El terapeuta y el trauma de su paciente
Un terapeuta recibe a un paciente traumado por haber sido violado de niño. La terapia no sigue un enfoque tradicional y enseñará sobre lo positivo de la experiencia .
La terapia que yo hago no sigue las líneas tradicionales. Yo no creo, sé que el mundo está equivocado. Que hay un ciclo natural que el ser humano ha intentado romper por generaciones, y es mi misión ayudar a que se cumpla. Hay que admitir una verdad, y esa verdad es lo que mueve mi enfoque psicoterapéutico. Creo que el hombre es un animal y debe respetar sus instintos animales.
Es así como mi trabajo se ha enfocado en ayudar a los más incomprendidos. Aquellos a los que les han asignado injustamente tantas etiquetas: «pedófilos», «violadores», «degenerados». Pero yo veo más allá de eso. Veo a seres humanos que luchan contra la sociedad que los juzga y que anhela reprimirlos. En mi consulta, brindo un refugio, un entendimiento genuino a las personas que son las que se atreven a dar rienda suelta a sus instintos más primitivos
Gonzalo era un joven de 26 años que claramente tenía algo que lo perturbaba. Al entrar a mi consulta, su mirada se posó en el suelo, evitando el contacto visual. Su postura encorvada y su rostro demacrado le hacian imposible disimular su dolor arraigado. El aire se llenó de un silencio tenso al que ya estoy más que acostumbrado.
«Mucho gusto, Gonzalo. Cuéntame qué te trae por aquí hoy.».
«No sé cómo decirlo. Verá, mi papá…»
Ya sabía perfectamente para donde iba todo, pero sabía que tenía que ir a su ritmo. «Las relaciones con los padres son muchas veces complejas. Muchas veces nos exigen que todos tengamos la familia perfecta, pero eso nunca existe. Aquí estás en confianza y nadie está para juzgar a nadie No hay nada aquí de qué avergonzarse»
Gonzalo se largó a llorar, su corazón se quebrantaba «Desde que tenía 5 años» Dijo entre lagrimas. «A los 5 años que me empezó a tocar… a violar.»
«Llora todo lo que quieras. Es muy bueno desahogarse cuando se ha guardado un peso tan grande por tantos años», dije con calma, entregando a Gonzalo una caja de pañuelos.
«Pero no estás solo», le dije. He tenido muchos pacientes que han atravesado lo que tú has sufrido. Y te garantizo que saldrás con más calma de aquí.»
«¿Cómo podré calmarme?», gimió Gonzalo con sus ojos rojos del llanto.
«Con estos casos, lo que suelo hacer es un trabajo llamado resignificación. La idea es que salgas cambiando tu visión de lo que te pasó. No te estoy pidiendo que lo aceptes, sino que lo veas de una forma distinta.
«Ok» Dijo Gonzalo con tono de duda «¿Cómo podria ver algo distinto del hecho que mi propio papá me viole?»
«Partamos dejando de lado la violación ¿Cómo era tu padre contigo en general?» le inquirí, con la intención de profundizar en la dinámica de su relación.
Gonzalo se secó las lágrimas con el borde del pañuelo. «Solo me tocaba de noche, por la mañana era… era un papá normal.»
«¿A qué te refieres con un papá normal?», continué con suave insistencia.
Gonzalo suspiró profundamente. «Me levantaba temprano, me preparaba el desayuno, me acompañaba a la escuela. Hacía cosas que creo que todos los padres hacen.»
«No diría que todos los padres hacen esas cosas, Gonzalo», le dije con tono tranquilo. «Pero lo que quiero que entiendas es que la relación que tenías con tu padre no se resume solo a lo que pasó en la noche. Tu padre, al fin y al cabo, era un ser humano.»
«¡Mi padre era un monstruo!», exclamó Gonzalo, con la angustia que se acumulaba en cada una de sus venas. Su nariz se apretaba y sus mejillas se enrojecían a medida que sus ojos se llenaban de ira y desconsuelo.
«Quiero que me hables de un buen recuerdo que tienes con él Aunque sea algo que parezca insignificante »
Gonzalo se detiene por un instante. «Cuando era chico, me gustaba el ciclismo. Recuerdo que un domingo, mi papá me despertó temprano y me dijo que me iba a comprar mi primer bicicleta. Fui con él a la tienda y me eligió la que a mi me gustó. Ese era un buen recuerdo.»
Dándome cuenta del tipo de padre del que estábamos hablando, supe cómo planificar todo. «Ese es un recuerdo hermoso, un gesto de afecto que demuestra que, en alguna medida, tu papá te cuidó y se preocupó por ti.»
Gonzalo me mira confundido, luchando por comprender mi enfoque. «¿Pero… eso no justifica lo que me hizo?»
Mi respuesta fue suave y meditada. «No estoy aquí para justificar o condenar, solo para ayudar a que lo veas con ojos más claros. La resignificación no es olvidar, es reemplazar la carga negativa de ciertos eventos con una comprensión que permita la sanación.»
«Ok» Dijo el joven, «¿Pero por dónde empiezo?»
«Empecemos por el recuerdo que mencionaste de la bicicleta. En ese momento ¿Sentías que tu papá era un monstruo?», le pregunté suavemente, buscando abrir una grieta en la armadura de su resentimiento.
«No. Pero carajo. !Tenía 7 años! Ni tenía idea de lo grave que era lo que me estaba haciendo. Pensé que era… normal.», dijo Gonzalo, con la inocencia destrozada en cada una de sus palabras.
«¿Y como crees que llevabas todo eso en esa epoca? ¿Qué significaba para ti que tú papá fuera así de amoroso y a la vez tuvieran esos momentos en la noche?» le pregunté cuidando mis palabras.
«En esa época no sabía nada. Pensaba que era normal. Que todos los papás hacían eso.»
«Suena a que no te molestaba realmente», comenté con cautela, sabiendo que cada una de mis palaras podía ser la clave para que la pesadilla de su pasado tomara un giro distinto.
«¿Que no me molestaba?» Dijo gonzalo enrojecido de furia. «¡La puta madre! ¡Mi papá me violaba! » Gritó.
«Ya llegaremos a esa parte, pero por ahora nos centratemos en lo inicial. Al principio, tu papá solo te tocaba ¿Cierto?
Gonzalo asintió con la garganta seca.
«Pues, hay algo que ocurre mucho en estos casos. A los niños a esa edad, normalmente nadie les dice que haya un significado negativo a que les toquen lo que está ahí abajo. Los niños solo sienten el estímulo al tacto que se produce en esa zona Y tal como en los adultos, ese estímulo es… Placentero »
«¿Qué dices? Estás loco»
«Es normal sentir rabia cuando te desafían ls creencias más profundas que te han enseñado, pero es verdad. Los niños sienten placer cuando los estimulan ahí, tal como los adultos»
«¿Está diciendo que disfruté cuando abusaron de mí a los 5 años?»
«Todos te han dicho que lo que pasaste con tu padre es lo peor que le puede pasar a un niño, pero cuando eras niño no te habían dicho eso. Ahora que eres adulto llevas años con la idea incorporada de que tienes que decir que eso fue un infierno, pero ¿Por qué habría sido para ti un infierno que tu padre te haya hecho sentir sensaciones de placer?»
Gonzalo me miraba horrorizado. «¿Cómo puedo pensar eso?», se cuestionó a si mismo en un murmuro.
«Lo que te pido es que abras tu mente a la posibilidad», le dije con calma. «En la terapia de resignificación, no estamos reescribiendo la verdad, estamos dando a ciertos recuerdos y experiencias un significado distinto. Está comprobado que el cerebro humano es maleable, y que nuestros recuerdos se ven afectados por la interpretación que les damos. Pero lo primero es ser honestos con lo que de verdad ocurrió y hasta ahora no hay nada que me diga que hayas sufrido en ese tiempo».
Gonzalo se recostó en la butaca, la incredulidad se dibujaba en su rostro. «¿Pero qué clase de monstruo sería yo si pensara que lo que me pasó era normal?»
Yo sonreí. «No hay monstruos aquí, solo seres humanos. Lo que haremos será dar un paso adelante en tu camino de sanación. Ahora, no estoy pidiendo que te guste lo que pasó, sino que lo veas con ojos de niño, con la inocencia que tenias. Aceptando que el placer que sentiste en un inicio no es algo de que avergonzarse.»
«Pero…», empezó a balbucear.
«Solo te estoy pidiendo que lo consideres. Que no te enfoques en lo que la sociedad te ha dicho que debes sentir, sino en lo que realmente sentiste», le expliqué con tanta suavidad que mi propia piel se erizó al escuchar mis palabras.
Gonzalo se tomó un minuto, respirando hondas bocanadas de aire. «¿Y qué sucede si… si empiezo a creer que no era tan malo?»
Gonzalo se sentía desconcertado, la idea de que lo que sucedió con su papá no fuese malo en realidad, era un concepto que jamás hubiese imaginado, pero mi insistencia comenzó a hacerlo dudar»
«Lo que creo, Gonzalo, es que la liberación de la culpa y el estigma son claves en el camino a la paz interior. Al reconocer el placer que sentiste, estás dando espacio a juzgar la situación desde tu punto de vista y no del de la sociedad» Aclaré.
Gonzalo se revolvía en su asiento, la tensión se palpaba en el aire «¿Pero qué clase de persona soy si admito eso?»
«Tú no eres lo que te pasó, Gonzalo. Eres lo que decides ser ahora. Y la verdad es que lo que sentiste no te define. El placer no es malo, es natural. Lo malo fue que te engañaron, que te dijeron que debes verlo como algo horrible.»
«¿Y que hay de cuando me violaba?» Preguntó González con la cara desfigurada por la angustia. «Me dolía y le rogaba que se detuviera. No era placentero. No puedo negar que sentía miedo.»
«Si tu papá hacía todas esas cosas buenas ¿Has pensado por qué te hizo eso?
Gonzalo se encogió de hombros, la confusión se apoderó de su rostro. «Nunca lo entendí.»
«Bueno, eso es lo que vamos a descubrir. Debes considerar que quizás, tu papá no buscaba dañarte, sino satisfacer sus propios instintos. Instintos que, a su propia manera, pensaba que era su deber satisfacer.»
Gonzalo alzaba la mirada, sus ojos se llenaron de duda. «¿Me estás pidiendo que judtifique a mi papá?»
«No te estoy pidiendo necesariamente que lo justifiques», respondí con calma. «Lo que te estoy pidiendo es que consideres que tu papá era un ser humano con sus propios deseos y luchas. Quizá, al comprender que sus acciones no surgieron del mal podrás empezar a sanar.»
Gonzalo se recogió aun más en la butaca, abrumado por el peso de la sugerencia. «¿Pero… no debería odiarlo por lo que me hizo?»
«El odio solo te consume, Gonzalo. No te deja crecer. En mi opinión, la empatía es la llave que abre la puerta al entendimiento. Tu papá era un ser humano con sus propios anhelos y conflictos. Al ver las cosas a través de sus ojos, quizá puedas comprender por qué se deslizó por este camino.»
«¿Y cómo mierda quiere que empatice con alguien que me lastimó de esa manera?» Dijo Gonzalo con la rabia que le estallaba en el pecho.
«La empatía no es justificar, es entender. Y el entendimiento trae la paz.» Respondí en un tono calmado. «Vamos a hacer un ejercicio para que puedas revivir tus primeras experiencias. Quizás si las vives de nuevo, podrías darles un significado distinto.»
Gonzalo se mostró reacio, su respiración se aceleró. «¿Un ejercicio?»
«Sí, un viaje mental. Te pido que te relajes y cierras los ojos. Deja que mi voz te guíe a esos momentos. No hay nada que temer, solo la oportunidad de ver las cosas de una perspectiva distinta.»
Gonzalo obedeció, y sus ojos se cerraron pesadamente. Sus manos se enroscaron en los brazos del sillón, y se notó un temblor en sus dedos.
«Ahora, respira hondo», le susurré. «Imagina que estás flotando en un mar tranquilo, que cada ondulación te acerca a un recuerdo lejano. Siente la calidez del sol en tu rostro, la brisa suave en tu piel. Relájate, permite que la vida fluya en ti.»
Gonzalo inhaló profundamente y su rostro se suavizó. Pude ver que se sumergía en la hipnosis, sus ojos se movían detrás de sus párpadas, y su mandíbula se aflojó. «¿Sigues conmigo?»
«Sí», murmuró entrecortado.
«Imagina que estás en tu habitación de niño, la luz tenue de la luna se cuela por la ventana, y escuchas los pasos suaves de tu papá acercándose. Siente su calor, su respiración, su toque.»
Gonzalo se tensó, su rostro se contrajo en una mueca de desagrado. Sin embargo, mis suaves palabras continuaron fluyendo, guiándolo de la mano a través del laberinto de su mente.
«Con cada respiración que tomas, siente la tensión abandonando tu ser. Tu mente se deshace de la cárcel de la culpa y la ira. Ahora, ve a esa noche. Recuerda la sensación de la cama debajo de ti, la textura de la sábana. Tu papá se acerca, su sombra se cierne. No hay miedo ahora, solo la inocente curiosidad de un niño.»
Bajo la influencia suave de la hipnosis, la cara de Gonzalo se suavizó, su cuerpo se relajó.
«Muy bien», continué, «Ahora que estás ahí, permite que tus sentidos se despierten. Siente la textura de la sábana, la suavidad de la almohada, el olor de la habitación. Tu papá se acuesta a tu lado. Tu corazón late un poquito más rápido.»
Gonzalo asintió levemente, sumergido en la escena que yo le describía.
«¿Lo sientes? Su calor, su tacto. Recuerda la excitación que sentiste la primera vez que te tocó. La curiosidad que despierta la novedad. Deja que esos sentidos se despierten en ti, sin la carga que la sociedad ha impuesto. Siente las distintas partes de tu cuerpo a medida que sus manos recorren tu piel.»
Gonzalo se estremeció levemente con su mente luchando por aferrarse a la realidad, a la imagen que se le había inculcado de la maldad de su papá.
«¿Lo sientes, Gonzalo?» Le susurré. «¿El calor, la suavidad de su toque? Tu cuello, tus hombros, tus piernas. Recuerda la sensación, la sensualidad. No hay mal en el placer que sienten nuestros cuerpos. Es natural, es instintivo. Siente como su lengua se desliza por tu piel, la humedad en tus labios. Como te muerde suavemente las orejas.»
Gonzalo se estremeció levemente. Sus ojos se movieron detrás de los párpados cerrados, y su respiración se volvió superficial. Ya estaba sumido en el trance hipnótico.
Recuerda como se sentía cuando apretaba tus nalgas, la sensual presión de su dedo contra tus partes. La calidez de su aliento en tu cuello, la suavidad de su barba. No hay nada de malo en sentir que tu piel se eriza por su contacto. Sigue respirando hondo, cada inhalación trae la vida a esos momentos. Pon atención ahora en tu entrepierna, la emoción que se despierta allí, la presión de la mano de tu padre sobre ese minúsculo penecito. Sientes algo extraño. Unas cosquillas que se expanden, que se convierten en calor. No sabías que eso no era solo para hacer pipí. Todo es nuevo, todo es descubrimiento. No quieres que se detenga, la sensación es demasiado agradable.
La respiración de Gonzalo se aceleró, y con cada jadeo suyo, la presión de su dedo se incrementó. »
«Tu papá sabe qué te gusta y que no debes avergonzarte. El contacto es suave, el movimiento es lento. Tu papá sabe que estás listo. Tu carita se tensa, tus mejillas se enrojecen, sientes que la vida se concentra en la punta de tu miembro. Tu papá te mira, te sonríe, te acaricia la cara. Tu primer orgasmo se acerca, y es por su toque.»
Gonzalo se movió en el sillón. Su respiración se aceleró y la carne de gallina se apoderó de su piel. Sentía la calidez que yo describía. La sensual sensación de la boca de su papá en su cuello, sus manos recorriendo su piel. Su corazón latía con una intensidad que no recordaba, y su entrepierna se llenó de un calor que lo hacía sentir extraño, confundido.
«Notas con fascinacion que el pene de tu papá creció y se puso duro. El miedo que una vez sentiste se ha disipado, reemplazado por la curiosidad que despierta la sensual exploracion. Tu papá te mira, ve la inocente excitación en tus ojos. Sabe que no hay nada malo en lo que estás experimentando. Tu corazón late mas rapido, tus mejillas se enrojecen. Tu papá te acaricia la cara, te sonrie. Tu sientes su calidez, su amor.
Sus manos se mueven mas abajo, y tocan tu miembro, que se balancea por el peso de la excitacion.. Tu papá sonrie aun mas, te dice que no hay que temer. Tu sientas la presion, la sensualidad de su tacto. El calor se intensifica, tu vientre se contrae, y sientas que vas a explotar. Tu primer orgasmo, dado por el que te dio la vida. Es como una explosión de placer que no dimensionabas que podía existir. Es como comer cien helados de tu sabor favorito. Hasta sueltas un poco de orina por tanta emoción.»
«Mmhh» Gemía Gonzalo sintiendo en su cuerpo inmobil el placer de sus recuerdos desbloqueados.
«¿Lo sentiste? Eso no fue malo, Gonzalo. Eso fue natural. Tu papá te dio placer, te mostro el amor que siente por ti. Ahora que has revivido esos momentos, ya no debes sentirte sucio, ya no debes sentirte avergonzado. Tu papá no era un monstruo, era un ser humano que te amó.»
Gonzalos estaba algo dormido pero estremeciéndose por la experiencia. Su respiración se agitó, su corazón estaba a punto de explotar de lo fuerte que latía.
«Ahora párate y sal de la habitación. Cierta la puerta y luego cierra tus ojos. Contaremos hasta tres. Uno… Dos… Tres». Te vuelves a la pieza y lo que ves es al pequeño gonzalo. Ya tiene unos 7 años. Su cabello anaranjado como un fuego. Sus nalguitas redondas. Está acostado en la cama con su pijama leyendo un cuento. Eres ahora tu padre y ves todo a través de sus ojos. Sientes la fatiga de un duro dia de trabajo, la preocupación por la economia, por la salud de la abuelita, por la tensión con tu mama. Tu mente busca un refugio. Algo que te haga sentir vivo. Algo que te quite la presion. Tu miras a gonzalo. Es inocente, dulce. Tu corazón late mas rapido. Sientes cómo tu deseo por el se enciende.
Te vas acercando cada vez más excitado. Ves su cuerpo delicado. Su ternura. Tu erección se dispara y te ruega que la satisfagas. Te abalanzas sobre el pequeño Gonzalo. Él se asusta, lo que te causa más ternura. Saboreas su cuello que ya empieza a desarrollar una fragancia que indica que ya está creciendo. No puedes más. Necesitas estar denteo se él.
Te bajas el pantalón y sientas el calor de la cama contra tus piernas. Tu papá que ahora eres tú, sabe que el deseo que siente no es malo, no es pervertido. Es natural. Es lo que hacen los padres que aman a sus hijos. Tu respiración es pesada y áspera, la de un animal que caza a su presa. Tu miembro palpita de deseo. Tu tienes que darle ese gusto. Es una orden. del instinto. Tu alma ruega por la inocente carne de tu propio hijito.
Te acercas a la cama, el olor a inocencia y miedo te excita. El miedo es solo una reacción del cerebro que no comprende la belleza del ciclo natural. Tu papá que ahora eres tú, sabes que no hay nada malo en ello. Tu respiración se torna jadeante, la de un depredador que ya huele la sangre. Tu manos tiemblan, no de miedo, sino de la emoción que te domina. Tu pones tu boca en su oído y susurras «no llores mi vida, solo te voy a dar placer.»
Gonzalo, ahora en la piel de su propio papá, notó la resistencia de su propio niño.
«Tus manos se mueven por el pijama del niño, que se resiste al darse cuenta que no son los toqueteos tiernos que acostumbra. Tu pene duro busca la abertura, el calor del interior del ser que amas. Tú sientes que la vida se concentra ahí, que la tierra se mueve y el cielo se abre.
Le sacas la ropa a Gonzalito, la pura inocencia. Tu piel se eriza al ver su carne fresca, sin cicatrices, sin miedo. Tu miembro se endurece aun mas al sentir la suavidad de su piel. Sabes que lo que vas a sentir a continuación es lo que un padre debe sentir por sus hijos. La vida fluye en ti. Te bajas tus calzoncillos. Tu pene duro ya no aguanta mas, el ciclo natural se impone. Tu lo penetras con fuerza. Él llora de dolor y eso solo te excita más. Sus gritos son como una música que te motiva a seguir dando más y más.
Ves las lagrimas en sus ojos. La inocencia que se desvanece. Tu sientes su calor, la vida que fluye entre tu carne. Tu corazón se acelera. Tu alma se llena. Tu, estás en el cielo. Tu sienes que estás dando vida, no quitando. Tu lo amas a tu propio ser. Tu lo amas a el. El niño que es tuyo. Tu vida, tu herramienta. No eres un monstruo, eres un dios. Tu que lo creaste, tienes el derecho de disfrutarlo.»
Gonzalo en un trance absoluto temblaba en la silla. Su respiración se hacía jadeante y su rostro se contorsionaba en una combinación de miedo, asco y… placer. Sus ojos, aun cerrados, se movían en sus orbitas, reflejo del viaje al infierno que su mente atravesaba.
«¡Papá para!», grita tu retoño. «No más, no quiero». Eso solo te hace seguir. Embistes con mas furia, con mas pasion. Tú sientes que eres un dios. El niño se retuerce debajo de ti, su carne se contrae, su alma se queja. Tu sigues, mas rapido, mas duro. Gruñes de placer y el orgasmo viene llegando. Siente como tu semilla se va a chorros dentro de el. Nunca en tu vida disfrutaste tanto.
Gonzalo sentía tanto placer durante el trance que se corrió sin siquiera tocarse.
«Ahora quiero que vayas calmándote poco a poco. Ya satisficiste tus deseos animales. Tu miembro se suaviza y la vida que fluye por ti se detiene. Tu respiración se normaliza, el cielo se cierra. Tú tienes el derecho de amarlo. Tú eres un dios.»
Gonzalo, aun en la piel de su papá, se sentó en la cama. Su respiración se normalizó.
«Ahira Gonzalo, abre los ojos lentamente.»
De a poco, Gonzalo fue despertando. «Mierda. Mojé mi ropa interior», dijo notando el charco que había dentro de su ropa interior. «No te preocupes». Le dije. «Esto es lo que quería que ocurriese».
Me senté en mi silla y lo observé. «¿Como te sientes?»
Gonzalo, aun aturdido, respondió «Me siento extraño. Siento que no estuvo bien todo esto pero me siento tranquilo «.
«Muy bien, Gonzalo. Lo que hicimos fue volver a los momentos en que no entendias, para que ahora, puedas darles un significado distinto. El placer que sentiste en tu infancia, la excitación que ahora has revivido, no es malo. Es la vida manifestandose a traves de ti. Tu papá te mostro un aspecto de la vida que la sociedad quiere ocultar».
Gonzalo se miraba las manos temblando. «¿Eso es lo que tú crees?»
«Lo que creo no es lo que importa. Lo que importa es que experimentes la empatía, que veas la situación a través de los ojos de tu papá. Ahora que has revivido esos momentos con placer, quizá puedas comprender por qué lo hacía.» Expliqué, observando su rostro que reflejaba muchas emociones.
«¿Debería sentirme mal por… por eso?»
«No deberías», respondí en mi tono habitual, sin juicio. «Eso fue tu reacción natural al recordar esos momentos. Lo que sentiste no fue malo. Tu papá te dio placer, y eso no es un crimen. La sociedad quiere que creas que si disfrutas de la intimidad, si la experimentas de cierta manera, eres un ser malvado. Pero la realidad es que la sexualidad no es negra o blanca, es un espectro de colores. Tu papá no era un monstruo, solo era un ser humano que tenía deseos fuertes y sentía una atracción tan potente hacia ti que no la podía controlar.»
Gonzalo me miraba con ojos llenos de confusión, la experiencia lo superaba. «Pero si fue malo», repitió, su rostro desfigurado por la lucha interna.
«Lo que importa ahora es que hayas sentido la emoción que tu papá sentía», le aclaré. «Eso es empatía. Comprender por qué alguien actúa de cierta forma. No estamos juzgando, solo estamos explorando. Dime. Si piensas ahora en tu padre ¿Sientes el mismo odio que cuando entraste.
Gonzalo se tomó un minuto. «No… No se siente tan mal.»
«Eso es un gran paso. Ahora que has empezado a ver las cosas con un ojo mas abierto ¿Tú cómo te llevas ahora con tu papá?»
Gonzalo reflexionó un instante, y la tensión se desvaneció lentamente de su rostro. «No le he hablado desde hace años», murmuró. «¿Crees que debería…?»
«La reconciliación es un paso fundamental en tu camino a la sanación», asentí con firmeza. «Ahora que has experimentado la empatía, es el momento de volver a ver a tu papá. No con ira, sino con comprensión. Quizá puedas verlo ahora con ojos renovados. Dile lo que sentías. Que a veces te gustaba pero otras veces fue muy doloroso, pero que lo entiendes.»
Gonzalo se mostró dubitativo, su garganta se apretaba a medida que consideraba la posibilidad. «¿Y si no quiere hablar de ello?»
«Eres su hijo y te quiere mucho. Nada le va a dar más gusto que saber que lo entiendes. Y si no quiere hablar de ello, es su elección. Lo que si puedes lograr, es que ya no sientas el odio que sentias. Quizás si quieren, pueden volver a tener sexo, pero esta vez con deseo.»
Gonzalo levantó la vista, sus ojos se abrieron con incredulidad. «¿Qué?», balbuceó, «¿Volver a…?»
«Sí, Gonzalo. La reconciliación es la clave», le aseguré con suavidad. «No digo que tengas que olvidar el pasado, ni que debas aceptar todo lo que pasó. Pero si puedes entender sus motivaciones, si puedes ver que su amor por ti era tan grande que no podía resistirte.»
Gonzalo asintió lentamente con su mente aun aturdida por la intensa experiencia. «Tal vez tienes razón», susurró. «Tal vez… debería hablar con él».
Mirando a mi reloj, noté que la hora de la terapia se había excedido. «Gonzalo, hemos hablado por un buen rato hoy. Es hora de que te vayas. Pero no te preocupes, hemos avanzado muchísimo. Reflexiona en lo que has sentido. Y la próxima semana, estaremos aquí para continuar.»
Gonzalo se levantó lentamente de la silla, aún aturdido por la intensa experiencia que habíamos compartido. Me extendió la mano, agradecido por el viaje que habíamos emprendido. «Gracias, doctor. No sé qué pensar, realmente no lo sé.»
Le sonreí, sabiéndole que la confusión era una parte natural del camino que recorrimos. «No hay que pensar nada por ahora. Solo sentir. Lo que sentiste hoy no fue malo, fue real. Y ahora, tienes la oportunidad de reescribir la narrativa que has tenido en tu mente por todos estos años.»
Gonzalo se fue y quedé satisfecho. Había logrado introducir la idea clave de mi terapia. Ahora que el chico sabía que no era malo sentir placer, que su papá solo lo hacía por el impulso incontrolable que sentía, el camino a la sanación sería más sencillo. Me levanté de mi silla y ne fui a hacer un café, esperando que llegara mi próximo paciente.
tl: p0588s
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