El verano de mi «aflojamiento» Capítulo 2 «Tacto»
Continua el verano de mi iniciación al sexo a los 12 años. En este capítulo se describe mi iniciación al tacto..
Continua el verano de mi iniciación al sexo a los 12 años. Se narran los hechos tal cual ocurrieron sin ninguna exageración, así que no esperen pollas de 20 cms ni niños de 8 años eyaculando profusamente, ni tampoco sexo duro. Simplemente lo que ocurrió.
Recuerdo los personajes:
Yo, Max, a punto de cumplir 12 años en pocos días.
Mónica, mi hermana pequeña, 10 años y medio.
Abel, 11 años, vecino de verano.
Oscar, 13 años, hermano mayor de Abel.
Laura, 11 años, vecina, prima de los hermanos.
Pocos días después de lo ocurrido en la piscina, estando una tarde en el jardín de casa de Abel con Mónica, el propio Abel y yo, pude ver como ellos dos susurraban cosas en sus oídos y reían. De pronto Mónica se marchó y Abel me dijo que había quedado con ella para jugar, pero que antes iba a cambiarse porque todavía llevaba el pequeño bañador rojo tipo slip puesto. Por mi parte iba vestido con unos tejanos sobre el bañador ya seco y una camiseta.
Me preguntó si quería ir a jugar con ellos y yo le contesté que sí. Así que nos dirigimos a su habitación y, cuando llegamos a la puerta, me paró con su mano y dijo:
– Tú espera fuera.
Entró en su habitación y cerró la puerta. En este momento fui consciente que podía haberle visto desnudo cuando se cambiaba y que había perdido la oportunidad. Me extrañó su repentina timidez cuando en los días anteriores no había tenido ningún reparo en mostrarse completamente desnudo.
Me quedé fuera esperando, un poco desilusionado, cuando por fin se abrió la puerta y apareció Abel en calzoncillos y dijo:
– Ya puedes entrar.
Llevaba unos calzoncillos blancos con abertura que todo el mundo usaba en esa época que contrastaban con su piel morena por el sol y que se ajustaban perfectamente a su cuerpo sin un gramo de grasa. Mientras él buscaba en su armario unos pantalones cortos y una camiseta yo no podía apartar mis ojos de su cuerpo esbelto e inmediatamente tuve una erección.
Creo que me causó más excitación verlo en estos calzoncillos que si lo hubiese visto desnudo. Esta imagen quedó grabada en mi mente y creo que es la causa de mi fetiche por los calzoncillos blancos hasta el día de hoy.
Mientras observaba ensimismado como se vestía, Abel me decía:
– En verano yo nunca me pongo calzoncillos porque hace calor, pero el otro día jugando con las niñas se rieron y me dijeron que tenía que ponérmelos porque cuando volviéramos a jugar querían vérmelos.
Entre la visión de su cuerpo y esta revelación quedé boquiabierto sin saber qué decir. Abel me estaba diciendo sin ningún rubor que había vuelto realizar algún juego sexual con las niñas.
Ignoro si se dio cuenta de la erección que se marcaba en mis vaqueros. En todo caso no hizo ningún comentario y nos dirigimos a mi casa dónde había quedado con Mónica.
Al vernos llegar pude ver como Mónica miró a Abel algo disgustada y le hizo una mueca señalándome a mí. Abel le dijo:
– Él también va a jugar con nosotros.
Mónica hizo un gesto de desaprobación, y yo no comprendí el motivo, pero dijo:
-Vamos.
Y se dirigió al garaje que aunque con capacidad para dos coches solamente estaba ocupado con trastos y cosas de la playa.
Entramos y cerraron la puerta. Cuando yo iba a preguntar a qué íbamos a jugar, sin dar ninguna explicación Mónica le dijo a Abel:
-Tú primero.
Obviamente ellos ya habían hablado antes a lo que iban a jugar pues Abel, obediente y sin mediar palabra, se estiró boca arriba en una colchoneta de playa que allí había.
Yo tenía curiosidad por saber de qué iba ese juego pero no me dio tiempo a preguntar porque Mónica se arrodilló a su lado y, ante mi asombro, pude ver como introducía su mano por la pernera del pantalón corto de Abel.
Volví a empalmarme rápidamente, observando cómo se movían los pantalones de Abel con las manipulaciones que le estaba haciendo mi hermana dentro de ellos.
Tras un rato, Mónica se levantó mientras Abel permaneció estirado sin moverse. Yo estaba sofocado y absolutamente excitado sin saber que hacer pero, viendo que nadie decía nada, me decidí a arrodillarme al lado de Abel como antes había hecho mi hermana.
Pero cuando empecé a dirigir mi mano hacia Abel, Mónica dijo:
-No, tú no.
Quedé paralizado unos segundos hasta que oí a Abel contestarle:
-¿Por qué no?
Mónica: – Porque luego él no se dejará.
Era tal mi calentura que sin pensarlo dije:
-Sí
Abel: -Lo ves? Dice que sí.
Mónica: – Bueno, yo ya te he avisado. Si luego no se deja a mí no me digas nada.
Dirigiéndose a mí, Abel que empezaba a impacientarse dijo: Venga va!
Todo había sucedido tan rápido que a mi mente le costaba asimilar lo que estaba ocurriendo. Pero al parecer mi entrepierna no necesitaba asimilar nada porque me encontré sin pensarlo mucho poniendo una mano en el muslo de Abel, acariciándolo mientras subía hacia la pernera de su pantalón y se introducía en ella sintiendo la piel suave de esta zona.
Pronto la punta de mis dedos rozaron el borde sus calzoncillos, aquellos calzoncillos blancos que tanto me habían gustado verlos cuando se cambiaba de ropa.
Alargué un poco más la mano y los acaricié por encima notando su polla erecta. Y, al ver que no había ninguna protesta por parte de Abel, deslicé mi mano hasta su ingle y la introduje por el borde de sus calzoncillos hasta tocar su polla caliente y dura apretando ligeramente.
Esta era la primera vez que yo tocaba una polla y me gustó. La palpé y acaricié toda.
Al poco rato retiré la mano de aquella bondadosa entrepierna y pude ver a Mónica de pie con los brazos cruzados observándonos. Ignoro si se percató del bulto que marcaba en mis pantalones vaqueros mi polla erecta a punto de estallar.
Sin mediar palabra Abel se levantó y Mónica ocupó su lugar en la colchoneta.
Asombrado, pude ver como Abel introducía su mano por la pernera de los shorts de Mónica y ella no protestaba en absoluto. Mi mente estaba flotando en una nube y yo pensaba que estaba soñando. Pero los movimientos de la mano de Abel eran precisos y no dejaban lugar a ninguna duda sobre lo que estaba haciendo. Mónica tenía una sonrisa maliciosa en su cara. No disimulaba que estaba disfrutando de todo aquello.
Cuando Abel terminó, se levantó y me dijo:
– Vamos, ahora tú.
Yo continuaba en mi nube y no podía creer lo que estaba sucediendo. Mi hermana se dejaba tocar por Abel y lo más increíble: seguía estirada en la colchoneta esperando que yo tomara el relevo de Abel. Ella, que había protestado cuando yo iba a tocar a Abel porque supuestamente luego yo no me dejaría, ahora permanecía inmóvil esperando que yo la tocara.
Abel insistió dándome un pequeño empujoncito:
– Vamos venga!
Y yo, como un autómata, me arrodillé al lado de Mónica e introduje mi mano en su short como antes había hecho con Abel. Ella no protestó ni se movió. Yo estaba flipando.
Mi mano recorrió su muslo suave, llegó al borde de sus braguitas y mis dedos se colaron dentro de ellas y acaricié su coñito imberbe. Ese día fue la primera vez que yo toqué a un chico y una chica de la forma más inesperada y sin haberlo planeado.
Cuando finalicé mis tocamientos, Abel me hizo bajar de la nube dónde estaba y me devolvió a la tierra:
– Venga, tu turno!
En el momento de gran calentura, cuando iba a tocar a Abel ,yo había dicho casi sin pensarlo que yo también me dejaría pero ahora había llegado el momento de cumplirlo.
En esos primeros días de descubrimiento yo estaba muy interesado en ver y tocar pero la timidez se apoderaba de mí cuando tenía que ser visto o tocado por otros.
Resignado, me estiré en la colchoneta tal como ellos hicieron previamente y esperé a que ocurriera lo que tuviese que ocurrir.
Yo era el único que llevaba unos tejanos largos, así que cuando Abel se arrodilló a mi lado dudó unos segundos pero rápidamente bajó la cremallera y pudo ver que yo llevaba mis shorts de baño debajo. Aquel verano, ignoro el motivo, solía dejarme el bañador seco bajo mis tejanos por las tardes en lugar de usar calzoncillos. Al principio supongo que por pereza al cambiarme de ropa. Pero a medida que se sucedían los juegos sexuales creo que lo hice expresamente para que no me vieran en calzoncillos porque me causaba vergüenza.
Así pues, una vez bajado mi cremallera, Abel introdujo su mano, buscó el dobladillo de mi bañador y agarró el pene erecto palpándolo a conciencia, tomándose su tiempo, provocando en mí una excitación indescriptible y también una gran vergüenza.
En ese momento, Mónica , que estaba de pie contemplado toda la escena y viendo mis muecas, imagino que pensó que yo lo estaba pasando mal, le dijo a Abel:
– Vamos, déjale estar. Mira, yo le voy a dejar sin hacerle nada.
Abel respondió: -Espera. Solamente quiero ver una cosa.
Dejó mi polla y pasó a palparme las pelotas aumentando todavía más mi excitación, pero de pronto dijo:
– Sólo tiene un huevo!
Y yo protesté levemente:
-No!
Abel: Ah no, es verdad, tiene dos, pero no los tiene al lado si no que uno está un poco detrás del otro.
Esto era cierto porque yo había sido operado hacía un par de años de un testículo que no había descendido y como resultado quedó uno de ellos ligeramente detrás del otro.
Después de palparlos exploratoriamente retiró la mano y se puso en pie. Creo que faltó muy poco para tener mi primera eyaculación, que de haberse producido hubiera sido una sorpresa pues yo desconocía todo aquello. Y posiblemente también lo hubiese sido para Abel, aunque ignoro si su hermano Oscar ya le había dado algunas lecciones, teóricas o incluso prácticas, de educación sexual.
Permanecí estirado con una erección por si acaso mi hermana tomaba su turno, pero cumplió lo que había prometido y sin hacer intención de tocarme dijo:
– Vámonos.
Cerré mi cremallera, me incorporé , salimos del garaje y nos pusimos a jugar a algún juego inocente como si no hubiera pasado nada.
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