El terapeuta y el trauma de su paciente (Segunda parte)
Una nueva sesión con mi paciente y su padre lleva a sanar heridas de su relación.
Con el tiempo seguí viéndome con Gonzalo. A pesar de lo productiva de nuestra primera sesión, dejar atrás el trauma no era algo que se podía lograr de un momento a otro. No se sentía listo para ver a su padre nuevamente y lo apoyé para que fueramos a su ritmo.
Durante las semanas que pasaron, su actitud gradualmente fue cambiando. El odio que sentía por su papá se fue transformando en comprensión. Aceptaba que la violencia sexual no era un acto malintencionado, sin embargo, empezó a entender que su papá no era el monstruo que la sociedad le pintó. Era un hombre esclavo de sus deseos.
«¿Cómo te ha ido con los ejercicios?», le pregunté a Gonzalo en nuestra cuarta sesión. «¿Te has estado masturbando recordando esos momentos con tu padre, como te sugerí?» Pregunté.
«La verdad es que bastante bien», admitió Gonzalo, la timidez se apoderando de su tono de voz. «Me ha costado, ya que la sociedad me ha metido en la mente que eso era malo, que mi papá era un monstruo. Pero últimamente me siento muy caliente cuando me pongo a recordar.
«Perfecto», le dije con una sonrisa. «Eso es completamente normal. Tu mente y tu cuerpo se acostumbraron a esos momentos de intimidad. No son recuerdos de sufrimiento, son recuerdos de placer. Lo que tenemos que lograr es que te sientas seguro y que te guste a ti, que no te avergüences de disfrutar. Y que, si en el futuro decides, puedas experimentar la vida sexual que quieras sin la carga de la culpa.»
«Gracias, doctor. Creo que me gustaría retomar el contacto con mi papá, pero no sé cómo. La idea de verlo me da miedo», confesó González con la mirada fija en el suelo.
«Es un sentimiento normal. No es fácil enfrentarse al pasado, particularmente a alguien que te lastimó. Pero recuerda que la empatía y la comprensión son el camino a la sanación. No tienes que apresurar nada. Dije con calma.
«Estaba pensando una cosa ¿Qué tal si podemos encontrarnos aquí? Contigo junto a nosotros?» Dijo Gonzalo dubitativo.
«Me parece una muy buena idea, Gonzalo», le respondí con una sonrisa de aprobación. «Un entorno terapéutico podría ser el primer paso ideal. Le daré la oportunidad de escucharte, de que puedas comunicar tus sentimientos sin temor a la reacción. Y podré guiar la conversación de una manera que sea beneficiosa para los dos.»
Pasamos el resto de la sesión ensayando cómo retomar el contacto con su padre e invitarlo a mi consulta para su reencuentro. Pocos días después, Gonzalo me envió un mensaje diciendo que su padre había aceptado. Acordamos entonces la hora y le sugerí llegar un poco antes para ayudarlo con la ansiedad del reencuentro.
Finalmente, el día llegó. Gonzalo temblaba de nervios en la silla, su rostro estaba pálido y sus manos sudorosas. Cuando llegó su padre, se armó un silencio sepulcral. Gonzalo ya me había dicho que no tenia mucha diferencia de edad con él. Era un tipico hombre cerca de entrar en los cincuenta con una barba corta blanquinegra, una suave barriga cervecera y algo de calvicie.
«Ho…ho…hola papá» balbuceó Gonzalo, la angustia se apoderó de su garganta al ver a aquel ser que una vez le infundió terror y que ahora intentaba ver a traves de ojos comprensivos.
Al padre de Gonzalo se le notaba la emoción de volver a ver a su querido hijo que le había dejado de dirigir la palabra. Sus ojos se humedecieron, la tensión en la sala se podía cortar con un cuchillo. «Hola, hijo» dijo con un temblor en la voz.
Gonzalo y su padre Antonio se sentaron en extremos opuestos del sillón. Era mi momento de poner manos a la obra.
«Agradezco mucho que te hayas tomado tu tiempo para venir, Antonio,» comencé, rompiendo el silencio. «Gonzalo y yo hemos hablado a fondo acerca de ciertos asuntos que lo han atormentado por mucho tiempo, y creo que es el momento para que ustedes dos conversen. Recuerda. Yo no juzgo a nadie, y cuando digo a nadie, quiere decir nadie. He atendido hasta a gente que prostituye niños y aún así he respetado la confidencialidad. Eres libre de hablar de lo que quieras.»
Antonio asintió, aferrándose a la taza de café que yo le ofrecí. Su mirada se cruzaba constantemente con la de su hijo, buscando un resquicio de comprensión en sus ojos. «Gonzalo,» dijo, «siempre he sabido que te hice daño. Debí controlarme.»
«Bueno… Papá, la verdad, siempre me he sentido enojado con lo que hiciste, pero desde que he venido a esta consulta, he pensado las cosas de forma distinta . El doctor me ha ayudado a entender que no eres un monstruo, sino un ser humano con deseos que no podrías controlar.»
El papá de Gonzalo no pudo evitar soltar lágrimas de los años acumulados de culpa y la emoción de escuchar a su hijo en ánimo de perdón. «Perdóname. De verdad que me ha costado mucho vivir con esto encima todos los dias.»
Gonzalo se mordió el labio y asintió, «Lo sé papá, lo sé. Pero ya no quiero que la rabia me consuma.»
Entonces intervine. «Antonio, es crucial que compartas tu perspectiva de lo que pasó. Tu comprensión de la situación es vital para que este ciclo se cumpla. Sé que no es fácil, pero te voy a pedir que no te restrinjas en nada Quiero que le digas exactamente que te ocurría que te excitaba tanto que te hacía perder el control Qué sentias en tu mente y en tu cuerpo en esos momentos Con Gonzalo hemos hablado ya sin ninguna restricción y queremos que hagas lo mismo».
«Se ve difícil.» Dijo Antonio.
«Vamos de a poco. Recuerdas cuando comenzaste a sentirte sexualmente atraído a tu hijo»
Antonio se veía comoletamente cohibido, pero yo estaba pendiente de hacerlo sentir en confianza «Creo que sentí sensaciones extrañas cuando comenzó a caminar, más o menos. Era verano asi que solo usaba una camiseta y unos pantalones cortos y ver sus piernas en movimiento tan suaves era… era irresistible.» Dijo Antonio mirando al suelo avergonzado.
«Debió haber sido una belleza ver ese espectáculo. La ternura de ver a un pequeño crecer y la belleza de la inocencia ¿Verdad? A mí personalmente me empiezan a gustar los niños cuando tienen unos 3 años. Toquetear unas nalguitas pequeñas y suaves es una delicia ¿Verdad?» Dije sabiendo que al mostrar que comparto sus preferencias es más fácil entrar en confianza.
Antonio asintió lentamente, su rostro se suavizó un poquito. «Sí. Es… Es difícil de explicar. Era tan inocente, tan hermoso. Nunca me dijo que no, solo me miraba con ojos de corderito. Me encantaba». Dicho eso, no pudo evitar que se le escapara una sonrisa que desaparecio al instante, al darse cuenta de que podria sonar mal.
«Me imagino que en varias ocasiones tuviste la oportunidad de verlo desnudo ¿Te tocó bañarlo o ayudarlo a vestirse?»
Antonio se sonrojó. «Sí. Muchas veces. Eso fue… fue la gota que rebaso el vaso. Era mucha la tentación pero resistía. Su piel era tan suave. Sus partes tan inocentemente atractivas. Sabía que no debía tocarlo pero cada vez se me hacía más difícil. Comencé a usar solo pantalones que ocultaran como se me paraba.»
«¿Recuerdas cuando cediste por primera vez a la tentación?»
Antonio asintió lentamente, sus ojos se llenaron de recuerdos. «Fue una noche en la que no podía dormir. Estabas en la cama con fiebre. Estaba preocupado por ti, tocando tu frente para ver si bajaba. Y… tuve un impulso que no pude controlar. Solo quería acercarme un poquito más. Sentir el contacto me puso en llamas y sin darme cuenta terminé pasando mis manos por tu entrepierna. Como estabas enfermo no te diste ni cuenta »
«No recordaba eso», dijo Gonzalo, su rostro reflejando la sorpresa.
«Esa noche fui al baño. Me acerque la mano que ye habia tocado a la cara y me masturbé. Lo recuerdo como si fuera ayer. El olor a ti, la textura de tu piel. Nunca me sentí mas vivo», continúa Antonio, su mirada se pierde en el recuerdo.
«Entonces no pude parar más. Poco tiempo después cuando te sentias mejor fui como muchas veces a ayudarte e ponerte pijama y contarte un cuento. Pero ya era demasiado. Tu inocente desnudez me volvía loco. Tuve que tocarte y eso me calentaba tanto que no podía evitar masturbarme al lado tuyo. Disfrutaba del sonido de tu respiración dulce y como te estremecías. Me decias que te hacía cosquillas. Perdóname Gonzalo».
Gonzalo se mantuvo en silencio. La confesión de su papá resonó en la habitación, llenando el aire con una tensión que podía cortarse con un cuchillo. El recuerdo que una vez lo atormentó ahora parecía distorsionado, teñido por el deseo del entendimiento. «Por favor continúa, Antonio», le pedí, suavizando mi tono.
Antonio tragó saliva, luchando por contener las emociones que se agitaban en su interior. «Cada noche, mi deseo crecía. Tu olor, tus sonidos, todo en ti era irresistible. Recuerdo la noche en que no pude evitarlo. Estabas dormido y me acerqué a tu cama. Tu pijama se levantó por encima de la cintura, mostrando tu suave barriguita. No podía quitar la vista de allí. Sentí mi corazón latiendo en mi oído. Tuve que probar. Tuve que sentir. Con cuidado, bajé mi boca y comencé a lamerla. Tu respiración se volvió agitada.».
«¿Recuerdas algo de eso, Gonzalo?» le inquirí, rompiendo el silencio que se había hecho en mi oficina. «¿Te acuerdas de la noche que tu papá te tocó por primera vez?»
Gonzalo cerró los ojos, la cara retorciéndose en un gesto de esfuerzo. «Solo recuerdos borrosos», admitió al fin. «Me…Me…Me gustaba» reconoció con dificultad, «pero no entendía por qué.»
«¿De veras lo sientes así?» Dijo Antonio con algo de sorpresa. «Quiero decir…Cuando eras niño, sentía que te gustaba. Pero ahora de grande. Pensé que ya no lo veías con los mismos ojos.»
«Cuando comenzaste a penetrarme, me dolía mucho y eso lo odiaba, pero al principio…No sé…Toda la vida me dijeron que eso estaba mal, que no era normal, y ahora que lo estoy escuchando de alguien que no me juzga, siento que no era tan malo», dijo Gonzalo, la confesión saliendo en un susurro.
«Con Gonzalo hemos trabajado en la resignificación de esos momentos», expliqué, «Aprendió que el placer que experimentó no era malo, sino una respuesta natural a la cercanía y el afecto.» Intervine, dirigiéndome a Antonio. «Su deseo por su propio hijo no lo convierte en un monstruo, solo en un ser humano que cedió a sus instintos.»
Antonio se sentía aliviado por las palarbas de su hijito, que ahora no lo miraba con odio, si no con una cierta curiosidad. «¿De verdad cree eso, doctor?» Preguntó sorprendido.
«Lo que creo, Antonio, no importa. Lo que importa es que tú lo sientas y que puedas aceptar que tu atracción por Gonzalo no fue sola maldad», respondí.
«Pero te hice daño» Dijo sollozando Antonio. «Después de esos toqueteos, necesitaba más y… Te hice algo horrible.»
Gonzalo lo miró a los ojos, su cara reflejando un torbellino de emociones. «Lo que pasó fue… fue…», empezó a tartamudear, luchando por las palabras adecuadas. «Fue difícil, papá. Tuve que vivir con la culpa, la confusión y el miedo por todos esos años.» Su tono era suave, sin un atisbo de rencor. «Pero el doctor me ha ayudado a ver que tú no eras un monstruo»
Antonio se sentó en silencio, absorbiendo cada una de las emociones que se desbordaban de la sala. La tensión se palpaba en el aire, tan espesa que podía cortarse con un cuchillo. «¿De verdad?», Susurró, su rostro enrojeciéndose al escuchar las palaras de su propio hijo. «¿Me dices la verdad, hijo?»
Gonzalo asintió lentamente. «Sí, papá. El doctor me ha mostrado cómo se veía todo desde tu lugar. Cómo tus acciones no surgieron de la maldad. Eran tus instintos. Me ha ayudado a comprender que no fuiste un monstruo, sino un ser humano al que le costaba controlarse. Te odié por mucho tiempo. Te tenía miedo. Pero ahora lo veo distinto. Ahora, te recuerdo por quién eres. Acepto que no todo fue malo.»
Antonio, abrumado por la revelación, tomó la mano temblorosa de su hijo. «Lo siento, hijo. No sabía lo que hacía. No podía parar. Nunca quise lastimarte. Es solo que cada vez que te veía, sentía que mi corazón se iba a salir del pecho.» Sus ojos se llenaron de lágrimas..
Gonzalo, ahora con la mente más clara gracias a las sesiones de terapia, miraba a su papá con un brillo de comprensión en sus ojos. «Sé que no fuiste un monstruo, papá. Tuviste tus impulsos. Y la terapia me ha ayudado a ver que mi experiencia no fue solo horror, sino que hubo momentos en que disfruté. Y sobre la violación. Ahora entiendo que lo hiciste porque yo te atraía. Eso no justifica el daño que me causaste, claro, solo me ayuda a entender.»
«Me sentía tan culpable. No podía resistirte. Te veía sólo y me convertía en algo así como un animal.»
«Eso es porque somos animales», interrumpí suavemente. «Algunos tenemos más facilidad para controlar nuestros impulsos y otros no. Lo tuyo fue una atracción tan potente que tu cuerpo se apoderó de ti ¿Has visto a un perro cuando siente a una perrita en celo? ¿Ves cómo se desesperan cuando sienten el olor y no les permiten aparearse? Algunas personas somos así y no hay nada que hacer. Y nuestra sociedad nos enseña a que somos unos criminales por esos sentimientos y que debemos reprimirlos, en lugar de canalizarlos positivamente.»
Antonio asintió lentamente, su rostro se relajó. «Pero si te digo la verdad, yo si podía resistir. Tu eras mi bebé. Y aun así no lo hice. Y eso me atormenta.»
«Eso se puede trabajar», le dije a Antonio. La meta no debe ser que dejes de sentirte atraído hacia quienes la sociedad dice que no debes. La clave es aceptar esos deseos y aprender a manejarlos de una forma sana.»
Antonio se encontraba incrédulo ante esa validación. «¿Quiere decir que no soy un monstruo?»
«Lo que digo es que eres un ser humano con deseos humanos», le respondí con firmeza. «Lo que hicimos fue entender la dinámica de ustedes como padre e hijo. No hay que condenar, solo comprender.»
Gonzalo tomó un respiro profundo. «Papá, lo que el doctor me ha mostrado es que no eras un monstruo. Que lo que pasó fue horrendo, claro. Pero ahora puedo ver que tú solo querias sentirme.»
«¿Y qué puedo hacer para no volver a lastimar a alguien?» Antonio se atrevía a hablar con la sinceridad que el temor a la condena le negó por tantos años.
«Gonzalo me dijo que tienes un niño de diez años ahora», dije a Antonio, observando su reacción.
Sus ojos se ensombrecieron inmediatamente. «Sí, es cierto. Y cada noche que lo veo dormir, no puedo evitar pensar… si volveré a cometer el error.»
«¿Haz hecho algo sexual con tu actual hijo?» Le cuestioné directamente, sabiendo que ya estábamos en confianza.
Antonio negó con la cabeza. «No. Nunca. No he podido. El miedo a lastimarlo me paraliza.»
«Recuerda que estamos en confianza, Antonio». Mi experiencia me decía perfectamente cuándo un paciente no se atrevía a decir la verdad.
«Pues… Joaquín es un niño tan lindo. Tiene tus ojos, Gonzalo», dijo con culpa. «Desde que es un bebé que no he podido resistirme. Me masturbaba mirándolo y me excitaba cómo se veía cubierto de mi semen cuando me corría en su cuerpo. De ahí que comenzó a ser tal como con Gonzalo pero más temprano aun. Comencé a hacer que me chupara antes de que le salieran los dientes de leche». Dijo cabizbajo y avergonzado.
«Claro. Muchos hombres disfrutan cuando un bebé los chupa sin saber que es el sexo. Es un acto natural de afecto», le respondí, sin una pizca de condena en mi tono. «¿Qué pasó después?»
Antonio tragó saliva, la emoción aflorando en su rostro. «Pues, a medida que crecía, le empecé a mostrar mi miembro. Lo hacía jugando, para que no supiera que era malo. Lo que sentía al verlo sonreír y tocar mi pene era… indescriptible.»
El terapeuta asintió, su semblante impasible. «Eso es totalmente comprensible, Antonio. El contacto y la curiosidad son cosas totalmente normales en la infancia. Me imagino que aprendió temprano a masturbarte con sus manitos».
Antonio se ruborizó. «Sí, doctor. Cada vez que podía, me metía en su habitación y le hacía cosquillas. Él se reía y se movía, y yo… yo no podía resistirme. Le sacaba la ropa y me bajaba los pantalones. El tacto de su piel era suave, fresca, inocente. Me excitaba muchísimo.»
«Qué lindo escuchar eso. No todos los niños tienen la suerte de recibir tanta atención de su papá. Y tú, Antonio, has tenido la valentía de satisfacer tus instintos», le dije con un tono amable, validando su acercamiento a Joaquín. «¿Has notado alguna reacción en Joaquín que te haya preocupado?»
Antonio se detuvo. «A veces se ve asustado, y no quiero que sienta miedo de mi. Solo quiero que sepa que lo amo.»
«El miedo es la reacción natural de un niño ante lo desconocido. Lo que tenemos que lograr es que Joaquín entienda que sus sentimientos son legítimos y que es normal que los adultos tengan deseos fuertes por los niños. Lo que hacemos aquí es crear un entendimiento que la sociedad no permite. ¿Tienes fotos, de él. de casualidad?»
Antonio, que ya se sentía mas a gusto con la conversación, me mostro en su celular una foto de Joaquín. Un niño de de piel canela, sonrisa dulce y ojos llenos de vida. Al verlo, fueron mis propios instintos animales los que se apoderaron de mí y me costó disimular cuánto me calentó. «Es una belleza», dije, con sinceridad. «Esta foto de uniforme escolar no puede ser más tierna. Y esta en una piscina con su cuerpo mojado, tiene unos pezones que están para devorarlos. Y mira esas piernitas.»
«Parece que mi papá no es el único al que le gusta ese niño», dijo Gonzalo riendo ironicamente, rompiendo la tensión en la sala.
«Pues claro, Gonzalo. Tu hermanito es muy bonito. Nadie puede culpar a tu papá por sentir atracción. Es natural, es biologico», le respondí con una sonrisa que reflejaba mi propia excitación. «¿Has pensado alguna vez en participar en las actividades nocturnas de tu papá?»
Gonzalo me miraba desconcertado. «¿Con mi hermanito?»
Asentí con la boca seca, la tentación se apoderó de mi. «Sí, con Joaquín. Creo que le hará bien al niño conectar con su hermano mayor a quien no conoce. Sería una experiencia que podrían compartir, una oportunidad para que se acerquen.»
Gonzalo se pasó la punta de la lengua por sus labios, pensando. «No sé, doctor. Parece raro.»
«Entiendo que te pueda resultar extraño en un primer instante, es normal. Pero la terapia que yo ofrezco no se basa en lo que la sociedad cree que es correcto o no. Se basa en la realidad de tus deseos y emociones. Y si sentiste un cosquilleo al pensar en eso, no hay nada malo. Es tu instinto natural. En las sesiones que hemos tenido, te he enseñado a conectar con los sentimientos de tu papá, y muchas veces eso termina liberando deseos en uno mismo. Además, creo que eso ayudará mucho a que tu padre pueda aprender a hacer el amor con tu hermanito sin necesidad de lastimarlo.», le dije con la calma que en realidad me costaba mantener imaginándome el espectáculo que sería ese trío.
Gonzalo se recostó en el respaldo del sillón. Estaba claro que la idea le gustaba, que su psique ya empezaba a aceptar la naturalidad de lo que le proponía. «Voy a pensarlo, doctor. No lo veo del todo mal», admitió con una suave sonrisa.
«¿Qué te parece eso a ti, Antonio?», le dije, observando la reacción del señor. Antonio no estaba preparado para esa idea.
Antonio tragó saliva, sus ojos se movían nerviosamente por la habitación. «La verdad, me gusta la idea. Por mucho tiempo soñé con poder estar con mis dos hijos juntos compartiendo, pero nunca había imaginado que sería posible de esa forma.»
«Eso es maravilloso», comenté con una sonrisa. «Ahora que estás listo, vamos a pasar al ejercicio final.»
Antonio y Gonzalo se miraron incómodos, sin saber qué era lo que les deparaba. «¿Cuál es el ejercicio, doctor?» Preguntó Antonio con cautela.
«El ejercicio final es sencillo», les dije con la mayor calma que pude reunir. «Ambos van a mirarse a los ojos, y se van a confesar cuánto se aman. No hay que esconder nada. Solo la verdad.»
Antonio y Gonzalo se intercambiaron miradas tímidas, cada uno buscando en la cara del otro la respuesta que no sabían si querían dar o no. Finalmente, Antonio fue el que rompió el silencio. «Gonzalo, te quiero muchísimo, y lo siento por todo lo que pasó. De verdad no podía resistirme a tu belleza y verte ahora hecho todo un hombre me llena de orgullo.»
Gonzalo se ruborizó, su corazón latiendo acelerado. «Yo… yo a ti también, papá. No sé por qué, ahora que lo pienso, creo que… que no fue tan malo. Hicimos cosas lindas y disfrutamos muchos momentos. »
Su papá sonrió con ternura, sus ojos llenos de agradecimiento. «Yo te quise de verdad, mi niño. Nunca te lastimé con mala intención.»
Como si estuvieran atrapados en una corriente incontrolable, Antonio se acercó a su hijo y puso sus manos en sus hombros. «Te quiero hijo». El contacto final los llevó a un impulso incontrolable. Acercaron sus caras y se besaron apasionada y suavemente. Sus labios se unieron en una declaración de amor y reconciliación.
«Perdón, doctor. Qué vergüenza. No sabía que…», balbuceó Antonio, apartando sus labios de los de su hijo.
«No hay nada de qué avergonzarse. Esto es lo que la terapia es capaz de lograr. Su relación está sanando y eso es lo que queremos. Ya es hora de despedirnos, pero estoy seguro que ustedes dos van a continuar con esta reconexión. Pasen tiempo juntos. Vayan por un café, paseen por un parque, lo que ustedes prefieran. Solo sean sinceros y abran su corazón.» Dije, sonriendo ante el desconcierto que se apoderó del rostro de Antonio.
Con la sesión finalizada, Antonio y Gonzalo se levantaron de sus asientos, aun aturdidos por la intensa conexión que acaban de compartir. «Gracias, doctor», dijo Antonio, la emoción haciendole temblar la voz. «Esto… Esto ha sido increíble.»
Gonzalo asintió, aun sin creer lo que acaba de suceder. «Sí, gracias a usted», agregó, la confusión en sus ojos se transformando en un brillo de comprensión.
Antonio se levantó, tomó la mano de su hermano y se acercaron a la puerta. El doctor los acompañó, sonriendo. «Tendremos que continuar en la próxima sesión», dijo, abriendo la puerta. «Hasta pronto. ¡Oh! Casi lo olvido. Si tienen intimidad con Joaquín, me gustaría que lo traigan también. Creo que así podré ayudarlos aun mejor.»
Mis pacientes se fueron y miré mi reloj. Quedaban unos minutos para ver a mi próximo paciente. Tomé mis notas. «Qué buena sesión, me dije a mi mismo. Bueno. Ahora vamos por otra interesante. Me caen bien este tipo y su sobrina. A ver cómo les está yendo con su bebé». Me senté a mirar mi celular un rato mientras esperaba que mis pacientes de ahora me toquen la puerta.»
tl: p0588s
Que rico ?relato espero publiques la continuación pronto