El tío del furgón escolar (Parte 1I
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por angelmatsson.
-Mamá, ¿quieres arruinarme la vida? -pregunté mientras bajaba la escalera.
-No, Martín -respondió luego de un suspiro.
-Pues eso lograrás si me obligas a irme con todos eso niñitos -me planté frente a ella y coloqué cara de perrito atropellado-.
Mi reputación se irá a la basura.
-Tú te lo buscaste -apuntó con su dedo- No me vengas a culpar a mí.
Te lo advertí mil veces.
Era tan fácil como cumplir con los horarios.
-!Pero mamá! Si solo me pasé un poquito -refunfuñé.
-¿Un poquito? Tenías que llegar a las 12 de la noche, y llegaste a las 3 AM –puso sus manos en jarra.
-Pero mamá -repetí-.
A mis amigos les dejan estar más tiempo.
Ya estamos grande.
-No, no lo están.
Parte de crecer es cumplir ciertas responsabilidades, y tu ni siquiera fuiste capaz de respetar un simple horario.
-Fue solo una vez.
-.
-Fueron 3 veces -corrigió-.
No me creas estúpida.
Que no te esté esperando en la sala, no significa que no haya escuchado cuando llegabas.
-Pero mamá.
-.
-"Pero mamá" -se burló-.
Te di la oportunidad.
Sólo tenías que demostrarme que eras capaz de cumplir un simple horario, y no pudiste hacerlo.
Y tu castigo por creerte grande, será irte con los demás niños en el furgón escolar.
!Y ya está dicho!-
-Pero.
-y antes de que terminara la oración, mi madre ya se había ido.
Subí a mi habitación con la rabia atorada en la garganta.
¿Qué iban a decir mis amigos? ¿Qué iba a decir Laura cuando me viera? Va a pensar que su novio es un simple mocoso.
!Dios! ¿Por qué a mi? Me dirigí al baño decidido a darme un relajante baño de tina.
Miré mi reflejo y medité sobre un posible corte de cabello.
Los mechones ondulados y de color castaño claro cubrían mis orejas.
Tenía un aspecto de cuidadoso desorden que me agradaba, pero necesitaba un pequeño recorte debido a que pronto comenzarían a darme la lata en el colegio.
Comencé a desnudarme y fui estudiando mi cuerpo.
Hace un año había entrado al equipo de voleibol, por lo que mi cuerpo comenzaba a reflejar los meses de entrenamiento.
Mi abdomen y pecho comenzaban a ser surcado por los músculos, y mi culo empezaba a destacar, firme y rellenito.
A Laura le encantaba apretarlo cuando estábamos solos.
Me sentía casi absolutamente conforme con mi cuerpo.
Amaba mis ojos color aceituna, me encantaban mis labios gruesos y rojos, y adoraba el tamaño de mi miembro viril.
Pero (Si, siempre hay un pero), odiaba ser tan lampiño.
Mientras mis amigos comenzaban a dejarse un poco de (insipiente) barba, mi piel era cómo la de un niño de 3 años.
La única ventaja de eso era que no necesitaba hacerme rebaje de los vellos púbicos, porque, prácticamente, no tenía.
Una vez que la tina estuvo llena, me metí a disfrutar de la deliciosa temperatura del agua.
Mi mente divagó y recreé uno de los deliciosos encuentros con Laura.
Al instante mi pene se asomó por sobre el agua y bajé mi mano para darle atención.
Retraje el prepucio y acaricié mi rosado glande.
Primero fue un lento masaje que, al cabo de unos segundos, fue convirtiéndose en una turbulenta paja.
Imaginaba el escultural cuerpo de mi novia completamente desnudo, con su pelirrojo cabello sobre su pecho, mientras mis manos lo recorrían de hito a hito.
Laura era una mujer muy hermosa.
Prácticamente era la más codiciada, ya que era la única pelirroja de todo el colegio.
Siempre sentí atracción por ella, pero no fue hasta el año pasado cuando por fin logré un acercamiento.
Costó, pero luego de dos meses por fin pude perder mi virginidad con ella.
Se repitió un par de veces y eso era lo que estaba usando en ese momento para gozar más la paja.
Pero la imagen mía bajando de un furgón lleno de niños, bajo la atenta mirada de mis amigos, fue suficiente para que todas las ganas se me fueran.
Gruñí frustrado, y me hundí en el agua.
El día de mañana sería muy humillante.
Salí del agua y me lancé a la cama.
Mañana me tendría que levantar más temprano para irme al colegio antes de que el furgón llegara.
Coloqué la alarma y me dormí.
-Martín.
Martín, despierta -oí entre sueños-.
!Despierta!
-!Ay! ¿Qué? ¿Qué pasa? -grité asustado, mientras intentaba despegarme de mis sueños.
-Tienes que desayunar rápido, estás tarde –dijo mi madre.
-¿Tarde? -me incorporé rápidamente-.
¿Qué hora es?
-7 en punto -respondió-.
Devon llegará en 15 minutos.
-¿Qué? -.
-Deja de hacer preguntas y levántate luego.
-Pero mamá.
-Dios, esa frase ya me resultaba muy repetitiva.
Mi madre salió de la habitación y tomé mi Smartphone completamente indignado.
Se supone que había colocado la alarma para que sonara a las 6:30.
Me metí al menú y llegué hasta la alarma: 6:30 PM.
Genial, mis propios actos me traicionan.
Soy un idiota.
Me levanté completamente enojado conmigo mismo, y me vestí de mala gana.
Cuando llegué a la cocina solo alcancé a tomarme un vaso de leche, ya que un ruido de la calle me avisó que el furgón ya había llegado.
Mi madre sonrió maliciosamente y dijo:
-Ya llegó su carruaje, alteza –mala mujer.
-Lo disfrutas, ¿Verdad?
-Sólo un poco -caminó hacia la puerta y me llevó a rastras-.
Martín, él es Devon, quien te llevará desde ahora al colegio.
-Hola, Martín -me tendió la mano Devon.
La ignoré olímpicamente.
-Si no pones de tu parte, esto jamás mejorará para ti -regañó mi madre.
También la ignoré.
-Disculpe, doña Molly, ya es hora de irnos –dijo Devon subiéndose a su transporte.
-Oh, disculpa –se giró y se dirigió a mi-.
Por favor, pórtate bien.
No quiero que tengas problemas con Devon, es un buen hombre y me hizo un gran favor al aceptarte.
Ahora vete.
Me despedí con desgano y caminé hacia mi humillación.
El furgón estaba lleno de niños gritones e inquietos, pues se movían de un lado a otro sin aparente propósito más que el de importunar.
Abrí la puerta del copiloto para subirme, pero Devon me detuvo:
-Lo siento, los niños van atrás -dijo con una sínica sonrisa.
Entorné los ojos y cerré la puerta.
Respiré profundo y me hundí en el mar de niños.
El más grande rondaba los 10 años, lo que hacía aún más humillante mi viaje.
Aparté a un niño y me senté junto a la ventana.
Intenté perderme en el paisaje, pero los constantes gritos impedían que lo lograra.
-¡¿Puedes bajar el volumen de tu voz?! Tu amigo sólo está a unos centímetros de distancia.
No es necesario que le grites –le espeté en la aterrorizada cara a un niño insoportable que iba junto a mí.
-¿Perdón? Baja el tonito ¿Oíste? -dijo Devon, mirándome a través del espejo retrovisor-.
No tienes ningún derecho de gritarle a mis niños.
-Está bien.
-.
Idiota.
Sus ojos no se despegaron de mí en todo el trayecto.
Y vaya ojazos.
Eran de un penetrante color azul, y con una línea negra casi inhumana rodeando todo el iris.
Eso, sumado a su piel blanca y cabello negro, hacían que su mirada fuera tan misteriosa como siniestra.
Pero eso siniestro se compensaba cuando le daba amistosas sonrisas a los niños que le hablaban.
No pensé que todo eso, poco a poco, iba a calar tan profundo en mí.
Cuando por fin llegamos al colegio, salí apresurado del furgón con la esperanza de pasar desapercibido, pero Freddy no dudó en señalarme cuando me vio.
-Aww, pequeño -dijo en tono burlón-.
No pudiste haber elegido otro medio de transporte más ideal para ti que este.
-Cierra la maldita boca -espeté.
Freddy era el nuevo chico que había entrado al equipo de Voleibol, del cual yo era capitán.
Desde el primer día nos empezamos a llevar mal, pero lo acepté porque era muy bueno en lo que hacía.
Caminé entre la multitud y llegué donde estaba mi grupo de amigos: Fabián, David, Amelia y Laura.
-Hola, chicos -saludé.
Me miraron de pies a cabeza y comenzaron a reír.
-¿Por qué vienes en ese furgón? -preguntó Laura.
-Larga historia, ¿Vamos? -comencé a caminar, pero me detuve al ver que no me seguían-.
¿Qué sucede?
-No pensarás que andarás con nosotros después de eso –dijo Fabián-.
Mira a tu alrededor.
-¿A que te refieres? -miré a la multitud y descubrí que varios me miraban de reojo.
-Toda tu reputación tiembla, Martín -dijo Amelia-.
No permitiremos que hagas temblar la nuestra.
-¿Es broma? -pregunté incrédulo.
-Tú creaste las reglas -señaló David-.
A mi me hicieron lo mismo cuándo usaba esos horribles anteojos, y no me volvieron a aceptar hasta que comencé a usar lentes de contacto.
-Ya, pero.
-.
-No hay excusas, lo siento –dijo Amelia-.
Reglas son reglas.
-¿Laura? -miré a mi chica incrédulo.
-Lo siento, Martín.
Ya sabes que las chicas como yo no podemos permitirnos bajar de categoría.
Si quiero llegar a ser reina del festival de primavera, tengo que cultivar mi imagen desde antes.
Y luego se fueron, dejándome ahí.
solito.
Caminé hasta mi salón y me dirigí al final para no estar cerca de ellos.
El único asiento vacío era el de Dimitri, el niño chico invisible del salón.
Piel blanca, cabello negro (cuidadosamente peinado); usaba unos anteojos muy hípster que ocultaban unos ojos grises: y también usaba unos brackets de ligas azules que le hacían ver una blanca dentadura.
Era el más inteligente del salón y, sumado a todo lo demás, lo hacían ser el más antiguo estereotipo nerd.
-¿Puedo sentarme junto a ti? -pregunté resignado.
-¿Puedes tolerar caer aún más? -inquirió con una media sonrisa.
-¿A que te refieres? -pregunté.
Y me di cuenta que la conversación se tornaba extraña debido a que ninguna de las otras preguntas habían sido respondidas.
-Ya noté que fuiste rechazado del paraíso por llegar en el furgón escolar -observó lacónicamente-.
Lo cual, para mí, es una estupidez.
Pero, ¿crees que sentarte conmigo te ayude a volver con ellos?
-No sé si quiero volver con ellos -respondí con sinceridad.
Quizás suene estúpido, pero ese infantil rechazo me hizo dar cuenta del tipo de gente que me rodeaba.
Pero miré a Laura y me corregí-: O por lo menos no con todos ellos.
-Mujeres.
-susurró-.
Imperios han caído por ellas.
¿Habrá valido la pena? Quien sabe.
-Es que ella es especial –dije.
No sabía por qué, pero sentía que debía argumentarle.
-Por el bien tuyo, espero que así sea.
-¿De verdad lo esperas? -pregunté con incredulidad.
-Supongo que sí.
Aunque no lo creas, no todos somos tan frívolos y vacíos como tus amigos –dijo sin inmutarse.
Iba a rebatir, pero justo la profesora entró y comenzó la clase.
Me aburrí enormemente toda la mañana.
Dimitri no despegaba su atención del libro de clases y de su cuaderno.
A veces me distraía mirándolo fijamente para saber si respiraba o no.
Parecía casi una maquina de tanto escribir sin apenas pestañear.
Miré hacia Laura y la vi cuchichear junto con los demás.
Reían a escondidas intentando no ser escuchados por la profesora.
Deseaba profundamente estar riendo con ellos y no haciendo las tareas.
Sonará ridículo, pero casi nunca hacía las tareas en clases, de hecho, a veces ni ponía atención.
Pero, por alguna razón, siempre me iba decente en los exámenes.
Cuando finalizó la jornada escolar, me dirigí a la salida en búsqueda de Laura.
Miré entre la multitud, y la encontré hablando coquetamente con Freddy.
-Laura, ¿podemos hablar? -interrumpí.
Freddy giró en sus talones y se dirigió a la salida.
-¿Qué sucede, Martín? -preguntó.
-¿Qué te sucede a ti? -pregunté de vuelta-.
¿Por qué estabas hablando con él?
-Por nada, sólo le preguntaba cuando jugaba el equipo nuevamente.
-Pudiste preguntármelo a mí.
Yo soy el capitán, ¿recuerdas?.
-Bueno, sí.
Pero hoy apenas hablamos, y justo me lo encontré a él aquí, así que le pregunté.
-Ya.
en fin -pasé a otro tema-.
¿Vas a venir a mi casa después? Mamá, no estará; Papá trabajará; y mi hermana estará con su novio.
-Mm, no lo sé.
Creo que estaré ocupada.
-¿Ocupada? ¿Con qué?
-Tengo planes con Amelia, lo siento -acomodó su cabello-.
Cosas de chicas, ya sabes.
-Está bien –dije decepcionado.
-Bueno, nos vemos mañana -me acerqué para besarla, pero se alejó moviendo su mano en señal de despedida.
Me quedé ahí, con los labios estirados y lleno de enojo.
Devon apareció de la nada y me indicó que ya era hora de irnos.
Con las mejillas ardiendo y esperando que Devon no se hubiese dado cuenta de nada, me subí al furgón.
Para mi desgracia, era el último en bajar, por lo que tenía que aguantar casi una hora de viaje.
No sé porque me sonaba a que mi madre le hubiese aconsejado hacer eso.
Ignoré el ruido de los niños y me fui mirando por la ventana.
Estaba en eso cuando vi a Laura (aun con su uniforme) junto con Freddy, sentados en una banca en la plaza.
"Cosas de chicas", mis pelotas.
Se me desfiguró la cara y miré hacia el frente intentando retener las lágrimas de rabia.
-!Es mentira! -gritaba el chico que estaba junto a mí-.
Dragon Ball 2016 es mala, a comparación de la antigua.
-!Nooo! !Nada que ver! Los de antes se veían muy feos.
-¿Y eso que importa?
-Los de ahora tiene mejor calidad.
-Si pero.
-!Cierren la boca! A nadie le interesa cual era mejor o no, si de todas formas todos los babosos la van a ver igual -exploté.
Devon me miró con los ojos entrecerrados por el espejo retrovisor, pero no dijo nada.
Aún así, no me quitó los ojos de encima hasta que era el único en el furgón.
El ambiente estaba tenso, y casi estaba hundido en el asiento.
Esa mirada tan furiosa y penetrante, me calaba en lo profundo.
Y el hecho de que no dijera nada me tenía muy tenso.
De pronto me di cuenta que nos adentrábamos a un enorme llano, y avanzábamos hasta que las casas se vieron pequeñas.
El furgón se detuvo y Devon bajó.
-¿Qué sucede? -pregunte-.
¿Por qué estamos aquí? -Devon no respondía.
Rodeó el furgón y abrió la puerta que estaba junto a mí.
Sin decir nada, entró, me tomó de la corbata y me lanzó hacia el lado, de tal manera que quedé acostado en esos asientos.
-Te advertí que no le gritaras a mis niños -dijo muy cerca de mi rostro-.
Estoy harto de tu actitud de mierda.
-¿Qué te pasa? A penas me conoces –dije intentando zafarme.
-Se lo suficiente con lo que vi hoy -respondió-.
Tu madre es una buena persona e intenta educarte bien.
Me suplicó que le hiciera un espacio para ti en el furgón y lo hice sólo porque la vi muy angustiada.
De verdad ella se esfuerza, y tu no eres capaz de verlo.
-Me trata como a un niño.
-me defendí.
-Pero eso eres.
¿Te crees adulto? Tener pelos en los huevos no te hace adulto –mis mejillas se encendieron ante esa declaración, porque ni mis huevos tenían algo que se definiera como pelo-.
¿Tu crees que ser mayor es solo tener libertades y nada más? Ojalá fuera así, hay cosas muchos más importantes: Trabajo, responsabilidades, cuentas.
Cosas que yo tuve que comenzar a hacer mucho antes que tú –se levantó y habló desde la puerta-.
Aún no conoces la vida, niño.
Sólo eres un caprichoso egoísta que no respeta a su madre.
-Que tu adolescencia haya sido un mierda y no hayas podido disfrutarla no es culpa mía.
Y sí, respeto a mi madre, sólo que creo que debería ser un poco más permisiva y.
-pero Devon no me escuchaba.
Creo que no debí haber dicho eso.
De un salto se encontraba sobre mí nuevamente.
-¿Te crees muy inteligente? ¿Quién te crees que eres? A mi no me vienes a hablar así.
Rú no sabes nada de mi.
-Yo.
-intenté excusarme, pues su rostro contorsionado por la ira hizo que casi me orinara encima.
-Tú sólo eres un estúpido niñato narcisista, que cree que todo lo malo le pasa a él y que llora porque la mami no lo deja quedarse en las fiestas hasta más tarde.
¿De verdad crees que eso es disfrutar la vida? ¿De verdad crees que la vida es solo fiestas con alcohol y drogas? No tienes ni puta idea de lo que es la vida, y no tienes ni puta idea de la suerte que posees al tener una madre tan buena.
El silencio reinó, pero su rostro aún estaba sobre el mío, separado sólo por unos centímetros.
Su respiración estaba muy agitada, y su mirada furiosa aún taladraba en mis ojos.
De pronto, un calor inundo mis mejillas.
Mis ojos se abrieron cómo platos y los de él me miraron confundido.
Mi cuerpo me traicionó y una erección comenzó a formarse en mi pantalón.
Toda la adrenalina del momento, sus ojos penetrantes y su ruda actitud, me habían excitado de tal forma que ni siquiera pude advertir la erección.
Miré a Devon con pánico y me sorprendí al ver una extraña sonrisa.
-No sabía que eras de ese tipo de chicos –dijo, mientras pegaba su pelvis a mi erecto pene.
-Eh.
yo.
no –no sabía que decir.
-Shh –me silenció.
Tomó mis brazos y los colocó sobre mi cabeza.
Gemí cuando los apretó con fuerza-.
Te gusta rudo, ¿verdad?
No dije nada.
Simplemente estaba perdido en él.
Su rostro expresaba lujuria y poder, y me tenía profundamente hipnotizado.
Su boca llegó a mi oído y susurró:
-¿Quieres continuar, no? -un temblor recorrió mi cuerpo en modo de respuesta-.
Por supuesto que quieres seguir.
Yo te enseñaré cómo comportarte.
Desde ahora sólo me harás caso a mí, ¿ok? -no respondí.
Mordió con leve intensidad el lóbulo de mi oreja-: ¿Ok? -repitió.
-Ok -respondí mecánicamente.
-Eres un niño malo, ¿verdad? Lo que necesitas es mano dura, y yo te la voy a dar.
Se sentó en el asiento del lado, y se desabrochó el pantalón.
Me tomó de la corbata y me encajó entre sus piernas.
-Continúa tú -me ordenó.
Con las manos temblorosas tomé el cierre y lo bajé.
Devon no dejaba de mirarme con una indecente lujuria, y sentía que mi cuerpo vibraba por el morbo.
Con una señal me dijo que continuara, por lo que rápidamente introduje mis dedos entre el elástico de su bóxer y lo bajé junto con su pantalón.
Un gorda verga apareció, completamente erecta y de aspecto vigoroso.
Un glande brillante y con algunas gotas de humedad captó mi atención.
Devon colocó su mano en mi nuca y me acercó hasta su mástil.
El vello oscuro de su pubis rozó mi nariz, y logré aspirar su masculino aroma.
Su glande chocó contra mis labios y supe que había llegado el momento.
Dudé en abrir la boca, pero un dedo de su mano se posó en mis labios y los abrió para que recibieran al trozo de verga.
Lentamente, pero sin pausa, su pene fue entrando en mi boca.
Al principio no supe que hacer, pero luego mi lengua tomó vida de forma casi instintiva.
Segundos después, eran mis labios los que comenzaban a hacer presión alrededor de su polla.
Era extraño, simplemente sabía lo que tenía que hacer.
Su sabor inundaba mi paladar y enloquecía por el.
Su mano en mi cabeza hacía que cada vez entrara más y más verga.
Sentía mi boca llena, pero deseaba tener más y más, y que no parara nunca.
Me tomó del cabello y me jaló hacia atrás.
Levantó su pelvis y sus huevos llegaron a mis labios.
Abrí mi boca ansioso y mi lengua salió en su búsqueda.
A la primera lamida su escroto comenzó a contraerse, justo en el momento que lanzaba un gemido.
Música para mis oídos.
Los minutos siguientes se dividieron entre comidas de verga y lamidas de huevos.
Cada vez sus gemidos se volvían más profundos y constantes, hasta que de pronto se detuvo.
Me tiró a un costado y comenzó a escarbar entre mi ropa.
Sin preguntarme, fue sacando mi ropa hasta dejarme completamente desnudo ante él.
Contempló mi cuerpo y se saboreó los labios.
Me tomó de un brazo y me volteó.
Un azote en mis nalgas cortó el aire.
-¡Dios! Que nalgas tan perfectas –su mejilla se pegó a mi piel en una larga inhalación-.
Tan suave, y huele tan rico.
Sus palmas las envolvieron y las separaron.
Mi ano quedó expuesto y una corriente de aire frío lo invadió.
Toda mi piel se erizó ante eso.
Sin previo aviso, su lengua jugó entre mis pliegues.
Un gemido se atoró en mi garganta, y salió como una especie de quejido visceral.
Sus manos jugaban con mi cuerpo, y su lengua barría mi piel desde el comienzo de mi ano, hasta el comienzo de la columna cervical.
Simplemente hizo suyo mi cuerpo, y me encantaba.
No sé cómo explicarlo, pero mi cuerpo ya no me pertenecía.
No pensaba, mi mente estaba desconectada.
Sólo tenía que dejarme llevar por lo que me ordenara Devon, sin tener que detenerme a pensar.
Lo único que tenía que hacer era cerrar los ojos y dejarme llevar.
Pero cuando sus dedos comenzaron a hacer presión, mi mente intentó despertar.
¿Estaba preparado para esto? No lo sé, y Devon no me dejó averiguarlo.
Su dedo entró en mi cuerpo antes de que siquiera pudiese negarme.
Y una vez dentro, ya no podía arrepentirme.
Su dedo salía y entraba, y a veces lo cambiaba por su lengua.
En segundos mi interior estaba lleno de su saliva y deseoso por sentir más.
Y no me hizo esperar.
Con un poco más de cuidado, comenzó a introducir el dedo índice de su otra mano.
Sus dos dedos (el índice de cada mano), actuaban como pinzas y abrían mi ano.
Mi cuerpo vibraba cada vez que hacía algún movimiento con ellos en mi interior, y cada vez que su barba rozaba contra mi piel.
-Que culito tan tierno –susurraba-.
Me encanta.
Cuando incursionó con un tercer dedo, encontró más resistencia de la que esperaba.
Mi culo se contrajo como acto reflejo y aprisionó sus dedos.
Una sonora nalgada me hizo estremecer.
-No cierres tu culo –dijo con autoridad-.
Desde ahora, tu siempre te abrirás a mi.
Dicho eso, introdujo el tercer dedo ignorando mi grito de dolor.
Pero, por ningún motivo, se me ocurrió zafarme.
Mordí mis labios y aguanté el dolor, pues en ningún momento Devon intentó detenerse.
Pero, luego de unos segundos y gracias a su saliva, logré acostumbrarme a lo que hacía dentro de mi.
Cuando consideró que era suficiente y que ya estaba listo, sacó sus dedos y se colocó en posición.
Contempló lo que tenía frente a él con su pene en su mano y se saboreó los labios.
Escupió en la entrada de mi culo y con su dedo lo desparramó alrededor.
Gemí.
Su toque me quemaba, y había dejado mi ano tan sensible que cualquier caricia me llevaba al cielo.
Volvió a escupir, y esta vez fue su glande quien lo desparramó.
Podía ver en sus ojos la lujuria y el morbo que le provocaba la situación.
Un joven adolescente, un culo fresco y dulce.
Carne tierna.
Su mano izquierda se aferró a mi cadera, y con su mano derecha apuntó el mástil a mi entrada.
Un escalofrió cruzó mi espalda y supe que ya no había vuelta a atrás.
La cabeza de su pene ardía ansiosa, y se fue abriendo paso lentamente, milímetro a milímetro, hasta que entró completamente.
Lancé un gemido de dolor que fue anulado por un gruñido de júbilo por parte de Devon.
Retiró su glande y contempló la "O" que había dejado en mi culo.
Escupió nuevamente y lo volvió a meter, pero, esta vez, no se detuvo.
Mi corazón comenzó a latir cada vez más rápido.
Poco a poco sentía su glande más adentro y abriéndose paso entre mi carne.
Mi culo se contraía espasmódicamente, pero eso solo aumentaba el placer de Devon.
Sentí una lágrima caer por mi mejilla cuando por fin su peludo pubis chocó contra mis nalgas, y no pude reprimir un visceral gemido.
Hundió sus dedos en mi cabello y comenzó a taladrarme de forma bestial y sádica.
Por cada embestida sentía que rompía algo dentro de mí.
No pude evitar gritar y quejarme, pero solo lo invitaba a continuar.
De la nada sacó su pene y comenzó a tambalearlo frente a mí; todo baboso y cubierto de mis fluidos.
Tomó mis piernas y me giró sin el menor cuidado.
Ignoró mi babeante pene, tomó mis rodillas y las empujó para que quedaran a la altura de mi pecho.
Mi culo se abrió hacia él e introdujo su pene en mi.
Esta vez pude ver mejor su rostro y los gestos contorsionados que hacía mientras me penetraba.
Era increíble lo erótico, morboso, sexi y tenebroso que se veía.
Estiró su mano e introdujo dos de sus dedos a mi boca.
Con una simple orden hizo que, automáticamente, comenzara a chupárselos cómo si no hubiese un mañana.
Eso me superó y, sumado a sus profundas estocadas, comencé a sentir el inminente orgasmo.
Mis gemidos fueron subiendo de volumen, hasta que comencé a gritar en toda regla.
Devon abrió sus ojos y me incitó a que gritara más y más fuerte.
Sentí que mi corazón se saldría de mi boca y que mi alma salía de mi cuerpo.
Chorros de semen salieron de mi pene y cayeron en mi vientre, pecho y cara.
Segundos después, fue el turno de Devon.
Abrió mis piernas y las pasó por alrededor de sus caderas.
Sus brazos me rodearon y me levantaron y me dejaron sentado en el asiento que estaba en la puerta del furgón, de tal manera que él quedaba de pie a fuera y yo sentado dentro.
Así, completamente cómodo, empezó a taladrarme a velocidades casi inhumanas.
El dolor me superaba y estuve a punto de suplicarle que se detuviera.
Pero no fue necesario, pronto su orgasmo comenzó a suceder.
Los gruñidos se perdieron entre la explanada desierta.
Chorro a chorro sus disparos de leche fueron chocando contra mi interior, mientras que los últimos fueron a dar a mis testículos y nalgas.
Cayó sobre mi exhausto, y sonriendo de manera autosuficiente.
-Eso fue.
genial –dijo.
Movió su derrotado pene frente a mi-: Chúpalo.
Con la seriedad que lo dijo no me quedaron ganas de negarme.
Abrí mi boca y acerqué su húmedo glande.
Cuando hice contacto con mi lengua, el sabor salado inundó mi boca.
Después de unos segundos y sin previo aviso se detuvo y se alejó.
-Ya, suficiente –dijo mientras se alejaba-.
Ponte la ropa, nos tenemos que ir.
-Pero estoy sucio –me quejé.
-No me interesa, vístete.
-Pero.
-¿No me escuchaste? Tú sólo debes hacer lo que yo te diga, ¿ok? -dijo con autoridad-.
Y más te vale que no digas nada de esto, ¿me oíste?
-S.
si -tartamudeé.
-Así me gusta –se sentó y encendió el motor-.
Ahora serás sólo mío, y te follaré cuando yo quiera.
-Ok.
-respondí.
-Bien, estás aprendiendo -sonrió-.
Y prepárate, mañana repetimos.
Me limpié con mi calcetín, y me vestí con el furgón en movimiento.
Llegué a mi casa y me bajé casi cojeando.
-¿Por qué llegas tan tarde? -preguntó mamá.
-Las calles estaban repletas -mentí.
Subí a mi habitación y me encerré en el baño.
Rápidamente me desvestí y tiré la ropa sucia al sesto.
Mi corazón se paralizó cuando vi mi ropa interior manchada de sangre.
De pronto mi conciencia despertó.
¿Qué acaba de pasar? ¿Por qué hice eso? Yo no soy gay, ¿verdad? Entré a la tina y dejé que el agua cayera sobre mí.
Esto no debe volver a pasar.
Pero mañana nos volveríamos a ver.
Tengo que inventar algo.
Mi culo no aguantaría dos días seguidos tanta sodomización.
DELICIOSO hay segunda parte