EL TORITO Y SU LUJURIA
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Anonimo.
Teniendo yo 14 años, al comienzo de ese año mi padre tuvo un compromiso muy importante de trabajo que implicaba un traslado. Todo el grupo familiar debimos trasladarnos hasta otra ciudad de mi país, Argentina, para permanecer allí por un año entero. Ello significó la necesidad de que dejara el colegio secundario donde había comenzado mis estudios y encontrar vacante en otro de aquel lugar, empezando en el mismo ese ciclo lectivo.
Como siempre fui bastante tímido, no me fue fácil la adaptación al nuevo colegio, a mis nuevos compañeros de estudio. Además, por ser nuevo en ese grupo y venir de otra ciudad, sumado a mi propia personalidad –repito, algo retraída- no fui aceptado rápidamente por algunos de los otros estudiantes. Así, era hostigado por algunos al no ser de la zona, no conocer bien los códigos de lenguaje, ser demasiado aplicado al estudio y tener una presencia tal vez demasiado cuidada (en la vestimenta, corte de pelo, etc). Si bien para mi edad estaba bien desarrollado físicamente, no era alto y era delgado aunque se me insinuaba una incipiente musculatura. En aquel entonces, tenía además rostro aniñado pero mi característica más notable eran mis nalgas, mi culo era redondito y parado, por lo que empezaron a burlarme y llamarme “culín”.
Con el correr de las primeras semanas, la vida en el colegio se me hizo realmente insoportable por las burlas y las desconsideraciones. Incluso hubo intentos de aporrerarme, pero en el último de ellos intervino en mi defensa un alumno mayor que yo, de 17 años, su nombre Sergio. Al ver el atropellamiento a que era sometido en un recreo, se acercó, me tomó del hombro, empujó a mis rivales y les dijo: “este chico es mi amigo, no se metan con él porque se las van a ver conmigo”. Desde entonces, Sergio cada tanto se acercaba a saludarme calurosamente para remarcar su amistad conmigo y que estaba bajo su protección.
Esto era importante, porque Sergio era algo así como el “líder” del colegio. Lo llamaban con los apodos de “Toro”, “Torito” o directamente “El Macho”. Yo ya tenía fuerte atracción por los varones y desde un principio lo había observado. Él era centro de atención, todos lo rodeaban y lo seguían, las chicas morían por él. Sergio no era muy alto pero sí corpulento, con una musculatura sólida y muy bien marcada para su temprana edad, piernas trabajadas que parecían columnas y –recuerdo hoy- un culo voluminoso y un bulto sexual prominente. También él tenía rostro algo aniñado aunque embrutecido por gestos duros; de cabello castaño muy lacio, algo largo (hasta la base del cuello). Me extasiaba mirarlo cuando en el colegio jugaba al fútbol, era un atleta y se destacaba en todos los deportes, pero más en el fútbol, porque era habilidoso y duro, se lo temía. Cuando terminaban los partidos, se quitaba la camiseta y quedaba en torso desnudo hasta llegar al vestuario; así lucía su piel brillando por el sudor al sol, su espalda ancha, sus músculos bien definidos, el cuerpo voluminoso y fuerte. Enloquecía por él.
Estando en el colegio no se ocupaba mucho de mí, salvo para saludarme y marcar así su cercanía conmigo. Al terminar el día escolar, como su casa quedaba en el mismo rumbo que la mía, me pidió un día que lo espere así ibamos juntos. Durante esos trayectos nuestra comunicación fue creciendo. Me contó que sus padres eran separados, que su papá y él vivían solos, que el padre trabajaba todo el día y que por eso al salir del colegio quedaba solo hasta la noche. En una de esas ocasiones me dijo que el día siguiente al salir del colegio iría a jugar al fútbol, y me invitó a que fuera a verlo. Acepté por supuesto.
Al día siguiente fui a verlo jugar, a admirarme con todo su despliegue físico. Terminado el partido y saliendo ya Sergio hacia su casa fuimos juntos y conversando como era habitual. Al llegar a la casa me invitó a pasar y hacerle compañía un rato.
Ni bien entramos acomodó su bolso deportivo, me sirvió una gaseosa y me dijo que lo esperara mientras se duchaba. Comenzó a ducharse dejando abierta la puerta del cuarto de baño, y desde allí seguía hablándome y haciéndome preguntas. Yo no me animaba a acercarme por no importunarlo (estaría desnudo) y le contestaba a viva voz desde mi asiento. Terminado el baño se secó y salió apenas envuelto en un toallón, con el pelo lacio húmedo pegado a su cara. Así como estaba se sentó junto a mi luego de servirse también un vaso de gaseosa y seguimos hablando, me preguntaba de mi vida en mi ciudad de origen y esas cosas. Teniéndolo a mi lado, no podía evitar observarlo en toda su imponencia física, su musculatura, sus pectorales bien marcados, un fino hilo de pelos iba desde el esternón hasta bien abajo, sus axilas eran muy velludas. Observé que el toallón que lo envolvía era de una tela gastada, delgada, y se le marcaba el bulto de los huevos y la pija gruesa como un caño, acomodada hacia el costado.
En la conversación, yo aproveché para agradecerle su protección. Sergio me dijo que no me preocupara, que él no iba a permitir que me molesten, que ya me haría de amigos allí en el colegio. Agregó que le había caído simpático desde el primer día, que le caía muy bien y siempre me miraba. Allí puso su brazo sobre mis hombros y me estrechó con su cuerpo diciéndome “así, siempre juntos”. Sentí su fuerza y el calor y los olores de su cuerpo, y también pasé mi brazo aferrándome a su ancha espalda.
Pero Sergio, El Macho, me dijo bajando algo la voz “pero vos no vas a darme nunca nada, mirá que yo te necesito mucho”. Sorprendido le contesté “claro, lo que quieras, pero qué puedo darte yo”. Mirándome con unos ojos muy húmedos y una expresión especial me respondió “yo quiero que seas mío, para mí solo”. No quedó allí, continuó (no sin apretarme más sobre su cuerpo) “vos me gustás mucho y sé que te gusto, sos muy lindo y te quiero para mí”. Con su otra mano tomó la mía y la puso sobre su bulto, que estaba muy duro y ya más grande. Me sobresalté, pero él enseguida me aferró más a su cuerpo e hizo que frotara mi mano.
En un instante, soltó el toallón y lo abrió para exhibirse desnudo. Al salir de la prisión de esa tela, la verga saltó enorme, con toda su cabeza expuesta, roja, húmeda, sostenida por sus huevos enormes. La pija le latía y levemente se movía sola, arriba y abajo, enmarcada por una mata espesa de pendejos. Volvió a tomar mi mano e hizo que aferrara el tronco de su verga, que le acariciara los huevos…-. Con sus propias manos quitó mi camisa y me dejó con el torso desnudo. Enseguida me tomó de la nuca y llevó mi cara a la suya; para mi sorpresa cubrió mi boca y le colocó la lengua profundamente mientras acariciaba mi pelo.
El corazón me latía mil por hora. El Torito, El Macho, me estaba recibiendo en su intimidad, en su cuerpo, y lo hacía cariñosamente aunque en forma muy dominante. Me excitó hasta el descontrol y –a su pedido- comencé a besarle y lamerle el pecho. Con su mano en mi nuca me fue llevando hasta su sexo y colocó su enorme verga en mi boca… “dame la boquita mi amor, chupala sé bueno”. Así lo hice hasta ahogarme, él me iba guiando “bieeen, así bebé, más, más, ahora chupame los huevos, oleme los pendejos, comeme la pija otra vez, sos mío y soy para vos, soy tu macho”. Aceleró el coito oral con movimientos intensos y rápidos y eyaculó abundamentemente en mi boca, semen caliente, espeso, oloroso, que se escurrió hasta mi garganta. No me dejó escupir, me pidió imperativamente “tragá bebé, es mi amor para vos”.
Permanecimos un rato abrazados, no dejaba de acariciarme muy protector. Luego me llevó de la mano a su cuarto y me recostó en su cama. Me acariciaba el pecho, el vientre y las piernas con su mano fuerte y caliente, lentamente fue retirándome mi pantalón corto y mi calzoncillo, yo lo dejaba hacer, extasiado y conmovido por su actitud para conmigo. Quedando yo desnudo, siguió frotándome y tocando mi sexo (ya erecto) y dijo “que lindo cuerpito, que buen pitito tenés…” y agregó “me tenés enamorado, quiero que seamos novios, que seas mi novia, pero que nadie lo sepa ni en el colegio ni en nuestras casas, un secreto entre los dos”. Al hablar así El Macho me daba unas miradas acuosas, jadeaba y resoplaba de ansiedad, tenía el pecho duro y marcado por la tensión del deseo.
En esa situación, me dió vuelta y empezó a acariciar mi culo. Enseguida sentí que hundía su cara entre mis nalgas y olfateaba y lamía sonoramente, jadeante. Me retorcí de placer al sentir su lengua jugar con mi ano, lo que interrumpía sólo para mordisquear mis nalgas. En un momento sentí que con cada lamida salivaba abundante mi ano y mi raja. Se acomodó detrás de mí, con sus manos levantó mi cadera hasta colocar sus rodillas bajo mis piernas y fue poniendo su enorme verga entre mis nalgas buscando mi ano, hasta colocarla sobre mi esfínter. Allí me aferró de la cadera y penetró duramente, arrancándome un grito de dolor, la pija era enorme. Excitado aún más por mis gritos, continuó empujando hasta que completó la penetración, me hizo sentir toda esa masa de carne dura y caliente en mi recto, creí que estallaba. De inmediato se acostó sobre mí, me envolvió entre sus brazos y sus piernas y comenzó a moverse, a bombear intensamente, tapando mis chillidos con sus gemidos de placer “Aaaaaagh, aj, aj, aj,”, “siii, mi amor, sos mi nena, mi noviaaa”. Yo no daba más, y en ese instante sentí latir su verga dentro de mi culo, cinco, seis veces, Estaba eyaculando como un toro, dentro de mi culo. Sergio permaneció así, manteniéndome clavado, recostado sobre mí, mordisqueándome la nuca y la base del cuello.
Se desprendió de mí, quedando recostado a mi lado. Me tomó entre sus brazos e hizo que me recostara sobre su pecho. Mientras me acariciaba, él jadeaba y resoplaba. Estaba sudado por el esfuerzo de la cogida, le brillaba la piel, me embriagaba con su calor y sus olores a macho. Yo gemí un poco porque me dolía mucho el culo, pero él no me dejó quejarme ya que enseguida me puso la lengua en la boca. Luego me decía “desde ahora sos mi novia, mi nena, sos mío, te tengo para mí. Te voy a seguir cuidando y defendiendo como tu macho, pero vos tenés que venir todos los días, mientras estoy solo, para estar conmigo. Nadie tiene que saber que somos novios”.
Mil detalles hay, pero no puedo alargarme demasiado. Lo cierto es que así, todas las tardes de lunes a viernes, iba a su casa mientras él estaba solo, para que me sometiera sexualmente como su nena, su novia. Me trataba muy bien y cariñosamente dentro de su ruda machumbre, pero me exigía mucho sexualmente. Cada tarde me montaba 2 ó 3 veces y me llenaba de esperma. Un día, me masturbó hasta que acabé sobre mi pecho y panza; entonces, con sus dedos retiró mi leche y la untó en mi ano como lubricante, para penetrarme enseguida con fuerza. Me la daba en todas las posiciones, pero cuando colocaba mis piernas en sus hombros y me daba verga, yo podía ver la expresión de su cara, le salía fuego de los ojos, apretaba los dientes ya hacía muecas de dureza y lujuria.
Esa relación duró todo ese año. Sin problemas, porque nunca noté signo alguno de que Sergio hubiera contado en el colegio nuestra historia. Es más, él no quería que se nos viera próximos o juntos ni dentro ni fuera del horario escolar, todo lo manejábamos con discreción. Pero él, El Macho, era muy posesivo conmigo, quería sí o sí que en lo posible cada tarde fuera a su casa mientras estaba solo, para poseerme como siempre. Con el correr del tiempo fue agregando detalles a nuestra vida sexual. Así, un día tenía escondida en su cuarto una pollerita corta, pequeña, de tela estampado escocés, y me exigió que la use insistiendo que yo era su novia, su “nenita”. Desnudo y vistiendo esa pollerita, El Torito se excitó enloquecidamente y me copuló fuertemente entre gemidos, diciéndome “¡sos mi novia, mi putita, te gusta la pija, tomala, tómala!”. Otro día, a la pollerita sumó un lápiz labial, obligándome a pintarme los labios para mamarle la verga. Yo no me resistía, estaba enamorado y dispuesto a darle todo lo que me pidiera. Después de poseerme intensamente, él se justificaba diciéndome “así me das más placer mi amor, sos mejor que una minita, sos mi mujer, yo soy tu macho”. En otra ocasión me llevó a su casa luego de jugar fútbol en un día de calor. Estaba empapado en sudor, se desnudo y me exigió que lamiera el sudor de todo su cuerpo, que lo oliera, que chupara sus axilas. Me fascinaba su fuerte olor a macho, pero en esas ocasiones él me penetraba con especial violencia.
Todo lo compartíamos de lunes a viernes. Los fines de semana no podíamos vernos porque su padre estaba todo el tiempo en su casa y –además- Sergio se dedicaba a estar y salir con sus amigos de siempre, a sus chicas o a ir a casa de putas. Yo sufría mucho esa marginación, pero era el precio que debía soportar para poder seguir con él. Sin embargo, algún sábado me citaba, bien que porque se había frustrado una salida con alguna chica o no tenía plata para ir de putas. Me citaba con las sombras del atardecer, en un lugar apartado junto a la estación de trenes, sólo para que le mame la verga y le tome el semen, para desahogarse.
Tantos coitos anales me deterioraban un poco, a veces volvía a casa con dificultad para caminar, que debía disimular. Los primeros tiempos, cuando yo todavía no sabía ejercer control sobre mi esfínter, la gran dilatación que me provocaban los vergazos de Sergio y la abundante descarga de semen que me ponía, hacían que se escurriera líquido y las nalgas o la entrepierna me quedaran mojadas.
Pero el año fue terminando y mi padre culminó la tarea convenida y debíamos volver a nuestra ciudad de origen. Separarme de Sergio, mi Torito, mi Macho, fue muy triste para mí, lloré mucho en privado en mi cuarto. En el último encuentro, no me hizo muchos comentarios, sólo me colmó de semen. Me despidió con un “volveremos a vernos”.
Pero nunca más lo vi. Estando ya en mi ciudad de origen, en mi casa de siempre, además de mis sentimientos que lo extrañaban, mi cuerpo reclamaba la descarga de esperma que me propinó durante tanto tiempo. Quise olvidarme buscándolo en los cuerpos de otros chicos, pero ninguno me hacía sentir como El Torito, mi Macho.
Dejar un comentario
¿Quieres unirte a la conversación?Siéntete libre de contribuir!