EL SEÑOR DE LA BOA
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Emmanuel.
Nuestro viaje a Tierra del Fuego concluyó. Terminó con una situación inesperada. Nos hospedamos en el Hotel de Ricardo, el papá de Matías, un hombre de 45 años, estatura media. Robusto pero no gordo, de buen carácter. El se divorció hace 5 años y se fue a vivir al sur. El día que nos recibió nos agradó su buen humor. A medida que pasaba el tiempo fue creciendo la amistad con él. Uriel, mi “noviecito” de 20 años estaba algo celoso. Decía que nuestro anfitrión me miraba a menudo el culo.
Desde el mismo momento en que Uriel me hizo ese comentario, nació en mí la extraña tentación de provocar a Ricardo. Siempre he sentido placer de despertar en los otros el deseo. Pero nada más que eso. Tengo 25 me llamo Emmanuel, de cabellos negros, cutis blanco y ojos celestes.
Matías es compañero de facultad de Uriel y fue quien nos invitó a pasar unos días en Ushuaia la capital de Tierra del Fuego. La ciudad más austral del país. En invierno generalmente nieva. El frío nos obligaba a regresar temprano al hotel. Allí anochece temprano. Durante el día estábamos afuera, paseando, conociendo, mientras Ricardo y Matías estaban ocupados en su trabajo. Todas las noches cenábamos los 4 juntos.
Después de cenar, Uriel ayudaba a Matías en el servicio del hotel, hasta que llegaba el conserje de la noche. Yo conversaba con su papá. Conversaciones informales pero cálidas. Una noche le pregunté: “Ricardo ¿por qué eligió venirse tan lejos? ¿No extraña nuestra ciudad?”. Él respondió: “quedé destrozado con la separación de mi mujer, fue algo que me costó superar, y lo primero que hice fue invertir mis ahorros lejos de ella. Me costó separarme de Matías, es mi único hijo, pero mi impulso fue huir”.
Sentí lástima por lo que me decía. Otra vez le pregunté: “¿y cómo le va aquí? ¿No volvió hacer pareja?”. Me contestó: “al principio fue difícil, después me fui acostumbrando, todavía no hice pareja. Eso no lo descarto ya que la soledad es dura y todavía tengo muchas energías”. Largó una risa. Luego me dijo: “¿y vos tenés novia?” Le dije que no. A él le pareció extraño y me dijo: “¡es raro! Un chico tan lindo que no tenga novia, pero imagino que algunos “jaleos” tenés”. Otra vez nos largamos a reír.
Ricardo estaba con camisa de mangas cortas y noté un tatuaje en su brazo, le pregunté: “¿y ese tatuaje?”. Otra vez río y subiéndose hasta el hombro la manga de la camisa, me mostró una serpiente que le cruzaba el brazo. Se notaba que se la había hecho hace muchos años. Me contó: “fue una locura de juventud, me la hice al salir del servicio militar”. Le observé el brazo y le pregunté qué era, él me respondió: “una boa… ¿sabes lo que es una boa?” y le respondí: “una víbora gigantesca”.
Él me contó que los otros soldados le llamaban “Boa” y por ese motivo se hizo ese tatuaje. Se me ocurrió preguntarle: “¿Por qué lo llamaban boa?”. Él se largó a reír y me preguntó: “¿querés saber por qué me pusieron ese sobrenombre?, en las duchas ellos descubrieron un detalle personal”, entonces se puso de pie se desabrochó el pantalón y se los bajó junto con el calzoncillo y me mostró el pene. Quedé asombrado, perplejo, era la verga más grande que había visto en mi vida.
Mudo por la sorpresa observaba esa pija. Aún flácida medía mucho. Estaba circuncidado, es decir sin prepucio, por lo que colgaba pesadamente un glande tremendamente cabezón. Los testículos eran enormes. Tanto su pija como sus huevos eran rodeados de abundante pelo. Mientras estaba atrapado por semejante visión, Ricardo se subió el calzoncillo y se abrochó la bragueta de su pantalón, y con una sonrisa me dice: “¿Entiendes ahora porque me llamaban boa?”. Le respondí: “si, claro, es enorme”
Me preguntó: “¿y vos cómo estás de caño?”. Respondí: “todo normal, aunque pequeño a la comparación del suyo”. Yo estaba excitado pero entonces me vengué, le dije: “Yo no tengo ese tamaño adelante, pero tengo un enorme culo. Mi mamá y mi hermana dicen que tengo cola de mujer, y durante mi vida he tenido que soportar los pellizcos de los más confianzudos. Mis compañeros del colegio me llamaban “Patito” ¿quiere saber por qué?”. Me respondió: “si”
Me puse de pie, me bajé el pantalón y el slip y me di media vuelta parando la cola y mostrándole el culo. Él quedó perplejo tanto como yo cuando miraba su verga. Atónito no sacaba la mirada de mis glúteos bien redondos y levantados, casi lampiños, a penas unos pocos bellos y yo sabía que me estaba deseando, hice entonces un movimiento de nalgas. Me subí el pantalón y le pregunté: “¿entiende porque me llamaban patito?” y él respondió: “está claro y tu mamá y tu hermana tienen razón”. Los dos reímos.
Me acerqué a la cocina preguntándole: “¿quiere que tomemos un café?” él me respondió: “bueno, te alcanzo el azúcar”, al levantarse le vi de reojo la bragueta, una punta visible levantaba la tela de su pantalón. A Ricardo se le había parado la boa y yo sentía el placer de haberlo excitado.
Estábamos tomando el café, cuando entraron Uriel y Matías. Comentaban acerca de la discusión de dos holandeses que se alojaban en el hotel. Uriel fue a ducharse y Matías nos saludó dirigiéndose a su habitación. Ricardo me invitó: “¿quieres que veamos una película?”, le respondí que estaba cansado, le agradecí y lo saludé. Fui a mi habitación, estaba excitado con lo sucedido, no podía sacarme de la cabeza la semejante poronga que colgaba entre sus piernas. Disfrutaba haber despertado el deseo en ese hombre.
Era la última noche que estábamos en Ushuaia, debía aprovecharla al máximo y caliente como me encontraba, me desnudé y entre a la ducha donde estaba Uriel. Me recibió debajo de la lluvia, me puso shampoo y enjuagó mi cabeza, y luego me jabonó todo el cuerpo. Estábamos enjabonados, haciendo más delicioso el friccionar de nuestros cuerpos. Nos besamos mientras nos tocábamos el culo, la espalda, y frotábamos nuestros penes erectos. Nos secamos y fuimos a la misma cama.
Con la visión de la boa de Ricardo, me fui a la verga de Uriel y comencé a besársela, comencé a saborear y a chuparle el glande, los testículos, hasta cerca de su agujerito. Uriel gemía, y tantas noches de sexo, nos hizo mas confiados y no callábamos nuestros gemidos. Tragaba toda su pija en mi boca y la sacaba rozando mis labios en su glande. Nos incorporamos y nos pusimos en posición cucharita. Uriel detrás me besaba las mejillas, el cuello, y sus rubios cabellos rizados, humedecidos por la ducha me mojaban.
Con mis manos oriente su pene hacia mi esfínter y él clavó la cabeza de su pija adentro, entonces lo detuve, porque yo quería jugar y hacerle gozar, con mis movimientos de culo lograba que su glande entrara y saliera. Mi agujero es el que tenía toda la iniciativa. Uriel mantenía estática su verga dura, y yo con un corto movimiento vertiginoso de caderas, me clavaba su cabeza y sin que su tronco ingresara volvía a sacar. Así sucesivamente. Uriel me abrazó y largó toda la leche que pudo en mi interior.
Era una manera de compensarlo por los deseos prohibidos que sentía por el dueño de casa. Luego le pedí que también me chupara, y Uriel me dio una mamada ejemplar. Otra vez nos pusimos en posición de cucharita, pero esta vez yo estaba detrás. Le rogué que hiciera lo mismo que le había hecho yo. Dejó entonces que le clave la punta de mi pija y luego comenzó a moverse con un ritmo ideal. Tampoco disimulé los gemidos. Era la última noche en Tierra del Fuego y mi semen se abría pasos dentro de él.
Uriel me contó que Ricardo le había pedido a Matías que trajera una mercadería de un galpón que estaba en una estancia a 50 kilómetros de allí y que fuese acompañado porque solo no podía hacer esa tarea. Uriel me dijo que saldríamos a las 9 a.m. para volver antes de las 1 p.m. Entonces le dije que fuese él con Matías y que yo aprovecharía para limpiar todo el departamento, también aprovecharía de preparar nuestro equipaje ya que a la tarde regresaríamos a nuestra ciudad.
Al otro día, los muchachos desayunaron temprano y partieron. Me quedé un rato más en la cama y luego me levanté para las tareas. Salí de mi habitación en slip, pues en Tierra del Fuego todos los ambientes poseen excelente calefacción. En la casa reinaba un silencio total. Me dirigí a la heladera y me sorprendí cuando desde la habitación de Ricardo salía él también en paños menores. Le dije: “pensé que estaba trabajando en el hotel”. Me respondió que iría dentro de un rato.
Entonces le pregunté: “¿quiere que le prepare el desayuno?”. Me contestó: “desayuné antes que los muchachos, los despedí desde el hotel”. Le volví a preguntar: “¿se siente mal?”. Entonces se puso frente a mi, y me dijo: “seré directo. Me siento excitadísimo con vos. La situación de ayer me dejó caliente, muy caliente”. Su tono era amable y suplicante. Me puse muy nervioso y le dije: “pero…yo no acostumbro hacer eso”.
Ricardo me dijo: “creo que está mal espiar lo que los otros hacen. Pero anoche estaba tan excitado que creí sentir gemidos dentro de la habitación de ustedes, me acerqué a la puerta y confirmé que ustedes estaban gimiendo, estoy seguro que tuvieron sexo, pero no me debes dar ninguna explicación. Únicamente te pido que me entiendas, soy un hombre solo. Estoy muy excitado y quisieras que me ayudes”. Titubee, le pregunté que diría su hijo Matías, también le aclaré que Uriel se enojaría mucho.
Me aclaró que él era el primer interesado de que su hijo no se enterase. Ricardo me dijo casi implorándome: “nadie va enterarse, a lo mejor es la última vez que nos veamos en la vida. Tanto para vos como para mi, no será mas que un polvo, un gusto mas que nos daremos en la vida. Vivimos muy lejos y no tenemos personas en común sino a mi hijo Matías. Dentro de unas horas partirás y lo que hagamos aquí quedará tan solo en nosotros dos. Se que te impresionó mi verga, a mi me encantó tu culo”.
Él tomó una de mis manos y la llevó a sus genitales. El solo tacto de su miembro me recordó la dimensión que tenía y el deseo se apoderó de mí. Sólo le pregunté: “¿tenés condón?”. Él me respondió: “si tengo condón y también vaselina”.
Me llevó de la mano a su habitación y la ansiedad se apoderó de mí y también la incertidumbre de lo que sucedería.
En su dormitorio había una cama de dos plazas. Ricardo se sacó el calzoncillo y se acostó sobre la cama, desde allí me invitó a hacer lo mismo. Me senté cerca de su pene. Continuaba flácido. Otra vez admiré el tamaño de su verga, si así medía dormida como sería cuando despertara. Tomé con mis dedos su miembro y él realizó su primer estremecimiento. Miré atentamente su formidable glande, estaba completamente descubierto. No tenía nada de prepucio.
Le pregunté: “¿por qué te han circuncidado? ¿Es por una cuestión racial?”. Me dijo, “nada que ver, me operaron cuando tenía 16 años, ya que mi prepucio estaba muy ligado y no se rompía solo como es natural. El tamaño de mi pene creció en la temprana adolescencia. Cuando me excitaba se paraba, el glande quería salir pero el prepucio no le permitía, así que eso producía un gran dolor. Después de la operación se acabaron esos problemas.
Fije mi mirada en esa cabezota descubierta, y mis labios se dirigieron a ella, y le di mi primer lamida. Ricardo nuevamente se estremeció. Luego la puse dentro de mi boca y comencé a pasar mi lengua sobre ese glande fabuloso. Mis labios rozaban todos los costados de la extremidad de su pene, y la reacción no se hizo esperar: comenzó a crecer desmesuradamente, en segundos su pene se había parado duro como acero. ¡Era increíble! Una pija monumental. Quedé sorprendido.
A simple vista ese miembro no media menos de 25 cm. y sus venas hinchadas le otorgaban un grosor que impresionaba. Realmente era una boa, y ahora estaba despierta. Estábamos ambos totalmente excitados. Quise tragar su pene. Metí en mi boca toda su cabeza y llegué a introducir la mitad de su tronco pero su punta tocaba el fondo de mi paladar y me dolió. Me conformé entonces de lamerle los huevos, chupé cada uno de sus testículos. Quería comérselos. Ricardo estaba en el éxtasis.
Expresaba con fuertes gemidos su placer. No disimulaba para nada. Estábamos solos. Entonces gritó: “quiero penetrarte”. La idea de enterrar esa víbora en mi culito me atemorizó, pero me llenó de sensación placentera. Un cóctel de miedo y deseo. Le comenté: “¿la boa quiere comerse el patito?”. Y con la misma picardía exclamó: “quiere engullirlo”. Me alcanzó el condón y me dijo que se lo pusiera. Tomé el preservativo y comencé a ponérselo. Su gruesa verga quedó encapsulada, apretadita.
Ricardo me sacó el slip y acariciando mis nalgas pensó en voz alta: “pensar que por un culito así se destruyó mi matrimonio”, me puso debajo de él y con su lengua comenzó a lamer mi culo. Lo hacía con una habilidad que no parecía un hombre solitario. Metió su lengua en mi agujero, también yo gemía sin escrúpulos. Era tal el placer que no quería que se detuviese, pero él me dijo que debía dilatar mi culo para que no me doliese tanto la penetración.
Comenzó a ponerme vaselina en mi hoyo y a meterme el dedo índice, luego metió el dedo mayor, y cuando ya estaba algo dilatado, me puso dos dedos. Me dolía mucho, pero él me decía que eso previo era necesario. Él era paciente a pesar de que estaba estimulado. Cuando creyó oportuno se acostó mirando al techo, y me pidió que me sentara en su vientre. Le iba obedeciendo como un chico sumiso. Me pidió que me levantara un poco, que lo ayudara. Estaba cabalgando de cara a él.
Levante la cola y miré para atrás, su pene estaba erguido, totalmente dispuesto. Me fui sentando sobre su verga y él ayudaba con un suave movimiento de cadera. Mi culo completamente dilatado recibió su glande que se abrió paso y no pude impedir gritar. Él me animó diciendo: “iré despacio, no tengas miedo. Claro que podemos”. Hizo nuevos movimientos de caderas, y sentí que me serruchaban el esfínter. Los anillos del ano estaban estirados en su máxima extensión y el tronco avanzó respetablemente.
Le rogué: “dame tiempo, espera un momento hasta que se acostumbre”. Así lo hizo. Estaba clavado pero faltaba todavía. Cuando él pensó que podía avanzar, hizo otra vez algunos movimientos de cadera y su verga entró un poco mas de la mitad. Le rogué nuevamente: “esperá otro poquito. Está entrando. Me duele pero me voy acostumbrando y todo esto me gusta”. Ricardo me tenía de la cintura mientras yo seguía cabalgándole. Finalmente otra vez pujó con su cadera y esta vez la enterró totalmente.
Quedamos unos instantes quietos. El estaba inmóvil abajo y yo permanecía estático arriba. Los dos sabíamos que estaba ensartado enteramente. Entonces comencé a moverme y él comenzó a corcovear como si me estaría domando. Mi esfínter llegaba hasta la mitad de su tronco y caía nuevamente. Sentir ese titánico pene en mis entrañas me llenaba de lujuria. En ese momento lo único que sentía era el placer de semejante penetración.
No pude controlarme más y atravesado como estaba, mientras bajaba y subía esa barra de acero, eyaculé. Mi semen bañó todo su pecho. Cuando él vió que yo había volcado, hizo mas intenso el saca y mete, estaba transpirando. Suspiró aliviado mientras derramaba su leche dentro del condón que podía explotar de un momento a otro. Ya calmados, esperamos unos segundos hasta que su pija fuera deshinchándose.
Los dos estábamos exhaustos. Me dijo: “gracias” y le dije: “te agradezco también”.
Después él se fue a trabajar al hotel y yo desayuné, limpié la casa y preparé el equipaje. Me dolía el culo. Matías y Uriel llegaron al medio día. Almorzamos los 3. Ricardo estaba trabajando. A las 3 p.m. Matías nos llevaba al aeropuerto. Fuimos a despedirnos del dueño de casa. Estamos de regreso en nuestra ciudad. Disfruté del “fin del mundo”
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