El verano de mi «aflojamiento» Capítulo 3 Tacto + Vista
Continua el verano de mi iniciación al sexo a los 12 años. .
Continua el verano de mi iniciación al sexo a los 12 años. Se narran los hechos tal cual ocurrieron sin ninguna exageración, así que no esperen pollas de 20 cms ni niños de 8 años eyaculando profusamente, ni tampoco sexo duro. Simplemente lo que ocurrió.
Recuerdo los personajes:
Yo, Max, a punto de cumplir 12 años en pocos días.
Mónica, mi hermana pequeña, 10 años y medio.
Abel, 11 años, vecino de verano.
Al día siguiente por la tarde estábamos jugando de nuevo Mónica, Abel y yo en el jardín de nuestra casa cuando Mónica sugirió que fuésemos a jugar a un lugar más discreto y apartado.
Sentí el cosquilleo ya familiar en mi polla pues imaginé el motivo de buscar un lugar discreto y el tipo de juego que lo requería.
Mónica nos llevó a una esquina del jardín que quedaba medio oculta de la vista general por unas plantas de mediana altura y la pared posterior del garaje. Entre ellos quedaba un pasillo embaldosado algo elevado que nos sirvió como un banco improvisado. Nos sentamos por este orden: Mónica, Abel en medio a su izquierda y finalmente yo.
Mónica, con una risita nerviosa, preguntó: – A qué podemos jugar?
Yo creo que los tres conocíamos lo que iba a pasar allí, pero ninguno se atrevía a plantearlo abiertamente, y necesitábamos la excusa de algún tipo de juego.
Yo ya estaba muy caliente por los juegos de los días anteriores, así que sugerí:
– Juguemos a médicos!
Sí, el típico juego de médicos que imagino que la mayoría de chicos han jugado en algún momento de su infancia y que en aquel momento yo creía haber inventado ha ha.
Naturalmente mi deseo era el de poder desnudar a Abel.
– Yo seré el médico, Mónica la enfermera y Abel el enfermo al que tenemos que operar de apendicitis.
Abel no protestó pero Mónica se quedó pensativa unos instantes y entonces dijo:
– No, mejor juguemos a ¿Para qué sirve?
Yo quedé perplejo porque se trataba de un juego muy infantil y tonto que habíamos jugado cuando éramos mucho más pequeños y que no tenía nada de sexy.
Consistía en susurrar al oído del chaval que tenías a tu lado alguna pregunta como por ejemplo: – Para qué sirve un lápiz? Y este te contestaba: – Para dibujar.
El segundo chaval le hacía otra pregunta al chaval del otro lado: -Para qué sirve una silla? y el otro respondía: – Para sentarse.
Al final, cada uno tenía que decir lo que le había preguntado el chaval de un lado y lo que le había respondido el chaval del otro lado. Y la cosa quedaba más o menos así:
– Aquí me han preguntado para qué sirve un lápiz y aquí me han contestado para sentarse hahaha. Y así sucesivamente.
Como se puede ver se trata de un juego de niños pequeños sin ningún interés para chicos de 11 y 12 años. Y mucho menos indicado si estos chicos están verdaderamente calientes.
Abel y yo nos quedamos mirando sin entender nada cuando Mónica, con una sonrisa traviesa añadió:
– Después tendremos que hacer lo que salga en la respuesta.
Abel y yo continuamos sin entender nada pero Mónica dijo:
– Vamos, empiezo yo.
Y acercándose a la oreja de Abel le susurró una pregunta. Pude oír risitas de Abel.
Después Abel contestó a Mónica y las risitas fueron esta vez de Mónica.
Yo no entendía qué era lo que les hacía tanta gracia. Hasta que le tocó el turno a Abel preguntarme y me dijo al oído:
– Para qué sirve mi polla?
Ahora fui yo el que me puse a reír y le contesté:
– Para que la toque yo.
El juego empezaba a dejar de ser tan infantil y mi polla empezaba a reaccionar.
Luego le pregunté yo a mi hermana:
– Para qué sirve la polla de Abel?
Lo sé, fui poco original, pero en aquel momento era en lo único en que yo estaba interesado.
Mónica me contestó: – Para que la toque yo.
Tampoco ella fue original en la respuesta.
Una vez finalizados los turnos de preguntas y respuestas era el momento de ver el resultado.
Comenzó Mónica , por supuesto, señalándome a mí:
– Aquí me han preguntado para qué sirve la polla de Abel y, señalando a Abel, aquí me han contestado que para que se la toque yo.
– Ahora hay que hacer lo que ha salido, dijo mi hermana.
Y, sin esperar ningún comentario, introdujo su mano izquierda dentro de los pantalones cortos de Abel.
Yo tenía ya una erección en mis vaqueros observando como aquella mano se movía allí dentro.
Al cabo de un rato Mónica retiró la mano y le tocó el turno a Abel. Señalando con su mano derecha a mi hermana dijo:
– Aquí me han preguntado para qué sirve mi polla. Y señalándome a mí:
-Y aquí me han contestado que para que la toque Max.
Creía que me había tocado la lotería.
Entonces alargué mi mano derecha, la metí dentro de los shorts y los calzoncillos de Abel y palpé aquella polla caliente, que fue creciendo y poniéndose dura con mis manipulaciones.
Muy a pesar mío tuve que retirar mi mano de esa entrepierna aterciopelada al poco rato.
El siguiente turno ya no representó ninguna sorpresa para mí pues ya conocía la pregunta y la respuesta.
Señalando a Abel: -Aquí me han preguntado para qué sirve su polla.
Y señalando a Mónica: – Aquí me han contestado que para que la toque ella.
Yo pensaba que me había tocado la lotería y resultó ser que todos habíamos apostado por el mismo número. La polla de Abel.
Estaba claro que mi hermana y yo deseábamos tocar a Abel y que Abel mismo deseaba ser tocado por nosotros antes que tocarnos él. Así pues todos salimos ganando. La única diferencia era que Mónica ganaba el doble de veces que yo y Abel ganaba todas.
Repetimos el juego un par de veces más y las preguntas y las respuestas eran siempre las mismas. Los tres estábamos contentos con el resultado. Y, no hace falta decirlo, extraordinariamente calientes.
Entonces mi hermana me sorprendió diciendo: – Ahora cada uno puede tocar al que quiera.
O sea que ya no hacía falta la excusa del tonto juego.
Como siempre, Mónica empezó y eligió a Abel para meter la mano en sus pantalones.
Luego llegó el turno de Abel y entonces comprendí que la situación había cambiado pues ahora él iba a tocar a uno de nosotros.
A pesar de mi calentura, yo todavía era tímido si se trataba de que me vieran desnudo o ser tocado. En esos momentos yo solamente estaba interesado en ver y tocar a los otros.
Se me quitó un peso de encima cuando oí a Abel decir: – A Mónica.
Se dibujó una sonrisa en la cara de ella y entonces entendí el por qué Mónica había cambiado las reglas del juego. Estaba tan caliente que no quería tocar solamente si no que quería ser tocada a su vez. Yo estaba flipando.
Abel metió su mano en los shorts de mi hermana y, mientras la acariciaba, yo podía observar la cara de placer que ella tenía. Le estaba gustando sin ninguna duda.
Cuando llegó mi turno, sin tener que pensarlo demasiado: – A Abel.
Y Abel me dijo: – ¿Por qué siempre quieres tocarme a mí y nunca a ella?
Yo quedé un poco desconcertado con la pregunta durante unos segundos, sin saber que responder. La verdad es que yo no me había planteado esta cuestión. Yo sólo sabía que me excitaba tocarle a él.
Al final le dije: – Ella es mi hermana, además hasta hace poco nos bañábamos juntos en la bañera.
Esta respuesta pareció dejarlo satisfecho, así que metí mi mano en su pantalón y palpé nuevamente su pene erecto.
Cuando acabé, Mónica insistió en repetir otra ronda. Ella volvió a escoger a Abel al que manoseó largamente.
Cuando llegó su turno Abel nos sorprendió al decir:
– Creo que esta vez voy a cambiar a Max.
Yo sentí un pequeño escalofrío, no sabría decir si de vergüenza o de deseo.
Pero mi hermana enseguida protestó: – Noooooo
Abel: – Es que ya me conozco la geografía de Mónica de memoria.
Mónica ahora en un tono suplicante: – Nooooo
Yo seguía asombrado por el hecho de que mi hermana quería ser tocada desesperadamente.
Abel: Pues entonces las tetas.
Y, viendo que ella no protestaba, introdujo sus dos manos por el cuello de su camiseta y empezó a palpar y acariciar aquellos pechos impúberes casi inexistentes.
A Mónica se le notaba que le gustaba y se dejó hacer todo lo que él quiso.
Al llegar mi turno, quise probar algo nuevo, así que le pedí a Abel que se desnudara, añadiendo: – Seguro que no te atreves.
Y él respondió: – Claro que me atrevo.
Yo: – Pues hazlo.
Y, sin dudarlo, Abel se desabrochó el clip de los pantalones cortos, se bajó la cremallera y los dejó caer a sus tobillos quedándose en calzoncillos. Aquellos calzoncillos blancos que a mí tanto me gustaban.
Cuando puso los dedos pulgares en el borde de ambos lados de sus calzoncillos para bajárselos, Mónica, que había estado todo el rato silenciosa y mirando sin perder detalle, se tapó los ojos con sus manos, se giró y dijo:
– Nooo, yo no voy a mirar.
Y yo le contesté sorprendido: – Por qué no, tonta?
– Porque luego él me lo hará hacer a mí.
– No.
Aunque enseguida pensé que probablemente tenía razón. Abel siempre empezaba él a dejarse hacer pero inmediatamente después solía decir: – Ahora tu!
Pronto olvidé estos pensamientos y volví a la realidad cuando Abel tiró de sus calzoncillos hacia abajo hasta bajarlos hasta las rodillas y lo pude mirar desnudo una vez más con su polla en semi-erección mientras decía pavoneándose:
– Lo ves?. Ves como sí que me atrevo?
Y mientras tanto mi hermana continuaba de espaldas con sus manos tapando sus ojos.
Ella ya se dejaba tocar encantada pero todavía le daba vergüenza que la vieran desnuda.
Pero esto iba a cambiar rápidamente en los próximos días ante mi asombro.
No recuerdo el motivo, pero en esta ocasión Abel no nos hizo desnudar a nosotros después.
Quizás oímos que algún adulto se acercaba y podía vernos, y Abel se vistió rápidamente.
Nosotros continuamos con otros juegos como si tal cosa.
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