El verano de mi «aflojamiento» Capítulo 1
Después de las pistas que se dieron durante el curso escolar (ver capítulo 0), a mis 12 años iba a ser iniciado en el sexo este verano. Se describen los hechos tal como ocurrieron sin inventar o exagerar nada..
Como he explicado en el capítulo anterior (Introducción), fue el verano en que yo cumplía doce años. Hasta entonces había sido un niño ingenuo e inocente en cuestiones de sexo y solamente había tenido algunas pequeñas pistas que no había sabido interpretar y que no habían tenido ningún seguimiento.
En aquellos tiempos mi madre y mis hermanos pasábamos los casi tres meses de verano en una casa cerca del mar que pertenecía a mis abuelos. Una casa con jardín y piscina a pocos metros de la playa. Mi padre trabajaba y solamente venía los fines de semana.
Para un chico de ciudad, acostumbrado a hacer la vida casi exclusivamente encerrado entre cuatro paredes tanto en la escuela como en el piso urbano, el cambio era notable.
El verano significaba la libertad. Libertad de hacer lo que quisiéramos durante todo el día, y los únicos horarios que debíamos cumplir eran para los almuerzos y cenas. Incluso la hora de ir a dormir y de despertarnos era libre y solamente el cansancio marcaba nuestros horarios.
La casa estaba en un grupo de chalets con jardín un poco alejada del pueblo marinero. La mayoría de estas casas estaban vacías durante el resto del año y permanecían habitadas solo unas semanas en verano.
Habían pocos niños de mi edad y ninguno se quedaba los tres meses. Unos marchaban a las pocas semanas, máximo un mes, y otros aparecían más tarde.
Pertenezco a una familia con varios hermanos, de los cuales los mayores hacían su vida con sus propios amigos, ignorando a mi hermana Mónica de 10 años y medio y a mí mismo a punto de cumplir 12.
Mónica era rubia, delgada, más baja que yo y con bastante carácter. Yo, Max, era de estatura y complexión mediana, algo fuerte, sin llegar a ser atlético, debido a que practicaba, tenis y fútbol. Pero era algo tímido mientras Mónica era más atrevida y descarada.
Durante el mes de Julio hicimos amistad con dos chicos y una chica del vecindario. Los chicos eran hermanos. El mayor, Oscar, 13 años, extremadamente delgado, muy feo de cara y voz chillona. Su hermano, Abel, 11 años, atlético, bien proporcionado y guapo. La chica se llamaba Laura, era prima de los hermanos, de la misma edad que Abel. Media melena rubia, esbelta, guapa, algo más desarrollada que mi hermana y con un carácter bastante parecido al mío con una cierta timidez.
Oscar, el mayor, pocas veces se unía a nuestros juegos y cuando lo hacía siempre se comportaba de forma muy extraña, que entonces no sabría cómo calificarlo, pero ahora diría que algo perversa.
Una tarde estábamos Oscar, Abel y yo, sin las niñas, decidiendo a qué íbamos a jugar cuando Oscar propuso que Abel hiciese el papel de un enemigo que nosotros habíamos capturado y al que teníamos que torturar. La tortura la llevaríamos a cabo en un cobertizo situado en una esquina del jardín que se utilizaba para guardar herramientas y trastos. Mientras nos dirigíamos hacia allí, Oscar dijo que la tortura consistiría en desnudar a Abel.
En ese momento no me provocó ninguna emoción especial porque creía que estaba bromeando y en ningún momento pensé que estaba hablando en serio. Pero enseguida Abel respondió: «Vale, podéis desnudarme pero los calzoncillos no me los quiteis»
En ese preciso momento, al ver que no se trataba de ninguna broma y de que la cosa iba en serio, sentí cosquillas en mi barriga y una agradable sensación en mi polla de una manera consciente por primera vez. Abel se prestaba a que le desnudáramos y, aunque quería mantener los calzoncillos, me hizo sentir una gran excitación. La sensación que me producía se me ocurrió pensar que era parecida a la que sientes en la barriga cuando estás en una noria y empiezas a descender a una cierta velocidad. Tal era mi ingenuidad en aquellos tiempos.
Pero cuando nos dirigíamos al cobertizo para «torturar» a Abel, alguien les dijo que su padre los estaban buscando por algún motivo que ahora no recuerdo y que tenían que ir a su casa. Eso provocó un bajón en mi excitación al ver frustrada la ocasión. En aquellos momentos yo no sabía el por qué tenía tanto interés en ver a mi amigo en calzoncillos pero la verdad es que me mantuvo expectante que eso pudiera ocurrir otro día y volviese la agradable sensación que produjo en mi bajo vientre.
Otro día estábamos los tres chicos y las dos chicas bromeando al borde de la piscina de casa de mis amigos sin ningún adulto en el lugar. Aunque en realidad debería decir que Oscar, el mayor, se mantenía un poco al margen de nuestros juegos.
En un momento dado, Oscar, se acercó a nosotros y dijo: ¿por qué no jugamos a Adán y Eva? Abel puede ser Adán y Mónica hacer de Eva. Solamente tenéis que desnudaros. A todos se nos escaparon unas risitas nerviosas y, mientras mi hermana protestaba diciendo que ella no iba a desnudarse, pude comprobar que Abel no protestó y permanecía en silencio. En aquel momento empecé a sentir ese cosquilleo agradable en mi barriga igual al que sentí el día anterior y que ya me estaba empezando a gustar. Era la segunda vez que Oscar proponía un juego en que alguien debía desnudarse.
Pero pensé que esta ocasión también se iba a frustrar, igual que el día de la supuesta «tortura», ante la negativa de mi hermana .
Si el otro día se perdió la oportunidad de ver a Abel en calzoncillos hoy iba a perder la oportunidad de verlo desnudo. Porque en realidad yo estaba muy interesado en ver a Abel y en cambio mi hermana me dejaba bastante indiferente.
A todo esto, la otra niña, Laura, permanecía callada con una sonrisita pero sin intervenir en la discusión.
Pero entonces mi hermana Mónica me sorprendió diciendo que en todo caso podíamos jugar a algo parecido pero no allí fuera si no dentro de un cuarto trastero situado al lado de la piscina. Al parecer a Mónica le dio vergüenza desnudarse allí mismo pero en cambio no le pareció mal jugar a algo de desnudarse dentro del cuarto. Yo me preguntaba si ella estaría sintiendo el mismo cosquilleo que yo estaba sintiendo.
Mónica sugirió que jugáramos a «El asesino». Se trataba de un juego muy infantil e inocente en que se partía una hoja en blanco en un número de pequeños papelitos, tantos como niños jugaban, y en uno de ellos se escribía: ASESINO, en otro se ponía: POLICIA, dejando los otros en blanco. Se doblaban los papelitos y cada niño debía tomar uno y leerlo sin que los demás lo vieran. El que le tocaba ser policía tenía que decirlo y debería esperar fuera, mientras los otros se encerraban en un cuarto oscuro y comprobando cada uno si le tocaba hacer de asesino sin que los demás lo supieran.
Así pues, una vez todos en el cuarto, menos» el policía», se apagaban las luces y todos empezaban a moverse y dar vueltas a oscuras en completo silencio hasta que «el asesino» simulaba apuñalar a uno de ellos. El «asesinado» debía gritar y caer al suelo fulminado mientras el resto debería permanecer quietos sin moverse del lugar en que se encontraban desde que se oyó el grito. En este momento, el chico que hacía de policía debía entrar en el cuarto, encender las luces y averiguar quién era el asesino según el lugar que ocupaban, o por la risa que se le escapaba o por simple intuición.
Como puede verse el juego era bastante tonto e infantil pero resultó que Mónica dijo que el que le tocara ser «el asesino» podía hacer lo que quisiese a la «víctima». El cosquilleo en mi vientre volvió a aparecer pero enseguida me di cuenta de que yo quería ser «el asesino» pero no la «víctima» porque yo era muy tímido con respecto a mi propia desnudez. Mi hermana intuyó lo que estaba pasando por mi mente y enseguida dijo:
– Max hará de policía.
Quedé un poco confuso porque por un lado evitaba que me desnudaran, pero por otro yo no podría ver ni enterarme de nada de lo que pasara allí dentro. Mi calentura era tal que me atreví a decir:
– Vale, yo seré el policía pero cuando se abra el cuarto alguien tiene que enseñar algo.
Yo esperaba que ese «alguien» fuese Abel y no las chicas.
Inmediatamente Mónica replicó:
– Ni hablar. En todo caso entra al cuarto y juega con nosotros.
Yo le dije que no lo haría y la discusión se alargaba hasta que de repente Abel, impaciente, dijo:
– No importa, ya lo haré yo.
Todos nos volvimos a mirarle con cara de sorpresa pero encantados con la solución. Y mi cosquilleo pasó a centrarse en mi sexo que empezó a ponerse duro.
Así pues, se dirigieron al cuarto Abel, Mónica y Laura. Esta última no había intervenido en la discusión y había permanecida atenta pero callada. ¿Y Oscar? Oscar, el que había provocado todo esto con su sugerencia de jugar a Adán y Eva, se había mantenido totalmente al margen pero con una sonrisa maliciosa en su cara. Permaneció callado pero observando con atención todo lo que ocurría y a nadie se nos pasó por la mente preguntarle si él iba a jugar también.
Yo les dije que teníamos que hacer los papelitos para ver quien le tocaba ser el asesino y de nuevo Mónica fue la que respondió:
– No hace falta. Nosotros decidiremos dentro quién es el asesino y quien hace de víctima. Y tú tendrás que averiguarlo.
Al poco rato de haber entrado los tres en el cuarto se empezaron a oír risitas y algún pequeño grito de excitación y yo me moría de envidia allí fuera.
Por fin cesaron las risas y al momento se abrió la puerta y apareció Abel con los pantalones en los tobillos y no llevaba calzoncillos. Yo me quedé boquiabierto con una erección incontrolable observando la polla de Abel de un tamaño medio, igual a la mía a pesar de tener un año menos. Estaba ligeramente excitada, apuntando horizontalmente y unas pelotas algo formadas, redondas y simétricas sin ningún pelo visible en ellas ni en el pubis.
Mientras tanto, las dos niñas emitían pequeñas risas tímidamente, sin dejar de mirar, diciendo:
– No lleva calzoncillos!
Hubo un momento de silencio en el que las niñas y yo no quitábamos los ojos de este cuerpo desnudo de joven atleta.
Abel rompió este ensimismamiento diciendo:
– Venga, yo soy la víctima, ahora tienes que adivinar quién es el asesino.
Yo casi me pongo a reír porque en estos momentos a nadie le importaba quien era el asesino y además era una tontería porque solamente podía ser una de las dos chicas. Conociendo el carácter de las dos no tenía ninguna duda de que mi hermana Mónica había sido la «asesina» como evidentemente así fue.
El juego todavía se repitió un par de veces más y aunque el asesino y la víctima fueron turnándose entre Abel y Mónica, al abrirse la puerta del cuarto siempre aparecía Abel con los pantalones por los tobillos aunque no fuese él la víctima. Creo que la otra chica, Laura, se contentó con ser una mera espectadora, aunque no puedo asegurarlo.
Pronto acabó el juego porque no daba para más. Y para mí empezaba lo que sería mi iniciación en el sexo hasta este momento totalmente desconocido. La imagen de Abel desnudo y medio erecto no me abandonó en todo el día y tampoco la erección en mis calzoncillos. Sentía un cosquilleo agradable en mi barriga que me hizo pensar que esa sensación era por algo más que simple curiosidad en comparar el sexo de Abel con el mío, pero sin saber exactamente por qué.
Mi «aflojamiento» había comenzado, aunque levemente todavía, pues solamente había participado en el juego sexual de forma pasiva con la mirada. Imagino que dentro de aquel cuartito las dos chicas y el chico se divirtieron algo más activamente.
A todo ello Oscar, el hermano mayor de Abel, había desaparecido sigilosamente en algún momento del «juego», aunque ninguno de nosotros prestó la más mínima atención a su ausencia.
El siguiente paso en mi «aflojamiento» lo dio el propio Abel. Quizás fuese un par de días después, cuando estábamos bañándonos Abel y yo en la piscina de su casa y, aunque había gente adulta tomando el sol en unas tumbonas del césped alrededor de la piscina, dentro de ella estábamos nosotros solos. El agua nos cubría hasta el cuello pero tocábamos pies en el suelo.
De repente Abel me dijo:
– Mira!
y señaló hacia abajo con sus ojos.
Yo, intrigado, me zambullí y pude ver que se había bajado el traje de baño hasta las rodillas y volví a verlo completamente desnudo. Estaba sorprendido y excitado a la vez. Sorprendido porque me pilló de sorpresa y excitado porque volvía a verlo desnudo, aunque en esta ocasión mucho mejor al poder observarlo a menos de un palmo de mi cara.
Intenté aguantar la respiración al máximo para no perder detalle de su anatomía pero finalmente tuve que subir a la superficie para respirar.
En ese momento me di cuenta que Abel tenía sus gafas de agua sujetas a la cabeza pero a nivel de su frente, por encima de los ojos.
Eran tal las ganas que tenía de seguir mirando su sexo que sin pensarlo le dije:
– Déjame las gafas de agua pues sin ellas se ve muy mal.
Me las dio y con ellas puestas y llenando todo lo que pude mis pulmones de aire me volví a sumergir. Ahora, con las gafas, podía ver mucho más claramente. Sentí el mismo cosquilleo en mi barriga que la vez anterior cuando jugamos al «asesino», aunque en esta ocasión era mucho más intenso y se dirigía a mi sexo que crecía de tamaño en mi traje de baño. Por su parte, Abel, tenía su polla algo hinchada aunque no estaba completamente empalmado.
Finalmente no hubo más remedio que subir a la superficie aunque yo hubiese deseado quedarme mirando un buen rato más.
Nada más emerger en la superficie, y casi sin tiempo a tomar aire, Abel me miró y me dijo:
– Ahora tú!
Me quedé paralizado porque en ningún momento se me había pasado por mi cabeza que yo tendría que desnudarme también. Por unos segundos pensé en decirle que yo no sabía que él iba a estar desnudo cuando me sumergí. Pero inmediatamente me di cuenta que al haberle pedido las gafas de agua, la segunda vez, delataban el interés que yo tenía en verle desnudo. No tenía escapatoria.
Así que, azorado, nervioso y algo ruborizado por mi timidez, me bajé lentamente el traje de baño hasta la mitad de los muslos. Mi corazón latía rápidamente.
En ese momento Abel me espetó:
– Dame las gafas de agua.
Eso me hizo ruborizar todavía más al comprender que me iba a ver bien con ellas puestas.
Abel se las colocó y se zambulló en el agua. Seguramente no pasarían más de quince o veinte segundos hasta que volvió a la superficie pero a mí me pareció una eternidad. En esos escasos segundos sentí una mezcla de sentimientos contrapuestos. Sobre todo vergüenza, pero también excitación por toda la situación. Debía sentir la cara enrojecida y ese cosquilleo que ya se iba haciendo familiar pero ahora focalizado en mi entrepierna.
Era la primera vez que alguien me veía desnudo siendo yo consciente que me miraban de esa manera.
Todo lo ocurrido en la piscina debió durar unas escasos cinco minutos y creo que luego continuamos bañándonos hasta que tuve que irme a mi casa para comer.
Hoy en día pienso que, en esos escasos cinco minutos, Abel había conseguido dar un paso definitivo para continuar con mi «aflojamiento». Había conseguido, hábilmente, vencer mi timidez hasta el punto de conseguir verme desnudo e iniciarme en el mundo del sexo que hasta hace pocos días desconocía por completo.
Y el verano no había hecho más que comenzar…
Dejar un comentario
¿Quieres unirte a la conversación?Siéntete libre de contribuir!