa era una dura faceta. Su voz mostraba cierta agitación. Yo deje que el albornoz se abriese un poco y mostrase algo de mi cuerpo adolescente aún humedecido por el baño. Noté que su mirada intentaba adivinar mis formas y mi verga. VOlví a interrumpirle para decirle que él me caía muy bien y que me parecía injusto que aunque fuera cura no pudiese aliviar de vez en cuando esa carga. No dijo palabra, solo colocó suavemente su mano sobre mi pierna pasándola por debajo del albornoz. Le pedí que me dejará tocar su miembro y que a cambio le ayudaría a calmar sus tensiones.
Mientras mis manos desabotonaban su pantalón él no hablaba. Comencé a notar como se aceleraba su respiración y se hacía más fuerte.
Introduje mi mano y saqué su polla medio empalmada. Era tan buena como me la imaginaba, bastante gorda con una piel gruesa pero sueve. Notaba al tacto en ella las venas bombeando sangre. Su glande hinchado echó hacia atrás el poco de piel que lo cubría y comenzó a crecer y enrojecerse. La sacudí mientras el padre Daniel jadeaba. Estaba decidido a proporcionar un gran placer a ese hombre asi que me incliné, abrí mis labios e introduje su verga en mi boca. El colocó levemente su mano en mi cabeza y comezó a moverla de atrás a adelante. Yo le dejé hacer y su polla entraba cada vez más en mi garganta.
Deseaba probar el gusto de su leche, que llevaba tanto tiempo encerrada en él deseando salir. Y al cabo de cinco minutos mi deseo se hizo realidad. Dejó de empujarme con su mano. Su glande parecía que iba a explotar. Noté su polla erecta y las venas se hincharon. Entonces saqué la verga de la boca con mi lengua y el borde mis labios en contacto con ella. No quería simplemente tragar su leche sino saborearla. A pesar de ello su polla disparó el primer chorro con tal fuerza que se coló hasta el fondo de mi boca resabalando por mi garganta. Apenás pude apreciar la cantidad de esperma que había descargado y su calor. A continuación el padre expulsó cuatro descargas más que para mi suerte empaparon bien mis labios y mi lengua. Era una lecha un poco acuosa pero deliciosa. Además como suponía el padre Daniel tenía una buena cantidad reservada para mí. Gran parte de ella no podía mantenerla dentro de la boca, un poco fue hacía mi garganta y otro poco salía por la comisura de mis labios. Pasé unos segundos saboreándola y después me tragué hasta la última gota. Sabía que él estaba satisfecho pero miré su rostro para asegurarme. Efectivamente apenas podía ocultar su placer. Mientras él se iba relajando limpié bien su miembro como mi boca, observando como se iba desinflando y su glande volvia a ocultarse bajo la capucha de piel. Apenas salían unas gotitas de su preciado néctar que yo sorbía con deleite.
Tras unos minutos de silencio el padre se abotonó el pantalón. Parecía que quería decir algo, pero tras dudar un momento salió de la habitación y cerró sigilosamente la puerta.
Esa noche dormí desnudo y me masturbé recordando todo lo sucedido. Cuando estaba muy excitado me imaginé como el padre Daniel podría follarme como a las chicas de las revistas pornográficas. Unté un dedo de mi mano con saliva y lo introduje lentamente en mi ano. Era una sensación nueva para mí. Me agradó, asi que mantuve mi dedo dentro del agujero de mi culo mientras terminaba de masturbarme y seguía pensando en el padre Daniel.
Lo mejor era que el seminario sólo acababa de comenzar.
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