El verano de mi «aflojamiento» Capítulo 4 Tacto + Desnudez
Continua el verano de mi iniciación al sexo a los 12 años. Cada vez estoy más caliente..
Capítulo 4
Continua el verano de mi iniciación al sexo a los 12 años. Se narran los hechos tal cual ocurrieron sin ninguna exageración, así que no esperen pollas de 20 cms ni niños de 8 años eyaculando profusamente, ni tampoco sexo duro. Simplemente lo que ocurrió.
Personajes en este capítulo:
Yo, Max, a punto de cumplir 12 años en pocos días.
Mónica, mi hermana pequeña, 10 años y medio.
Abel, 11 años, vecino de verano.
Laura 11 años, prima de Abel.
Una tarde, Mónica y Laura nos dijeron a Abel y a mí que fuéramos a jugar a uno de los lugares más apartados de la casa dónde veraneábamos. Era una pequeña caseta, medio abandonada, que antiguamente había servido como ducha para la piscina. Constaba de un pasillo y tres pequeñas habitaciones. La de en medio era una ducha y las otras dos se suponía que eran vestidores.
Mientras nos dirigíamos allá empecé a excitarme, porque el único motivo para escoger este lugar tan aislado para jugar solamente podía significar una cosa: Sexo.
Como siempre, Mónica llevó la voz cantante y nada más cerrar la puerta de la caseta dijo:
– Laura y yo vamos a este cuarto para decidir a qué vamos a jugar. Vosotros esperar en la habitación del fondo.
Y dicho esto ellas se encerraron en el primer cuarto mientras nosotros esperábamos afuera, en el pasillo, en la puerta de la tercera habitación.
En esos momentos yo ya estaba muy excitado porque sabía que Mónica estaba tramando un juego sexual. Tan excitado estaba que le dije de sopetón a Abel, sin apenas pensarlo:
– Nos tocamos?
Abel me miró con cara de asombro. Imagino que le sorprendería el gran cambio que había experimentado en pocos días. De ser un chico tímido a ser un chico calentorro que proponía meternos mano directamente.
Después de unos segundos de meditación respondió:
– Vale
Al oír su respuesta se me puso dura en un instante. Y sin pensarlo demasiado metí mi mano en sus pantalones vaqueros y dentro de sus calzoncillos. Aunque ya era la tercera vez que tocaba aquella polla en pocos días, la exploré a fondo sintiéndola crecer con mis caricias. Él se dejaba hacer sin protestar.
Cuando, al poco rato, retiré mi mano de su pantalón oí a Abel decir su habitual:
– Ahora tú!
A pesar de haber perdido bastante de mi timidez, yo todavía era un poco reticente a dejarme hacer mientras, por el contrario, estaba muy interesado en ser la parte activa. Pero yo sabía que no tenía más remedio que dejarme.
Así que no protesté cuando Abel, de forma decidida, introdujo su mano en mis pantalones y tocó mi polla erecta. Estuvo un rato palpándola y yo sentía una excitación más fuerte que en la otra ocasión en el garaje. Todo el placer se centraba en mi polla que parecía que iba a estallar. Estuve a punto de pedirle que parara porque creía que me iba a mear. Pero justo entonces oímos como se abría la puerta del cuarto dónde estaban las niñas y Abel retiró rápidamente la mano de mi pantalón. En ese momento yo desconocía que, si me hubiese seguido acariciando, hubiese tenido mi primer orgasmo y posiblemente mi primera eyaculación. Ignoro cómo hubiera reaccionado yo ante esa situación. Y, a su vez, cómo hubiera reaccionado el propio Abel? Y además las niñas pillándonos al salir del cuarto. Vaya situación!
La verdad es que, aunque solamente fuese por unos segundos, yo creo que ellas no se enteraron de nuestros juegos.
Entre risitas Mónica dijo:
– Ahora podéis entrar a la habitación pero tenéis que venir enseñando algo.
Esto me pilló de sorpresa porque, aunque suponía que el juego consistiría en alguna excusa para tocarnos como en las otras ocasiones, no me esperaba que habría que desnudarse. Y yo tenía una erección que me daba vergüenza enseñar.
Abel me despertó de estos pensamientos diciéndome:
– Qué enseñamos?
Y yo le respondí rápidamente:
– Los calzoncillos!
La verdad es que yo ya estaba empezando a tener como un fetiche por los calzoncillos de mi amigo, que ahora siempre llevaba, a petición de las niñas como ya expliqué.
Además yo todavía tenía la costumbre de llevar debajo del pantalón mi traje de baño seco en lugar de calzoncillos, con lo cual evitaba sentirme avergonzado.
Así pues, Abel contestó:
– Ah, vale.
Y, acto seguido, desabrochó el botón de sus tejanos y bajó la cremallera dejando ver buena parte de aquellos calzoncillos blancos que tanto me gustaban.
Sin dejar de mirarlos, y disfrutando el momento, hice lo mismo con mis vaqueros dejando ver mi traje de baño.
Las niñas miraban, y entre risitas nos dijeron que entráramos al cuarto. Laura se quedó un momento mirando mis pantalones desabrochados y me dijo:
– No, tú no!
A lo que respondí:
– No importa, llevo mi traje de baño debajo.
En ese momento comprendí que todo el juego iba dirigido a Abel y no a mí. Mónica no tenía mucho interés en mí al ser su hermano. Y Laura? Yo estoy seguro que a ella yo le gustaba. Ella había coqueteado conmigo anteriormente pero siempre de forma platónica sin ningún componente sexual. Creo que ella respetó mi timidez (y quizás también la suya propia) y estaba más interesada en una relación sentimental y no sexual conmigo. En cambio le gustaba observar de una forma pasiva los juegos sexuales entre su primo y Mónica.
Cuando entramos en el pequeño cuarto vi que había dos colchonetas de playa, en el suelo, una al lado de la otra.
Mi hermana hizo estirar a Abel en una de ellas. Cuando yo iba a estirarme en la otra, Laura me paró y me dijo:
– Espera!
Y nos quedamos de pie mirando como Mónica se arrodillaba al lado de Abel. A continuación, separó los dos lados abiertos de los vaqueros dejando al descubierto la mayor parte de los calzoncillos en los que se marcaba un pequeño bulto. Laura y yo observábamos en silencio disfrutando de la escena.
Mónica acarició un momento, por encima de los calzoncillos, ese bulto y después con un tirón decidido y sin titubear bajó la parte anterior de los mismos, dejando al descubierto aquella polla imberbe pero rígida y una parte de sus huevos.
Yo estaba completamente hipnotizado por la escena y, cuando Mónica estiró su mano y empezó a jugar con la polla, sentí un pequeño golpecito en mi hombro y Laura que me decía:
– Venga, vamos!
Tardé unos segundos en reaccionar, pero enseguida comprendí que Laura había quedado satisfecha con lo que ya había visto y se dio cuenta de que no teníamos excusa para quedarnos allí mirando todo el tiempo. Ella me indicó que me estirase en la colchoneta de al lado y así lo hice.
Entonces me di cuenta de que Laura iba a hacerme lo mismo que mi hermana estaba haciendo con Abel. En aquel momento me extrañó porque no creía que ella fuese capaz de hacerlo. Siempre se había mostrado algo tímida y observaba a distancia, pasivamente, a la otra pareja haciendo sus juegos pero sin participar ella misma.
Yo estaba caliente por lo que había visto y no pensé en oponerme a lo que Laura quisiera hacer.
Ella empezó a jugar con la cintura de mi traje de baño. La separaba muy poco de mi barriga y la dejaba caer de nuevo. Era como si quisiera repetir lo que había visto hacer a Mónica pero sin acabar de atreverse. Yo seguía sin oponerme pero algo avergonzado.
Al rato Laura cogió una hoja de pinaza y, tras separar muy poco la cintura de mi traje de baño, la introducía dentro moviéndola, provocándome cosquillas. La situación era morbosa porque se veía claramente que Laura quería hacer lo mismo que había hecho Mónica pero no se decidía a hacerlo. Y yo estaba allí estirado, inmóvil como esperando el sacrificio.
Entonces oí a mi hermana decir:
– Venga, ahora cambiamos.
Abel y yo nos incorporamos y vi que Abel se abrochaba los tejanos así que yo hice lo mismo mientras las dos chicas se estiraban en las colchonetas.
Me quedé un momento parado de pie porque no sabía muy bien qué es lo que iba a hacer con Laura. Mientras lo pensaba, pude ver como Abel se arrodillaba al lado de Mónica y le desabrochaba el botón de sus pantalones cortos, separaba las dos partes y dejaba al descubierto sus braguitas blancas.
Estaba un poco sorprendido porque Mónica, que se prestaba a jugar a tocarse con entusiasmo, había sido reticente a desnudarse hasta ahora. Ella había inventado este juego, o sea que sabía perfectamente que si hacía enseñar algo a Abel ella tendría que hacerlo después también.
En los próximos días podría comprobar que Mónica ya no tenía vergüenza a que la vieran desnuda si no que, al contrario, le daba morbo y que a partir de aquí los juegos que proponía eran de desnudarse. En cierta forma Abel había conseguido «aflojarla» también a ella.
Cuando la mano de Abel se dirigía al borde de las bragas de Mónica oí a Laura desde la colchoneta decirme:
– Va, venga!
Yo me arrodillé a su lado sin saber muy bien que debía hacer, porque ella había jugado con la cintura de mi traje de baño pero no había llegado a bajármelo. Pensé que yo debía hacer algo similar para estar iguales. La verdad es que no me supuso un gran esfuerzo el contenerme porque tampoco el interés por verla desnuda era tan grande en aquellos momentos. Si se hubiese tratado de Abel, en iguales circunstancias, creo que no hubiera tenido piedad.
Así que agarré una hoja seca de pino y, sin desabrochar sus shorts, tiré un poco hacia arriba de su cintura y de sus braguitas e hice lo mismo que ella me había hecho: introducir la hoja de pino dentro de sus bragas y moverla. Una tontería, lo reconozco, pero en aquel momento creí que era lo correcto hacer.
Al poco rato vimos que Mónica se levantaba abrochándose su short y los demás hicimos lo mismo. Las chicas se marcharon entre risitas, imagino que a comentar los detalles, dejándonos solos a Abel y a mí.
Yo estaba muy caliente y me había quedado con ganas de algo más. Así que de golpe le solté:
– Nos desnudamos?
-Por qué? dijo Abel un poco sorprendido.
– Porque no nos hemos visto nunca desnudos del todo. Bueno, sí, en la piscina, pero allí debajo del agua no se veía nada.
Abel se quedó pensativo unos segundos pero rápidamente contestó:
– Vale.
Y, sin esperar a discutir quien lo hacía primero, se desabrochó el botón de los vaqueros, abrió su cremallera y se los bajó hasta los tobillos. Se quedó un momento en calzoncillos, lo cual me puso más caliente todavía, dado mi ya aceptado fetichismo. Yo no me perdía ningún detalle y entonces puso sus pulgares en ambos lados de su cintura y, de un rápido tirón, se bajó los calzoncillos hasta las rodillas. Recuerdo perfectamente que al hacerlo, en lugar de deslizarse hasta sus rodillas de forma natural, los calzoncillos quedaron exponiendo completamente su parte interior. Imagino que ocurrió porque se los bajó bruscamente y también para separarlos de la erección que ya presentaba. Es un detalle sin importancia pero que, desconozco el motivo, se me quedó grabado en mi mente. Quizás fuera porque yo estaba absolutamente obsesionado con sus calzoncillos y no perdí detalle alguno.
Abel presentaba una erección casi completa, con la piel del prepucio algo retirada, dejando ver parte de su cabeza.
Sin pedir permiso alargué la mano y empecé a palpar esa polla caliente que se puso más dura con mis toqueteos. Abel no protestó y los dos permanecimos en silencio mientras yo lo manoseaba a mi gusto.
Todo esto solamente duró unos minutos porque yo desconocía lo que era un orgasmo y el placer que le podía proporcionar si continuaba. Quedé satisfecho con lo realizado y con una gran calentura.
Entonces, mientras Abel se vestía de nuevo, me dijo lo que yo ya me esperaba:
-Ahora tú!
A pesar de los juegos sexuales que ya habíamos realizado, yo todavía era tímido al tener que desnudarme. Incluso me daba vergüenza que me vieran en calzoncillos. Estaba un poco avergonzado pero sabía que era inevitable tener que cumplir con mi parte del juego.
Así pues, me desabroché los tejanos y los bajé hasta las rodillas. Yo todavía llevaba mi traje de baño debajo y no mis calzoncillos (cosa que iba a cambiar en los próximos días)
Ante la mirada atenta de Abel me bajé el bañador justo por debajo de mis bolas dejando libre mi erección.
Abel empezó a tocarme de la misma manera que yo se lo había hecho a él. Mi placer empezó a crecer de forma rápida y cuando parecía que iba a ocurrir algo que desconocía, justo en ese momento, Abel retiró la mano y dio por finalizado el juego. Una vez más estuve al borde de mi primer orgasmo sin saberlo.
Me quedé muy excitado, me vestí y cada uno se fue a su casa para cenar sin comentar nada de lo que habíamos hecho.
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