El tipo me punteó en el bus, II
Esta vez la punteada fue mucho más sabrosa.
El lunes salí del colegio con el corazón a mil por hora. Se suponía que el tipo me iba a estar esperando en el paradero. ¿De verdad quería hacer esto? Me había gustado mucho el punteo y pensar que me iba a estar punteando la hora entera que demoraba el viaje en bus hasta mi casa me arrechaba. Pero también me daba miedo de que algo malo pasara.
Me demoré en el baño para que mis amigos se fueran y luego caminé solo hasta el paradero. Colegiales de ambos sexos colmaban la vereda, bulliciosos y movedizos. Cada vez que llegaba un bus, una masa de uniformes grises se abalanzaba a la entrada. Entre la chiquillería, destacaban los adultos. Y entre ellos, el tipo estaba ahí, esperándome.
He de confesar que cuando lo vi, sentí alivio y angustia al mismo tiempo. Si no estaba, mi viaje hubiera sido frustrante. Pero si estaba, entonces estaríamos entablando una relación. Pero ahí estaba y cuando me vio, el brillo de sus ojos, las ganas que me tenía, me rellenaron de arrechura. Supe que me iba a dejar puntear de buena gana.
Pasé frente a él sin mirarlo, consciente de que él no me quitaba la vista de encima. Cuando llegó mi bus, los colegiales nos arremolinamos ante la entrada y entramos en tromba. Al subir, di un vistazo por el hombro y lo vi aproximándose a prisa, esforzándose por subir, apartando colegiales a codazos, sin miramientos.
Incrustado en la masa humana, ya en el oscuro y estrecho pasillo del bus, sentí un movimiento detrás y de pronto el tipo estaba ahí, pegado a mí, sin disimulos. Su pene ya estaba henchido y caliente, pegado a mis carnosas nalgas. Volteé para que viera mi perfil y morbosamente saqué la lengua y me relamí los labios.
Él se pasó el rato frotando su pene contra mis nalgas, haciendo movimientos de penetración, incluso metió las manos a mis bolsillos del pantalón para acariciarme el pene. Cuanto más gente entraba, más me incrustaba su bultote entre las nalgas.
Yo hacía rato que había llevado atrás mi mano para palparle el pene. Él se acomodaba para dejar que mi mano lo frotara. En un momento determinado, se sacó el pene y pude empuñarlo y darle unas frotaditas. Así, al aire, comenzó a hundir su glande contra mi ano, por encima del pantalón. Yo deseaba quitármelo para que me lo clavara hasta los huevos. Me inclinaba adelante para ofrecerle mejor mi poto. Alzaba un pie y lo frotaba contra su pantorrilla.
Todo el rato escuché su respiración pesada contra mis oídos. Cuando le apreté el pene con mucha fuerza incluso emitió un gemido bajito y ronco.
En un momento dado, me susurró que la siguiente vez fuera sin calzoncillo. La mera idea de estar casi piel a piel me orilló a la eyaculación, pero me contuve. Asentí en silencio, empujando su verga con mi poto.
Hicimos de todo ese primer viaje y luego, cuando la muchedumbre fue bajando, nos apartamos.
El miércoles me quité el calzoncillo en el baño. La punteada que me dio esa tarde fue más sabrosa. Sentía mejor su miembro candente y palpitante. Comencé a moverme despacio de costado a costado, acariciando con mis nalgas esa vergota que me regocijaba conmigo. Lo hacía disimulado, para que la gente a nuestro alrededor no se diera cuenta.
Repetimos lo mismo el viernes. Pero para entonces yo ya me estaba aburriendo. ¿No había más? Anhelaba chuparle el pene de nuevo.
Ese viernes, el tipo se bajó detrás de mí. Me dijo que podía acompañarlo a su cuarto. Vivía solo unas cuadras más allá. Yo temía demorarme demasiado, pero ya les había hecho creer a mis padres que me había metido a la banda de música del colegio, que ensayaba luego de clases. Los ensayos eran, justamente, lunes, miércoles y viernes. Podía llegar a la casa del tipo a las 7 y me retiraba a las 9.
Cuando le dije eso, al tipo le brillaron los ojos, podría jurar que incluso salivó. “Dos horas para mí solito, qué rico”, dijo. “Entonces el lunes nos vemos”, le dije. Y de pronto me inspiré. “Me llevas pantimedias y portaligas, ¿ya?”. Él no pudo aguantarse y me apretó del brazo. “Uff, me ofreces el cielo, ricura”, me dijo en un susurro para que la gente de la calle no escuchara. Le pedí que las pantimedias fueran de color negro y nos separamos.
Cómo me desvirgó en su cama, patitas al hombro, es ya otra historia.
Necesito la continuación!