El tordo
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Anonimo.
Han pasado muchos años desde mis primeras experiencias con el sexo y considero que fueron los mejores momentos de mi vida. Digo el por qué.
Cuando comienza a descubrirse el mundo de los grandes y todo lo que siempre se ha imaginado se hace realidad, la emoción es tan fuerte que nunca se olvida y nos gustaría volviera a repetirse.
Mis primeros escarceos fueron con los chicos de la barra. La cambiadita, la apoyadita, la tocadita que son el preludio de lo que vendrá en poco tiempo.
Para ello será necesario lograr identidad con alguno de los del grupo para que ese proceso de investigación sobre el tema se profundice.
En mi caso se dio con uno algunos años mayor. Le decíamos “Tordo”, no me pregunten por qué. No lo se. Tal vez porque era un morocho de aquellos o por herencia.
Trabajaba en el abasto y había desarrollado un cuerpo bien definido. Tanto como le es posible a un muchachón de catorce años. Comparado con mi primera década recién cumplida era una enormidad.
Todo el grupo se reunía cada siesta para ir hasta un campo cercano y meternos en una laguna para bañarnos. Había una distancia importante desde la laguna hasta las primeras casas del barrio. A medida que avanzaba la siesta íbamos llegando al lugar.
Como de costumbre me escapé de casa saltando la pared. Ese día ya estaba bañándose el Tordo. Siempre lo hacíamos desnudos y ese día no fue la excepción. Como ya destaqué el Tordo tenía catorce años. Plena edad de la pubertad y en él se notaba mucho ya que al desarrollo físico se le unía la natural y permanente calentura, los vellos en las piernas y las nalgas. Se le destacaba la erección del miembro que ya estaba cobrando formas distintas, con un tamaño considerable y una abundante cantidad de vello en la base. Mención aparte merecen las bolas que a él le colgaban plenas y gordas.
Después de estar un tiempo largo en el agua nos salimos y tendimos sobre el pasto a un costado de la laguna. Nos llamaba la atención la ausencia del resto del grupo que demoraba en llegar y a mi particularmente el cuerpo del tordo que ya comenzaba a mostrar lo que sería muy pronto. Tenía bastantes pelos en las piernas en los genitales a pesar de la edad.
El Tordo comenzó a acariciarse y pronto tuvo el miembro duro. Yo lo miraba asombrado y él se exhibía orgulloso.
Ansiaba poder tocársela pera sentir como era y parece que adivino mi pensamiento.
-Mirá. Toca que dura se me ha puesto.
Le toqué el pene duro prolongando una caricia, notando la cantidad de abundante flujo que salía de la cabeza del miembro. Entonces él dijo
-¿Querés jugar a la apoyadita? – Me preguntó
-No se –Contesté nervioso
-Dale. Total estamos solos y nadie se va a enterar – Dijo acercándose a mi
No me resistí cuando me puso boca abajo y acarició mis nalgas. Después se montó sobre mí. Comenzó a pincelarme la rayita con la cabeza del pene, mojando mi orificio con el abundante líquido que le salía. Para mi la cosa no pasaba de una caricia excitante que me fue relajando.
-Abrí bien las piernas y pará más el culo así te lo hago mejor – Me dijo
Lo hice como me lo pedía y siguió pasándome por la rayita su pene, mojando mi entrada; de pronto sentí como que se me apagó la luz. Un dolor agudo y lacerante me atravesó entero. Sentí como si mi cuerpo se rasgaba desde el ano y grité. Hice fuerzas tratando de expulsar el pene de mi ano y lo único que logré es que se me entrara hasta la raíz. Grité más. Manoteaba desesperado tratando de salirme de esa posición que me dejaba sin posibilidades de defenderme.
-Si gritas se van a enterar todos que te la dejaste meter. Aguantá un poquito que ya está y nadie se va a enterar – Me dijo
-No Tordito, sácamela. Me duele mucho – Rogué
Pero no me escuchó y comenzó a moverse en un metisaca insoportable que me hacia sentir como si me sacaba las tripas para afuera. Lloré un poco más.
De pronto ese dolor tan violento fue aliviándose y hasta dejé de llorar. La fricción del pene en mi recto me producía un cosquilleo que me recorría el cuerpo. El Tordo me apretó con fuerza contra el pasto, comenzó a tener unos sacudones fuertes y como a quejarse de un dolor. En el interior de mi ano sentía las pulsaciones violentas del pene y me asusté. Un repentino dolor de panza me hizo rogarle otra vez
-Ay! Quiero hacer caca, me duele la panza, Tordito. Sacamela.
En silencio se volvió de costado y se salió de mí. Me levanté y fui corriendo entre los yuyos. Mi cola parecía el escape de un motor a explosión.
Cuando volví el Tordo estaba en la misma posición, tendido de espaldas y fumando. Se sentó y me dijo.
-No le digas a nadie lo que hicimos, sabés
-Bueno.
-Es un secreto de los dos… ¿Te dolió mucho?
-Un montón.
-Después ya no te va a doler tanto – Lo mire sin entender pero él solo me sonrió, acarició mis nalgas y levantándose dijo – Vamos a bañarnos que ya vienen los otros.
Nos metimos al agua un rato más. El agua fría alivió un poco el dolor que sentía en mi agujerito. Por momentos tenía ganas de irme. Lo que había deseado tanto ocurrió con el agregado del dolor y la sensación de culpa enorme. Después nos salimos y al ver que los otros no venían cada cual se fue a su casa.
A partir de ese día todo cambió. Pasó una larga semana en que no lo vi al Tordo y me sentía extraño. Recordaba las sensaciones que me producía la caricia de su miembro entre las nalgas, la suavidad de los pelos y el roce de sus bolas grandes entre mis piernas, pero también el dolor que me produjo al meterlo todo en mi culito. Reviví el momento en que se agitó y empujaba su cuerpo contra el mío y los fuertes latidos del pene en mi interior.
Ya no era lo mismo estar con el grupo si él no estaba. Entonces me decidí y fui hasta su casa. Era la hora de la siesta, cuando en su casa no estaba ni la madre ni el hermano mayor porque trabajaban.
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